¿CRISTIANOS SIN PARROQUIA?
Padre Pedrojosé Ynaraja
Cuando el río suena, agua lleva, dice el refrán. Decir que ciertos movimientos o
asociaciones cristianas de nuevo cuño, se desenvuelven con técnicas sectarias,
debe tener algo de verdad, cuando tanto se repite y aleja a muchos de ellas.
Quieren estos que su Fe crezca en libertad, de la que se sienten muy celosos, pese
a que nadie les prometa seguridades. A los que así piensan ¿qué esperanza tienen,
qué modo les queda, para vivir incorporados a la Iglesia? ¿la solución estará
viviendo en total autonomía y sin ningún control?. Es una de las actitudes hoy en
boga. Comúnmente se les conoce como cristianos a la carta. Lo malo es que con
frecuencia, más que fidelidad a Cristo y su Iglesia, los que adoptan esta posición,
con facilidad se hacen esclavos de sus caprichos y les falta coherencia. O se dejan
llevar de la pereza y el egoísmo, que de los tales hay mucha abundancia.
Cambio de tercio. El Cristianismo nación en el seno del imperio de la ciudad de
Roma. Los fieles se reunían en las mansiones de particulares que disponían de
espacio suficientemente amplio para ello. Posteriormente habilitarían corredores de
las catacumbas, convenientemente agrandados. Se trataba de encuentros entre
conocidos, independientemente de donde radicaran. Llegada la libertad, continuó el
mismo sistema, hasta que se levantaron edificios de exclusivo uso litúrgico. Ahora
bien, y descrito apresuradamente, ocurrieron por entonces dos fenómenos. En
primer lugar, el de los que no sufriendo lucha exterior, quisieron continuar haciendo
de su vida una milicia, y se fueron al desierto y allí, en soledad y silencio, proseguir
la lucha, ahora ya batalla interior, contra enemigos de otro tipo. Al poco, en el
mismo desierto, se establecieron contactos entre eremitas, agrupándose para
prestarse mutua ayuda y, poco a poco, apareció la vida cenobítica, con maestros
que enseñaban normas para el progreso y encuentros para orar juntos.
Paralelamente, llegó el mensaje de Jesús al mundo rural. Allí no había elección
posible, los campesinos no podían escoger modos peculiares a su gusto. La
comunidad cristiana, aceptó la norma de formar comunidades de acuerdo con su
territorialidad.
Doy un gran salto en el tiempo, situándome en los últimos siglos. La abundancia de
clerecía, permitía que al frente de un terreno muy bien delimitado, se nombrara a
un párroco y a posibles coadjutores, con deberes pastorales, disfrutando de
poderes y privilegios. Viví, en mis primeros tiempos de sacerdocio esta situación y
el enojo que suponía para muchos párrocos, que algunos de aquellos que tenían el
domicilio en su territorio, asistieran a misa o se afiliaran a asociaciones, radicadas
en otras parroquias. La vocación evangelizadora perdió muchos enteros y el
clericalismo empapó en gran manera, la vida cristiana.
Hoy la situación ha cambiado, y dejo yo de volar por la divagación, aterrizando en
la realidad que me envuelve. Si decía que huyen muchos del cerrazón de ciertos
inventos, por famosos y poderosos que puedan ser, no dejan de entender que para
conservar la Fe cristiana, una fe comunitaria, eclesial y solidaria, es preciso sentirse
ayudado en los momentos de crisis, de desgana o de aflicción. Y lo es también
aceptar que haya quien te exija, cuando el aburguesamiento, el egoísmo y la
pereza, se apoderan de uno mismo. Sin olvidar que la humildad es el apoyo de la
Esperanza y la vida sacramental el sustento espiritual indispensable. Incorporarse a
una parroquia, servirla, más que servirse de ella, permite el crecimiento ufano de la
individual vida espiritual. En el seno de la parroquia, se incorpora uno a Caritas,
institución que tanto envidian los que no pertenecen a la Iglesia Católica. Otros, la
sirven tanto ayudando a distribuir la comunión o llevarla a los enfermos, como, los
que son duchos, diseñando, mediante el Photoshop y otras argucias, las
publicaciones y carteles que orientan y comunican. Evangelizar en las catequesis y
acogida del que busca ayuda de cualquier género, es otra manera. Poco a poco, se
establecen relaciones de amistad con los sacerdotes de aquel templo o de otro
cualquiera, que, si son leales a su vocación, sabrán reclamar coraje o rezar
acompañando, cuando la enfermedad, la muerte o la desgracia, se apoderan del fiel
colaborador. La figura de las parroquias que albergan a cristianos que no
necesariamente radican en los estrechos límites canónicos asignados, cobra
importancia y actualidad, sin que nadie pueda acusar a este estilo de vida y de
servicio, de técnicas o maneras sectarias.
Padre Pedrojosé Ynaraja