MI PEQUEÑO JESÚS EN EL SAGRARIO
Por: Claudio de Castro
Siempre he pensado en Jesús, escondido en el Sagrario. Me detengo a reflexionar
qué hace allí todo el tiempo. Cómo es posible que se quede inmóvil en una hostia
santa, dispuesto a aceptar lo que hagamos con ella. Ser adorado, movido, llevado
a otro lado, ultrajado. Él calla y lo acepta todo.
Recuerdo que una vez fui a visitarlo y le pregunté:
“¿Qué haces aquí todo el tiempo?”
Y me pareció que respondía con una palabra:
“Amar”.
Por algún motivo lo he pensado como un niño que espera a sus amigos para
compartir con ellos. Y se ilusiona y se emociona con sus visitas. Es como un
pequeño que espera los invitados a su cumpleaños. A medida que van llegando
crece su expectativa y su felicidad.
Me gusta pensarlo así y que me vea como el niño que era y que solía visitarlo en
Colón, en aquella hermosa capilla frente a mi casa. Eran mañanas de mucho sol,
corría una deliciosa brisa marina y el mundo era diferente, más sencillo.
Disfrutaba muchísimo cruzar la calle y pasar largos ratos con Él. Era mi mejor
amigo. Y yo con mi corazón puro y mi mente infantil, tenía la certeza de que me
esperaba todos los días para estar conmigo.
Cuando crecí me entretuve con los estudios y descuidé a mi gran amigo, mi amigo
del alma.
Con el tiempo nos hemos reencontrado y nuestra amistad se ha renovado.
He comprobado las muchas gracias que recibes cuando lo visitas. Él nunca se
cansa de consentirte y llenarte de esperanza. Le encanta que lo visiten. Por eso
cuando alguien me viene a ver con un problema encuentro la solución más práctica
y le recomiendo:
“Visita a Jesús en el Sagrario”.
Los he visto regresar a verme asombrados, maravillados por cambio tan
impresionante que han experimentado luego de ver a Jesús.
Hace dos días tuve un sueño. Jugaba en el parque frente a mi casa. Del otro lado,
en aquella capilla, Jesús se asomaba como un niño y me veía jugar y se
preguntaba cuándo iría a verlo. Estaba ilusionado pensando que me acordaría de
él. Y no siempre fue así. Crecí y lo descuidé.
Cuánto lo lamento.
Hoy le visité en una capilla que está a la vuelta de mi trabajo. Tengo 54 años. Ya no
soy el niño aquél, pero entré imaginando que lo era y sentí que se alegraba cuando
me vio llegar.
“Llegaste”, casi exclama. “Te esperaba”.
Y nos quedamos un largo rato charlando, como en aquellos días, contándonos
historias, compartiendo nuestras aventuras.
Y Jesús sonreía feliz, contento, emocionado… mientras me escuchaba hablar.