Bienes aparentes, bienes verdaderos
P. Fernando Pascual
17-12-2011
Un billete parece verdadero, pero es falso. Lo aceptamos porque nos engañó con su apariencia. Lo
rechazaremos más tarde si llegamos a descubrir que nos apartó de la realidad y nos privó de un bien
verdadero.
Lo anterior se puede aplicar a miles de ámbitos: un bolígrafo, unos zapatos, un reloj, un libro, un
amigo, un trabajo, una casa, un lugar de vacaciones. En cada ámbito buscamos cosas buenas,
realmente buenas. Pero muchas veces nos engañamos: las apariencias encandilan, y nos llevan a
escoger lo equivocado. Lo que parecía bueno no lo era.
Los grandes pensadores del pasado se dieron cuenta de este problema. Platón y Aristóteles, Agustín
y Tomás, avisaron del peligro: las apariencias atraen al disfrazar como bueno lo que no lo es. En
otras ocasiones, dejamos de lado un bien verdadero porque no “aparecía” en toda su bondad. En los
dos tipos de situaciones, sufrimos desengaños, mayores o menores según haya sido el error
cometido.
¿Cómo evitar que un bien aparente nos aparte de un bien verdadero? ¿Cómo reconocer un bien
verdadero que tal vez muestra una apariencia poco atractiva? Si la respuesta fuera fácil, no habría
errores: todos encontraríamos la manera para dejar de lado apariencias falsas y para reconocer esos
bienes que de verdad nos benefician.
Una pista de ayuda nos viene de la experiencia: tras descubrir que en tal sitio los relojes más
brillantes son los más defectuosos, dejamos de acudir al lugar del engaño.
Otra indicación nos llega desde el consejo de personas buenas y sensatas, que nos dicen, que nos
aconsejan, que no vayamos por tal camino, que no aceptemos tal trabajo, que dejemos de lado ese
préstamo que parece ventajoso y que terminará por ahogarnos en un cúmulo absurdo de deudas.
Pero las mejores ayudas no son suficientes para que el peligro desaparezca. El mundo en el que
vivimos está lleno de apariencias. Además, cierta cultura de la imagen, de la propaganda, de la
moda, encandila a millones de personas con pompas de jabón que aturden y que luego dejan a los
incautos más pobres y más confundidos.
Por eso, cualquier trabajo serio para no dejarnos atrapar por lo que brilla, para no sucumbir ante lo
que parece dinero fácil y luego asfixia, para no ser arrastrados por avaricias ante lo inmediato, nos
ahorrará problemas, nos impedirá caer en las continuas trampas que aparecen a lo largo del camino.
Si, además, aprendemos a descubrir que hay un horizonte de bondad, belleza y justicia que viene
del mensaje perenne de Jesús el Nazareno; si confiamos en un Padre que tiene en sus manos los
destinos del mundo y de la historia, habremos dado un paso decisivo para dejar de lado apariencias
engañosas. Comenzaremos, entonces, a buscar y a acoger el tesoro verdadero: el que nos ofrece el
Padre bueno que está en los cielos.