11. EL DUEÑO DE LA VIÑA CONTRATA OBREROS
«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los
Cielos es semejante a un propietario que al amanecer salió a contratar
jornaleros para su viña. Al encontrarlos, se ajustó con ellos en un denario por
jornada. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin
trabajo, y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. Ellos
fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió
al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis
aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: Nadie nos ha contratado. El les
dijo: Id también vosotros a mi viña. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz:
Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y
acabando por los primeros…
¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a
tener tú envidia, porque yo soy bueno? Así, los últimos serán los primeros y los
primeros los últimos» ( Mt 20,1-16) .
La parábola, la primera de las tres inspiradas en la imagen de la viña, se
inicia con la fórmula fija, “el Reino de los Cielos es semejante a…”, y transcurre en
dos fases: La contrata de los trabajadores por el dueño para la viña; y el pago del
salario y discusión.
Es conveniente tener en cuenta el contexto precedente. Al joven rico que
buscaba alcanzar la vida eterna, Jesús le propone repartir sus bienes entre los
pobres y seguirlo. Tras la respuesta, Pedro pregunta: "Tú sabes que nosotros lo
hemos dejado todo para seguirte; ¿qué recibiremos por ello?" Jesús le contesta:
"Todos los que hayan dejado esposa... por causa mía, recibirán la herencia de la
vida eterna”. Ahora bien, los primeros serán últimos y los últimos, serán primeros".
La respuesta va dirigida exclusivamente a los discípulos y significa, que, aun
habiéndolo dejado todo, los discípulos son primeros, pero pueden ser últimos. De
ahí, que este texto de hoy, de nuevo explicando y dando razón a los discípulos de
su llamada, al final, vuelve a repetir la inversión. El núcleo fundamental se halla en
el interrogante: "¿No puedo hacer lo que quiero con mis bienes, o vas ver con mal
ojo que yo sea bueno?", y, así mismo, en que la recompensa es igual para todos.
La parábola pone todo su acento en la liberalidad soberana de la actuación
independiente de Dios; juzgada con criterio humano, resulta incomprensible, pero
lógica.
Las horas de contratación diurnas se computaban de seis de la mañana a
seis de la tarde. Por consiguiente, los primeros jornaleros contratados trabajan
doce horas frente a una de los últimos. El contraste entre unos y otros es muy
gráfico. Al recibir todos el mismo el pago, se produce el disgusto y la protesta, los
primeros comparan y exigen. Se consuma así la inversión. Según Ireneo y
Orígenes, los Padres de la Iglesia indicaron la función que desempeña el tiempo en
esta parábola. Los sucesivos envíos de obreros muestran las grandes etapas de la
historia bíblica durante las cuales Dios llama al hombre: primero fue Adán en la
creación del mundo; segundo, Noé, en el final de una alianza universal; tercero,
Abrahán y los Patriarcas; cuarto, Moisés, quien recibe la Ley, y quinto, que
corresponde a la undécima hora, Jesucristo. También vieron reflejados los
principales momentos de la vida humana: unos son llamados a trabajar en los
asuntos del Reino desde la infancia; otros, en la adolescencia; otros, en la edad
adulta y aún después; y otros, por fin, en lo equivalente a la hora undécima, ya de
mayores.
Al estar dirigida a los discípulos, no se trata de una parábola pura. En esta
perícopa, Cristo pretende que entiendan el comportamiento misericordioso de Dios,
al margen de la estrechez de las concepciones humanas sobre la justicia y los
contratos que rigen las relaciones entre los hombres. En el versículo final, en
efecto, Jesús ofrece la pauta para su interpretación. El agravio fundamental que se
hace al dueño de la viña (Dios) es su falta de "justicia". Es la misma queja
formulada por el hijo mayor al padre del hijo pródigo (Lc 15, 29-30), agravio de los
"buenos" judíos a la doctrina de la retribución (Ez 18,25-29), el reproche de Jonás
ante el perdón otorgado por Dios a Nínive, la ciudad pagana (Jon 4,2). Cada uno de
ellos, opone a la justicia de Dios y su comportamiento misericordioso, no esperado
por los hombres (Lc 15,1-2), a su propia concepción humana. Aquí, la parábola
deja descartado todo problema de injusticia: "Amigo, no te hago ninguna injusticia.
Te doy el denario tratado; toma lo tuyo y vete". El dueño lo explica, si "tu ojo es
malo", el injusto no soy yo; lo malo es tu envidia y animosidad contra los
favorecidos. Indudablemente, rompe los esquemas basados en conceptos de
justicia-injusticia, obligación-derecho, cumplimiento-exigencia. Por su bondad, se
compadeció de aquellos hombres e hizo que, sin merecerlo, también llegase a ellos
un salario desproporcionado a su trabajo.
Jesucristo encara esta objeción con un argumento "ad hominem": el amo de
la viña es "justo", a tenor del modo humano de concebir la justicia, con los
primeros, ya que les da el sueldo convenido; con los últimos, es justo al modo
divino, pues, con éstos no se había establecido ninguna clase de convenio sobre el
trabajo y salario. Este argumento es, no obstante, flojo, porque la injusticia que se
le reprocha a Dios no reside en el trato dispersado a los jornaleros tomados
separadamente, sino en la comparación entre las dos maneras de actuar. Además,
Cristo pasa de un punto a otro, afirmando la primacía de la bondad de Dios. No es
que su forma de actuar se oponga a la justicia humana, sino que la trasciende
totalmente en el amor. Según esto, el pacto establecido con los jornaleros, que
ellos vivencian como derecho adquirido, como exigencia, como superioridad, se
muestra como un acto gratuito de Dios (Dt 7,7-10; 4,7), es una gracia del amor
gratuito del Padre, gracia que descansa totalmente en la libertad de Dios y que
supone la nuestra (Gál 3,16-22; 4,21-31). El que los últimos reciban la misma
recompensa que los primeros, no se debe a su mayor aplicación y rendimiento en el
trabajo. Aplicando una justicia distinta a los obreros, Dios pone de manifiesto su
amor a unos y a otros, de acuerdo con las situaciones de cada uno. La recompensa
que Dios otorga al hombre será siempre pura gracia. El hombre nunca tiene
derecho a presentar la factura a Dios.
Con una mentalidad utilitarista, muy propia de nuestro tiempo, intentamos
que Dios se parezca a nosotros en cuanto a salarios, tarifas, comisiones y
porcentajes. Nuestra tendencia farisea, que Pablo reprocha, surge al exigir normas
cuyo cumplimiento diferencie a los buenos de los malos. Dios nos quiere igual por
encima de leyes y medidas. Dios es gratuito. Vemos absurdo y hasta injusto ser
queridos todos por igual. Las medidas de Dios no son las nuestras; su justicia es
muy otra, surge de la libre misericordia y de la incalculable disposición de Dios.
Puede ser que muchos piensen como estos jornaleros, que ellos son buenos
y muy trabajadores y, por eso merecen más; pero no son discípulos de Jesús. Por
eso dijo: "Si vuestra justicia no sobrepasa la de los letrados y fariseos, no entraréis
en el Reino de los cielos" (Mt 5,20). Ser discípulo de Jesús no es ser mejor, sino ser
diferente; el discípulo de Jesús no presenta la cuenta ni la hoja de servicios, no
exige, no establece comparaciones; es discípulo y basta, todo lo experimenta como
don, vive asombrado de lo que es, agradece su salario, sin importarle el peso del
día ni la hora; no se mide a sí mismo ni actúa por parámetros de mandatos ni de
leyes. Sólo se rige por la talla que ha de dar en el laboreo de la viña del Reino de
los Cielos.
En el tiempo en que se escribe el evangelio de Mateo, afluían a la Iglesia
numerosos paganos convertidos con gran escándalo para la mentalidad judía.
Cuestión esta que solamente puede ser comprendida por un corazón que haya
comprobado su propia experiencia de pecado; el que se sabe pecador quiere que la
gracia de la muerte de Cristo redunde profundamente en todos. Es la proclamación
de la misericordia de Dios, la afirmación constante de la gracia. En esto consiste la
novedad desconcertante del Evangelio.
Sorprende el orden del dueño que alimenta la ilusión de los "primeros".
Sorprende, todavía más el sistema de pago: los trabajadores que han realizado
toda la jornada son tratados igual que aquellos que sólo han hecho una hora y en el
momento más favorable; eso, ciertamente, ¡no es justo! Este es el punto de vista
de los primeros, pero no el de los últimos que tienen todo derecho a vivir aunque el
dueño les haya contratado a última hora. Sorprende, pues, la libertad y la
generosidad del dueño
En su contexto histórico, el de Jesús, expresa simbólicamente una situación
conflictiva o polémica: las opciones de Jesús, a favor de los que no contaban para
nada en el mundo socio-religioso de entonces, hacen explotar las críticas de los
observantes y comprometidos (fariseos y escribas). Jesús, con esta parábola, se
remite al estilo de Dios Padre. El actuar de Jesús revela y hace presente esta
libertad del amor de Dios Padre, que ya tiene sus precedentes en la historia bíblica.
San Mateo hace notar un aspecto del debate en el interior de la comunidad y
del conflicto con el judaísmo: "Así, los últimos serán los primeros y los primeros los
últimos". Los paganos, los últimos, toman el lugar de Israel, llamado en primer
lugar. Y aquellos que en la comunidad son considerados últimos, los más pequeños
de entre los hermanos, en la perspectiva del Reino y del juicio de Dios serán
primeros. Hay que decir que este texto ha sufrido diversas interpretaciones y que
son legítimas en la medida en que no contradicen su sentido global originario,
ligado al contexto histórico de Jesús.
Camilo Valverde Mudarra
12. DE LOS DOS HIJOS
Un hombre tenía dos hijos y, llegándose al primero, le dijo: Hijo, ve
a trabajar en el viña. El respondió. No quiero; pero después se arrepintió y
fue. Y, llegándose al segundo, le dijo lo mismo, y él respondió: Voy, Señor;
pero no fue.
¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre? Le respondieron: El
primero. Y Jesús les dijo: En verdad os digo que los publicanos y las
meretrices os preceden en el reino de Dios; porque vino Juan a vosotros por
el camino de la justicia y no habéis creído en él, mientras que los publicanos
y las meretrices sí creyeron en él; peor vosotros aun viendo esto, no os
habéis arrepentido creyendo en él” (Mt 21,28-32).
Sólo el evangelista, San Mateo trae esta parábola-alegoría de dos hijos que
su padre manda a su viña y que se comportan de modo muy distinto. En la
tradición manuscrita, presenta dos formas diferentes en que se invierte el orden de
redacción. Es curioso también, que los autores de crítica textual aparecen divididos
en cuanto a la reconstrucción de este texto.
El Maestro propone a sus oyentes que reflexionen y le den su opinión sobre
la actitud de los dos hijos y, mientras les hace la exposición, les cambia el punto de
vista con otra pregunta: “¿Cuál de los dos cumplió la voluntad del Padre?”. En
aquella sociedad campesina lo que más les impacta es el hijo desobediente y la
poca vergüenza de negarse a ir a trabajar, los vecinos pensarían que el padre no
tenía autoridad y que ese hijo había pisoteado su honor. Pero, lo importante no es
quién se comportó bien o mal, sino quién cumplió la voluntad del padre. Este es el
cambio de perspectiva que Jesús les invitaba a introducir en su reflexión.
La idea fundamental de la parábola la ofrece el mismo Jesucristo en el v.
31., cuando dice: “En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os
preceden a vosotros en el Reino de Dios”. Hemos visto que discuten los autores si
el v. 32 está bien colocado en su contexto histórico o si fue incluido aquí por una
cierta analogía con la cita de los publicanos o por referirse al pasaje anterior sobre
los poderes de Jesús, en que se cita a Juan el Bautista. Sea como sea, esta
parábola queda muy bien interpretada mediante el v. 31. ya citado.
Estos personajes citados son típicos: Los publicanos, unos individuos odiados
en Israel, hasta el punto de considerarse contaminados con su trato, y las
meretrices, la hez de la sociedad, se contraponen aquí a los fariseos, los puros, los
que conocen la Ley, los que la «cumplen». En San Mateo, las «obras» son siempre
una cuestión básica; pero, en este caso particular, no sólo ofrece la clave nuclear
para interpretar la parábola, sino que la «alegoriza». Así, su valor doctrinal central
y alegórico se deja captar en tres puntos: El padre dueño de la viña es Dios; la viña
es el reino de los cielos, en su escatología terrestre; y el hijo primero, que dice que
«sí» y luego no va, no cumple la voluntad de su padre, son los fariseos y los
dirigentes del pueblo, dicen sí a Dios al aceptar la ley de Moisés, pero luego no van,
no cumplen lo mandado, puede que cumplan las convenciones sociales, pero se
quedan en una actitud superficial, pues no han hecho lo que se les mandó, como lo
patentiza el haberse negado a la conversión de Juan; como conocedores de la Ley,
eran los primeros que debían haber entrado en el Reino; teóricamente decían que
«sí», aceptando al Mesías cuando viniese, pero de hecho, ante Cristo-Mesías,
dijeron que «no». Vieron las «señales» que Cristo hacía como garantía de su
misión, pero no «supieron», culpablemente, distinguirlas y asumirlas (Mt 3,8.9). De
ellos dijo el mismo Jesucristo, destacando aquella su hipocresía religiosa tan
característica: «Dicen y no hacen» (Mt 23,3); lo mismo que también les dijo que
«no entráis (en el reino de los cielos) ni permitís entrar a los que quieren hacerlo»
(Mt 23,13).
El hijo segundo representa otros hijos de Israel, los despreciados, los
publicanos y las meretrices, otras clases sociales que, no teniendo ni entrando en
un principio en el reino, después, al saber y conocer la obra de Cristo, se convirtie-
ron y entraron. Así, tenemos el publicano Zaqueo (Lc 19,1-10), la «mujer
pecadora» (Lc 7,37) y la adultera (Jn 8,1-11), y con ellos millones de cristianos que
ah seguido a Jesucristo.
El comentario mejor y más significativo a esta parábola lo hace el mismo
Jesucristo que en otro contexto refiere San Lucas: «Todo el pueblo escuchó el
Bautista que predicaba «el camino de la justicia de Dios» (Mt v.32), semitismo que
indica la institución de la doctrina religiosa y moral (Mt 22,16), «y los publicanos
reconocieron la justicia de Dios, recibiendo el bautismo de Juan; pero los fariseos y
los doctores de la Ley, no haciéndose bautizar por él, anularon el consejo divino»
(Lc 7,29-30), con todo lo que significaba aquel bautismo; lo que los dirigentes
«vieron» (v.32) y no creyeron, fue el arrepentimiento de los pecadores.
En relación con el ministerio de Jesús, esta parábola da respuesta a la
famosa acusación de acoger a los pecadores y desechados; es preciso que sus
objetores –les dice Jesús- vean su conducta desde otro aspecto: No interesan las
convenciones externas, sino el modo, el propósito interior; quien honra a Dios, no
es el que respeta rigurosamente unos fríos ritos externos, sino el que cumple su
voluntad. Y, en el ámbito concreto de la comunidad de San Mateo, este texto
alegórico explicaba el rechazo de los dirigentes religiosos de Israel y la acogida del
Evangelio que mostraban los paganos.
Camilo Valverde Mudarra