Una lección inolvidable
El valor del ejemplo
Pbro. José Martínez Colín
Una persona íntegra se esfuerza por ser honrada en todo
momento. Ese ejemplo será la mejor manera de educar,
transmitiendo las virtudes y los valores a los demás. De ahí la
importancia de los padres de familia o educadores de empezar por
ellos mismos a luchar por vivir dichas virtudes.
La siguiente historia se le atribuye a un descendiente de
Mahatma Gandhi y fundador del instituto M.K. Gandhi para la Vida
Sin Violencia, al Dr. Arun Gandhi.
En su visita a la Universidad de Puerto Rico, compartió la
historia como un ejemplo de la vida sin violencia de parte de sus
padres:
"Yo tenía 16 años y estaba viviendo con mis padres en el
instituto que mi abuelo había fundado en las afueras, a 18 millas de
la ciudad de Durban, en Sudáfrica, en medio de plantaciones de
azúcar.
Estábamos bien al interior del país y no teníamos vecinos, así
que a mis dos hermanas y a mí, siempre nos entusiasmaba el poder
ir a la ciudad a visitar amigos o ir al cine.
Un día mi padre me pidió que le llevara a la ciudad para asistir
a una conferencia que duraba el día entero y yo aproveché esa
oportunidad.
Como iba a la ciudad mi madre me dio una lista de cosas del
supermercado que necesitaba y como iba a pasar todo el día en la
ciudad, mi padre me pidió que me hiciera cargo de algunas cosas
pendientes, como llevar el auto al taller.
Fue así que llegamos a la ciudad y dejé a mi padre. Cuando
me despedí de él, me dijo: -Nos vemos aquí a las 5 p.m. y volvemos
a la casa juntos.
Después de completar rápidamente todos los encargos, dejé el
carro en el taller y me fui de prisa hasta el cine más cercano. Me
concentré tanto en la película, una película doble de John Wayne,
que me olvidé del tiempo.
Eran las 5:30 p.m. cuando me acordé. Corrí al taller, conseguí
el auto y me apuré hasta donde mi padre me estaba esperando.
Eran casi las 6 p.m. Él me preguntó con ansiedad: -¿Por qué llegas
tarde?
Me sentía mal por eso y no quise decir que estaba viendo una
película de John Wayne; entonces se me hizo fácil mentirle y decir
que el auto no estaba listo y tuve que esperar... esto lo dije sin
saber que mi padre ya había llamado al taller.
Cuando se dio cuenta que había mentido, me dijo: -Algo no
anda bien en la manera como te he educado, puesto que no te he
dado la confianza de decirme la verdad. Voy a reflexionar que es lo
que hice mal contigo. Voy a caminar las 18 millas a la casa y a
pensar sobre esto.
Así que vestido con su traje y sus zapatos elegantes, empezó
a caminar hasta la casa por caminos que no estaban ni
pavimentados ni alumbrados. No lo podía dejar solo... así que yo
manejé 5 horas y media detrás de él... viendo a mi padre sufrir la
agonía de una mentira estúpida que yo había dicho.
Entonces decidí desde ahí que nunca más iba a mentir.
Muchas veces me acuerdo de este episodio y pienso... Si me
hubiese castigado de la manera como nosotros castigamos a
nuestros hijos ¿hubiese aprendido la lección? ¡No lo creo! Hubiese
sufrido el castigo y hubiese seguido haciendo lo mismo. Pero esta
acción de no violencia fue tan fuerte que la tengo impresa en la
memoria como si fuera ayer”.
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