13. LOS VIÑADORES HOMICIDAS
«En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del
pueblo: Oíd otra parábola. Un hacendado plantó una viña, la cercó, puso un lagar,
construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje.
Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores para percibir
los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados,
apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon… Por último, les mand a
su hijo… y, cogiéndolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando venga el
amo de la via, ¿qué hará con los viadores? …
«La piedra que desecharon los arquitectos, esa vino a ser la piedra angular. El
Señor lo dispuso, es un milagro patente».
Pues bien, os digo que se os quitará el Reino de los Cielos, para dárselo a un
pueblo que produzca sus frutos» (Mt 21,33-43) .
La parábola de la viña, referida al pueblo de Israel, describe alegóricamente
los principales acontecimientos de la relación entre Dios y su pueblo: la alianza, los
profetas, la venida del Hijo y su muerte. Y se añade que el rechazo de Jesús por
parte de los hombres será transformado por Dios en glorificación. Esta perícopa,
tradicionalmente llamada Canto de la Viña, densa de contenido teológico e
histórico, y literariamente bellísima, presenta la forma de una parábola, el ejemplo
más perfecto que tenemos en el AT. Yahvé manifiesta en la historia su amor a
Israel y espera de él la respuesta, la de velar siempre para dar fruto a su tiempo.
Esta es la teología de nuestro fragmento.
La parábola de los viñadores homicidas la pronunció Jesús en una versión
muy sobria. Cabe la posibilidad de deslindar sus propias palabras comparando las
tres versiones sinópticas con la versión del Evangelio apócrifo de Tomás. La
comunidad primitiva habría "alegorizado" esta parábola sobre la viña de Israel y
sobre la piedra rechazada, para descubrir en ella el sentido de la historia de Israel y
las bases de la cristología.
En la versión pronunciada por Cristo se trataba de un propietario de una
viña que habitaba en el extranjero y se veía obligado a tratar con los viñadores por
medio de sus servidores, por cuyo fracaso, se ve obligado a enviar a su propio hijo.
Este cuadro está tomado de la situación económica de la época: la tierra estaba
dividida en enormes latifundios, cuyos propietarios eran en gran parte extranjeros.
Los campesinos galileos y judeos que arrendaban esas tierras se dejaban influir por
la propaganda de los zelotes y alimentaban un odio muy vivo contra el propietario.
El asesinato del heredero es una manera de entrar en posesión de la tierra, puesto
que el derecho concedía una tierra vacante a los primeros ocupantes. Pero los
viñadores se equivocan: El propietario va a venir a tomar posesión personalmente
de su tierra antes que quede vacante y se la confiará a otros.
La Iglesia primitiva alegorizó rápidamente la parábola. En una primera
etapa, introdujo una alusión a 2 Cr 24,20-22, con el fin de extraer de la parábola el
sentido de la historia de la viña-Israel, su repulsa constante de los profetas y del
Mesías, aquí el "Hijo", (cf. Sal 2,7; Mc 1,11; 9,7); e igualmente, para explicar el
cariño, la solicitud, el cuidado de Dios a su pueblo y la ingratitud de éste, añadió la
evocación a la poética y apenada canción, y a la vez tan profunda de Isaías: « Mi
amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó y plantó buenas
cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas,
pero dio agrazones… La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán, crecerán
zarzas y cardos, prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella. La viña del Señor de
los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido.
Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis:
lamentos » (Is 5,1-7). Isaías parte de un hecho que lo pueden entender aquellos
campesinos, con un lenguaje atractivo, enigmático e incisivo.
A lo largo de toda la historia de la salvación, el Señor exige una respuesta
de amor del pueblo a su solicitud por él. Y esta respuesta, según este texto de
Isaías, consiste en llevar a la praxis el derecho y la justicia, y en luchar contra la
opresión de los más débiles; por eso, añade a este cántico el relato de las
"Malaventuras" (Is 5,8-24); cf. 1,21-26). Lo que Dios quiere del hombre de fe es
participar activamente en la construcción del Reino.
San Mateo, a su vez, transforma la parábola primitiva de Jesús en una
alegoría destinada a explicar las razones y las repercusiones de la muerte de Cristo;
realiza, sobre todo, su proyecto, haciendo intervenir el Sal 117/118,22-23,
considerado, por lo demás, como mesiánico por la comunidad primitiva (cf. Act
4,11); 2,33; Mt 21,9; 23,39; Lc 13,35; Jn 12,13; Heb 13,16). Esta cita es muy
hábil, ya que la multitud ha aclamado precisamente a Cristo algunas horas antes
con ese salmo; recuerda así que la gloria de Cristo pasa por el sufrimiento y la
muerte; y permite, sin duda, dar al "Hijo" el significado de Mesías. San Mateo
explica, pues, la muerte de Cristo mostrando que las predicciones mesiánicas ya la
preveían: subraya igualmente que esa muerte repercute en la edificación de un
Reino Nuevo, ya que la piedra rechazada se convierte en la piedra angular del
templo definitivo; asocia en particular la idea de la piedra rechazada con la de la
muerte fuera de la ciudad (cf. Heb 13,12-13) con una finalidad escatológica:
mostrar que el nuevo pueblo de viñadores se apoya en un nuevo sacrificio.
La muerte no es fuerte, sino en la medida en que el hombre se niega a darle
un sentido integrándola en su condición de criatura; rechazada, la muerte hace
entonces su obra: abre las puertas al orgullo del espíritu; por el contrario,
aceptándola a la manera de Jesús, el cristiano mantiene en jaque su poder; la
muerte no tiene la última palabra de la existencia humana, no desaparece, cierto,
pero el hombre no sólo puede quebrantar su cerco, sino que, además, por poco que
la aborde en la obediencia del amor, puede hacer de ella el trampolín de una
existencia nueva: la piedra rechazada se convierte en piedra angular.
Al proponer esta parábola, Jesús se dirige a los jefes del pueblo (Mc 11,27)
que gustaban precisamente el compararse con los "viñadores". La finalidad de
Jesús al contarla, consiste, estableciendo sin duda una cierta distancia con relación
a los zelotes, en que, aun cuando la injusticia se de en el mundo, el Reino de Dios
no puede venir por la violencia ni por el odio, sino por la muerte y la Resurrección.
Quiere hacerles comprender que han estado por debajo de su misión y que su tierra
será dada a otros, y, en particular, a los pobres (cf. Mt 5,5); ha explicado muchas
veces que la Buena Nueva, al ser incomprendida por los dirigentes, se les
comunicaría a los pequeños y a los pobres (Lc 14,16-24; Mc 2,41); está claro que
en el centro del relato evangélico no está la conducta de la viña o sea, de Israel,
sino más bien de los campesinos. Por consiguiente, la alegoría se desarrolla no a
nivel de pueblo, sino solamente de sus dirigentes.
Es un rasgo de sorprendente originalidad el que Dios aparezca como un
"extranjero" en medio del pueblo de Israel: Dios, el amo, no es, por así decirlo,
"hebreo"; Israel no es la patria de Dios; él viene solamente cuando se trata de
alquilar la viña. El contacto entre Dios-Amo y la viña-Israel a veces se realiza a
través de sus siervos, que claramente son los profetas; los siervos-profetas son
sucesivamente maltratados, golpeados e incluso matados; entonces Dios-Amo
decide enviar a su "hijo amadísimo": Jesús: es el hijo de Dios. El complot de los
viñadores se basa en motivos claramente blasfemos. Ellos saben que el hijo,
heredero, es el único que puede llevar adelante el proyecto salvífico del Dios-Amo;
por esto quieren matar a Jesús, porque saben que él proclama una religión
universal, y, por lo tanto, les quita el monopolio de Yahvé, monopolio sobre el que
se basa su poder económico. La acusación, bastante violenta, se inserta en el
contexto inmediato de nuestro evangelio.
A la fidelidad y solicitud divina por su viña le responden los viñadores con la
ingratitud. Y a pesar de tanta desilusión, el amo no la destruye, sino que la deja a
su suerte. En la Biblia, siempre está abierta la puerta a la esperanza, al perdón
divino. Los "anatemas", "excomuniones", "monitums", mandatos, prohibiciones…
podrán ser lenguajes del Código, pero no pertenecen a un lenguaje bíblico. Tras
veinte siglos de cristianismo aún se piensa y se habla así en la Iglesia, sin haber
captado el auténtico sentido de apertura bíblica.
En la referencia de Jesús al “Hijo”, hay una profecía de la muerte que le
espera en Jerusalén y una confesión indirecta de que él es el Hijo de Dios. Mateo
indica que los acontecimientos de la crucifixión de Jesús en el calvario, aquí
recuerdan que Jesús murió fuera de los muros de Jerusalén, rechazado por los jefes
de Israel y del pueblo judío. Hecho éste al que atribuye un hondo significado el
autor de la carta a los hebreos (13,12s). La parábola de los viñadores homicidas es
un resumen estremecedor de la escalada de los hombres contra Cristo; los
viñadores están impacientes por apoderarse de la viña, de la herencia; en cuanto lo
consigan, ya no serán obreros dependientes, sino los poseedores de lo que se les
había dado como gracia; pero el Reino siempre será un don, no una propiedad.
El asesinato del heredero es casi ritual. El hijo se ha convertido en el
obstáculo a su deseo, muerto él, serán ellos sus propios amos, vivirán al fin,
iguales, sin necesidad de gracias ni favores, será una religión sin el Hijo; nada
obligaba a matar a Jesucristo, a no ser la voluntad hipócritamente religiosa de los
sacerdotes y notables de conservar una religión sin dependencia filial; que Dios
envíe a su propio Hijo es demasiado. La historia es de ayer... y es de hoy, en que
hombres religiosos matan y torturan al hombre en nombre de un supuesto "orden
cristiano". Pero Dios responde con otra escalada: la del amor y la Alianza, con la
escalada evangélica, renunciando a todo espíritu de posesión. Los viñadores
mataron al Hijo, pero Dios lo resucita para que él mismo sea la Viña. Jesús
acostumbraba a referirse a su muerte sin olvidar nunca la resurrección (16,21;
17,23; 20,19). Por eso añade ahora una alusión a su exaltación final, sirviéndose
de la cita del salmo 118.
Camilo Valverde Mudarra