Silencios llenos de riquezas
P. Fernando Pascual
28-1-2012
Hay silencios que surgen desde el cansancio, o desde el miedo, o desde un extraño vacío interior.
Son silencios que duelen: parece que no tenemos nada que decir, o que no hay nadie dispuesto a
escuchar.
Otros silencios, en cambio, son como un pórtico que prepara diálogos fecundos, enriquecedores,
llenos de esperanza. O como cuartos del alma que permiten acoger y profundizar en tesoros que han
llegado a nuestras vidas.
Así es el silencio del contemplativo: un corazón se abre a Dios y empieza a acoger Su Palabra. Así
es el silencio del misionero: mira al cielo para recibir un Mensaje magnífico que luego comunica a
sus hermanos. Así es el silencio de quien, simplemente, escucha porque ama.
Sobre el silencio habla el mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de las
Comunicaciones Sociales (JMCS) del año 2012, publicado el 24 de enero de ese año. En un párrafo
denso y profundo explica algunas dimensiones del silencio bueno:
“El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de
contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se
profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que
esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que
tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras
palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se
hace posible una relación humana más plena. En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos
más auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el
cuerpo como signos que manifiestan la persona. En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones,
el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión particularmente intensa”.
Desde silencios llenos de riquezas la palabra brota madura, respetuosa, alegre, enamorada. El
silencio ayuda, además, a sopesar lo que oímos y lo que vamos a decir, a promover un auténtico
“ecosistema” para la comunicación sana. Así lo explica el Papa en el Mensaje antes citado:
“Del silencio, por tanto, brota una comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y
la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones. Allí
donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial para discernir lo
que es importante de lo que es inútil y superficial”.
Existe, entonces, una relación estrecha entre palabra y silencio. En el último párrafo del Mensaje
que estamos evocando, Benedicto XVI concluye:
“Palabra y silencio. Aprender a comunicar quiere decir aprender a escuchar, a contemplar, además
de hablar, y esto es especialmente importante para los agentes de la evangelización: silencio y
palabra son elementos esenciales e integrantes de la acción comunicativa de la Iglesia, para un
renovado anuncio de Cristo en el mundo contemporáneo”.
Nuestras sociedades están aturdidas por ruidos, voces, palabras invasoras. Con un silencio reflexivo,
lleno de presencias, será posible promover un ambiente más acogedor, en el que tengamos algo
importante que ofrecer y tiempo disponible para escuchar y para amar.