LA ALIANZA DE PAQUITO
En el mundo se hacen alianzas. Con cierta frecuencia, interesadas. O
pactadas entre poderosos para potenciar su poderío. O pronto rotas si ya
no se les ve utilidad.
Dicen que un día a un bebé, de nombre Paquito, se le ocurrió hacer una
alianza con sus padres. Quiso darle solemnidad al asunto y plasmó por
escrito cuatro cláusulas que detallaban la parte que le correspondía:
1. Me comprometo a, cuando esté de buenas, sonreír si
alguno de ustedes dos se acerca a mi cuna.
2. Garantizo que pediré todo tipo de objetos que llamen mi
atención, para jugar con ellos en los pocos ratos libres que
deja mi ocupada vida.
3. Aseguro que no me olvidaré de pedir mi alimento a sus
debidas horas y también -¿por qué no?- a deshoras. Y si
pedir no basta, entonces exigiré.
4. Me comprometo a, diariamente, como el mejor de los
relojes, incluso en los días festivos, llorar a voz en grito, a
las tres en punto de la madrugada. Haya o no haya razón.
El bueno de Paquito, a cambio, pedía el amor de sus padres, que, de hecho,
ya lo tenía.
Es cierto que Paquito poco puede dar a sus padres. Pero, ¡cuánto bien
puede hacer a su papá o a su mamá el cariño de su hijo! ¡Cómo los
transforma! Una sola sonrisa de Paquito es suficiente para lograr que sus
heroicos papás sigan aguantando con paciencia sobrehumana los lloriqueos
y berridos de las tres de la mañana...
Un profesor de matemáticas solía decir a sus alumnos adolescentes que a
su edad no podían, de hecho, querer a sus papás. Y explicaba que cuando
un hijo lo recibe todo de sus papás, es difícil demostrar que los quiere. Que
con el correr de los años llegaría la hora de probarlo. Y en el tiempo que
quedaba de clase aprendían matemáticas...
Es cierto también que un adolescente de 14 años aporta poco al
presupuesto familiar. Por el contrario, provoca que se disparen al triple o al
cuádruple los gastos en alimento, ropa y música. Pero, un solo plato mal
enjabonado y peor enjuagado por aquel mozalbete, es capaz de
reconquistar el corazón de su mamá. Un solo ocho de calificación en el
colegio que rompa la monotonía de los innumerables panzazos , puede
lograr que el papá recobre la esperanza. La mamá quizá tendrá que relavar
desde cero aquel plato, y el papá volverá pronto a acostumbrarse a los
panzazos , pero esos gestos del hijo, ¡cuánto bien pueden hacer!
Estos ejemplos pueden ayudarnos a comprender la Alianza que Cristo nos
ofrece. Sí, es cierto que Dios en cuanto Dios no nos necesita para ser más
Dios. Pero Él sí ha querido libremente necesitarnos, y por eso sonríe y llora
con nosotros. Por eso nuestro amor o desamor afecta profundamente su
corazón santísimo. Ahí está nuestra pequeña parte en esta maravillosa
Alianza.
Es una Alianza que Cristo sella con su sangre. Y la derrama por nosotros.
Él lo hace todo. Sólo nos queda decir que sí, y amarle e imitarle con todas
nuestras pequeñas fuerzas. Pequeñas. Pero todas. No nos pide más.
Cuenta el Dr. Germán Campero que en una ocasión acudió a su consultorio
un señor mayor con una herida en la mano. El paciente acudía con prisas.
Ante la pregunta del médico sobre los motivos de la prisa, el paciente
respondió que tenía que ir a una residencia de ancianos para desayunar con
su mujer que vivía allí. La mujer padecía desde hacía más de cuatro años
un Alzheimer avanzado. El médico a su vez le preguntó si su mujer se
alarmaría en caso de que él llegara tarde. El anciano esposo respondió:
“No, ella ya no sabe quién soy. Hace ya casi cinco aos que no me
reconoce”. El médico extrañado añadió: “Y si ya no sabe quién es usted,
¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las maanas?” El hombre
sonrió y dando al médico una palmadita en la mano le dijo: "Ella no sabe
quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella". Así de fiel, y más,
es Cristo a la Alianza que hizo con nosotros.
En la terrible escena de la flagelación, en la película de Gibson, hay una
escena en la que María, abrumada de dolor, se retira unos momentos de
aquella brutalidad, y se pregunta: “¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dnde… decidirás
liberarte de todo esto, Hijo mío?”
Parece un intento de María de sondear la profundidad del amor de un Dios
encarnado que ama sin límites. Que no mide nada. Que no calcula nada.
Que pierde toda proporción. Que es inexplicable. Que es un loco misterio
de amor. Que al nacer encontró los límites de una donación infinita. Que lo
que había dicho de que hacía una Nueva Alianza era en serio. Que lo que
había dicho de que sellaría esa Alianza con su sangre era en serio. Que lo
que había dicho de que derramaría esa sangre por nosotros, era en serio.
Ese derramamiento de sangre fue tan en serio y tan profuso, que ha
salpicado toda la Historia. Y por eso podemos tener esa Sangre y ese
Cuerpo atrapados en cualquier sagrario de cualquier rincón de la
Cristiandad, para adorarlo, consolarlo, ser redimidos, y ofrecerle a cambio el
cumplimiento de nuestras cuatro clausulillas parecidas a las de Paquito. A
Cristo, eso le basta.
P. Arturo Guerra, LC
Director del campus varonil del Instituto Cumbres y Alpes Saltillo
aguerra@arcol.org