JUVENTUD
Padre Pedrojosé Ynaraja
Me he referido al entusiasmo e ilusión en los dos últimos artículos. Parecería que las
dos cualidades que considero esenciales, serían propias de la juventud, cosa que no
acepto. En primer lugar porque la palabra, hoy en día, supone unos contenidos que
no son reales. Y quisiera detenerme un momento en unas cuantas consideraciones
al respecto, en el terreno puramente antropológico.
La vida humana pasaría por cuatro etapas, sin una definida frontera que las separe:
infancia, juventud, madurez y vejez. En culturas primitivas, antiguas o actuales, es
así. La edad biológica de cada una, está bastante bien delimitada.
La infancia se inicia en el nacimiento y continúa durante la lactancia. La fiesta del
destete, hacia los cinco o seis años, supone integrarse ya en algunas tareas
sociales, cuidar cabras, tejer en el telar doméstico, moler el grano, ir a buscar agua
a la fuente…
Llega, hacia los 12-13 años, la mayoría de edad, el hacerse esclavo de la Ley, en el
decir judío, que se expresa en el “Bar-Mitzvá”. Significa reconocer públicamente
que el sujeto ya es responsable del cumplimiento de las normas de la Torá, que,
según la Mishnah, son exactamente 613 obligaciones. Se logra así la incorporación
al pueblo escogido, aunque la afiliación al ejercito, no sea hasta los 20 años. Decir
“el Niño Jesús perdido y hallado en el Templo” no es correcto. Sería más exacto
llamarlo joven y entenderíamos mejor así la iniciativa de quedarse a escuchar a los
rabinos que enseñaban, sentados en un poyo, dialogando con los discípulos, ellos
en el duro suelo. El buen maestro sabe que la categoría del alumno, no se mide por
las respuestas, sino por la agudeza de sus preguntas.
Continúo con el crecimiento personal. No mucho después, el cambio lo definía, de
alguna manera, el compromiso matrimonial. Empezaba entonces la edad adulta,
con plena autonomía, vida fértil y entrega responsable y libre a un oficio o
profesión. Esta etapa era la mejor calificada. Un adulto, recién salido de la
juventud, no merecía total confianza. Véase el juicio que de los tales hace 1ºRe
12,8.
La ancianidad, pese a las limitaciones y achaques que implicaba, era la más
apreciada respecto a sabiduría y ejemplaridad. Este segundo concepto lo señala
muy bien la respuesta de viejo Eleazar a sus verdugos: “me mostraré digno de mi
ancianidad, dejando a los jóvenes un ejemplo noble, al morir generosamente con
ánimo y nobleza por las leyes venerables y santas. (II Mac 7,28).
Así se clasificaba y calificaba las diferentes etapas humanas en culturas primitivas.
Si he hecho referencia a la bíblica, es por el contexto donde se incluyen estas
divagaciones . La situación de la mujer evolucionaba paralelamente, con
condicionantes biológicos, gestación y lactancia, y marginación por injustos criterios
sociales. La Biblia es ciertamente algo misógina, pero mucho menos que
composiciones de su rango en otros ambientes. Cuando María marcha a visitar a
Isabel, familiar suya, no era una niña, ya era responsable ante la Ley, pese a que
su edad fuera de alrededor de los 13 años.
Una serie de factores han modificado esta división. Acabada hoy la segunda
infancia, llegada la pubertad, empieza la adolescencia, etapa de desequilibrios
emocionales, crisis y lento crecimiento espiritual. Aparece y evoluciona
desarrollándose, sexualidad, que hasta entonces existía relativamente oculta. El
sujeto está obligado a estudiar, vetándosele el trabajo profesional. Se siente
protagonista exteriormente, pero sufre indecisión interior. Grandes descubrimientos
van unidos a grandes derrotas. Alargada como está hoy la adolescencia, que,
vuelvo a repetir, no existía, ni existe en otros tiempos o culturas, dificulta la
maduración del individuo y desorienta a los educadores, sean padres o profesores.
Sucede a esta situación la llamada juventud, que uno ya no sabe cuando termina.
Ya que aparece en la escena social un político, un sacerdote o un empresario de 35
años y se dice de él que es joven. Estos cambios tienen consecuencias en la tarea
cristiana de la evangelización, de la que quería hablar, pero que será preciso lo
haga en un próximo artículo.
Padre Pedrojosé Ynaraja