Trabajar por el triunfo del amor
P. Fernando Pascual
18-2-2012
Felipe tiene un campo de cincuenta hectáreas. Este año va a sembrar maíz. Ha comprado en el
mercado las mejores semillas y conseguido buenos abonos.
Se afana cada mañana para que el terreno quede lo mejor preparado posible. Luego, lanza la
semilla. Inicia el tiempo de los cuidados y de la esperanza.
Llegada la noche, comenta en su casa lo grande que va a ser la cosecha, los frutos que espera
conseguir, el tamaño que tendrán las mazorcas, y los resultados que, de producirse, permitirán sacar
adelante a toda la familia.
Pero Felipe no sabe que, junto a su amor y solicitud por su campo, hay quien siembra rencores
antiguos y venganzas renovadas. Algunas noches un vecino se desvive por arrojar cizaña, por robar
semillas, por desviar el agua, por destruir aquí y allá (para que no se note demasiado) los primeros
brotes del maíz.
Felipe trabaja para la vida. El enemigo lo hace para la muerte. El resultado será un campo pobre,
con frutos mínimos: un fracaso completo.
Felipe va a quedar marcado por la herida de la derrota, quizá tal vez con cierta desesperanza. El
rival gozará su triunfo destructor, saboreará su venganza ciega; pero su corazón quedará vacío, pues
el mal no puede llenar ni una pequeña arruga del espíritu humano.
En el mundo hay muchos Felipes que siembran bondad, afecto, fidelidad y amor. Pero también
trabajan enemigos que sólo quieren destruir, aniquilar, empobrecer. Aquí y allá arrancan, con furia
criminal, a miles de inocentes, que mueren asesinados en clínicas abortivas, o bajo la esclavitud de
la droga, o en el asfalto de nuestras carreteras (después de una carrera loca por un rato de placer de
velocidad...), o en las tertulias donde sólo se admiten críticas destructoras.
Si el enemigo logra imponerse, la cosecha del mañana será pobre. El hambre de amor asomará su
esquelética cabeza en nuestros hogares. En cambio, si Felipe no pierde la esperanza, algún día
logrará la victoria con una nueva siembra y una cosecha renovada.
El mal no tiene la última palabra en la historia humana. El amor es más fuerte y termina por
triunfar. Hace falta conservarlo en nuestro corazón, para ponernos a sembrar, hombro a hombro,
junto a los muchos Felipes que trabajan y luchan por el bien, la verdad y la justicia.