La santidad no ha pasado de moda
La santidad no es algo del siglo pasado,es una necesidad actual. Todos
podemos ser santos.
Autor: Francisco Javier Arriola, LC
Nos acercamos a la celebración de la Cuaresma, que cada año nos brinda la
oportunidad de purificar nuestra alma para llegar bien dispuestos a celebrar los
misterios de nuestra redención en la pasión, muerte y resurrección de Nuestro
Señor Jesucristo. En esta ocasión quisiera comentar uno de los frutos de una buena
vivencia de la Cuaresma, y en definitiva, de una consciente vivencia de nuestra vida
cristiana. Se trata de la santidad, un tema al que no estamos acostumbrados
porque tenemos ciertos prejuicios o porque se nos habla poco del mismo.
En la actualidad, los medios de comunicación han cobrado una importancia muy
grande. Son un factor de notable importancia y con una influencia inmensa en la
vida de las personas. Pero la dirección en la que se están dirigiendo es hacia un
materialismo y hedonismo aplastantes. No podemos negar que las cosas materiales
son importantes para desarrollar nuestra vida de modo normal y cubrir nuestras
necesidades, pero no son lo único que existe, aunque parezca que sí porque así nos
lo están queriendo hacer creer. ¿A qué voy con todo esto? A decir que estamos
dejando caer en el olvido la realidad de que tenemos un alma que también hay que
cuidar. Siguiendo la misma acción de los medios de comunicación, quisiera hacer la
promoción de algo que todos necesitamos y que debemos adquirir.
I. Los santos han adquirido esta característica vital en sus vidas. Se trata de un
modo de vida, de un estilo en el que el centro de todo es Dios. En términos
comerciales, vamos a decir que hay una gran oferta y una creciente demanda de
este producto. Respondamos primero algunas preguntas que vienen al caso.
- ¿Dios quiere que nosotros seamos felices? Sí, Dios no puede querer otra cosa.
- ¿Dios quiere que nosotros nos realicemos en nuestra vida? Sí, de hecho, es uno
de nuestros fines.
- ¿Dios quiere que vivamos una vida recta dentro de sus leyes? ¡Claro! Por eso nos
ha dado unos mandamientos para ayudarnos a vivir rectamente nuestra condición
de seres humanos conscientes de su dignidad de personas.
- ¿Dios quiere que vivamos en un mundo donde reine la concordia, la comprensión,
la paz, la caridad y demás virtudes? ¡Claro que quiere!
Entonces, ¿qué pasa? Algo sucede. ¿Por qué varias cosas de estas no las podemos
conseguir, al menos no tan fácilmente? Tal vez porque no estamos siguiendo el
procedimiento correcto para obtenerlo.
II. Veamos cómo hay personas que sí lo han logrado. Les presento a una lista de
personajes famosos que han logrado cuanto hemos enumerado anteriormente:
Teresa de Jesús, Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Francisco de Sales, Juana
Francisca de Chantal, Faustina Kowalska, Margarita María de Alacocque, Pío de
Pietrelcina, Juan Bosco, Teresa de Calcuta, Maximiliano Kolbe, Isabel de Hungría,
Juana Beretta, Juan Pablo II. Sé que los conocen a todos, a unos más cercanos que
otros, pero los conocen. Sí, ellos han sido felices, se han realizado, han vivido una
vida con Dios, han tenido éxito y han triunfado en la vida.
Pero no hay que creer que ser feliz es igual a no tener problemas. ¡Claro que no!
Ellos fueron felices a pesar de sus problemas, se realizaron a pesar de sus defectos,
triunfaron a pesar de las dificultades de la vida; pero sobre todo, fueron fieles a
Dios, a pesar de sus pecados, porque fueron humildes al reconocer que solos no
podían luchar contra sus defectos e inclinaciones al mal, pero con Dios, todo lo
podían, y de hecho, lo lograron. Y si ellos pudieron, ¿también nosotros podemos ser
santos? ¡Claro, Dios no pone imposibles! La santidad no es cosa de curas y monjas,
la santidad es cosa de todos, y como bautizados, es un deber. ¿Y de qué se trata
entonces todo esta vida de éxitos?
III. Se trata de la santidad. Claro, como dijimos al inicio, podríamos tener varios
prejuicios: es difícil, es para pocos, es costoso, te hace apocado, te saca de la
realidad, y un largo etc., etc., etc. ¡No, no piensen así, por favor! La santidad es
para todos. Lo que pasa es que tenemos muchos interesados en que no seamos
santos. El primero es Satanás, luego el mundo cuando no tiene a Dios, y también
nosotros mismos cuando nos movemos por intereses personales, por el pecado y
por el placer desmedido. Varios santos, como San Francisco de Sales (que
celebramos el mes pasado), fueron precisamente predicadores de la santidad al
alcance de todos.
Los santos también tenían sus defectos, muchos sintieron la pereza, la ira, el
miedo, las tentaciones contra la castidad, contra la humildad, y mucho más. Pero
hubo un momento en el que se decidieron a dejar esa vida en la que se agradaban
a ellos mismos y pasaron a agradar a Dios. En ese momento la oración pasó a ser
como el alimento que diariamente comían; la bondad y caridad para con los demás
pasó a ser como el aire que todos los días respiraban; la aceptación de las cruces
pasó a ser como la ropa que todos los días vestían.
¡Tú puedes ser santo, tú puedes ser santa! No tienes que hacer nada especial, sólo
déjate guiar por Dios, búscalo, ámalo, y déjate amar. Vive tu vida normal, pero
ofrece todo a Dios. Si duermes, ofrécelo a Dios; si comes, ríes, cantas o trabajas,
hazlo con Dios y por Él; si eres feliz o tienes dificultades, acércate a Él, pues te dará
lo que buscas. Claro, no creas que será fácil, como nada en esta vida es fácil
(dímelo tú que sabes lo costoso que es tratar de ser bueno en esta vida), pero
¿quieres hacer la prueba? ¡Te aseguro que nunca te arrepentirás!
Tenemos a María, a Jesús y los santos. Pidámosles que nos ayuden a iniciar
decididos este camino de santidad. Acerquémonos más a la oración, a la Eucaristía,
a la confesión. La Cuaresma es un tiempo propicio para convertirnos nuevamente a
Dios y vivir de acuerdo a lo que Él nos pide por medio de sus leyes, de la Iglesia, de
los sacerdotes fieles y entregados a sus almas, por medio de gente buena que vive
una vida ejemplar. La santidad no ha pasado de moda. Sigue habiendo santos, lo
que pasa es que la verdadera santidad está vestida de humildad y va adornada del
silencio y sencillez, virtudes que agradan mucho a Dios. Tal vez estemos en medio
de santos y no nos damos cuenta. Pero esto no lo determinamos nosotros, lo hará
Dios y lo determinará hasta el final de nuestra vida. El camino de la santidad lo
comenzamos nosotros, pero lo termina Dios por nosotros y con nosotros. Sólo los
santos, los que aman a Cristo, son capaces de hacer algo por Él, por la Iglesia y por
los demás. Sólo ellos dejan huellas que pueden cambiar al mundo. Nuestro mundo
necesita santos. Cristo te lo pide, ¡ahora te toca a ti!
¡Vence el mal con el bien!