APOCRIFO DE LUCAS -
Padre Pedrojosé Ynaraja
No se me diga que profano a Santa María, simulando que he conseguido tomar
unas notas dictadas o inspiradas por Ella, ni crea nadie que he imagino haber
tenido visiones. Desde los inicios del siglo XX que se filmó la primera película
relatando la vida de Jesucristo, hasta los tiempos más recientes, hombres y
mujeres, se han prestado a dar su imagen para espectáculos teatrales, películas
cinematográficas o representaciones navideñas. Mi relato está en la misma línea.
Casi cada año durante la cuaresma, escribo algo referido a la Pasión del Señor y
varias veces lo he hecho tratando de contarlo desde su Madre, la que más
estrechamente estaba unida al drama, que fue tragedia, para acabar en epopeya
salvadora.
El lector encontrará anacronismos. Son imprescindibles si uno pretende hacer
asequible una historia sucedida hace 2000 años.
Se dice que Lucas, él mismo lo afirma en el prólogo de su doble libro, compañero
ayudante de Pedro, fue a Israel a investigar de primera mano fuentes directas, para
escribir su evangelio. ¿habló con la Virgen? No se puede negar la hipótesis ¿Recabó
información de Juan? Tal vez sí. Si así fuera, podría ser una de las razones que
explicaran las omisiones del cuarto evangelio, dando por supuesto que su
interlocutor, a quien había informado, ya las habría redactado y dado a conocer.
1ª ENTREVISTA CONFIDENCIAL
Intrigado, ilusionado y temeroso, me he trasladado a Nazaret, población de la que
tanto he oído hablar y en la que esperaba encontrar a la Madre del Señor. No me
ha sido difícil dar con ella. Continua siendo un pueblo que no llega a tener medio
millar de vecinos, pese a que algunos le den el pomposo nombre de ciudad.
Llegando de la gran ciudad, queda uno sorprendido al ver cómo vive la gente de
este lugar. El terreno urbano está situado en una suave pendiente de roca calcárea,
poco compacta y en la queque se asoma, de cuando en cuando, vegetación con
preciosas flores silvestres. Edificar es fácil y barato. La pendiente del terreno
permite, excavando sin demasiado esfuerzo, arrebatarle a la montaña una cavidad
que queda pegada a la pared del pequeño edificio familiar. Allí, en esta oquedad,
se vive la intimidad con uno mismo, es el dormitorio. El silencio ayuda, la mansión
es tibia en invierno y fresca en verano, detalle que facilita el cultivo de la vida
interior. Guardarlas en su corazón, lo llama Ella. Allí nadie entra, los encuentros, no
importa quien sea el visitante, son bajo el techo de ramaje apelmazado con arcilla,
que cubre la casita de pequeños bloques de piedra. El mobiliario doméstico es el
común de una vivienda sencilla. A mi derecha veo un telar vertical. Enfrente mío,
en el suelo, un molino manual de piedra giratoria, de no más de 60 cm de
diámetro. A la izquierda un pequeño horno. Poca cosa más. Frente a la casita esta
el borrico que se asoma a veces, enseñando el morro, tal vez solicitando pienso.
Por las noches, el pollino entra en el recinto, protegiéndose de la intemperie y
caldeando suavemente la estancia. Curiosa calefacción. En la pared se ve el agujero
por donde pasará la cuerda que lo mantendrá quieto.
No me ha sorprendido Ella, es tal como esperaba. Una mujer adulta, no me atrevo
a llamarla anciana. La edad que supongo tiene la situaría en la vejez, pero conserva
una tal equilibrada belleza que uno habla con Ella con la cordialidad de hacerlo con
la hermana mayor o la amiga de infancia, recién encontrada, siempre asequible.
Pronuncia con claridad y suave intensidad, cadencia amable, cualquier frase suya
suena a confidencia. De habitual rostro serio, rompe el hielo sonriendo más de una
vez.
Parece que me esperaba. Me he presentado como compañero discípulo de Pedro y
casi se echa a reír al oír el nombre del testarudo fiel amigo de su Hijo. Al explicarle
mi propósito, he notado un cierto de gesto de vergüenza, seguramente fruto de su
gran humildad. Venía un poco azorado, pese a tener preparadas las preguntas, le
he rogado lo más amablemente que he podido que me contara todo lo que se le
ocurriese, que lo que Ella me dijera serviría para que la hazaña de su Hijo, la
salvación que vino a traer al mundo, fuera mejor conocida y se extendería con
facilidad por todo el orbe.
Ha cerrado los ojos, los ha abierto al poco y me ha mirado dulcemente. Me he
sentido querido de inmediato, no merezco esta predilección y soy yo el que me
siento ahora avergonzado.
Después de aquel manojo de prodigios de aquel Pentecostés que la incipiente
comunidad pasó en común, me dice que ella marchó con Juan, que la había acogido
de inmediato, fiel al encargo que el Señor les dio. Habitaron provisionalmente en
Haifa de Galilea, el domicilio de Santiago su hermano mayor que por serlo que
disponía de domicilio, a muy poca distancia de Nazaret. Se trasladaron mas tarde a
Éfeso. Me dice que le place que nos encontremos en su tierra. Aquí ha pasado la
mayor parte de su vida, en esta misma casita que todavía conserva el ambiente y
hasta los utensilios que utilizaron los tres.
¿Qué quieres que te cuente? ¿por dónde empiezo? Pero déjame que antes salga a
buscarte un sitio donde puedas descansar a gusto y seas bien acogido. En casa de
una viuda no puede quedarse a dormir un hombre forastero y ajeno a la familia.
Mientras estoy fuera, entretente comiendo ese trigo tostado y sírvete agua tu
mismo de aquella ánfora del rincón. Vuelvo enseguida.
2ª ENTREVISTA CONFIDENCIAL
Ten presente que soy mujer judía y galilea, es lo primero que me ha dicho.
Nosotras no sabemos escribir, ni falta que nos hace, eso es cosa de escribanos. Mi
Hijo sí que sabía, también leía y hablaba hebreo, un poco el griego y alguna palabra
de latín. Pero Él era hombre, le tocó salir de Nazaret, por su oficio y porque
aquellos días se estaba edificando la nueva capital, Sephoris, que ofrecía trabajo a
muchos. Aprovecho sus estancias en la población para estudiar las Escrituras, de
aquí que, como sabes, todo el mundo lo conocía como rabino.
Me toca hablar de mí y no dejaré de hacerlo, aunque por mi parte no soy nada. Si
no hubiera sido por lo que conmigo hizo el Señor, sería una desconocida vecina, de
una aldea de la Alta Galilea. He sido feliz, me he sentido llevada por la mano del
Señor desde pequeña. No te oculto que mis padres me amaron, mi marido también.
A él no le fue difícil aceptar mi enigmático embarazo, en cuanto supo que entraba
en los planes de Dios. José era un hombre sencillo, trabajador, tal vez un poco
taciturno, cosa esta que no me enojaba, pues me permitía recogerme en mí misma
con frecuencia. Si hay amor, un temperamento así, facilita que una crezca en su
vida interior.
Sí, la temporada que siguió al anuncio del Ángel, fue para mí días de gozo y de
perplejidad. Pero estoy pensando que no creo que hoy te interese que hablemos de
ello, vienes a enterarte de otros momentos de mi vida, los que tuvieron relación
con su vida, de lo que a mi Hijo le ocurrió. Tengo entendido que quieres saber
principalmente lo que le pasó en Jerusalén, al final de sus días. En todo caso, te
puede ser útil saber cómo me afectó a mí. Empezaré, pues, hoy a hablarte de ello.
Lo que no excluye que supongo que implicará que, a veces, retroceda a mi vida
anterior, para que tú me entiendas mejor. No quiero defraudarte, es lo único que
temo.
Estando en Belén, la visita al Templo, a los cuarenta días del parto, me impactó
mucho más de lo que esperaba. Aquellos dos viejecitos que nos saludaron y
acogieron, que los tenía preparados el Señor, sin que nosotros supiéramos nada, lo
que me dijeron, me impresionó mucho, de tal manera que lo he tenido muy
presente desde entonces. Me di cuenta de que eran mensajes del Señor y deje que
mi mente y mi imaginación se mecieran en lo que me habían dicho. Los dos, cada
uno a su manera, eran parlanchines, bondadosos y empapados de piedad. Pronto
descubrí que Simeón era además profeta. Mi primera sensación fue de asombro y
hasta de cierto temor, pero al poco me sentí a gusto con ellos. Eso sí, me alegré
mucho de que José estuviera a mi lado y escuchara sus palabras. Las comentamos
muchas veces durante nuestra vida. Le preguntaba yo qué podría significar aquello
de que una espada atravesaría mi corazón, lo último que me dijo el buen hombre.
No te inquietes, repetía siempre. El Señor conoce su significado y es suficiente, ya
sabes que sus proyectos son siempre saludables. Pero ¿qué significa eso de la
espada? ¿Cuál será el dolor que me causará?. A mí el Señor de esto no me ha dicho
nada, decía con un deje de humor y de Isabel tampoco puedes esperar explicación
alguna, recuerda que hace tiempo que tu tía murió.
A Jesús nunca le hablé de estas preocupaciones mías. Tengo la impresión de que,
pese a ello, algo sabía y yo temía, si se lo contaba que se entristecería. Sabrás,
aunque te extrañe, que nunca le entendí. Cuando le veía tan humano, temía
hacerle sufrir, cuando brillaba su divinidad, no podía hacer otra cosa que
abstenerme de hablar y contemplarle. El día que murió José, se me acabó la
posibilidad de compartir inquietudes y preocupaciones, era muy consciente de que
Dios no quería que saliese a la calle a airear públicamente mis ansiedades y
temores! Así que en mi interior, cualquier trastorno, cualquier quebranto, por
pequeño que fuese, evocaba aquel vaticinio y me preguntaba enseguida si se
estaba realizando lo anunciado. Te cuento esto porque quiero ser sincera, te puede
parecer que he pasado la vida angustiada e intranquila, nada de eso. Me siento
siempre llena de Gracia, nunca olvidaré que fue lo primero que me anunció Gabriel
y esto se traduce en gozo, alegría, júbilo. Si durante aquellos nueve meses la
Criatura se movió en mi seno, después en mi corazón, con frecuencia mi alma
saltaba y bailaba, rebosando toda yo de felicidad.
Marchó de Nazaret y se fue a vivir a la Baja Galilea. Pese a vivir sola, no me sentía
alejada de mi Hijo. Él por su parte, aprovechaba cualquier ocasión para acercarse a
Nazaret. No paraba, tanto me contaban que había ido de excursión a las fuentes del
Jordán, como que había ido de viaje a tierras libanesas, o que estaba en Jerusalén.
No se sentía bien en la Capital, me contó un día, pero había conocido a unos
hermanos que vivían muy cerca, se habían hecho muy amigos y en su casa, Él con
sus discípulos siempre tenían un sitio para dormir tranquilos. Me alegré mucho al
saberlo, a mí también me pasaba lo mismo. También yo hice amistad con una
familia de la ciudad, ella era viuda como yo, de su marido había heredado un olivar
al que mi Hijo le gustaba mucho ir a rezar.
Me dio un vuelco el corazón cundo me contaron que, como otras veces, había
subido a Jerusalén, pero que ahora a las autoridades no les hacía gracia que se
moviera por la capital, que no podían soportar que tan cerca del Templo y del
Sanedrín, se atreviera a hacer milagros sin su permiso. Las noticias eran
inquietantes y presagiaban lo peor Decidí irme yo también, eran días de Pascua y
nuestra vecindad peregrinaba a la ciudad a poco que pudiese. Era un precepto de la
Ley. Te doy estos detalles para que te des cuenta de que no hice el viaje sola. Bien
acompañada exteriormente sí, pero prisionera de mí misma, sin poder compartir lo
que se tejía enmarañando mi interior. Añoraba durante aquel viaje la temporada
pasada con Isabel. Pero era inútil recordarlo.
En llegando a Jerusalén me di cuenta de que Dios tenía planes específicos para mí y
era Él el que me había llevado, no había sido decisión mía, pese a que así lo había
supuesto. No me fue difícil encontrar domicilio. Dos familias se disputaban
recibirme. La de Lázaro, en Betania, y la de Juan Marcos, en el interior de la ciudad
de la que ya te he hablado. Escogí la segunda posibilidad. En la compañía de su
madre esperaba que encontraría ayuda o consuelo, pues, estaba convencida de que
iba a necesitar ambas cosas. También se llamaba María y, más o menos, debería
tener mi misma edad.
Añádele que, como te ya te he dicho antes, la buena ama de casa también era
viuda, para que te des cuenta de que me fue una gran ayuda su delicadeza y
hospitalidad. Evidentemente entraba en los planes del Señor. Más de una vez
volveré a hablarte de ella, saldrá a relucir en nuestra conversación, es evidente,
pues, vivimos aquellos días estrechamente unidas.
3ª ENTREVISTA CONFIDENCIAL
Muy de mañana nos volvimos a encontrar. María no era una mujer histérica,
encerrada en sí misma e intrigante en sus relaciones con los demás. Era una mujer
profunda, consciente de su singularidad, sin que la viviera con orgullo. Su honor era
su pequeñez, decía ella, con simpática humildad. Se notaba que cuando la dejé la
noche anterior, había molido grano, amasado harina y, poco antes de llegar yo,
había metido en la oquedad de nuestra derecha, que era el pequeño horno familiar,
unos panecillos de cebada. Mientras hablábamos, de cuando en cuando, miraba de
reojo. Atenta a su responsabilidad de anfitriona, me acogía, se explicaba, pero no
olvidaba ofrecerme un sencillo bocado. Guardaba salazón de pescado y unas
granadas. Pese a ser temprano ya se había proveído de lo que, seguramente, me
ofrecería de postre.
¿Puedes llegarte a la fuente y traer agua? El ánfora pesa demasiado para mí, no te
olvides de mi edad. Me sentí honrado y complacido por la petición. Nunca hubiera
imaginado que un día pudiera ser yo ayudante de la Madre del Señor. La de la que
mi maestro, de la que Pedro me había hablado tanto. Marche decidido a la fuente.
Volví pronto. Sentí por el camino la mirada de los vecinos sobre mí, no es propio de
un hombre ir a la fuente, pero a mí esto ya no me importaba. El cuchicheo que
seguía a las miradas, supongo que eran explicaciones que se hacían las mujeres y
se enteraban todas de que había ido a casa de María, la viuda del carpintero, y la
madre del controvertido Jesús, que unos le reconocían como el esperado Mesías y
otros decían que había siso un impostor. Nadie me miró mal, hasta tuve la
impresión de que les caía en gracia. Al volver, entré y dejé la vasija en un rincón.
Acepté el plato que me ofrecía, cuajada e higos. Cuando comprobó que comía
complacido, ella, pausadamente, con una voz que era caricia a mis oídos, me dijo:
¿continuamos?. Era consciente yo de que se necesita tener mucho amor y dominio
de sí mismo, para que con tal facilidad estuviera dispuesta a contarme aquello que
tanto la había afligido.
Me recordó que debía tener presente que se había alojado aquellos días en casa de
la madre de Juan Marcos, y continuo: como eran días que los olivos reclaman
atención, cavar, arrancar hierbas y abonar, el hijo nos había dejado solas, él
dormiría en el huerto. Ya te hablare otro momento de él. Pasábamos aquella noche
solas, como te he dicho,pero, de improviso, antes de que amaneciera, se presento
temblando nervioso. Venía agitado, mal vestido, por no decir desnudo. Le costó
calmarse. Se puso a llorar. Su madre le ofreció grano tostado y un vaso de vino
para que entrara en calor, le recomendó que lo masticara lentamente, que cuando
recuperase el ánimo ya nos contaría lo que le afligía. Al poco, nos dijo que había
pensado en no explicarlo a nadie, en no decirnos nada para no asustarnos, pero se
dio cuenta de que no podía quedarse para sí lo que a otros también les afligía.
Además a ti, dijo mirándome y musitando apenado, no podía ocultártelo.
Continuaba llorando. Su madre se acercó y él se echo a sus brazos. Me acerqué y
me miró acongojado, me atreví a besarle y note que me lo agradecía, yo también
me consolé al apretarlo junto a mí, por fin tendría noticias de mi Hijo, aunque
pudieran ser malas. María nos propuso que estuviéramos silenciosos un rato, se lo
agradecí. Pude rezar, pidiendo a Dios que no nos abandonara. Recé también por Él,
por mi Hijo, deseaba ardientemente que estuviese en paz interior y en libertad.
Agradecí al Señor que se sirviera de este chico para que me enterara de lo que me
inquietaba. No sé si el rato de silencio duró mucho. Miré al muchacho y sus ojos e
cruzaron con los míos, eran transparentes y parecían sosegados ya. Le animé a
hablar con sinceridad, que estaba dispuesta a oír todo lo que me contase, le
confirmé.
-Por lo que me han dicho, tu Hijo, se reunió en casa de un amigo que le prestó la
sala superior, la que, ya sabes, se reserva a los huéspedes. Estaba muy
emocionado aquella noche, algunos casi no entendían lo que hablaba. Juan, el que
es de mi edad, sí que le oía bien y me ha dicho que me lo contará con detalle,
cuando tenga tiempo. Lo esencial es que les dijo que aquello era un Seder, la
Nueva Pascua, pese a que no tuvieran cordero. Esta era la definitiva, la última vez
que con ellos se reunía para una tal solemne fiesta. Que les parecería que era una
celebración a destiempo, pero que más tarde lo entenderían y sabrían porqué lo
hacía. No sé cuantos eran, ni qué tenían exactamente preparado. Lo importante es
que, inesperadamente, cantó el Kidush, tomó un pan, lo partío y se lo entregó
diciéndoles que aquello era su cuerpo. Volvió a cantar la bendición correspondiente,
mientras tenía la copa en sus manos. Se la entregó repitiéndoles que aquello era su
sangre. Hasta entonces el Maestro había cenado como los demás, pero aquel pan y
vino no los probó. Ellos respetaron su actitud y nadie se atrevió a preguntarle nada.
Estaban impresionados. No dudaban de lo que habían oído y de que lo que Él decía
siempre era verdad. Pero estaban perplejos, no entendían nada de nada…
Yo, dijo entonces María dirigiéndose a mí, lo comprendo un poco, pienso también,
que si se trataba de su cuerpo y de su sangre, era la que le había dado yo, la que
había madurado en mis entrañas.
Sinceramente también debo añadirte que comprendí que no le entendieran.
También a mí, a pesar de haber vivido juntos tantos años, nunca llegué a
entenderle. Cuando hay amor, mas que descifrar, es preciso experimentar. Vivir la
invisible realidad interior. Más que desentrañar, hay que tener cariño. Recordé mi
embarazo, lo que a Él de mi misma le di y entonces tuve la sensación de que en
aquella Cena había estado presente.
Uno de los asistentes marcho discretamente, nadie supo donde iba. Rezaron como
es costumbre, cantaron los salmos que tocaban y salieron.
A nadie extrañó que se dirigieran al olivar de mi madre. En muchas ocasiones
habían descansado allí. Yo dormitaba en la casita donde guardábamos los aperos y
podíamos prensar las aceitunas y extraerles el aceite. El Cedrón pasa al lado, así
que disponíamos de agua suficiente. Sin esfuerzo alguno les oí llegar, tu Hijo les
hablaba nervioso, después se alejó acompañado por algunos de los que más quiere
¡vaya compañía que escogió! Se quedaron durmiendo como una marmota. Yo sí
que escuchaba sus sollozos, mientras por una rendija miraba al exterior. Se notaba
que temblaba, por su faz azulada, iluminada por la luna, resbalaba el sudor. En
algún momento era oscuro, como si sangrara…
Se ha oído una algarabía y me he asomado. Llegaba gente armada. Me han
descubierto y he tenido miedo. Se veía a la legua que no querían testigos, en
cuanto me han visto me han querido sujetar, pero he podido huir dejándoles con el
manto en las manos y quedando desnudo como me habéis visto al llegar… No sabía
qué hacer, tenía frio y vergüenza y finalmente, he decidido venir a contároslo.
Comprenderás, amigo mío, me decía la Madre del Maestro, dirigiéndose a mí, que
recordé entonces las palabras que en el Templo me dijo de Simeón. La espada de la
que me habló, empezaba a hincarse como un puñal en mi pecho, sentía dolor
agudo en el costado. Pensé que me moría.
Lloramos los tres. Tú, Lucas, eres hombre y no entiendes estas cosas, te las cuento
porque me lo pides y es un encargo del viejo Pedro y lo que te ha aconsejado Juan,
mi hijo adoptivo. La viudez nunca se supera, a José siempre lo he añorado, pero
ahora era mi Hijo, mi único hijo. Liberar a una criatura del propio vientre, soltarlo a
la luz, alimentarlo con la leche que es propia de una, verlo crecer, sonreír al
contemplar sus ocurrencias infantiles… crea una estrecha unión. Pese a que durante
los últimos tiempos nos viéramos poco, nuestros corazones estaban siempre
estrechamente unidos. Ahora, según me contaba, Él había perdido la libertad y
nadie había acudido a socorrerlo ¿por dónde andaba? ¿Qué habrían hecho con Él?.
Estábamos abrazados, al poco, Marcos se separó y nos dijo que tratáramos de
descansar. María también insistió, accedí.
Por mucho que sepas, Lucas, como continuó y acabó aquel proceso, y yo mucho
mejor que tú, el recordarlo me fatiga mucho, compréndeme, ya soy una vieja.
Vete tú también a dormir y mañana continuaré explicándote lo que desees. Espero
que en la casa de los parientes, te traten bien y puedas descansar. Pero no te
vayas afligido, recuerda que Jesús ha vuelto al Padre y nos contempla desde su
seno. Si te cuesta dormir repite con el salmo: reposo, quiero reposar, como un niño
en brazos de su madre (131,2)
4ª ENTREVISTA CONFIDENCIAL
La encontré preocupada, se esforzaba en no aparentarlo, de aquí que no me mirase
a los ojos y que me recibiera con un cuenco en una mano. Te estaba esperando y lo
guardaba para ti, me ha dicho. La gente de Nazaret ya empieza a conocerte o, por
lo menos quien eres y a qué has venido. No te preocupes, les has caído en gracia.
Aquí, a mi Hijo, al principio no le hicieron caso, ya lo sabes. Él mismo se lo recordó,
nadie es bien recibido y admirado en su tierra. Mi familia pensó, en una ocasión,
que no estaba en su sano juicio y quiso traérselo. Como no tenían autoridad para
hacerlo, me obligaron a mí, que era su madre, que les acompañase. Allá abajo,
cuando lo encontraron, se dieron cuenta de que de loco no tenía nada y que si por
unos era odiado, por los más, por la gente sencilla, que son iguales a los vecinos de
aquí, era admirado y querido. Disfrutaban aprendiendo por lo bien que se lo
explicaba todoy por el empeño que ponía en enseñarles a ellos, gente del campo.
Le estaban agradecidos por su bondad y la ayuda que recibían. Si algún rabino de
Judea iba por aquellas tierras, ignoraba a los vecinos, hablando solo con los
potentados. Así que volvimos tranquilos de aquella expedición, yo la que más
contenta estaba de cómo lo había encontrado. Tanto comentario desfavorable me
dolía. No te creas que mi vida haya sido sencilla, me resultaba difícil entender a mi
Hijo y hasta aceptar sus maneras de obrar. Chocaba a todos, pese a que pronto se
daban cuenta de que era vivo ejemplo de lo que las Escrituras dicen del que todos
esperaban, pero no se atrevían a decirlo abiertamente. Ahora es diferente. Me
refiero a los tiempos posteriores a su Resurrección. No son pocos los que por su
cuenta solicitan mi compañía, quieren que les acompañe cuando rezan juntos,
precisamente en esta casa que fue nuestro domicilio, en los sótanos que han
agrandado es donde lo hacen y a mí me satisface, estoy segura que a Él también.
Les gusta compartir ilusiones y partir el Pan como Él había encargado. Nadie ha
dejado de acudir a la sinagoga los sábados, pero nuestro encuentro más íntimo lo
tenemos al día siguiente, el octavo día le llamamos, el que resucitó, acabando con
ello la pesadilla que durante tres días atormentó a los que le amaban.
Tómate la cuajada y come el pan recién salido del horno. Ya continuaré contándote
lo que sepa y pueda, de lo que te interesa y te ha traído aquí.
Continuó enseguida. Sitúate en Jerusalén para que entiendas lo que pasó aquellos
días. No es necesario que te lo repita. Los viví aturdida. Cuchicheaban a mi
entorno, contándome las cosas a medias. Cuando me dijeron, no podían
ocultármelo, que a mi Hijo lo llevaban a ajusticiar, les rogué y supliqué que me
dejasen salir. Él no podía estar solo entre la turba. Temían ellos que no fuese capaz
de resistir el encuentro, pero comprendían mi deseo. Me costó acercarme. Aquellos
días Jerusalén estaba superpoblada y, por extraño que te parezca, muchos de
aquellos que habían acudido a cumplir los preceptos de la Pascua, no querían
perderse el espectáculo que gratuitamente se les ofrecía. Mucha gente muere, a
nuestros jefes y al ejército romano les cuesta muy poco torturar y ejecutar a quien
les moleste lo más mínimo. Al caso de mi Hijo se le añadía que había sido
controvertido su proceder y su fama satisfacía a unos e irritaba a otros. Era un
hombre diferente, en eso todos estaban de acuerdo. Molesto para los unos, amado
por los más, libre y fiel, delicado y exigente, era poderoso ante el demonio que huía
de su presencia y temía en cambio la malicia sediciosa del reyezuelo y del
gobernador romano. Amable, bondadoso y servicial, era también honesto
radicalmente y coherente consigo mismo, de tal manera que en la misma capital se
había atrevido a expulsar a los que habían convertido espacios del Templo en
mercadillo para su provecho. Tal proceder nadie lo había visto hasta entonces. Te
hablo ahora de los jerosolimitanos, Que lo fueran a matar, no les importaba
demasiado, un galileo más o menos les importaba un comino, pero, es sí, no
querían perderse el espectáculo.
Has venido para que te contara mis recuerdos y creo que aprenderías más si
preguntases a tantas mujeres que como yo han visto morir injustamente a sus
hijos. Yo gocé siempre de las predilecciones del Altísimo, cosa que a ratos me
desconcertaba. No entendía como aceptara que aquella tortura se le aplicara a Él,
pero por otra yo tenía tal experiencia del Amor del Padre y de mi Hijo, que nunca
dejé de recibir consuelo y confié que si este era su proceder es porque estaba
segura de que entraba en el programa que el Padre le tenía encomendado.
Pude encontrarle, trabajo me costó, también acercarme. Me parece que me vio,
pese al rostro sucio, llagado y destrozado que tenía. Estoy segura, su mirada era un
puñal, seguramente el que Simeón me anunció, pero también era una caricia.
No quise abandonarle. Seguí el siniestro cortejo. Al salir por la puerta de Efraín, se
me cayó el alma a los pies. Veía ante mí aquella aciaga roca que era utilizada para
que a la vista de todos murieran los condenados. No dejaban acercarse a nadie.
Dije que era su madre y me permitieron que me aproximara un poco. Estaba
segura de que me veía. Lo desnudaron sin contemplaciones. Mi Niño, al que tanto
había vestido yo, era mofa de la turba. Le quitaron la túnica hecha en este telar
que ves a mi espalda, tejida por mí, ilusionada en días anteriores por su suerte, que
ahora le había abandonado. Pregunta a cualquier madre lo que siente al ver que la
vida que ha gestado en sus entrañas, que ha alimentado con sus pechos, que le ha
enseñado a rezar, aquella vida que tanto le había ilusionado y que siempre había
pensado que le acompañaría en el trance de su muerte, paradójicamente es su hijo
el que se le muere. Damos vida y lo que más nos horroriza es ver que la destruyan.
Tal vez te sea difícil encontrar a una mujer a quien la justicia de este mundo le
haya quitado la vida. Una justicia que siempre es extranjera a la familia, como lo es
la enfermedad o el inesperado accidente. Sé que algunas mujeres piensan que para
que llegue a este fin era mejor no haberlo engendrado y dado a luz. No era este mi
caso. Ser madre implica amarse a sí misma con tal intensidad que este amor tiene
que reventar y hacerse con sus trozos íntimos, una nueva criatura. Pese a las
penas, pese a las injusticias, pese a las privaciones que pueda causar un hijo, la
mujer que no es egoísta, siempre quiere ser y ver algo de sí misma fuera, para
amar con más intensidad, sea a quien sea. Una mujer que no ama, se siente reseca
y carcomida. Es preferible que, como en mi caso, sienta resquebrajarse el corazón
y desangrarse.
Cada golpe de martillo era un mazazo en mi cabeza. Cada suspiro de Él, sentía
ahogo en mi pecho. Pero vivía, vivía y hasta quiso hablar. No dejes de anotar lo que
pronunció, nos costó entenderle, pero fueron palabras sagradas, las últimas que en
aquella etapa pronunció. Las que complementan y cierran lo que había ido
enseñando durante sus años de evangelización en Galilea.
Murió, sí, murió, fue lo que más me costó aceptar. Si había curado a enfermos
crónicos, si había acudido a salvar agonizantes, si había resucitado a muertos ¿Por
qué Él ahora se moría?
Pensé en Lázaro, tampoco sus hermanas lo entendieron. Lo resucitó al cuarto día
de estar encerrado en el sepulcro. Él habló de tres días ¿va a ser así?.
Lo hemos dejado en aquel hueco angosto. Era un sepulcro sin estrenar. Cuando
creíamos que había perdido a todos sus amigos, que no quedaba nadie que pudiera
ayudarnos, se presentaron José de Arimatea y Nicodemo. No los conocía, pero me
han confiado que son gente influyente y ellos me han tratado con gran delicadeza,
me han dicho que dejara en sus manos los trámites que se precisaban para que el
cuerpo reposara con decoro. Cuando era niño me necesitaba exclusivamente a mí.
De mayor, sus discípulos y las buenas mujeres que le atendieron, eran suficiente
ayuda, ahora les tocaba a ellos.
Te diré sinceramente que no me dejaron sola ni un momento. Trataron de que no
viera lo que más podía herir mi sensibilidad. Desclavarlo y bajarlo. Lavarlo y
perfumar su cuerpo, ellos y ellas, lo harían con delicadeza, me han asegurado y he
confiado. Sin alejarme, he confiado que con amor obrarían mejor que yo, abrumada
como estaba por su muerte.
Ha oscurecido y debíamos volver a casa. La de la madre de Juan-Marcos, no es el
domicilio de Jesús, ni tampoco el mío, pese a ello, todo está lleno de su ausencia.
Juan, el discípulo amado, me había repetido lo que durante aquellos años le había
escuchado sobre su pasión y muerte. Nunca imaginaron como iba a suceder. Su
lenguaje era un enigma, que aceptaban porque confiaban en Él, pero nunca
llegaron a comprenderle e imaginar que su fin fuera tan infamante. Ahora se
preguntaba el joven ¿Qué será su resurrección? ¿Cuándo ocurrirá?.
Yo me preguntaba incesantemente ¿Qué hace mi Hijo allí encerrado? No sé si
dormí, ni si comí, ni como recé. Los salmos salían de mis labios atropelladamente.
A cada palabra que pronunciaba yo, me venían a la memoria muchas expresiones
que Él me había dirigido. Ya no sabía distinguir que pertenecía a la Escritura y que
eran palabras suyas. Comprendía que tenían el mismo valor. Después he visto que
estaba en lo cierto.
María la de Mágdala deseaba consolarme, acompañarme en mi dolor, pero que,
inconscientemente, también ella buscaba mi consuelo. No sabía qué decirle,
abrazadas llorábamos juntas, no éramos capaces de decirnos nada, ni de hacer otra
cosa.
Oscurecía, el sabbat empezaba a terminar, la oscuridad me agobiaba. Se fue María,
la de Mágdala y me dejaron sola. Yo sé que no me abandonaron. Dormían, o
pretendían dormir, muy cerca de mí. Yo no quería, me parecía que era dejar a mi
Hijo solo, abandonado. No te olvido, hijo mío, repetía una y otra vez. No sé cómo
es ahora tu existencia, lo ignoro, pobre de mí, pero estoy segura de que no has
dejado de existir y que estás muy cerca de mí. Estoy segura. Pero te añoro. ¿Por
qué no me han dejado quedarme allí, al lado del sepulcro? Tengo en ciertos
momentos la sensación de que la muerte me acecha. La muerte que me puede
aproximar a Él. Deseaba morirme, pero no, no podía olvidar que me necesitaban
los demás. Si alguna Fe en mi Hijo conservaban, tenían que continuar cerca de mí.
Pasó el siguiente día, todo el repleto de silencio. Mi mente estaba fatigada, era
incapaz de dirigirla, se dejaba en cambio, dominar por la memoria y la imaginación.
Me sentía arrastrada por la somnolencia que de ninguna manera quería que me
dominase. Respetaron mi estado de ánimo. Insistieron que comiera algo, me
ofrecieron grano tostado, como el que ahora a ti te he dado. Beber no pude, era
superior a mis fuerzas. No se me borraba le imagen de verle chupar ávidamente
aquella esponja que el soldado le alargó para calmar su sed. Agua refrescante y
ácida, la que en un ánfora se llevaban siempre los soldados. Aquellos labios que
habían bebido de mis pechos, que al mamar sentía su calor, mientras reposaba en
mi regazo, ahora estaban resecos y un sudor frio recorría todo su cuerpo. Creo que
fueron estos pensamiento los que aquella noche cerraron mis ojos.
Las dos Marías y Juan, con la de Mágdala, se alejaron muy entrada la noche. Todos
les decían que debían tener mucho cuidado, que ni de judíos, ni de romanos,
podían esperar nada bueno.
La de Mágdala era la más obstinada. Repetía que revolvería todo Jerusalén, hasta
encontrar los perfumes que faltaban para empapar aquel lienzo con el que
cubrieron su cuerpo. Le decían que era muy tarde, ella contestaba que no quería
quedarse dormida, salía tal vez la frescura de la noche a punto ya de amanecer, la
mantendría despierta hasta que la naciera el alba. Se movería de uno a otro rincón
y no pararía hasta encontrarlos. Que conocía a gente rica en la ciudad, que se los
podrían proporcionar y de la mejor calidad, como el Maestro se merecía. No hubo
manera de retenerla, se fue a la calle, dejando tras de sí a los demás un poco
preocupados.
5ª ENTREVISTA CONFIDENCIAL
Pensando en lo que creo falta contarte y por los planes que me has dicho tienes,
este será nuestro último encuentro. Te interesas por saber detalles de la
resurrección de mi Hijo y será mejor que acudas a otras personas. Mi experiencia
no la puedo explicar, fue muy íntima, inenarrable. No sé si me desperté y
experimenté que estaba junto a mí, o fue su cercanía la que me despertó. Recuerdo
muy bien que me sentía sumergida en un fogonazo de vitalidad. Así como el primer
sollozo de la criatura, en saliendo del seno de su madre, indican que el nacido está
vivo, así su mirada, su sonrisa, su suave caricia, su cálido aliento, me cercioraron
que ya no era esclavo del sepulcro. Era mi Hijo, no había duda, pero de inmediato
me di cuenta de que era diferente. Era un ser sublime, ni flotaba, ni pesaba. No era
preciso que me hablara, le entendía sin que escuchara ninguna palabra. Me sentí
henchida de felicidad y también yo sonreía, mientras cerraba los ojos para
experimentar mejor su proximidad.
Hablarnos, hubiera sido sembrar dudas. Preguntar, romper el hechizo. Me sentí
envuelta en una atmósfera suavemente resplandeciente, como cuando en Nazaret
se me propuso aceptar ser su madre. Notaba el abrazo, sin palpar su cuerpo. Oía
sus palabras de Amor, sin que resonaran en mis oídos …
Al poco llegaron apresurados, nerviosos, agitados y felices, los demás. La primera
que entró fue la de Mágdala, no quería que ignorase que había sido a ella la
primera que se había enterado que “su Maestro” había resucitado. Que hasta había
hablado con Él. Calló por un momento y me miró. Avergonzada me dijo al oído,
perdona lo que estaba diciendo a voces, estoy segura de que mi Maestro quiso que
fueras la primera con quien se encontrase, pero ha debido ser una experiencia muy
íntima, sorprendente y profunda que debe costarte mucho explicar. Asentí con un
simple gesto afirmativo. A Ti no debe haberte dado ningún encargo, siempre has
sido su servidora. Yo, la más indigna de sus colaboradoras, sí que me ha confiado la
misión de anunciárselo a estos otros. ¿Te figuras lo contenta que estoy? Nunca lo
hubiera imaginado. Fíjate que delicadeza ha tenido, a nadie se le hubiera ocurrido
confiar la Buena Nueva a una mujer, para que ella la trasmitiera a sus amigos. Esto
les parecía tan insólito que han decidido que Pedro y Juan, viejo uno, jovencito el
otro, fueran al sepulcro a comprobarlo. ¡Qué mañana fue aquella! ¡Qué día aquel!
Los compañeros como chiquillos en el día de Purín, reían y repetían siempre lo
mismo. Por muy sonoras que fueran sus palabras, en algunos momentos eran
gritos, se notaba a la legua que pretendían silenciar algo que les preocupaba y que
no se atrevían a contar. Era como una espina que les molestaba, sin herirlos. Como
se les notaba de sobras, se lo pregunté de sopetón. No lo esperaban, no tenían
previsto que yo interviniese en lo que tanto habían comentado entre ellos, pero a
nadie habían contado. Se miraron, agacharon sus rostros, nadie se atrevía a hablar.
Por fin uno se sinceró: es que allí en Getsemaní le dejamos solo, es que yo después
negué conocerlo, dijo Pedro. Es que nadie le defendió, decían todos.
Hijos míos, no os apuréis. Ya lo hemos comentado en el poco tiempo, o mucho no
lo sé, que hemos estado juntos, Él, vuestro Maestro y yo su Madre. Me ha
encargado que os tranquilice, que os anime, que Él nunca os abandonará, que sabe
muy bien que vosotros no gozáis de su naturaleza. También me ha dicho que no os
desaniméis. Vendrá un día el Espíritu que por encargo del Padre y como don suyo,
os llegará, os impregnará, os fortalecerá…
En estas estábamos, cuando llegaron sudorosos y fuera de sí, los que volvían de
Emaús, uno es de nuestra parentela, el otro un anónimo e incipiente discípulo. Nos
han contado con pelos y señales la aventura. Decían que al recordar la
conversación que tuvieron por el camino, les parecía que les había conducido de la
mano por un laberinto, ellos que creían que se dirigían derrotados a su casa, a
llorar su desencanto con los suyos, les sorprendió la sorpresa que les tenía
preparada. No habían estado la noche de la Cena, pero se lo habían contado los que
habían estado presentes y sabían los detalles al dedillo, así que aquel partir el Pan y
aquella mirada, les había descubierto lo que hasta entonces se habían empeñado
en ignorar. Venían ilusionados a traernos la noticia y se encontraron que los demás
ya la estaban celebrando. ¡Qué mañana aquella!
Pese a lo que te he contado no acababan de decidirse a vivir como Él tantas veces
les había enseñado. Si yo les insinuaba algo, buscaban escusas, que ellos decían
eran explicaciones, pero que bien sabían que no eran justificaciones. Mi Hijo se
encontraba de cuando en cuando con ellos y reposadamente iba completando lo
que por Galilea les había anunciado y presentándoles la nueva vida que les
esperaba. Por muy afortunadas que fueran sus palabras, por muy expresivos que
fueran sus gestos, continuaban precavidos, asustados, indecisos…
Lucas, querías que te diera noticias de primera mano para completar tu escrito, fue
el encargo que recibiste de Simón, la Roca le llamaba mi Hijo y no se equivocaba,
porque era tozudo y porque fue el que unió voluntades y les confirmó en la Fe
¡quien lo iba a decir! Quedaría manca la explicación, si no te hiciera ahora
referencia a otro hecho fundamental que ocurrió más tarde, por Pentecostés, la
fiesta de la segunda siega, la del trigo. Si no hubiera sido por lo que ocurrió aquel
día, la Fe de los discípulos hubiera continuado adormecida, sin salir de Galilea .
Si verlo Resucitado fue sorprendente, que descendiera el Espíritu e incendiara sus
corazones, fue el no va más. Quiso mi Hijo que estuviese yo presente. Tú no lo
necesitas, ya habita plenamente en tu interior, me dijo. Pero conviene que los
acompañes. Tenía razón. Sí, tenía razón, para mí no era nuevo. Retorné de nuevo a
este Nazaret, al momento aquel que se me propuso engendrarle en mi seno y
acepte. Sentía las mismas vibraciones en mi corazón, los mismos impulsos en mi
mente.
Lucas, no dejes de informarte, acude a otras personas que le conocieron y con Él
trotaron por estas tierras y las de Judea. Ofrece tu escrito a cuantos puedas. Soy
vieja y pronto estaré al lado de mi Hijo. A vosotros también os guarda un sitio.
Mientras llega el momento, no dejéis de recorrer el mundo anunciándoles la gran
bondad que ha demostrado el Padre, la confianza que en los hombres ha puesto mi
Hijo, la fuerza de ánimo que les da el Espíritu.
Cuenta tú y los demás con mi ayuda, a nadie olvidaré. Que lo que se me propuso
en Nazaret, no fue un pacto privado. Fui y soy madre de Él, pero me siento y soy
madre también de los que en Él
creen.
Padre Pedrojosé Ynaraja