Lugares y personas
P. Fernando Pascual
31-3-2012
Hay lugares que brillan con una especial áurea de belleza y recuerdos. Los visitantes miran, toman
fotografías, guardan silencio, murmuran admirados.
Llega un viajero. Quiere hacer una experiencia de primera mano de un bosque, de una ciudad, de un
monumento.
Junto a las piedras de la historia, o cerca del arroyo que baja desde un manantial de encanto,
hombres y mujeres viven o pasan.
Muchas veces la mirada del visitante no se detiene en las personas. Su deseo se concentra en la
belleza que admira. Pero las personas no pueden dejarle indiferente.
Ante sus ojos, junto a un castillo de ensueño o un glaciar majestuoso, hay seres humanos nunca
antes conocidos.
Quizá son visitantes como él mismo, deseosos de una experiencia estética o de un encuentro directo
con hechos del pasado. Quizá son vendedores ambulantes, que desean sacar algo de dinero de los
turistas que pisan aquel lugar tan famoso. Quizá son policías encargados del orden público, que
pasan el día para evitar robos y engaños a los incautos.
Nos cautiva, ciertamente, la belleza de rincones del planeta, quizá muy transitados, quizá todavía
casi vírgenes. Pero también deberíamos tener los ojos del alma abiertos al misterio de ese niño que
recoge latas tiradas por el suelo, o de ese anciano que observa, con una sonrisa serena, a los que
llegan y parten.
Hay lugares, ciertamente, que ofrecen momentos de paz para el corazón inquieto. Pero una persona
que se cruza en el camino nos permite tocar esa dicha profunda que se produce al constatar que
compartimos una misma vocación al amor, a la justicia y al encuentro con el Dios que da vida,
busca y llama a cada uno de sus hijos.