NIÑOS ROBADOS
Padre Pedrojosé Ynaraja
Recuerdo muy bien que cuando vivía en Burgos, tendría entonces poco más de 6
años, me llevó mi madre un día al hospicio. Era un edificio muy grande y sin ningún
atractivo, pero lo que le interesaba a ella era enseñarme la parte de atrás. En una
pared completamente lisa, había unas escaleras pegadas a ella, del lado derecho se
elevaba una hacia el centro, de allí descendía la otra a la izquierda. En la cúspide,
había un ventanuco con un pulsador. Me dijo: “mira, si una madre quiere
abandonar a su hijo, sin que se muera, viene aquí, lo mete dentro del torno, toca el
timbre y se va. Una monja al poco rato, lo recoge y la comunidad se hace cargo de
él. De esta manera, no muere la criatura”. También mi madre me contó que los que
se apellidaban expósito, eran personas, o sus ascendientes, a los que estas
instituciones habían salvado. Ya por los años cincuenta, y yo era clérigo, me
encontré por tierras vallisoletanas con una monja que servía en una institución de
esta índole en la capital. Comentaba yo lo del apellido y me dijo ella que eso era
antes, que ahora escogían nombres que no indicasen ninguna procedencia especial,
que pudiera desacreditar. Anecdóticamente me dijo que un día se encontraron un
bebe a pocos metros de la entrada, en el interior del covento. Lo aceptaron
poniéndole el nombre de Domingo (por el día de la semana que ocurrió) Díez ( por
el del mes) y, de segundo apellido, de la Escalera, pues debajo de una lo
abandonaron. También me contó un guardia civil, que el gobierno les había
autorizado, a los del acreditado cuerpo que llevasen el apellido expósito, que podían
cambiárselo si lo deseaban. El buen hombre me decía: yo no he querido
avergonzarme de lo que pudiera ser mi abuelo o bisabuelo. Otra anécdota, esta
más chusca. Contaba uno, que un amigo, tenía padre, pero era hijo de madre
desconocida (sic). La cosa fue de esta guisa. Fruto de un fugaz encuentro y con
imprudente proceder, una chica se quedó embarazada. No volvieron a encontrarse,
ni al él le preocupó lo más mínimo aquella aventura. Un día, con acento vengativo,
le comunicó por teléfono la anónima joven, que de aquella noche había quedado
embarazada y que el niño que acababa de nacer lo iba a dejar en un hospicio. El
chico sorprendido y emocionado de saber que era padre, quiso conocer a la
criatura, pero ella se negó. Se sentía engañada y su venganza era comunicárselo,
pero sin que él pudiera tener ningún contacto ni gozo. El chico, que tenía conciencia
cristiana, se fue a la institución, explicó lo que había pasado y el día que habían
dejado abandonado al que era su hijo. Logró recuperarlo y en el registro civil, hubo
de declarar que él era el padre, pero la madre era una mujer desconocida.
No se olvide que eran otros tiempos, que una chica soltera y madre era muy mal
vista y de difícil porvenir matrimonial y hasta de confianza profesional. Que el
aborto, no era cosa fácil. Que recurrir a una comadre que le suministrase
enigmáticas hierbas, de resultado incierto o le atravesara una aguja de hacer
media, matando al feto, daba miedo y hacerlo así, tan brutalmente, le remordía la
conciencia. Supe de sacerdotes, médicos y monjas, que se ofrecieron a llevar el
asunto con discreción, asegurando a la chica que encontrarían un matrimonio que
lo adoptarían dándole nombre y porvenir honesto, sin que nada se supiera, sin que
muriera un inocente.
¡Cuantos seres humanos se han salvado de esta manera! Fue una demostración de
amor cristiano. Hoy se quiere olvidar, hablar de ello no es “políticamente correcto”,
pese a que muchos deban su vida a estas gestiones.
Remacho el clavo. Me pidió ayuda un matrimonio, querían adoptar un hijo. Entre
otros sitios donde les habían informado que podían encontrar solución, me
indicaron un determinado hospital. Se daba la coincidencia de que un primo mío,
ocupaba una plaza importante. Recurrí también al capellán del establecimiento. Sí,
la institución pública entregaba criaturas anónimas, pero debía ser a matrimonios
que fuesen de aquella autonomía y mis amigos vivían en otra. Preciso que tanto el
lugar del hospital, como el de residencia del matrimonio, eran lo que hoy se llama
nacionalidades históricas.
Toca ahora desacreditar a la Iglesia y se recurre a hechos que pueden ser históricos
y hasta injustos, pero con el mismo empeño ignorar tantísimos procederes
ejemplares, cosa que no es justo y ceo yo que “desfacer el entuerto” es peculiar
responsabilidad de los laicos cristianos.