R OTO Y ENTERO (L EMA PERSONAL EN MI MINISTERIO )
Con motivo de mi estancia en Alemania para
dirigir una tanda de Ejercicios Espirituales a las RR.
del Amor de Dios, en el 50 aniversario de su misión
con los emigrantes españoles, visité la Abadía de
Brauweiler, cerca de Colonia, fundada en el siglo X
en el Camino de Santiago, lugar donde se hospedó
Carlos V cuando iba hacia Aquisgrán. Disuelta la
comunidad monástica en tiempos de Napoleón, el
monasterio se convirtió después en campo de
concentración y de trabajos forzados, y en cárcel de
mujeres prostitutas y alcohólicas. En los últimos
tiempos fue hospital psiquiátrico y actualmente es
un centro cultural. La iglesia sirve ahora de templo
parroquial.
He coincidido con Baptista Debonbourg,
artista francés que ha querido representar esta
historia tan convulsa en unas esculturas de cristal,
que, como ráfagas de luz, cataratas de agua, penetran por las ventanas de una sala capitular.
La escultura se derrama en una estabilidad fragmentada. Toda la superficie está rota, y
sin embargo, permanece sin derrumbarse. Es una catástrofe transparente, una convulsión
luminosa, una historia terrible, llena de luz.
El cristal está totalmente cuarteado y por efecto de la luz
reflejada muestra irisaciones a manera de diamante, en medio de un
drama de los elementos domésticos que no permite la
complacencia. No obstante, la escultura es trasparente, luminosa,
fascinante, creativa. En la yuxtaposición con la historia de la
abadía, provoca en el espectador multitud de preguntas.
¿Será posible que la fragmentación dolorosa de la vida emita
destellos de luz de diamante? ¿Acaso se puede mantener en pie una
superficie cuarteada, rota, machacada, y que aún pueda albergar
vida y alentar la esperanza de ser restaurada?
Al contemplarlo, el recinto narra historias muy diversas;
desde el paso de San Bernardo hasta la cárcel que sufrió Adenauer;
desde su consagración milenaria a la oración hasta su conversión
en lugar proscrito de horror y miseria humana. Todo ello sostenido
por la luz que atraviesa la ventana y permite esperar que, al alba de
cada día, el hombre restablezca por el sufrimiento, el paraíso. He
salido de la exposición proyectando su brillo sobre el tramo
presente. ¿Será posible la belleza en tanta crisis?
Ha sido una experiencia fuerte, a la vez que me ha dejado el sabor de siglos, que
aunque rotos, siguen enteros, unidos, con el anhelo de que al final todo se ilumine y podamos
ver amor creativo en cada etapa, luz regada desde el ventanal, sobre la quiebra, hecha
intuición en transparencia. El autor confiesa que se inspiró en el sentido cristiano de la cruz.