¿Anclados en el propio pasado?
P. Fernando Pascual
21-4-2012
Parece inevitable: lo que ahora vemos, escuchamos o leemos es pensado y juzgado desde el filtro de
experiencias, recuerdos e ideas del pasado.
¿Nos cuentan un accidente de carretera? Lo comparamos con el que tuvimos hace 10 años.
Pensamos que esta persona habrá sentido seguramente lo mismo que nuestro corazón experimentó
en aquel día tan desastroso.
¿Nos hablan de una novela de intriga? Saltan a nuestros labios palabras sobre la que acabamos de
leer y que tanto nos hizo pensar.
¿Nos explican la situación económica de una empresa? Comparamos las informaciones nuevas con
esa idea que escuchamos hace tiempo en una buena conferencia sobre los motivos de la crisis en el
mundo actual.
Una y otra vez comparamos todo con lo que ya tenemos en nuestras almas. Parece casi imposible
salir del esquema mental y de las ideas que forman parte de nuestro bagaje cultural y de nuestras
convicciones o prejuicios más arraigados.
¿Es posible pensar de otra manera? Parecería que no. Incluso cuando nos ponen en crisis una
convicción que hasta ese momento nos parecía inamovible, recordamos otros momentos del pasado
en los que tuvimos el valor de cambiar de idea ante la evidencia de los hechos...
Sin embargo, incluso cuando pensamos de esa manera (¿y es posible otra manera de pensar?),
permanecen vivos en nosotros recursos y posibilidades para dejar perspectivas no siempre correctas
y para abrirnos a horizontes de verdad, de bien, de belleza.
Porque también en nuestro pasado hay momentos en los que por nosotros mismos, o con la ayuda
de un amigo que nos quitó la venda de los ojos, abrimos el corazón a ideas buenas que corregían
prejuicios que nos ataban a convicciones erróneas o inadecuadas.
No somos autómatas esclavos del pasado. De lo contrario, sería imposible dejar de arar con un
burro para empezar a usar un tractor. La posibilidad de apertura es parte de nuestro presente, porque
pertenece a lo más íntimo de la naturaleza humana.
Si, además, reconocemos, como el inquieto Sócrates, que no sabemos muchas cosas y que
necesitamos reemprender, cada día, la marcha hacia el encuentro sencillo con la realidad, estaremos
preparados para dejar atrás rémoras que nos encadenaban a prejuicios engañosos. Sólo entonces
podremos aprovechar lo bueno del pasado (que también es mucho) y lo más sano del presente, para
vivir prudentemente la insaciable sed de saber que caracteriza a la especie humana.