19. SIERVOS VIGILANTES
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro
Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas
que no se rompan, y un tesoro inagotable en el cielo, en que no entran los ladrones ni lo roe
la polilla. Porque, donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan
a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se
ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de
madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Pensad, que, si supiera el dueño a qué hora
viene el ladrón, no le dejaría horadar su casa. Así, estad preparados vosotros, porque a la
hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre
Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá » ( Lc
12,32-48).
El santo evangelio según San Lucas trae, bajo el símbolo de “la noche”, la
exhortación del Maestro sobre la vigilancia cristiana, confianza en Dios, búsqueda del Reino y la
espera ante la inminente y sorpresiva venida del Hijo del hombre (12,32-48).
La vida es una larga “noche” en espera de un luminoso amanecer que se abrirá con la
venida del Seor, juez y libertador. El “Estad preparados y con el cinto ceido”, alude a los
hebreos en la noche pascual (Ex 12,11), la vigilia de su marcha hacia la libertad. “La noche de
la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres, que tuvieran ánimo, al conocer con
certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la
perdición de los culpables, pues, con una misma acción, castigabas a los enemigos y nos
honrabas, llamándonos a ti” (Sb 18,6-9). Este texto de la Sabiduría, pequeña joya de la
literatura judía alejandrina, en una exhortación dirigida a la comunidad hebrea de la diáspora,
expresa una grandiosa relectura sapiencial y teológica de la historia de Israel, en clave
escatolgica y en recuerdo de la consabida “noche” de la liberacin de la esclavitud de Egipto,
que se iluminó con una columna de fuego, luz comparable al sol, como guía de Israel hacia la
libertad
En estos capítulos, se confrontan continuamente hebreos y egipcios, en dos actitudes
fundamentales: la justicia y la impiedad. Aquella noche decisiva, que inicia el Éxodo y lleva la
muerte a los primogénitos egipcios, en señal de la justicia inexorable de Dios y de gozoso
futuro para los hebreos, al ver cumplidas las promesas divinas, brilló el poder de Yahvé. Es la
noche de la primera celebración de la Pascua, fiesta de la libertad, con sus litúrgicos salmos del
Hallel (Sal 113-118), “alabanzas de los antepasados”.
El evangelista insta a iniciar con Jesucristo el éxodo definitivo hacia la plena y perfecta
libertad. No se puede afrontar la cotidiana existencia en la indiferencia, la disipación, y, menos
aún, en la inmoralidad. Se vive hoy, en un mundo vacío, desprovisto de valores esenciales,
falto y escaso de convicciones profundas; al hombre se le hace difícil creer en algo que sea
válido y verdadero para siempre, vive su pasotismo y dejadez; se afana en atrapar el goce, la
droga, el placer y el dinero, vivos ídolos a los que se aferra en su increencia, único tesoro que
persigue y que llena su aspiracin, pues, “donde está tu tesoro, allí está tu corazn”.
El creyente, por su parte, tiene trazado en Jesucristo el rumbo de su conducta: “Yo soy
el camino, la verdad y la vida”, dice. Está alerta atento a lo primordial y desasido de lo
accesorio; "tiene ceñido el cinto y encendidas las lámparas". Su diáfana palabra le insta a
acoger y vivir la fe, la esperanza y la caridad; andar siempre confiado de la mano del Señor,
con la certeza de que es hijo de Dios Padre, que lo quiere y recompensa; que ayuda y protege,
al que vela y lealmente cumple su deber con honradez y generosidad, porque lo “sentará a su
mesa y lo servirá Él mismo”, pleno de alegría, misericordia e infinito amor.
Jesús explica en la perícopa, tres parábolas, que muestran la actitud diligente con que se ha de
afrontar el tiempo de espera previo a la venida del Señor. Los que en ese momento estén
preparados en constante atención y vigilancia, recibirán los parabienes del dueño y serán
acogidos en su bondad. El siervo que se halle en guardia y en vigilia, de modo responsable en
cumplimiento de su deber, acorde con la doctrina evangélica, logrará la íntima comunión, con
Jesucristo, el gozo y gracia de la gloria. La hora no está señalada. Lo mismo que el ladrón
irrumpe de forma inesperada e imprevista, así entra Dios en la historia de los hombres, así
llegará en su día el Seor de Reyes. En consecuencia, “vosotros estad preparados, porque a la
hora menos pensada vendrá el Hijo del Hombre”.
Y, en tercer lugar, es preciso estar muy pendiente de la labor encomendada, como el
administrador fiel y prudente, al que su amo lo encuentra atento en su puesto de gestión al
frente de la servidumbre. Si, por el contrario, descuida la tarea asignada en pro de sus
intereses, de la ineficacia y la inmoralidad, caerá en el autoritarismo, el robo y la indecencia
que serán su desgracia. La parábola hace referencia al problema que sufrió la comunidad de
San Lucas, que tras esperar un cierto tiempo de modo excesivo y deformado la inminente
venida del Señor, se fue dejando atrapar por la frialdad y la indiferencia, con lo que
abandonaba el compromiso directo del presente. El Maestro les señala la gravedad de esa
actitud, impropia de unos dirigentes cristianos que recibieron la responsabilidad pastoral frente
a sus hermanos, “pues “a quien se le dio mucho, se le exigirá mucho; y a quien se le confi
mucho, se le pedirá más”.
Hoy, varias veces, Jesús impele a la prontitud y la vigilancia. El cristiano debe
permanecer firme en la palabra del Maestro con entera disposición y fidelidad, entregado a la
radical realización de la propia misión. El siervo leal y cumplidor rehúye la violencia, el
egoísmo, las pasiones, la distracción y la banalidad de su conducta. El que se mantiene en
vigilancia, en exigente espera del Señor, marcha cada día en la rectitud de forma seria y
ejemplar de acuerdo siempre con la enseñanza evangélica, preparado y pertrechado de esos
tesoros inagotables que llevarán al Reino y al abrazo del Señor en el momento decisivo.
Dichoso, quien el patrón, al llegar, encuentra en vela. Vigilar es esperar. El itinerario cristiano
conduce derecho a la plenitud. El amor, que lo mantiene vigilante en su camino terreno, lo
lleva a la esperanza.
Camilo Valverde Mudarra