REEVANGELIZAR O MISIONAR
Padre Pedrojosé Ynaraja
Dos actitudes muy diferentes. Interesante la primera, elemental y necesaria la
segunda. La prensa de Iglesia ya ha facilitado noticias de actos, programas y
nombramientos. Añádase la consecuente creación de comisiones y organismos, de
cuya seriedad no dudo, pero de cuya utilidad no estoy tan convencido.
No es este lugar de teorizar, ni me ha llamado el Señor a elaborar proyectos.
Tampoco tendría sitio en el escalafón. Voy, pues, a describir experiencias y
reflexiones.
La última vez que visité París, después de la deseada y obligada visita a Notre
Dame, paseé por el barrio latino. El Odéon, el boulevard Saint-Michel y el Saint-
Germain, son lugares que me suenan desde muy joven y referencia de inquietudes
estudiantiles. Por más que miraba, no captaba ningún signo de que continuaran
vivas estas actitudes. En otras ocasiones, debido a que recorría estos lugares en
coche, me parecía que tal vez el vehículo fuera barrera, ahora iba a pie y sin prisas.
Entramos en una gran área comercial. Tiendas de todo género, bares, espectáculos
y bullicio, me rodeaban. Pensaba yo: ¿Qué conocimiento tienen estas gentes de la
Catedral o de la Sainte Chapelle? Tengo la impresión de que se sentirían tan
extranjeros en cualquiera de ellas, como si visitaran una pagoda o una mezquita. Al
día siguiente pase un rato visitando el Louvre. Me interesan siempre, por más que
las conozca, las antigüedades del Medio Oriente. Desde los impresionantes frisos de
la Babilonia bíblica, hasta las figuritas de la divinidad Baal, que no abundan por
cierto, ni en los mismos museos de Jerusalén. Sin olvidar el monolito del Código de
Hammurabi y otras preciosidades, llámeselas diosas de los vasos chorreantes en
arqueología o terafin en la Biblia. Para mí, son visitas obligadas y, normalmente
debo necesariamente salir, pues el programa acordado con los demás me apremia.
Durante el largo trayecto que debo hacer para alcanzar la salida, miro a derecha e
izquierda, sin detenerme. La última vez, quedé sorprendido al ver un enorme lienzo
que representaba la escena evangélica de Emaús. Las que recordaba, siempre
tenían tres únicos protagonistas. En este caso, no. A Jesús y sus dos compañeros
de camino, les rodeaban una familia. Me sorprendió. Me limité a fotografiar el
cuadro y el letrero. Pensé que ya me fijaría y estudiaría en casa los detalles de la
composición. He comprobado más tarde que no este el único cuadro donde en la
escena, aparecen unos cuantos personajes más y me di cuenta de que,
evidentemente, en la casa donde iban a pernoctar, vivirían otras personas, que
tendrían preparada la cena a la que invitaban al Señor. Excuso decir, que observe
que nadie miraba el cuadro. Seguramente, la escena les resultaría tan desconocida
como la Victoria de Samotracia o la procesión de las panateneas, pese a que el
primero pertenece a nuestra cultura y los otros dos a la desaparecida clásica.
Recordé que en Notre Dame, cada año se pronunciaban las Conferencias
Cuaresmales, confiadas a notorios oradores. Grandes y preclaros disertantes han
ejercido este ministerio. Ahora bien ¿son idóneos instrumentos de
reevangelización? Me temo que a aquella multitud del centro comercial, les
resultarían tan ininteligibles como un discurso en chino.
¿Hay que abandonar el deseo del Señor, aceptando la inutilidad de los resortes
actuales? Creo que no. Ahora bien, pensándolo detenidamente, he llegado a la
conclusión de que es preciso cambiar de actitud. O que a la reevangelización, hay
que anteponerle o añadirle, una más elemental y fundamental: sentirse, sentirnos
todos, humildes misioneros. Pero, como tantas veces ocurre, debo dejarlo para la
próxima semana.