Misioneros
Padre Pedrojosé Ynaraja
Empiezo por decir sinceramente, que la expresión “nueva evangelización o
reevangelizar”, ninguna de las dos, según mi entender, expresan las urgencias
religiosas de hoy, pese a que se haya creado un dicasterio con este nombre y
también sé que las utiliza el Papa. Y que conste que si en la liturgia, Misa u Oficio
divino, rezo por Benedicto XVI, en mi humilde plegaria nocturna, acariciando el
Sagrario, cada noche, le digo al Señor: a Joseph Ratzinger, ¡buenas noches!, le des
Dios. Que conste, pues, que diferir en vocabulario no significa ausencia de
comunión, ni de admiración personal, que por él siento mucha y que en la plegaria
me siento incorporado a sus proyectos.
Si no me place la expresión, es porque el organismo no está pensado,
evidentemente, para aplicar sus decisiones en la selva amazónica, ni en el
subcontinente asiático, ni en la micronesia. Si fuera así, se partiría de una eficaz
experiencia multisecular, pero, tratándose de nuestro decadente mundo occidental,
deberán ser diferentes los procedimientos. Diferentes y nuevos. Y no se me ponga
el ejemplo de la Roma clásica, diciendo que es una situación semejante. Pese a
parecerlo es muy diferente.
Quisiera que recordara el lector, mi divagación de la semana pasada. Recordaba
entonces que a aquella multitud que llenaba el complejo comercial y de ocio, en
París, donde yo estaba sumergido, decía que pretender explicar el profundo
sentido religioso que tenía la majestuosa catedral de Notre Dame, era vana tarea. Y
las preciosas y esbeltas figuras que adornan las puertas, significarían muy poca
cosa para ellos. No mucho más, que si fueran de Buda o de Visnú. No ignoremos la
falta de cultura de este género, sea histórica o estética, que impera hoy e impide
“dejar hablar” a estas venerables piedras cristianas.
Nunca he estado en Japón, pero me he relacionado con gente que han ido allí a
llevar el mensaje de Jesús y un por otra parte, cierto conocimiento cultural sobre
este pueblo, sí que lo tengo. Por ello no ignoro que la actitud ante la Trascendencia
que tiene un fiel budista, sintoísta o taoísta, sin olvidar a Confucio, evidentemente,
es diametralmente opuesta a la de un occidental. Su idioma, su escritura, se basa
en ideogramas, no en letras, es un ejemplo de disparidad. Ya de antiguo es un
pueblo rico, satisfecho y orgulloso de sus tradiciones y cultura. Por muy humillante
que fuera su derrota militar aceptada y firmada a bordo del acorazado Missouri, no
por ello desaparecieron sus concepciones de la existencia. El misionero que va a
aquellas tierras, sabe que debe entrar y obrar con gran humildad. Que nadie está
sediento de la originalidad del mensaje cristiano, que primero precisará aprender su
idioma, cosa difícil, para después tratar de progresar paso a pasito.
Pienso también en como evangelizó, según cuenta en sus cartas, San Pedro Claver.
En el puerto donde mandaban los traficantes de esclavos, él, con otros
compañeros, dedicó sus desvelos a los que llegaban enfermos o moribundos. Eran
gente que le escuchan pensando que su propósito era comérselos a ellos y que
habían abandonado cualquier esperanza de vida.
La evangelización en ambos casos es totalmente diferente. También la de hoy, pero
es preciso no olvidar, que en lo profundo del hombre, de cualquier cultura a la que
pertenezca, hay un ansia de felicidad y de dar sentido a su vida. Hay que acercarse
con la astucia que recomendaba Cristo, pero con inmenso respeto a cualquier
hombre, creatura amada que lo es de Dios, más que con orgullosos
convencimientos y pretendiendo avasallar.