JUAN DE ÁVILA, EL MAESTRO
El título de “Maestro Ávila” ha sido muy frecuente en el pasado para
nombrar al Santo de la Mancha. Este título es un grado académico muy
semejante al de doctor. Pero en el caso de nuestro santo significaba además
la autoridad indiscutible y muy extendida por España y también en algunas
naciones europeas y latinoamericanas. Dicen que en la universidad de
Granada consiguió este título por los años 1536-1537. Antes había cursado
estudios en Salamanca y Alcalá. Estamos ante un sabio en el pensamiento
religioso, un experto en las ciencias sagradas.
La figura de San Juan de Ávila era un punto de referencia en la
Iglesia Española de su tiempo. Lo que él decía iba a misa, por eso
su participación en Trento, en otros concilios regionales e
internacionales. En el campo de la teología, de la espiritualidad y
en asuntos eclesiásticos tomó parte de una manera activa.
¿Cuál era su especialidad? ¿Cuáles eran sus temas favoritos?
Nunca olvidaba la realidad de Dios y su amor misericordioso, era
algo que le brotaba del corazón y era el punto fundamental de sus
sermones y también de su conversación en la vida ordinaria.
Otros temas que afluían en sus enjundiosos sermones era la
Iglesia como Cuerpo de Cristo, el Espíritu Santo, María, la
Eucaristía…Era un experto en Espiritualidad Sacerdotal, de hecho
mandó Memoriales al Concilio de Trento explicando la identidad
y el quehacer de los presbíteros en la Iglesia.
Su doctrina es profundamente bíblica y marcadamente paulina.
San Pablo ha tenido una influencia considerable en su
pensamiento, en su magisterio y en su propia vida. El conjunto de
su doctrina se apoya en los Padres de la Iglesia, en el magisterio
de los Concilios y en la vida de los santos. Por eso afirma: “La
doctrina que no va conforme a la enseñanza de la Iglesia romana,
la cual quiso Dios que fuese cabeza y maestra de todas, cierta
perecerá con sus autores… no es planta de la mano de Dios el
sentido o palabra que a este crisol no está sujeto y a este dechado
conforme” (Carta 9,5).
El Maestro gozó la compañía de muchos discípulos regados por
toda la geografía española. Fueron numerosos los clérigos y laicos
que siguieron las huellas de Juan de Ávila. En Granada, Sevilla,
Écija y Córdoba se unían los discípulos para acompañar al
Maestro en las misiones populares. Tenían cierta vida común,
vivían apostólicamente, les dirigía pláticas, enseñaban el
catecismo, predicaban y confesaban, atendían a los más pobres y
participaban en la educación en los colegios que había fundado.
El Lic. Luís Muñoz señala muchos detalles en este tema. Nos
dice que algunos discípulos procedían de los judíos, sus
antecesores habían sido cristianos nuevos. El modo de formar a
los clérigos era de un respeto profundo a la persona concreta y a
los caminos por donde Dios los llevaba. Tenía un trato frecuente
y familiar con cada uno. Les aconsejaba buenas costumbres, no
ambicionar los grandes cargos, esto fue una nota muy destacada
en sus seguidores. Sin duda, Juan de Ávila iba delante de todos
ellos con el ejemplo. La vida intensa de oración va a ser un fuerte
pilar de la escuela de clérigos que el Santo fundó, estaba
convencido que sin el diálogo con Dios todos los planes se
quedan vacíos.
Voy a señalar algunos nombres, clérigos que seguían las instrucciones del
Maestro y se inspiraban en él: Alonso de Molina ayudó al Maestro y lo
hospedó en su casa. Juan de Villarás convivió con él durante quince años y
fue su secretario hasta la muerte. Juan Díaz era pariente de nuestro Santo y
preparó la edición de sus obras. Los biógrafos hablan de curas
significativos y nombrados de aquel entonces como Diego Pérez de
Valdivia, Diego de Guzmán, el dominico Fray Luis de Granada, que fue
discípulo, colaborador y amigo .
Otras figuras de la época se relacionaron con nuestro Santo en
busca de orientación y consejo. Merecen destacarse San Juan de
Dios, San Francisco de Borja, San Juan de Ribera, San Juan de la
Cruz, Santa Teresa de Jesús, San Pedro de Alcántara… Ante este
vasto panorama se justifica con creces el título de MAESTRO que
ha permanecido a través de siglos en la historia de la Iglesia.
Lucio del Burgo