20. LA HIGUERA, NO DA FRUTO, CÓRTARLA
En aquel tiempo, se presentaron unos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya
sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó:
¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque
acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y
aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran
más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os
convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola: Uno tenía una higuera plantada en su viña y fue a
buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya ves: tres años
llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué
va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: Señor, déjala todavía este
año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que
viene la cortarás ( Lc 13,1-9).
Jesucristo en el Evangelio exhorta: “ Convertíos, porque está cerca el
reino de los cielos. Si no os convertís, todos pereceréis ”.
El verbo convertir procede del término latino cum–verto, que
etimológicamente significa rodear y volverse, dar la vuelta. Este es el sentido con
que lo usa el Señor; hay que detenerse y retroceder dejando el camino del pecado,
hay que volver los ojos hacia la rectitud; dejar el hombre viejo, que dice el Apóstol,
y revestirse del hombre nuevo, que es el que sabe oír la Buena Nueva que trae
Jesús y, revistiéndose de ella, imponiéndola como norte de su vida, andar por la
vida inundando el mundo de paz, justicia y amor.
En la importantísima conversación teológica que mantiene con Nicodemo,
Cristo le asegura que “el que no nace de nuevo, no puede entrar en el Reino de
Dios” (3,3.5); ante las dudas que le plantea su interlocutor, le contesta que la
cuestión consiste en renacer, no de la carne, sino de “agua y de Espíritu”; del “ agua
viva que yo le daré y fluirá en su interior como un manantial que salta hasta la vida
eterna ” (Jn 4,14); y de la fe que, con el agua del Bautismo, el Espíritu Santo
deposita, como don y gracia, en el alma del cristiano, que, convertido, deja el
mundo y sus halagos, para andar por el camino estrecho y difícil: “Toma tu cruz, y
sígueme”, “ve y vende todo lo que tienes, y ven y sígueme”, pero glorioso y cierto,
porque conduce al Reino, a la vida eterna. San Pablo dice a los Corintios: “Nuestros
padres bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que
los seguía; y la roca era Cristo”.
La cuaresma es tiempo de conversión. Vender todo lo que se tiene, significa
retrotraerse de las cosas materiales, renunciar a los reclamos mundanales, huir del
consumismo, desechar los placeres vanos, domeñar los egoísmos imperantes, la
nociva agresividad a flor de piel y la violencia y retomar los pasos del bien
fructífero; pues, el sarmiento que no está unido a Jesucristo, se seca, no da fruto y
se le arroja (Jn 15,6). Como la higuera que no daba fruto, se mandó cortar. Pero el
viñador contestó: "Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré
estiércol, a ver si da fruto" (Lc 13,8). El cristiano ha de cavar y abonar su alma con
la palabra de Cristo, para obtener una buena cosecha de amor a Dios y al prójimo e
inundar todo su entorno de los frutos de paz y de justicia, porque “el que
permanece en mí y yo en él, da mucho fruto; sin mí nada podéis hacer” (Jn 15,5).
Es la vida orientada hacia el Padre Dios, Abbá, pues los hombres viven como hijos
suyos y se aman unos a otros como hermanos, con la confianza de hijos que nada
esperan de sí, sino de Dios, pues "todo es posible para el que cree" (Mc 9,23).
Este evangelio nos reconcilia con el Dios de la misericordia y de la paciencia;
al interpretar Jesús esos hechos recientes de muertes violentas y desgracias,
enseña claramente que no son castigos, que Dios no entra en ese juego, como dirá
cuando le pregunten sobre el pecado del ciego de nacimiento. Que nadie juzgue al
otro; que nos juzguemos a nosotros mismos. No acabamos de convencernos de que
Dios no castiga, que Dios no quiere la muerte, que todo sucede según las leyes
naturales, para malos y buenos. Es casi blasfemo decir, cuando alguien muere
prematuramente: «Dios lo ha querido», «Dios se lo ha llevado». ¿Tanta prisa tiene
Dios, con toda una eternidad por delante? ¿Lo necesitaba Dios más que sus hijos o
sus padres? La diferencia entre los buenos y los malos no está en que se sufra más
o menos, sino en la manera de sufrirlo; el Dios de la paciencia; Dios no castiga,
sino que espera, como el agricultor el fruto; una paciencia infinita, un año y otro...
y otro.
Por el comentario de Jesús se deduce que lo que a Lucas le interesa es la
lectura religiosa del hecho; existía entonces, en efecto, la creencia generalizada de
que determinadas desgracias personales eran consecuencia de un pecado
precedente; por ello, Jesús afirma que esos galileos no son más pecadores que los
otros, para añadir: “Si no os convertís, todos pereceréis lo mismo”. Esto último es
lo que a Jesús le interesa, el problema no está en los muertos; el problema está en
los vivos, que creen que el asunto no les atañe.
El texto concluye con la parábola gráfica de la higuera que no da fruto, pero
que no se arranca en la confianza de que lo dará. La parábola desempeña un doble
papel, crítico y esperanzador; a su vez, ilumina el sentido de la conversión, que no
es sólo ruptura con algo mal hecho, sino también realización de algo nuevo y
diferente. La parábola refuerza la advertencia sobre la conversión; los galileos y los
de la torre, no murieron porque fueran más pecadores que los demás; toda muerte
repentina nos interpela, tenemos un tiempo para nuestra vida y debemos
aprovecharlo. La llamada de Jesús es la última oportunidad que se nos da; como en
la parábola, a la higuera se le da un año, para que produzca.
La cuaresma es tiempo de conversión. Vender todo lo que se tiene, significa
retrotraerse de las cosas materiales, renunciar a los reclamos mundanales, huir del
consumismo, desechar los placeres vanos, domeñar los egoísmos imperantes, la
nociva agresividad a flor de piel y la violencia y retomar los pasos del bien
fructífero; pues, el sarmiento que no está unido a Jesucristo, se seca, no da fruto y
se le arroja (Jn 15,6). Como la higuera que no daba fruto, se mandó cortar. Pero el
viñador contestó: " Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré
estiércol, a ver si da fruto " (Lc 13,8). El cristiano ha de cavar y abonar su alma con
la palabra de Cristo, para obtener una buena cosecha de amor a Dios y al prójimo e
inundar todo su entorno de los frutos de paz y de justicia, porque “ el que
permanece en mí y yo en él, da mucho fruto; sin mí nada podéis hacer ” (Jn 15,5).
Es la vida orientada hacia el Padre Dios, Abbá, pues los hombres viven como
hijos suyos y se aman unos a otros como hermanos, con la confianza de hijos que
nada esperan de sí, sino de Dios, pues "todo es posible para el que cree" (Mc 9,23).
Camilo Valverde Mudarra