Los enemigos de Jesús
Carlos Vargas Vidal
vargasvidal@yahoo.com
PANAMA. Había luz y no parecía. Hacía calor y no se sentía. Y en medio de una
vereda, todo verdor y aroma, camino a casa, estaba La Palabra y hablaba en
parábolas. Parábola tras parábola muestran una sabiduría muy superior jamás
pronunciada por labio alguno.
Camina descalzo, con la cabeza descubierta. Tenía un aspecto majestuoso y
resplandeciente. Su piel era de un tinte rosado. Sus ojos claros y sus cabellos
rubios. Igual a los de su madre, que lo veía desde lejos, con esa inigualable
hermosura femenina, jamás vista antes.
“Dejad a los niños y no les estorbéis” , acaba de decir. Cuando corrige y llama
la atención es enérgico; pero cuando explica, enseña y exhorta es calmo,
bondadoso, amable y sobrenatural. Cuántos lo ven le aman y al mismo tiempo le
temen. Como si temieran que descubriera sus maldades. Muy pocos pueden mirarle
su rostro por mucho tiempo. Y hacía prodigios. Pero tenía enemigos.
“Porque de tales niños es el reino de los cielos” (Mt 19, 13-15). He aquí la
razón por la cual Jesús se ha hecho de enemigos. Y veamos el porqué.
En los niños, de menos de siete años, bautizados ya, el Ángel de Luz es quien los
ilumina. Y por esa luz tienen un revestimiento angelical. Pasados esos años, el niño
nace al saber querer, al saber pensar. Y así, por primera vez, entra en contacto con
el mundo y con el demonio. Luego, más tarde, será con la carne. Una vez Lucifer ve
que toda creatura nace a la inteligencia se limita a contemplarla y asecharla.
Entonces, el niño y la niña, empiezan a escuchar dos voces: las palabras de luz y
las palabras de tinieblas. ¡Esa es la realidad de este mundo!
Una lo quiere hacer santo. Lo quiere para el cielo. La otra lo quiere hacer malvado y
le guarda puesto en el infierno. Esta es la razón por la cual Jesús se incomoda. No
quiere que el niño pierda su inocencia. Su encanto. Un corazón bueno, jovial,
sincero y espontáneo. Llevado en las alas de los ángeles.
Pero pareciera que estamos empeñados en acabar con esa inocencia. O no
dejándola nacer o pervirtiéndola. Remplazándola con esa máscara con la que
vemos al mundo y su alrededor. Llena de hipocresía, vanidad, mentira e
inmoralidad. Un mundo en que la ciencia quiere explicarlo todo y casi todo lo hace
inexplicable. Y es por eso raro ver a muchos científicos y fatuos sin máscaras.
Por ello, dejemos que el niño siga teniendo esa inocencia dulce y esa ternura
inigualable y que este día de los niños siga siendo interminable. Cada día más.