TRIGO-(Tres)
(albun)
Padre Pedrojosé Ynaraja
Comer trigo tostado es apetitoso, pero de difícil digestión, de aquí qué, entre otras
razones, el hombre elaborase el pan, probablemente el primer alimento procesado.
Si el lector fuera viejo como yo, y viviera en la cuenca mediterráneas, la mayor
parte de las explicaciones que voy a dar le serían superfluas, pero me ilusiona
pensar que será más joven y que desconocerá el proceso seguido desde que
empezó por frotar entre sus manos unas espigas, comiera las semillas y guardara
unas cuantas para sembrarlas. Lo que contaré venía haciéndose desde hace 4000
años y, curiosamente, en menos de 50, ha desaparecido de nuestra realidad
agrícola.
Se sembraba el grano a mano, cogiendo del recipiente sujeto a la cintura, un
puñado de trigo. Previamente se había roturado el campo, marcando surcos que
facilitasen la germinación (Sl 129,3). Se lanzaba con una precisión admirable, de
manera que, por ejemplo, en Catalunya, se llamaba cuartera a la extensión que se
podía sembrar con un saco de trigo. Parte caía en buena tierra, otra en terreno
adverso (Mt 13, Lc 8). Se mezclaban arrastradas por el viento malas hierbas, que
deterioraban la cosecha. La cizaña amargaba e intoxicaba (Mt 13,24). Hoy los
herbicidas lo impiden. Si las lluvias eran favorables, el labrador contemplaba
esperanzado como espigaban las plantas (St 5,7). Llegaban los segadores, que no
siempre eran suficientes (Mt 9,37) y cumplían con su labor amontonándola en
gavillas. Complementaban el trabajo las espigadoras (recuérdese a Rut). Extendida
la mies en una superficie dura, la era, se procedía a machacarla mediante el trillo,
una superficie de roble con medallones de cuarzo que arrastraba monótonamente
un buey. Se detenían a comer de lo que él mismo pisaba (I Cor 9,9). Al final de la
jornada se barría el terreno y se guardaba amontonado y revuelto paja y grano.
Completada la faena, llegado un día de suave viento, se lanzaba al aire con
destreza. El tamo, inútil del todo, caía lejos (Isa 40,24). La paja un poco más cerca,
el grano, muy próximo a donde con la horca lo había lanzado el que beldaba o
aventaba, que de las dos maneras se llamaba este trabajo. El amo aquellas noches,
se quedaba a dormir próximo al montón de trigo, para que nadie se lo robara (por
consejo de su suegra Noemí, sabia casamentera, Rut, la moabita, tuvo la osadía de
tenderse a sus pies nocturnamente y aquí empezó el idilio de la antecesora de
Jesús).
He presenciado estas labores como cosa natural. Se me permitió, por ser sobrino
de terrateniente, y después de recibir muchas recomendaciones, trillar algunas
veces.
La mies almacenada en el granero, era molida en casa. Era labor femenina. He
observado que culturas diferentes, iberas, cananeas o israelitas, se servían de
molinos semejantes. Dos piedras circulares, la de abajo descansando fija en el
suelo, la de arriba girando mediante un palo introducido en ella. El trigo se iba
metiendo entre ellas y moliéndose. Se amasaba luego y se dejaba fermentar,
gracias a un poco de levadura que se le añadía a la mezcla de harina y agua(Lc
13,21). Al cabo de unas horas se metía en el horno, que ocupaba un rincón de la
vivienda. La calidad del grano y de su molienda, determinaba la excelencia del
resultado.
Cuando levanto la patena ofreciendo a Dios el pan fruto del terreno y de la labor
humana, entiendo muy bien el significado de lo que digo. Partiendo de harina y del
agua de los riachuelos que rodeaban nuestras tiendas, y aprovechando el rescoldo
del fuego de campamento, las patrullas amasaban y cocían rústicos panes, sin
dejarlos fermentar. La que le salía mejor, gozaba del privilegio de que su pan fuese
el que se consagraría en la misa. Eran tiempos de mayor piedad y en los que se nos
permitía encender fuego.
Fiel a las normas litúrgicas que dicen que la materia aparezca verdaderamente
como alimento (OGMR c VI,1) utilizo en mis celebraciones panes ácimos que a
simple vista nadie duda que lo es. Cuando uno viene con hambre biológica y ansias
de Gracia, saciarse con lo que, en razón del rito sagrado, sé que es el Cuerpo de
Cristo, me siento unido, no solo a Él, sino a los Apóstoles, que estupefactos,
recibieron el don del Señor, seguramente, algunos de ellos, un poco distraídos
como me pasa a mí, pero fieles al mandamiento del Maestro.