P. ÁNGEL PEÑA O.A.R .
LA BEATA SOR ANA DE SAN BARTOLOMÉ
UNA MARAVILLA DE DIOS
LIMA – PERÚ
1
LA BEATA SOR ANA DE SAN BARTOLOMÉ,
UNA MARAVILLA DE DIOS
Nihil Obstat
P. Ricardo Rebolleda
Vicario Provincial del Perú
Agustino Recoleto
Imprimatur
Mons. José Carmelo Martínez
Obispo de Cajamarca (Perú)
LIMA – PERÚ
2
ÍNDICE GENERAL
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE: SU VIDA
Ambiente social. Sus padres.
Su infancia. Lucha por la vocación.
Entrada al convento. Noviciado y profesión.
Joven profesa. Enfermedad extraña.
Enfermera. Compañera de viaje.
Sufrimientos de la Madre Teresa.
Muerte de santa Teresa.
Traslado de su cuerpo a Ávila.
Traslado de sor Ana a Madrid.
En Ocaña. El Señor le habla de Francia.
Camino a Francia. Carmelo de París.
El velo negro. Fundación de Pontoise.
Priora de París. Problemas con Pedro Bérulle.
El Carmelo de Tours. Camino a Flandes.
Carmelo de Mons. Carmelo de Amberes.
Las carmelitas inglesas. Su secretaria.
Nuevo convento. Beatificación de la Madre Teresa.
Devoción a la beata Teresa. Su canonización.
Libertadora de Amberes. Rendición de Breda.
Última enfermedad. Algunos milagros.
SEGUNDA PARTE: CARISMAS Y VIRTUDES
Dones sobrenaturales. a) Profecía.
b) Perfume sobrenatural. c) bilocación.
d) Éxtasis. e) Don de lenguas.
f) Conocimiento sobrenatural.
g) Milagros en vida.
El demonio. Amor a Dios.
La Santísima Trinidad. Jesús Eucaristía.
La Virgen María. Los santos.
Almas del purgatorio. Algunas virtudes.
A los altares. Beatificación.
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
3
INTRODUCCIÓN
La vida de la beata sor Ana de San Bartolomé es una maravilla de Dios en
el mundo. Dios le regaló carismas sobrenaturales para servir mejor a sus
hermanas y a la Iglesia. La santa Madre Teresa de Jesús la tenía en tanta
consideración por sus virtudes que quiso que, desde novicia, fuera su compañera
y enfermera; y la acompañó en sus viajes en los últimos cinco años de la vida de
la santa, quien murió en sus brazos.
Dios la llamó a ser fundadora de Carmelos en Francia y Bélgica. Para ello,
al llegar a Francia, le dieron el velo negro para ser hermana de coro y así ser
Priora de los conventos que fundó en Pontoise, Tours y, más tarde, en Amberes.
Era tanta la confianza que tenía en sus oraciones la Infanta Isabel Clara
Eugenia, gobernadora de los Países Bajos, que siempre acudía a ella para pedirle
consejo en las cosas importantes de su gobierno. Fue considerada por todos y
proclamada la Libertadora de Amberes ; ya que, debido a sus oraciones, Dios
salvó la ciudad del ataque de los herejes holandeses.
Su vida y sus milagros en vida y después de su muerte la han hecho brillar
entre los santos de la Iglesia con luz propia. Y ella sigue intercediendo por todos
los que la invocan y obteniendo para ellos muchas y abundantes bendiciones.
Que la lectura de su vida nos estimule a todos en el camino de la santidad.
ACLARACIONES
4
Hemos transcrito los escritos originales de la santa con ortografía actual.
Las principales fuentes para su biografía están tomadas de sus propias
Autobiografías, Autobiografía de Amberes (que se encuentra en el convento de
las carmelitas descalzas de esta ciudad) y la Autobiografía de Bolonia (que se
encuentra en las carmelitas descalzas de Bolonia). Se les designa comúnmente
como Autobiografía A y Autobiografía B.
Por otra parte, la biografía escrita por el padre Crisóstomo Enríquez es de
primera mano, pues la publicó en 1632, a los seis años de su muerte, conociendo
sus escritos y el testimonio de muchos que la conocieron.
Por último, otra fuente importantísima son los testimonios tomados en las
declaraciones de los testigos para el Proceso de beatificación y canonización. En
este caso, los citaremos con el nombre de Proceso y la página de la edición
publicada por la editorial Monte Carmelo, Burgos, año 2010.
Al citar Obras completas nos referimos a los dos tomos de las Obras
completas de la beata Ana de San Bartolomé, editados por el padre Julián Urkiza
y publicados por el Instituto Teresianum de Roma en 1981 y 1985
respectivamente.
PRIMERA PARTE
5
SU VIDA
AMBIENTE SOCIAL
Ana de San Bartolomé vivió en el siglo XVI y XVII (1549-1626). Eran
tiempos en que España estaba en pleno siglo de oro, un período floreciente en
cultura y espiritualidad, pero a la vez lleno de luces y sombras. Mientras en
América se iba afianzando la conquista y la evangelización del continente, en
Europa Central, España se desangraba en duras batallas contra el avance
protestante, que había comenzado con el desafío a la Iglesia del monje agustino
Martín Lutero en Alemania.
En estos años, la Iglesia impulsó la Contrarreforma con el concilio de
Trento, promoviendo la reforma de las Órdenes religiosas para oponerse a las
ideas protestantes, que negaban la presencia real de Jesús en la Eucaristía,
rechazaban la misa, los votos religiosos, las imágenes y otras muchas cosas de la
fe católica. Lutero se creía con autoridad para ordenar y disponer como si fuera
un nuevo Papa y, por eso, cuando el Papa lo excomulgó, él mismo excomulgó al
Papa y nombró por su cuenta sacerdotes y obispos.
Por otra parte, en Inglaterra el rey Enrique VIII se separó de la Iglesia y se
constituyó en jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra, lo que continúa hasta el día
de hoy.
En Francia los calvinistas se extendían rápidamente y el rey hacía alianzas
con los turcos y en contra del rey de España. En los Países Bajos (Bélgica y
Holanda) estaban en guerra religiosa, pues los holandeses eran mayoritariamente
protestantes. Por el frente oriental los turcos musulmanes asolaban también las
costas de Italia y España; y el rey Felipe II tuvo que enfrentarlos en la gran
batalla de Lepanto.
Durante el tiempo de la vida de sor Ana, a la vez que hubo muchas cosas
negativas como las guerras de religión, también hubo grandes santos, que Dios
suscitó para contrarrestar el poder del mal, que quería destruir a la Iglesia de
Jesucristo. Entre estos santos famosos están: san Pedro de Alcántara, san
Francisco Javier, san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Jesús, san Juan de la
Cruz, san Luis Beltrán, san Pascual Bailón, santo Tomás de Villanueva, san Juan
de Ávila, la beata Catalina Tomás; y otros que florecieron en América como
santa Rosa de Lima, san Martín de Porres, santo Toribio de Mogrovejo, san Juan
Macías, santa Mariana de Jesús, la beata sor Ana de los Ángeles Monteagudo y
otros.
6
Fueron tiempos de luchas doctrinales y de guerras militares, en los que se
mezclaban los santos y los pecadores en la Iglesia de Dios
SUS PADRES
Los padres de nuestra santa se llamaban Hernán García y María
Manzanas. Eran agricultores con buena situación económica, aunque no ricos.
Poseían ganados y tierras y, sobre todo, eran muy virtuosos. Según dice ella
misma: Mi padre hacía las Pascuas y fiestas de Nuestro Señor muy solemnes en
el lugar, y mi madre todas las fiestas de la Madre de Dios, que lo tenían así
concertado los dos. Tenían mucha caridad y compasión de los pobres y cada
sábado se amasaba en casa pan para los pobres. Y el domingo, antes de ir a
misa, era su devoción de enviar un panecillo y un pote de vino a los conocidos
del lugar que eran pobres. Y si estaban enfermos, mi madre luego los iba a
visitar y a ver lo que habían menester. A unos daba lienzo para las camas y a
otros botica (medicinas) y hacía que los sirviesen y consolasen. Y tenía mucha
lástima de los niños que quedaban huérfanos y hacía por acomodarlos. Y una
vez yo me acuerdo que lloraba un nio por la calle y dijo: “Vayan a ver aquel
niño si tiene padre o madre y, si no le tiene, métanmele acá”. Y esto hacía
muchas veces y lo regalaba en lo que podía y acomodaba 1 .
Y después que yo sabía hablar, me andaba tras de mi madre. En viéndola
sentada, me sentaba con ella que la quería mucho, porque hablaba de Dios y me
llevaba consigo a la iglesia y miraba con atención las imágenes de Cristo y, sin
sentirlo, hallaba encendido mi corazón. Y cuando podía escaparme de casa, me
iba a la iglesia y me ponía en un rincón de una capilla de la Virgen, porque
estaba más escondida y rezaba el rosario… y cada vez que se nombraba a Jesús,
me arrodillaba, que tenía un gusto muy grande de nombrar el nombre de Jesús 2 .
Según afirma su primer biógrafo, el padre Crisóstomo Enríquez tenía seis
hermanos, tres hombres y tres mujeres. Siendo ya de edad los niños, los envió (su
padre) a la escuela; pero, temiendo que yendo y viniendo perdiesen el tiempo y
aprendiesen con otros muchachos travesuras que, aunque entonces son niñerías,
son principios de liviandades en la mocedad y vicios en edad más crecida,
recibió en casa a un sacerdote virtuoso y docto el cual aprendía (enseñaba) a
leer y escribir a los hijos y enseñaba los misterios de la fe y doctrina cristiana a
las cuatro doncellas. Vivían todos con el mismo concierto, orden y
reconocimiento que si estuviesen en un monasterio reformado, y, mientras vivió
1 Obras completas, tomo 1, p. 425, Autobiografía B.
2 Ib. p. 426.
7
el padre, jamás salían de la casa las doncellas sino a oír misa a que iban todos
los días, todos, padres e hijos, sin que ningún negocio, por grave que fuese, lo
estorbase 3 .
Sus padres murieron cuando ella tenía unos diez años y sus hermanos se
hicieron cargo de ella. Al principio se sintió muy sola, pero el Señor la consolaba
en la oración.
SU INFANCIA
Ana García Manzanas, que es el nombre de sor Ana, nació el 1 de octubre
de 1549 en El Almendral (muy cerca Navalmorcuenda). Era la sexta de siete
hermanos. Sus padrinos fueron Alonso Sánchez, escribano, y María Sánchez de
la Fuente 4 . No se sabe el día de su bautismo, porque faltan hojas en el libro de
bautismo del año 1549.
Ella nos dice: Nací en un pueblo cerca de Ávila que se dice
Navalmorcuenda, donde se vino a casar mi padre llamado Hernán García... con
mi madre, llamada María Manzanas. Tuve tres hermanos y otras tres hermanas
y, aunque mi linaje era humilde, no faltaba a mi padre lo que había menester de
ganados y heredades… Fue tenido mi padre y mis hermanos en reputación de
hombres buenos y prudentes, y así casi siempre los nombraban por alcaldes del
pueblo o mayordomos de la iglesia 5 .
Era niña de tres años y, saliendo mi madre de casa, dijo a mis hermanas,
que estaban haciendo labor: “Tened cuidado con esta nia, no caiga”. Ellas
quedaron hablando entre sí y las oí estas palabras: “Ojalá se muriese antes de
llegar a tener siete años, cuando se puede pecar, que ahora se iría derecha al
cielo”. Imprimiseme con estas palabras un temor de pecar y deseo de ir al cielo
de manera que, cuando llegué a los siete años, lloraba mucho por no haberme
muerto antes. Y andando con estos pensamientos en esta edad de tres años, me
parece que vi una vez el cielo abierto y en él a Jesucristo Nuestro Señor y tanta
gloria que no lo sabré decir; de donde hasta ahora me queda impresa aquella
figura y rostro de Cristo con grandes deseos de amarle, servirle y salvarme; y
temor de no ofenderle... De esta visión me quedaron tantos y tan divinos
consuelos interiores que no los sabría contar y, entre otra, una continua
presencia de Dios que nunca la apartaba de mis ojos. Y, siendo niña de cinco
años, me parecía traerle cabe mí de la misma edad que yo era, con un rostro y
3 Enríquez Crisóstomo, Historia de la vida, virtudes y milagros de la venerable Madre Ana de San
Bartolomé , Bruselas, 1632, pp. 9-10.
4 Proceso p. 646.
5 Peregrinación de Anastasio, Diálogo primero, Ed. Monte Carmelo, Burgos, 1933, p. 259.
8
unos cabellos largos… Mi continuo deseo era que él me mirase y nunca quitase
de mí sus ojos 6 .
Tomé devoción con algunos santos; primero a los ángeles, y con ellos a
san José, que era yo tan simple que le tenía por ángel, y a la Virgen Santísima
primero, que confiaba mucho en ella, y a las once mil vírgenes, y a san Juan
Bautista, y a otros santos. Y cada día les pedía me guardasen de pecar y en
particular les pedía la castidad.
Y con estos abogados yo andaba muy consolada y aficionada al buen
Jesús, que me hallaba muy movida de su amor, y todo lo que hacía era deseando
que Él me viese y me mirase y se contentase de mí.
Estos eran de ordinario mis deseos y pensamientos. Cuando estaba sola
miraba por las ventanas a los campos por ver si le veía con harta inocencia; mas
como era niña, cuando me juntaba con otras de mi edad y jugaban, yo también
deseaba jugar, y un día estaba en la oración consolada, debía de ser consuelo de
nios, y dije al Seor: “Seor, dadme licencia, iréme con las otras nias a jugar
y luego volveré”. Y me parecía que el Señor lo gustaba, aunque cuando yo
dejaba de rezar a mis devotos algún día, temía si se enojarían y luego tornaba a
pedirles perdón y continuaba 7 .
Cuando llegué a la edad de los nueve años, fueron tan grandes y tan
impetuosos los deseos de hacer penitencia que no sabía de qué manera
descansar, poniéndolos por obra, sino que cuando me enviaban fuera de casa a
los mandados, me descalzaba los zapatos, gustando de andar sobre las piedras,
espinas y nieve, descalza, que es aquella tierra muy áspera y fría, aunque
algunas veces me corría la sangre de los pies, y cuando volvía a entrar en casa
me tornaba a calzar porque mis hermanos no me riñesen. Otras veces en la
iglesia estaba de rodillas de suerte que la carne tocase el suelo, de que me solían
hinchar las rodillas y crear postemas 8 .
Un día, me acaeció oír un sermón de la pasión a un predicador y
pareciéndome que no había declarado los dolores de Cristo como ellos eran,
sino deteniéndose en no sé qué de teologías, salí llorando con muchas lágrimas,
y preguntándome mis hermanas por qué lloraba, les dije que porque aquel
predicador no había sabido predicar 9 .
6 Ib. pp. 259-260.
7 Autobiografía A; Obras completas, tomo 1, pp. 282-283.
8 Peregrinación de Anastasio, diálogo primero, p. 262.
9 Ib. p. 265.
9
Estaba mi alma tan encendida en la Pasión de Jesucristo, que si iba a la
iglesia y veía las pinturas de la Pasión del Señor, yo lloraba y quería ser pobre y
maltratada por su amor… Lo que podía dar de los vestidos sin que se viese, lo
hacía, y me quedaba sólo con lo de encima que se veía, y dábalo a los pobres, y
todo lo que podía tomar lo llevaba, y escondía la comida.
Y un día díjome una mi hermana: “Tú no has comido lo que te dan?”. Yo
dije que sí, y mi intención era que si no lo comía el cuerpo, lo comía el alma. Y
un día dije al confesor que engañaba a mis hermanos diciéndoles que comía con
esta intención, si sería mentira que no la deseaba decir por todo el mundo; mas
que creía esto era verdad. Y díjome: “¿Quién os ha enseñado que esto no es
mentira, siendo vuestro intento darlo al alma?”. Esto hacía por la Pasin de
Jesucristo 10 .
Desde esta edad de nueve años me dio el Señor tan gran deseo de servirle
siendo monja o ermitaña que, viendo ser imposible alcanzar que mis hermanos
me metieran monja, determinéme con una mi compañera 11 que, poniéndonos de
hábito de hombres, nos fuéramos a un desierto y lo teníamos concertado y
hechas unas esclavinas como ermitaños. Mas a la noche qu e habíamos de salir
de nuestras casas, ni ella halló la puerta de la suya para salir, ni yo pude subir
por un árbol por donde pensaba saltar por unas tapias bajas, que por la puerta
no pudiera salir sin ser sentida, y así quedamos tratando después que no e ra
voluntad de Dios siguiéramos aquel camino, sino esperar en el Señor que él
daría orden como nos metiesen monjas 12 .
A los diez aos murieron mis padres… y ( mis hermanos) me enviaron a
guardar el ganado al campo, aunque era cerca del lugar. Yo lo sentía mucho al
principio; mas luego el Señor me consoló y los campos me eran deleites y los
pájaros me recogían con su canto, que si empezaban a cantar me estaba las
horas recogida. Y muchas veces venía el Niño Jesús y se me sentaba en las
faldas y le hallaba allí cuando tornaba en mí.
Lo que aquí sentía en mi espíritu no lo sé decir, que yo me hallaba en un
cielo glorioso, que deseaba vivir allí siempre y que no viera más gentes y
quisiera irme a un lugar muy lejos.
Y una vez dije al Nio Jesús: “Seor, pues me hacéis compañía, no vamos
más donde haya persona, sino vámonos solos a unas montañas, que con vuestra
compañía no me faltará nada”. Mas reíase y sin hablar me mostró no era
10 Autobiografía A, p. 295.
11 Era su prima Francisca Sánchez Cano, que era como su gemela y estaban siempre unidas.
12 Ib. p. 262.
10
aquello lo que quería de mí. Yo amaba ya tanto la soledad con tal compañía que
con ver gente me era la muerte. Algunas veces me tomaban las noches sin
sentirlo media legua del lugar y, espantados mis hermanos, me buscaban y
reñían. Mas no me espanto que, como no sabían la compañía que yo tenía, ni se
lo dije jamás, podían pensar en otra cosa 13 .
Según declaración de sor Clara de la Cruz, la Madre Ana le dijo a ella y a
otras religiosas, que si pudiera pintar, pintaría al pequeño Jesús en la misma
forma en que se le aparecía en su niñez y añadía que era muy hermoso, de pelo
rizado sobre los hombros, de color castaño, con un vestido morado, como los
“nazarenos”, con unos ojos resplandecientes y ardientes, tan atractivos que no
se atrevía a mirarlos fijamente, pensando que, si los miraba, moriría de amor 14 .
Cuando llegué a la edad de trece aos, que ya mis padres eran muertos…
víme afligida, porque siempre había tenido deseo de la castidad. Mas, al fin,
determinéme un día a que, si yo hallara un hombre muy rico, muy hermoso, muy
agradable, muy santo y que me ayudara al servicio de Dios, que me holgara con
tal compañía. Estando en estos pensamientos, aparecióme Nuestro Señor
Jesucristo, hermosísimo, como le había visto en el cielo y, hablándome con
mucha ternura y amor, me dijo: “Yo soy el hombre que tú buscas”. Desde
entonces, me determiné de no me casar y procurar cuanto pudiese ser monja,
aunque no sabía dónde ni cómo lo alcanzar por la gran dificultad que entendía
en mis hermanos para ello habría 15 .
LUCHAS POR LA VOCACIÓN
Mis hermanos, como me veían ya tan grande, trataban de casarme. Yo no
tenía esos pensamientos. Llamaba a la Virgen, que había tomado por Madre, y a
todos mis (santos) devotos y acrecentaba las devociones y penitencias. Iba a la
iglesia y escondíame en una capilla que había de la Concepción de la Virgen
Nuestra Señora, y los pies desnudos y las rodillas desnudas por tierra, llamábala
que me ayudase. Y veníanme mil tentaciones terribles contra mis deseos que me
atormentaban y afligían. Y con estas ocasiones no faltaban las astucias del
diablo. Mas yo tomaba disciplinas y echábame en una cava desnuda, aunque era
húmeda, en el suelo, hasta que se templase la furia de la tentación, y dormía
sobre unos sarmientos y otras cosas ásperas en lugar de la camisa, y ésta daba a
los pobres, porque no supiesen en casa iba sin ella. Y poníame otras veces un
cilicio de cerdas 16 .
13 Autobiografía A, Obras completas, tomo 1, p. 283.
14 Proceso, p. 425.
15 Peregrinación de Anastasio, Diálogo segundo, p. 265.
16 Autobiografía A, o.c., p. 27.
11
Andando con estos deseos (de ser religiosa) me acaeció que no habiendo
rezado el rosario de Nuestra Señora por haber tenido muchas ocupaciones (que
le solía rezar cada día), cuando a la noche le quise rezar, me hicieron acostar
mis hermanas; y yo, por no dormirme sin rezarle, eché conmigo una piedra
esquinada que me quitase el sueño. Mas apenas me hube acostado, cuando me
quedé dormida con el rosario en la mano, y soñé una manera de sueño que no sé
cómo es, mas de que me parece que veía con los ojos un gran resplandor y en él
una virgen muy hermosa que me mostró el monasterio de las carmelitas
descalzas de Ávila con todas las celdas y monjas y las demás cosas que en él
había, y me dijo que ella quería que fuese allí monja. Y luego vi a Nuestro Señor
Jesucristo que me dijo lo mismo y me tiró con gran fuerza del rosario que yo
tenía en la mano, con que me despertó. Y cuando abrí los ojos no vi otra cosa
que una gran luz y resplandor, con que quedé bien determinada de ser monja en
aquel monasterio 17 .
Por este motivo, yo me excusaba de hablar a hombres ni darlos sujeto que
me hablasen y si entraban en casa los amigos de mis hermanos yo me iba fuera,
o los hacía rostro como si fueran una mala visión. Este recato traía por verme
muchas veces con grandes determinaciones y además las obligaciones con que
Dios me obligaba eran grandes y pedían gran pureza y fidelidad. Y lo uno y lo
otro combatía en mi espíritu con violencia 18 .
Tuve grandes estorbos de ser monja en mis hermanos, porque me querían
casar, y particularmente un día me acuerdo que, estando todos ellos juntos en
casa de una mi hermana casada, tratando de casarme con un hermano de su
marido, mi cuñado, y habiéndole a él enviado a llamar para concluir este
matrimonio, me llamaron también a mí. Yo entendiendo para lo que me querían,
me ensucié la cara y me vestí lo más sucia y despreciadamente, y tocada de
torchones, en fin, lo peor que pude. Y cuando mis hermanos me vieron así, me
echaron en horamala, dándome muchos porrazos con palabras afrentosas.
Volvíme contenta a mi casa, y desde entonces se comenzó a enfriar aquel
matrimonio, porque se resfrió el mancebo viéndome tan mal compuesta. Otras
veces me persuadían con muchas razones diciéndome que ya que quería ser
monja, por qué no escogía un monasterio honrado y bueno de Orden conocida, y
no aquel de carmelitas descalzas, que hacía poco había fundado una loca,
Teresa de Jesús, y había habido grandes revueltas sobre aquella fundación.
Por este tiempo acaeció venir a nuestro pueblo dos monjas de la Orden de
San Jerónimo, y también éstas me persuadieron mucho por orden de mis
17 Peregrinación de Anastasio, Diálogo segundo, p. 266.
18 Autobiografía A, p. 286.
12
hermanos que me fuese con ellas a su monasterio. Mas siempre me tenía Dios
firme en mi vocación de monja carmelita descalza, mientras eran mayores las
persecuciones de mis hermanos, que fueron tan grandes que una vez habiendo
persuadido yo con muchas lágrimas a un hermano mío que fuese a buscar
dineros para llevarme al monasterio, díjome que sí haría. Y volviendo a casa,
como le instase en preguntarle si traía recaudo, fue tan grande la ira que tomó,
que desenvainando la espada, me tiró una cuchillada con tanta furia, que si una
hermana mía que se halló cabe él, no le detuviera el brazo, me dejara ahí
muerta, y tuvo ella por milagro haber tenido fuerza para detenérsela. Yo me fui
huyendo a hincar de rodillas delante de una imagen pidiendo favor. Con esta
revuelta y escándalo se alborotó toda la vecindad corriendo a nuestra casa,
dando voces, diciendo: ¿qué hay en la casa de Hernán García que se están
matando? Entre otros acudió a los gritos un mi tío, y sabiendo lo que pasaba,
reprendió mucho a mi hermano, y persuadióle a que me metiese monja adonde
yo decía, pues tanto lo deseaba, y a él le había de costar tan poco dinero 19 .
Con la persuasión que mi tío hizo a mi hermano para que me llevase a
Ávila, se juntó venir por aquel tiempo a predicar en nuestro pueblo desde la
misma ciudad de Ávila un (sacerdote) doctor con quien yo me confesé y
comuniqué mis deseos, el cual tenía conocimiento con las monjas descalzas y
concertó con ellas me recibiesen. Y así mis hermanos me llevaron al monasterio,
siendo entonces Priora la Madre María de San Jerónimo, que me mostró mucha
gracia ella y todas las monjas que me hablaron, las cuales reconocí ser los
mismos rostros que había visto en el sueño que dije, y aún reconocí hasta un
jarro en que me dieron a beber. Mas por entonces no me quisieron recibir, que
decían no tenían licencia de su Superior para ello, que procurarían la licencia y
me recibirían después. Con esto me volvieron a mi tierra, y viniendo por el
camino, en un puerto que estaba entre Ávila y El Espinar por donde pasábamos
(estando yo sentada cabe de una fuente), vi innumerables demonios que pasaban
sobre mí como si fuera una nube de ellos, haciendo muchos regocijos y fiestas
porque no me había quedado en el monasterio, y luego pasó como otra nube de
los mismos con gran grito, dando a entender que pues lo habían estorbado
entonces, que nunca había de ser monja, y su figura de ellos era como de unos
hombrecillos muy feos con unas patas muy grandes 20 .
Cuando iba a tomar el hábito y después que volví, que no me quisieron
dar (el hábito), fueron tan grandes las tentaciones deshonestas y gana que me
dio de casarme, pareciéndome que no me podría salvar guardando castidad, y
tan grandes los ímpetus y soberbias de la carne, que no me podía valer. Lloraba
y afligíame viéndome en tan miserable estado, y acudía a dar voces a Dios en la
19 Peregrinación de Anastasio, Diálogo segundo, pp. 266-267.
20 Ib. p. 269.
13
oración que me valiese, aprovechándome de muchas asperezas de cilicios y
disciplinas con que reprimía tan increíble pasión, naciéndome de ella una gran
desconfianza de poder perseverar, y tristeza porque no me admitieron las monjas
diciendo que no tenían licencia y que no podían sin ella recibirme 21 .
Mis hermanos me hacían amenazas de pruebas y me ponían en el trabajo
de los trabajadores, y así me cargaban de cosas que había menester fuerzas de
hombres, y decían los criados de la casa que ellos no pudieran hacer dos juntos
lo que yo hacía. Yo me reía, porque como si fuera una paja me era el peso que
me mandaban alzar. Y con esto embebía la fuerza del espíritu, que era tan
grande que no podía sufrir si no era con estos entretenimientos. Porque me
daban dos carretas, que son como carros, que las llevase a solas y trajese el pan
a las eras, y los que segaban hacían las gavillas dos veces más grandes que de
los hombres, pensando que no las podría subir en los carros. Yo las cargaba con
gran ligereza, de manera que los hombres dejaban de segar por mirarme y se
espantaban y no sabían si eran fuerzas de Dios o del mal espíritu.
Después que el pan estaba en la era, me daban dos o tres pares de bueyes
que los trillase. Mandábanme que los uniese con el yugo al trillo y eran bravos, y
Dios me hacía tanta gracia que, llamándolos yo, bajaban la cabeza y se venían
al yugo como si fueran corderos.
Esto hice y otros ejercicios todo un verano, con grandes soles y calores,
que los hace en aquella tierra. Y una vez me enviaron por estos bueyes a la
dehesa y no hallaba uno, que se había quedado entre unas breñas, y estando
como iba a buscarlos, venía un perro a mí que rabiaba. Yo no lo pensé y
acercándose arremetió a morderme. Yo me eché en el suelo de boca por no
tomar su aliento. Y subió sobre mí y rompióme todos los vestidos, aunque eran
nuevos de aquel día, y aquel animal que no había hallado estaba escondido
cerca. Y como vio que el perro me trataba mal salió, hizo cara al perro y con
esto me dejó el perro y el animal se llegó a mí como si fuera una persona y me
lamía con su boca y púsose en el camino y hacíame de señas que me asiese a él.
Yo lo hice y me trajo al lugar, de manera que espantaba a los que lo veían.
Otra vez estaba con mi compañera en una sierra con el ganado y
estábamos sobre una piedra que estaba en lo bajo de las sierras y vimos venir un
pastor de lejos que se venía para nosotras. Tuvimos miedo y metímonos debajo
de la piedra y había hierbas a par de ella con que nos tapamos y Dios que nos
quería guardar. El hombre llegó y se subió sobre la piedra donde nos había
visto. Y decía: “Dnde se han ido? Las tales las lleven!”. Estuvimos allí
escondidas hasta que era tarde, que veíamos sería ido y de la congoja salimos
21 Ib. p. 270.
14
como si hubiéramos estado en agua mojadas. Cuando vine a casa me decían
estaba loca y que era menester quitarme aquella oración y deseos de ser monja,
que si iba al monasterio no lo podría llevar y me volvería y los deshonraría; que
era mejor atajarlo antes que allá fuese.
Esto hacían los parientes, unas veces con rigor, otras veces me mostraban
gracia y que lo hacían por mi bien, que no tendría fuerzas para llevar aquel
rigor. Y traíanme otras personas que me hablasen y aconsejasen lo mismo, y que
mirase que no iba bien, que tomase otro camino.
Una noche, que hacía muy linda luna, una parienta pidió licencia a mis
hermanos que yo fuese con ella a su lino, que tenía una heredad junto a las casas
del lugar, y estando allá oímos un gran ruido, que yo tuve mucho miedo, y
rastraban cadenas y daban fuertes gemidos. Y la que estaba conmigo decíame,
como me veía turbada: “No es nada, alguna bestia es que pasa por el camino”.
Y luego se apareció cerca de nosotras una visión negra mucho y como una
estatua de un hombre de dos estaturas tan grande, tan delgado, y llegando cerca
de nosotras yo me desmayé y caí en tierra, diciendo: ¡Válgame la Santísima
Trinidad! Y la otra cayó sobre mí por quitarme el miedo. Mas en lo que me duró
este desmayo, tornando en mí, me asieron de la mano y me llevaron a casa. Y
desde el espacio que había del lino hasta mi casa veía yo que iban delante de
nosotras, algo apartado, tres personas vestidas de blanco, y dije: “Qué gente es
aquella?”, y dijéronme: “Deben ser pastores que vienen del ganado”. Y en
llegando a las casas desaparecieron.
Conocí que era la Santísima Trinidad, a quien yo había llamado.
Quedóme este miedo y flaqueza de corazón, de manera que en entrando en un
aposento de noche a solas me hacía temor, traía una sombra mala. Díjelo a mis
hermanos, hacíanme decir misas, y como no se me quitaba, era por San
Bartolomé, había una ermita cinco leguas de allí de este bendito apóstol y en
aquella tierra le son muy devotos. Lleváronme a tener una novena allá, y tres
leguas antes de llegar pedí licencia a mis hermanos de ir a pie, porque Dios me
hiciese merced de sanarme, y diéronmela. Y como iba cansada, antes de entrar
en la ermita me senté y quedéme tullida y fue menester que me llevasen. Y
entrando en la ermita se me quitó y quedé sana del todo y con seguridad que se
cumplirían mis deseos 22 .
22 Autobiografía A, pp. 288-290.
15
ENTRADA AL CONVENTO
Por fin, después de tantas luchas, oraciones y sacrificios, un día la
mandaron venir del monasterio de las carmelitas descalzas de Ávila, porque ya
tenían el permiso del Superior. El hermano que había intentado matarla lo
preparó todo y con algunos familiares la llevaron a Ávila. Nos dice sor Ana:
Ellos todo el camino iban llorando y casi no me hablaban. Yo iba muy alegre,
mas por otro camino tan combatida de tentaciones malas, que parecía que todo
el infierno se había juntado para hacerme la guerra. Yo no osaba decir palabra
que con razón, si la dijera, dijeran era loca entrar en el monasterio de aquella
manera. Y las benditas almas me llevaron el mismo día (2 de noviembre de 1570)
por la mañana. Y al entrar por la puerta del monasterio, se desapareció toda
aquella tempestad, así como si me quitaran un sombrero de la cabeza y quedé
como en un cielo de contento, que parecía que toda mi vida me había criado en
aquella vida y entre aquellas santas 23 .
Entraba al convento como hermana lega o de velo blanco. Era la primera
lega que aceptaba santa Teresa de Jesús en San José de Ávila, pues al principio
todas hacían las labores de la casa, pero con el tiempo se dio cuenta de que había
necesidad de hermanas que atendiesen a las necesidades materiales de la casa, a
fin de que las coristas estuvieran más desocupadas para el coro y otros asuntos.
Sobre su prima y compañera, encubrióle Ana su venida al monasterio por
no le dar pena, ya que no había lugar más que para una; y cuando supo su
venida, dióle mucha pena, que dicen estuvo muchos días que no hacía sino
llorar. Como no había lugar para ella en el monasterio, luego envióla a decir, si
quería venir a servir en casa de un capellán nuestro, mientras hubiese lugar de
poder entrar en el monasterio. Respondió que siete años serviría de balde para
que al cabo de ellos la recibiesen. Allá vino y la vio la santa Madre (Teresa) y se
contentó tanto de ella que le dio palabra de recibirla lo más presto que pudiese.
Y así lo hizo, que la llevó a Medina del Campo (el año 1576 como hermana lega)
donde ahora está. Llámase Francisca de Jesús… Lo que sé es que nuestra santa
Madre decía que era una de las almas santas que ella conocía. Siempre he oído
decir en la mucha reputación que la tienen en su casa 24 .
Francisca de Jesús murió en el convento de Medina del Campo con fama
de santidad el 19 de febrero de 1626, unos días antes que sor Ana.
23 Autobiografía A, pp. 291-292.
24 Declaración de sor Jerónima de Jesús; Obras completas, tomo 1, p. 756.
16
NOVICIADO Y PROFESIÓN
Ella recuerda: Nuestro Señor me mortificó muy bien, que en todo el año de
noviciado se me escondió y tenía grandes sequedades. Yo me afligía más que de
los trabajos pesados. Y díjele un día: “Seor, parece que me habéis engañado en
traerme aquí y dejarme sola. Si yo pensara estar sin vuestra vista, no viniera,
que por teneros con más libertad he venido”. Y díjelo a mi maestra y rióse
mucho de mi simplicidad, consolándome que presto volvería el Señor. Y así fue
que, en acabando el año de noviciado, volvió su divina presencia como antes.
Este año del noviciado me pusieron en altas actividades y ejercicios, porque la
casa estaba pobre y traían obra. Yéndose los oficiales (obreros) a comer,
trabajaban todas en lo que podían, mas como yo estaba moza y con fuerzas, me
ofrecía y érales de gusto; que me dejaban algunas veces sudar dos o tres horas 25 .
En julio de 1571, siendo novicia, llegó al monasterio de San José de Ávila
la Madre Teresa de Jesús y el mismo día que entró en casa me abrazó y, en
viéndome, dijo: “Aunque sea novicia, llévenla a mi celda, que quiero que sea mi
compañera. Mas esto yo lo tomé como de gracia, aunque se hizo como lo decía,
que me fui a dormir con ella y tenía cuidado de servirla en lo que había
menester. Y cuando profesé estaba en la Encarnación. Desde allá mandó que me
diesen la profesión, que mis parientes habían pedido la alargasen hasta el día de
San Bartolomé, porque era lejos y no podían venir antes. Y la santa no quiso que
los aguardasen y mandó que me la diesen el día de Nuestra Señora de la
Asunción y envió desde allá a decir lo que se había de hacer como Madre de
aquella casa y envió un padre jesuita que predicase, porque era un gran hombre
de oficio y por esto puedo decir que me la dio, que las monjas no lo querían
hasta que mis parientes trajesen la limosna que habían mandado. Y la santa
dijo: “Dénsela luego, no miren en eso”. Y tenían un cannigo amigo que era de
los más nobles del lugar, éste la quería tanto que hizo toda la cosa de la
profesión 26 .
El día de su profesión religiosa escribió sor Ana en el libro de profesiones:
Yo, Ana de San Bartolomé, hija de Hernán García y María Manzanas, vecinos
del Almendral, hago profesión y prometo obediencia a Dios todopoderoso y a la
Virgen gloriosa, su bendita Madre, so cuya Orden está fundada la bendita Orden
de Nuestra Señora del Monte Carmelo y a Vos el muy reverendo señor don
Fernando de Brizuela, arcediano de Arévalo, provisor de este obispado de Ávila,
y a los obispos que por tiempo fueren, y a Vos Madre María de San Jerónimo,
Priora de San José, y a las Prioras que por tiempo fueren del dicho monasterio,
de vivir sin propio y en castidad hasta la muerte según la Regla de Nuestra
25 Autobiografía B, Obras completas, tomo 1, p. 433.
26 Autobiografía B, pp. 473-474.
17
Señora del Monte Carmelo. Hecho a quince de agosto de mil quinientos setenta y
dos años, y porque es verdad lo firmé de mi nombre de una cruz. María de San
Jerónimo, Antonia del Espíritu Santo y el licenciado Brizuela 27 .
JOVEN PROFESA
Como hermana lega se dedicó a servir a sus hermanas con todo su corazón
como si fueran el mismo Jesucristo. Santa Teresa le encomendó varios oficios,
especialmente el de tornera y enfermera. Trabajaba mucho, comía poco y hacía
grandes penitencias. Uno de sus principios fundamentales era aprovechar bien el
tiempo y nunca estar ociosa. Por eso, dicen en el Proceso de canonización las
religiosas que la conocieron que, incluso de mayor, cuando iba al locutorio,
hilaba lana o lino o cosía. A veces rezaba el rosario y, en ocasiones, ni seguía la
conversación con los seglares y, cuando le preguntaban algo, no sabía responder.
Refiere: Un día, al cabo del año (de noviciado), entrando en una ermita
que hay de un Cristo a la columna, aparecióseme el Señor en la cruz,
crucificado, y lo primero que me dijo respondióme a unos deseos que tenía de
saber, si la sed que tuvo en la cruz era sed natural, y díjome: “Mi sed no fue sino
de almas, ya es menester que mires en esto y vayas por otro camino que hasta
aquí”. Como si me dijera: “No me busques más Nio”. Y mostrme todas las
virtudes en perfección, hermosísimas, de que yo me espanté, que me vi lejos de
su hermosura y perfección. Y con esto desapareció el Señor, dejándome muy
herido el corazón de su amor y de verle tan herido en la cruz del amor de las
almas 28 .
Era tanto su amor a Dios que casi no dormía por las noches, haciendo
oración. Al saberlo la Madre Teresa le dijo: “Hija, en taendo a dormir, quite la
oración y duerma”. Yo deseaba obedecer, como me lo mandaban, y decía al
Señor cuando me iba a dormir: “Señor, yo no tengo licencia de estar con Vos,
habéisme de dejar dormir”. Es cosa maravillosa cmo el Señor quiere que
obedezcamos, que me dejaba dormir el tiempo que las más, y en despertándome
le hallaba luego en el alma, que parecía me estaba guardando en el sueño. Mi
cuerpo andaba tan ligero como si no fuera natural, tanto que temía yo no fuese
engaño aquello, que andando como iba, se levantaba como una paja y a
doquiera que me sosegaba estaba llena de este amor.
Y un día, estando sentada haciendo labor cerca del torno, que por
divertirme me traían llena de oficios, empezóse mi alma a inflamar en el amor de
27 Proceso, p. 643.
28 Autobiografía A, p. 292.
18
este Esposo más de lo ordinario, y estando en este acto llegóse a mí el Señor
como cuando estaba en el mundo. Venía tan pasito y como detrás, como pudiera
venir otro hombre que estuviera enamorado a hacer una gracia a su esposa. Y
llegándose más, echó su mano sobre mi corazón y pareció me lo había
arrancado; y quedóme tanto dolor en este momento, que sin sentir me quejé. Era
tan hermoso que robaba el corazón, y dejómele de tal manera que parecía se
quería ir del cuerpo y un dolor excesivo en el corazón. Estas visitas me traían sin
poderme divertir (distraer) 29 .
ENFERMEDAD EXTRAÑA
La santa Madre Teresa de Jesús terminó su trienio de Priora de la
Encarnación de Ávila en 1574. Los Superiores la habían puesto para reformar en
alguna medida este monasterio de carmelitas calzadas. Y esas mismas religiosas,
que no habían aceptado al principio por temor a que les exigiera demasiado, al
final querían que continuara, porque se habían acostumbrado a ella y todo estaba
mejor que nunca antes. Incluso dejaba como capellán a san Juan de la Cruz.
Después de dejar la Encarnación, la Madre Teresa fundó el convento de
Segovia. Quiso llevar a sor Ana de compañera, pero estaba muy delicada de
salud y la santa Madre se fue sin ella a la fundación de Beas y Sevilla.
Dice sor Ana: Duróme esta enfermedad todo el tiempo que nuestra santa
estuvo en Beas y en Sevilla, que fue un año. Y un día dije al Señor que me
llevase, si era servido o me diese una salud moderada, que pudiese yo traer
ejercicio de padecer y no me estorbase de servir a las hermanas. Empecé un
poquito poco a andar, aunque con terribles dolores; mas como me podía mandar
por mí misma, no me daba pena sino consuelo.
Quedé con grande flaqueza y, aunque me acudían con todo lo que podían,
las flaquezas eran tan grandes que me daba vergüenza decirlas todas. Y pedí
licencia que pudiese comer un poco de pan algunas veces. Traíalo en la
fraltriquera, algunas veces de quince días, duro como una piedra, que se podía
moler. Y cuando despertaba de noche con desmayo, roía de aquel pan como un
ratón y parecía que era como si comiera una sustancia que me sosegaba 30 .
Otra vez me dio un desmayo que me quedé sin ha blar y estaban todas e n
las horas (rezando el Oficio) de la mañana y la portera había quedado conmigo
y, como no tenía cosa qué me dar, se puso muy triste. Y llamaron al torno
29 Autobiografía A, p. 296.
30 Obras completas, tomo 1, p. 437, Autobiografía B.
19
fuertemente y fue a responder y, dejándome así sin hablar, halló en el torno una
conserva que no sé lo que era, y metiéndome un poco en la boca, torné.
Estaba la casa tan pobre que se pasaban hartos días sin tener que comer,
aun pan faltaba muchas veces, que lo que a mí me acudían pienso lo quitaban de
su sustento. Yo tenía harta gana de padecer, mas como me veía tan flaca y que
no podía nada, dije: “Seor, qué cosa es tener estos deseos de padecer, estando
así?”. Tornéle a decir que me diese salud para emplearlos o me llevase. Y
díjome: “Ahora no conviene, ahora has de padecer muchos trabajos en
compaía de mi amiga Teresa” 31 .
En la casa de San José de Ávila había mucha necesidad y Dios socorría a
veces de modo extraordinario. Dice sor Ana: Me acuerdo que un día cerramos el
torno por la noche sin que nadie se acordase de nosotras, y nuestra Madre
Priora (María de San Jerónimo) estaba mala en la cama y dábale harto cuidado
ver aquellos ángeles (religiosas) sin tener qué les dar. Y díjoles que fuesen a
rezar y diesen gracias a Dios de la merced que les hacía. Y de allí a poco
llamaron a la puerta de la calle y, siendo importunos en el llamar, mandó
nuestra Madre que respondiésemos y diéronnos dos panes grandes y un
pedacillo de queso, que no se debía de hallar con otra cosa a quien Dios movió
para hacernos esta caridad. Mandó nuestra Madre llamar a todas y que
comiesen de aquel pan y queso; y comieron y quedóles para otro día…
Otra vez, estando la prelada muy mala, era tan grande la pobreza que no
se podía acudir a su necesidad. Y, estando bien descuidadas, llamaron al torno y
les dijeron que abriesen la puerta y tomasen una carga de aves y otras cosas de
regalos a propósito para la enfermedad que tenía la enferma. Venían de doce
leguas de allí de una persona bien sierva de Dios, a quien habían dado noticia
de la necesidad que la enferma tenía 32 .
31 Ib. p. 438.
32 Obras completas, tomo 1, p. 91,
20
ENFERMERA
La misma noche que llegó la santa de Sevilla le dijo: “Hija, véngase a mi
celda, aunque al presente esté enferma”. Y al parecer no estaba para servirla.
Había al presente en casa cinco enfermas en cama con calenturas y una muy
mala y con tanto hastío que no comía cosa alguna, que se llamaba Isabel
Bautista. Y díjome la santa a la maana, otro día en llegando: “Hija, aunque
esté mala, quiero que sea enfermera de estas enfermas, que no hay quien las
cure. Yo callé por no ir contra la obediencia, mas en mí pensaba: “Cmo lo
haré que no puedo alzar los pies del suelo?”.
Y, como pude, fui a la cocina a aderezar alguna cosa para la que estaba
la más mala. Y antes de ir a la celda había una escalera de catorce gradas. Al
pie de la escalera yo paré y dije al Seor: “Ayúdame, Seor mío, que yo no
puedo subir un paso”. Al postrero de lo alto, apareciseme el Seor,
hermosísimo como las demás veces, como cuando andaba por el mundo, y
díjome: “Sube”. Y diciendo esto me hallé subida a sus pies sin trabajo, y fuese
conmigo a la celda de la enferma. Y entrando arrimóse de cuestas a la cabecera
de la cama, como un enfermero que quiere regalar a sus enfermas, y díjome:
“Pon aquí eso que traes, y vete a dar a las otras, que yo daré a ésta”.
Yo fui como si no hubiera tenido mal ninguno, sana y muy aprisa, con
deseos de volver a ver a mi Señor. Y, aunque más prisa me di, cuando volví, no
lo hallé. Estaba la hermana tan alegre y díjome: “Hermana, qué es esto que me
ha traído, que en vida no he comido cosa que tan bien sepa?”. Y no la dije cosa
de lo que había visto entonces, aunque nos queríamos bien; mas después le
pregunté si había estado alguien con ella, y me dijo que no. Y con esto yo callé.
Mas díjome que se había hallado tan contenta y confortada en el alma, que no
parecía que tenía mal.
Y luego sanaron todas mis hermanas, y la santa me dijo: “Sea priora de
ellas y no me pida licencia; déles lo que viere que han menester”… Yo me
ejercitaba en la caridad de todo lo que se presentaba, gracias al Señor que me
había dado la salud y ocasión para ejercitarla, que yo no lo merecía, mas Su
Majestad me lo hacía merecer por su amor. Las hermanas se habían espantado
cuando la santa me mandó ser enfermera estando tan mala, mas por que se viese
la fuerza que Dios ha dado a sus prelados y la que tenía la santa Madre para
saber lo que mandaba, lo permitió que todas quedaron admiradas. Yo más, que
no merecía tanto bien.
En este tiempo que era enfermera, un día que tenía una enferma muy mala
y dejándola sosegando fuíme un poco a una cava a esconderme para rezar; y
estando recogida, dijéronme en una voz amorosa: “Surge”. Yo dije: “Dmine,
21
qué mandáis Seor?”, que conocí su dulce voz, y no me respondi. Y salí a ver
lo que me querrían. Y andábanme a buscar por toda la casa, que me llamaba la
enferma. Cuando fui, la hallé muy acongojada de una flaqueza que la había
tornado. Y acudía a todos los trabajos de la casa, como la santa me lo había
mandado. Acudía también a la santa Madre, en su amorosa compañía, con harto
gusto y ligereza, como se puede creer del Señor que lo hacía 33 .
Verdaderamente, era un cielo servirla, que la mayor pena era verla
padecer; que serían poco más o menos catorce años, porque desde que entré a
tomar el hábito me llevó a su celda, que siempre desde que vivió estuve con ella,
si no fue en tanto que fue a Sevilla, que quedé enferma. Y todo este tiempo no me
parecía un día, y la santa estaba ya tan acomodada a mi pobre y grosero
servicio, que no se hallaba sin mí, tanto que un día me dio una calentura grande,
y ella se había de partir al otro día de allí para ir a visitar sus monasterios. Yo
no estaba para caminar, al parecer, y ella me dijo: “No le dé pena, mi hija, que
yo dejaré mandado que en quitándosele la calentura me la envíen luego”. Y a la
medianoche me llamó y dijo que cómo me hallaba, y yo miré y no tenía
calentura, y ella se levant de su cama y me vino a ver y dijo: “Es verdad, hija
mía, que no la tiene; bien podemos caminar, que yo lo deseaba y la
encomendaba a Dios”. Y así fue, que nos partimos a la mañana 34 .
En este oficio de enfermera me dio el Señor tan grande gracia, habilidad
y salud, que, viéndome la santa Madre tan a propósito para servirle, porque de
ordinario andaba enferma, me escogió por su enfermera y me llevó siempre
consigo y en su compañía desde que volvió de Sevilla a Ávila hasta que Nuestro
Señor se la llevó al cielo 35 .
33 Autobiografía A, pp. 297-299.
34 Autobiografía A, pp. 306-307.
35 Peregrinación de Anastasio, Diálogo tercero, p. 274.
22
COMPAÑERA DE VIAJE
Muchos fueron los trabajos que padecieron por los caminos. Ella nos dice:
Espántanbanse muchos los que la acompañaban por los caminos de ver los
trabajos e infortunios que se nos ofrecían, que a ellos les hacía desmayar y ver a
la santa con tan buen ánimo en todo y alentarlos como si no pasara por ella mal
ninguno. Algunos días caminaba, siendo todo el día de agua y nieve, y sin hallar
poblado en algunas leguas ni llevar alguna defensa para no se mojar, y llegaba
la noche a algunas posadas donde no había lumbre ni con qué la hacer ni qué
comer y el abrigo de la cama y aposento donde estaba era verse el cielo. El agua
que caía de él entraba en el mismo aposento y acaecíale algunas veces tener los
vestidos calados. De esta manera y otras semejantes la vi andar por los caminos
y con tanto espíritu y alegría que parecía se iba deleitando en padecer. Nunca
reparaba por mal tiempo que hiciese en proseguir sus caminos con todas las
enfermedades que tenía. Decía a los que iban con ella en tales tiempos: “Tengan
mucho ánimo que estos días son muy ricos para ganar el cielo”. Respondi el
que iba con ella, que debía ir bien trabajado (cansado) : “También me lo ganara
yo desde mi casa”.
Aconteció llegar a una posada una noche bien necesitada de abrigo,
porque de la mucha humedad de los vestidos le había dado mal de ijada y
perlesía (parálisis). Y estando yo con ella y, viéndole con grandes temblores, salí
a buscar lumbre para calentarle un paño. Viendo esto una persona de bien que
estaba en la posada, empezó a decir muchos baldones sobre la santa Madre y
cosas que parecía le movía el demonio, porque de personas semejantes no se
podía creer tal, porque era un religioso 36 .
En una ocasión, se quebró el coche y, como era de noche, no se echó
tanto a ver lo que se había hecho. Y así anduvimos tres leguas hasta llegar al
lugar, que cuando amaneció y vimos lo que pasaba, nos espantamos cómo había
sido posible poder caminar con él; y así decía quien iba con la santa Madre que
parecía milagro 37 .
Siempre por los caminos traía agua bendita y su campanilla para tañer a
silencio y la tañíamos a su hora. Ya sabían los que iban allí que lo habían de
guardar en tañendo. Traía su reloj para tomar las horas de oración y, cuando
tañíamos al salir de la oración o silencio, no había más que ver, cuando iban
algunos mozos, la fiesta que hacían y la alegría que les daba el poder ya hablar.
Y siempre tenía la santa cuidado de que en estos tiempos les diesen algo de
comer por lo bien que lo habían hecho callar… No era amiga de gente triste ni
36 Obras completas, tomo 1, p. 6.
37 Ib. p. 9.
23
lo era ella ni quería que los que iban en su compaía lo fuesen. Decía: “Dios
me libre de santos encapotados!”. Sacaba pláticas de Dios por los caminos, de
suerte que los que suelen ir jurando y traveseando (haciendo travesuras)
gustaban más de oírla que de todos los placeres del mundo, que así se lo oí yo
decir a ellos. Siempre en los caminos era la primera que despertaba a todos y la
postrera que se sosegaba de noche 38 .
Yendo a una fundación, había gran necesidad de agua por aquella tierra,
y los que iban con la santa Madre pidiéronle mucho que suplicase a Nuestro
Señor les diese agua. Ella hizo que todas las hermanas que iban allí dijesen una
letanía y así la dijeron luego todas; y antes que se acabase, comenzó a llover y
toda la noche llovi mucho. Luego dijo que cantasen un “Te Deum”, dando
gracias a Nuestro Señor por la merced que les había hecho en darles agua.
Hízoles tanta devoción esto a los que iban allí, que lloraban de ver que lo que
habían pedido a la santa que les alcanzase, en tan poco espacio lo habían visto
cumplido 39 .
Yendo de camino a la fundación de Burgos, hacía tan mal tiempo,
lloviendo sin parar, que el Señor le dijo que fuera sin temor. Yendo caminando
por la orilla de un río, eran tan grandes los lodos, que fue necesario apearnos,
porque se atollaban los carros. Subiendo ya por una cuesta, habiendo salido de
este peligro, vimos a los ojos otro muy mayor y fue que vio la santa Madre el
carro donde iban sus monjas trastornarse de manera que iban a caer en el río y
la cuesta en que íbamos era tan agria (mala) , que mucha gente no fuera parte
para librarlas ni detener el carro para no caer. En este punto lo vio un mozo de
los que llevábamos y se asió a la rueda y detuvo el carro para que no cayese,
que más pareció el ángel de la guarda que hombre, porque no era posible
poderle detener él solo si Dios no las quisiese librar 40 .
Hablando en tercera persona declaró sor Ana en el Proceso de la Madre
Teresa: Como persona que ha andado con ella en sus viajes en vida, y fue muy
fatigada de dolor de muelas, llegándole la santa Madre la mano al rostro y
bendiciéndola, se le quitaba. También estando esta declarante en su compañía y
servicio en Valladolid, una tarde, teniendo ordenada la partida para Salamanca,
le dio a esta declarante una gran calentura con muchos vómitos que la obligó a
irse a la cama, y lo sintió mucho la santa Madre. Y esta testigo, pareciéndole que
le había de faltar a su servicio y compañía en esta jornada, y estando aquella
noche en su celda, la santa Madre vino a visitar a esta testigo a la media noche y
le dijo: “Hija, dormís?”. Y esta testigo respondi: “Madre, durmiendo estaba”.
38 Ib. p. 11.
39 Ib. pp. 11-12.
40 Ib. p. 16.
24
Y replic la Madre: “Levantaos aún como os sentís”. Y ella lo hizo, y se sinti
buena y sin calentura. La Madre se holg y dijo: “Bendito sea el Seor, que he
estádole suplicando os dé salud”, y a la maana fueron a la jornada y no sinti
más enfermedad esta testigo.
También se acuerda que estando esta declarante en Burgos, en compañía
de la santa Madre en la fundación tan trabajosa y dificultosa que allí tuvieron,
posaban en un hospital de la Concepción, en un cuarto alto que caía sobre la
enfermería de los enfermos; y entre otros, estaba uno muy llagado, al cual
cuando se llegaba a curar, el sumo dolor que recibía de las llagas, le obligaba a
dar tan crecidas voces, que ellas lo oían arriba, y, además de recibir penas, les
afligía e impedía algunos ratos de la oración. Un día, bajando la Madre a visitar
a los enfermos y a ejercitarse en su servicio, como solía cuando podía y tenía
salud, llegando a este enfermo llagado que tantas voces daba, le dijo:
“Hermano, encomendaos al Seor, y llevad con paciencia vuestro mal y no déis
tantas voces”. Él le respondió, que el dolor era excesivo y éste le obligaba a
hacer la demostración que hacía.
La santa Madre le echó su bendición; y confesaba que no le dolían ni
dolieron las llagas como hasta allí, ni jamás después se oyeron voces cuando le
curaban y con el tiempo sanó de su enfermedad. También se acuerda esta
declarante que, estando un día la Madre en Salamanca, hallándose la santa
Madre fatigada por tener muchas cartas a que responder, le dijo a esta
declarante: “Si tú supieras escribir, ayudaras me (me ayudarías) a responder a
estas cartas”. Y ella le dijo: “Deme Vuestra Reverencia materia por donde
aprenda”. Dile una carta de buena letra de una religiosa descalza, y díjole que
de allí aprendiese. Y esta testigo le replicó que le parecía a ella que mejor
sacaría de su letra, y que a imitación de ella escribiría. Y la santa Madre luego
escribió dos renglones de su mano y dióselos; y a imitación de ellos escribió una
carta esta testigo aquella tarde a las hermanas de San José de Ávila. Y desde
aquel día las escribió y ayudó a responder las cartas que la Madre recibía, sin
haber, como dicho tiene, tenido maestro ni aprendido a escribir de persona
alguna, ni haberlo aprendido jamás, y sin saber leer más de un poco de
romance, y con dificultad conocía las letras de cartas; por do conoce ser obra de
Nuestro Señor para que ayudase a la Madre en los trabajos y cuidados que por
su amor pasaba con tanta alegría y regocijo 41 .
En Burgos, íbamos a una iglesia a oír los Oficios y, estando el Jueves
Santo en ella, queriendo pasar unos hombres por donde la santa Madre estaba,
como no se levantó tan presto como ellos quisieran, le dieron de coces por
41 Procesos de beatificación y canonización de Santa Teresa de Jesús, Ed. Monte Carmelo, Burgos, 1934,
tomo 1, pp. 172-174.
25
echarla a un cabo para pasar. Cuando yo fui a ayudarla a levantar, halléla con
tanta risa y contento por esto que me hizo alabar a Dios 42 .
Otro día en que la Madre estaba inapetente, dijo que de unas naranjas
dulces comiera, y el mismo día se las envió una señora; y trayéndole unas pocas
muy buenas, en viéndolas, echóselas (se las echó) en la manga y dijo que quería
bajar a ver a un pobre que se había quejado mucho. Y así fue y las repartió a
los pobres, y volviendo, dijímosle que cmo las había dado. Dijo: “Más las
quiero yo para ellos que para mí. Vengo muy alegre, que quedan muy
consolados”. Y bien se vio en el rostro el contento que traía. Otra vez le trajeron
unas limas; y como las vio, dijo: “Bendito sea Dios!, que me ha dado que lleve
a mis pobrecitos” 43 .
El día de la Ascensión creció tanto el río y la mucha agua que llegó a la
ciudad, que llegó a términos que los monasterios se despoblaban para no ser
anegados. Nosotras también nos vimos en este mismo peligro y, por estarlo,
aconsejaban a la Madre saliese de la casa. Ella nunca lo quiso aceptar, sino
hizo poner el Santísimo Sacramento en una pieza altar, donde nos hizo a todas
recoger y estar diciendo letanías. En fin, el trabajo venía a tanto que los muertos
desenterraba (el río del cementerio) y las casas se hundían y la nuestra era la
que tenía más peligro por estar en un llano y más cerca del río 44 .
Creció tanto el agua, que se entró en la casa, y ella era vieja, y a cada
ondeada del río se estaba meneando como que se iba a caer, y el aposento de
nuestra santa era tan pobre que se veía la luz del cielo por el techo, y las
paredes todas hendidas, y hacía harto frío. Entrósenos el río en la casa hasta los
primeros suelos, y como estábamos en este peligro, subimos el Santísimo
Sacramento en lo alto de la casa, y a cada hora pensábamos ser anegadas, y
estábamos diciendo letanías; y desde las seis de la mañana hasta la media noche
(del día 24) estuvimos en este peligro, sin comer ni sosegar, que todo lo que
teníamos se había anegado. Nuestra santa estaba la más afligida del mundo, que
se acababa de fundar la casa y dejóle el Señor a solas, que no sabía si era bien
estuviésemos quedas o si salir, como hacían otras religiosas en este tiempo.
Estábamos todas tan turbadas, que no nos acordábamos de dar nada a
nuestra santa. Ya muy tarde me dijo: “Hija, mire si no ha quedado un poco de
pan, que me siento muy flaca”. Esto me parti el corazn, e hicimos entrar una
novicia que era fuerte a sacar un pan debajo del agua, que le daba a la cintura,
y de aquello le dimos, que no había otra cosa. Y si no entraran unos nadadores
42 Obras completas, tomo 1, p. 21
43 Ib. pp. 19-20.
44 Ib. p. 22.
26
pereciéramos. Más parece que fueron ángeles de Dios, que no sabíamos cómo
habían venido; y entraron debajo del agua y quebraron las puertas de la casa y
empezó a salir el agua de las piezas. Mas quedaron tan anegadas y llenas de
piedras, que se sacó más de ocho carros de lo que el agua había traído, y
andaba meneándose la pieza de nuestra santa para caer 45 .
En fin, concluyo con decir, que la voz de mucha gente, en especial del
señor arzobispo, era decir que por estar allí nuestra santa Madre, había atado
las manos a Dios para que no pereciese aquel pueblo 46 .
SUFRIMIENTOS DE LA MADRE TERESA
Una de las cosas que más le hicieron sufrir a la Madre Teresa fue la lucha
interna entre carmelitas calzados y descalzos que comenzó en 1575. Sor Ana
escribe: Acuérdome de una víspera de Navidad que era en tiempo de sus grandes
trabajos y persecuciones y que el Nuncio (Felipe Sega, contrario a los descalzos)
había dado una patente para que los mitigados (carmelitas calzados) tomasen a
todos los descalzos y los prendiesen. Y esta noche le vino un pliego de cartas en
que le decían que todos sus hijos serían deshechos y que el Nuncio quería se
deshiciesen todas sus casas. Y antes de ir a Maitines le pedí que se fuese a hacer
un bocada de colación. Estando en el refectorio (comedor) muy afligida, llegóse
el Señor a ella y partióle el pan y púsola un bocado en la boca y díjole: “Come,
hija, que ya veo que pasas mucho. Toma ánimo, que no puede ser menos”. Esta
noche, estando en Maitines, sus ojos eran fuentes y las que lo veíamos no era
menos, que los trabajos eran bien de sentir y de todos me cabía buena parte,
como yo la amaba 47 .
En este tiempo nuestra santa Madre se quebró un brazo yendo una noche
al coro a Completas (el 24 de diciembre de 1577). Era ya oscuro y había una
escalera antes de entrar y el mal espíritu la echó de allí abajo que se quebró el
hueso por medio y eran grandes los dolores, de que todas estábamos lastimadas.
Yo más, porque la quería mucho y sentía sus trabajos y penas.
Y con estos ejercicios que el Señor me daba, tenía otras enfermas y era
provisora y compañera de cocina, que era menester hacer las cosas de noche,
para acudir a la santa y a las demás de día. Y como ella me veía andar tan
cansada, tomó una hermana que parecía muy buena y deseosa de servir a Dios.
Esta hermana se descontentó luego de la vida y fingía que estaba contenta y que
45 Autobiografía A, p. 303.
46 Obras completas, tomo 1, p. 22.
47 Obras completas, tomo 1, p.309.
27
tenía oración, y no tenía ninguna. A la Priora y al confesor los engañaba, y
queríanla mucho. Y dióle tentación con la santa y conmigo, y dijo al confesor
que yo me confesaba con la Madre Teresa, que mirase que le engañaba y que yo
lo estaba también, que aquello era caso de Inquisición. Yo le dije la verdad, mas
no me creyó. Díjele que aquella hermana estaba descontenta, y dijo que no era
así, que era muy buena y una santa Catalina de Sena y que yo era la mala y que
andaba en pecados. Y esto pasaba unos días sin que la pobrecita se conociese.
Nuestra santa, aunque callaba, lo conocía, mas esperaba (que era sobrina
de un amigo suyo que se la había traído y deseaba que se enmendase), y ella
sentía bien el trabajo que esta hermana me daba, que me mostraba mal de
palabras que no eran biensonantes a una religiosa. Y el confesor y la Priora
estaban en su opinión. Y a los pocos días fuéle forzoso a la santa salir a las
fundaciones, y estaba contenta de sacarme de allí por la pena que me daba
aquella hermana. Y como la Priora y el confesor estaban tan confiados de ella,
tuvo traza de salir del monasterio y casóse muy miserablemente.
Y con estos y otros dichos, los inquisidores venían un día por la santa y
hacían las informaciones, y viendo no era verdad, lo dejaron. Y como nuestra
santa estaba segura y libre de lo que la acusaban, estaba contenta se le ofreciese
aquella afrenta. Por esta ocasión y otras pedí a la Priora me quitase del torno,
porque no faltaban quien creía las cosas y se tentaba de que la santa me tenía
allá, y aunque lo pedí dos o tres veces no lo quiso. Y un día, estando en la misa,
estaba con pena, y de la pena me recogí en oración, y estando así se me apareció
el Señor en el paso del Ecce-Homo, como cuando Pilatos le sacó al pueblo
coronado de espinas, atadas las manos y una soga a la garganta y todo llagado,
y toda aquella gritería de los judíos me entraba en la cabeza diciendo:
“Crucifícale”. Y llegse a mí el Señor y con habla amorosa me dijo: “Hija,
mírame cual estoy, ¿parécete que son tus trabajos como los míos?”.
Estas palabras entraron en mi corazón como saetas y me dejaron tan
inflamada, que quedé muy alentada a padecer mucho más que se me ofreciese…
Volviendo a los otros trabajos de los caminos, un día, estando en la
fundación de Villanueva de la Jara, no había agua sino un pozo muy hondo, y la
santa hacía poner un torno para que se pudiese sacar el agua con más facilidad
y fue a ver cómo se hacía; y mirándolo, el oficial se descuidó y antes de atar el
torno se soltó. Y como Dios la amaba, la quiso dar en qué merecer, y saltando el
torno sobre el brazo malo la lastimó de nuevo, y a pocos días se le hizo una
postema en aquel lado que estuvo de muerte, si Dios no nos hiciera merced de
28
dejárnosla otro poco. Y estando ya esperando la muerte, se reventó la postema.
Y esta pena de la santa nos era a sus hijas la muerte, y a mí en particular 48 .
Sor Ana, hablando en tercera persona, dice: Esta pobre hermana en los
caminos gozó bien de lo que el Señor le había dicho: que en compañía de la
santa pasaría penas y trabajos. Y así fue que, como la santa en los cinco y seis
años postreros de su vida anduviese ya tan falta de salud y con un brazo roto,
que ni se podía vestir ni tocar, mas podía con el otro escribir algunas cartas
porque tenía sano el derecho; así que traía esta hermana el peso de los trabajos
de la santa en los caminos y fundaciones, que en este tiempo se hicieron cuatro
de nuevo, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria y Burgos, y todos los
(conventos) hechos visitaba la santa en compañía de esta hermana, que eran
distantes unos de otros, que había hartas leguas y tierras que andar y se pasaban
los meses enteros 49 .
Esta hermana no descansaba en cama sino se arrimaba un poco junto a la
cama de la santa y de día y noche era un continuo cuidado del servicio de su
Madre, así de ayudarla y alentarla en sus enfermedades como de despacharle
cartas en los negocios que se le ofrecían… Y no hacía mucho, porque muy de
ordinario había en la santa una presencia de Cristo que le hacía grande respeto
y levantaba su espíritu como si volara en todo lo que ella había menester. Y,
cuando murió la santa, esto sintió como si le cortara la vida por el desamparo
que le quedaba sin aquella compañía y parecíame que más sentía yo su muerte
que si yo muriera 50 .
MUERTE DE SANTA TERESA
Después de la fundación de Burgos, deseaba la Madre Teresa llegar a
descansar a su monasterio de San José de Ávila. De Burgos fue a Palencia y el 25
de agosto de 1582 salía de Palencia camino de Valladolid. Tuvo que detenerse
aquí porque la suegra de su sobrina Beatriz de Castilla y Mendoza quería hacerle
pleito a la Madre para que no tuviera valor el testamento hecho a favor del
convento de San José por su sobrino Francisco de Cepeda. Lo que más le hizo
sufrir a la Madre Teresa fue que sus dos sobrinas, sor Teresita y sor María
Bautista, se indispusieron con ella por este motivo. Sor María Bautista era la
Priora del convento de Valladolid y dice sor Ana: Con ser una que la santa
quería mucho, en esta ocasión no le tuvo ella respeto, y nos dijo que nos
48 Autobiografía A, pp. 300-302.
49 Autobiografía B, Obras completas, tomo 1, p. 447.
50 Ib. pp. 447-448.
29
fuésemos con Dios de su casa; y, al salir de ella, me arrempujó a la puerta y me
dijo: “Váyanse ya, y no vuelvan por acá” 51 .
De ahí iba a Medina del Campo, que era camino para ir a su monasterio
de Ávila, de donde era Priora. Y la noche que llegamos a Medina, tuvo alguna
cosa que advertir a la Priora que no iba bien; y lo tomó la Priora con disgusto.
Y la santa, de ver que le descomponía así sus hijas el demonio, habiéndole sido
tan obedientes, le dio muy gran pena, y se retiró a un aposento y la Priora a
otro. Y la santa estaba de esta novedad tan afligida, que no comió ni durmió en
toda la noche 52 .
Halló allí (en Medina) al padre vicario provincial, fray Antonio de Jesús,
que la estaba esperando para mandarla que fuese a Alba; y con haberla Dios
hecho tanta merced en esta virtud de la obediencia, fue tanto lo que lo sintió por
parecerle que a petición de la duquesa la hacían ir allá, que nunca la vi sentir
tanto cosa que los prelados le mandasen como ésta.
Fuimos de aquí en una carroza que llevó el camino con tan gran trabajo,
que cuando llegamos a un lugarcito cerca de Peñaranda, iba la santa Madre con
tantos dolores y flaqueza que le dio un desmayo que a todos nos hizo harta
lástima verla. Y para esto no llevábamos cosa que la poder dar si no eran unos
higos, y con eso se quedó aquella noche, porque ni aun un huevo se pudo hallar
en todo el lugar. Y, acongojándome yo de verla con tanta necesidad y no tener
con qué la socorrer, consolábame ella diciendo que muchos pobres no tendrían
tanto regalo. Esto decía por consolarme; mas como yo ya conocía la gran
paciencia y sufrimiento que tenía y el gozo que le era padecer, creía ser más su
trabajo del que significaba (del que manifestaba). Y para remediarse esta
necesidad fuimos otro día a otro lugar; y lo que hallamos para comer fue unas
berzas cocidas con harta cebolla, de las cuales comió, aunque era muy contrario
para su mal. Este día llegamos a Alba y tan mala nuestra Madre que no estuvo
para entretenerse con sus monjas. Dijo que se sentía muy quebrantada, que a su
parecer no tenía hueso sano. Desde este día, que era víspera de San Mateo,
anduvo en pie con todo su trabajo hasta el día de San Miguel, que fue para
comulgar 53 .
A las cinco de la tarde, v íspera de San Francisco, pidió e l Santísimo
Sacramento… y con estar tan rendida, se levantó encima de la cama, de rodillas,
sin ayuda de nadie, y se iba a echar de ella, si no la detuvieran; y poniéndosele
el rostro con grande hermosura y resplandor, e inflamada en el divino amor, con
51 Autobiografía A, p. 305.
52 Ibídem.
53 Obras completas, tomo 1, pp. 23-24.
30
gran demostración de espíritu y alegría, dijo al Señor cosas tan altas y divinas,
que a todos ponía gran devocin. Entre otras, le oí decir: “Seor mío y Esposo
mío: ya es llegada la hora deseada; tiempo es ya que nos veamos; Amado mío y
Señor mío: ya es tiempo de caminar. Vamos muy en hora buena; cúmplase
vuestra voluntad; ya es llegada la hora en que yo salga de este destierro, y mi
alma goce en uno de Vos, que tanto he deseado…
Después de haber recibido a Nuestro Señor, le daba muchas gracias,
porque la había hecho hija de la Iglesia y porque moría en ella. Muchas veces
repetía: “En fin, Seor, soy hija de la Iglesia”. Pidióle perdón con mucha
devoción de sus pecados, y decía que por la sangre de Jesucristo había de ser
salva. Y a las religiosas pedía le ayudasen mucho a salir del purgatorio…
Antes que muriera, llegó a la santa sor Isabel de la Cruz, que padecía
gran dolor de cabeza y mal de ojos, cogiéndole las manos a la santa, ella misma
se las puso sobre la cabeza, y al punto quedó libre de todo su mal 54 .
Antes que muriese, me dijo estando a solas: “Hija, ya es llegada la hora
de mi muerte”. Eso me atraves más y más el corazn. No me apartaba un
momento de ella; pedía a las monjas me trajesen lo que había menester; yo se lo
daba, porque en estarme allí le daba consuelo. Y el día que murió estuvo desde
la mañana sin poder hablar; y a la tarde me dijo el padre que estaba con ella
(fray Antonio de Jesús) que me fuese a comer algo. Y en yéndome, no sosegaba
la santa, sino mirando a un cabo y a otro. Y dijóle el padre si me quería, y por
señas dijo que sí, y llamáronme. Y viniendo, que me vio, se rió; y me mostró
tanta gracia y amor, que me tomó con sus manos y puso en mis brazos su
cabeza; y allí la tuve abrazada hasta que expiró, estando yo más muerta que la
misma santa, que ella estaba tan encendida en el amor de su esposo, que parecía
no veía la hora de salir del cuerpo para gozarle 55 .
Murió teniéndola en sus brazos esta declarante. Y vio est a testigo que
antes que acabase de expirar estaba a los pies de la cama Dios Nuestro Señor,
de cuya persona salía resplandor grandísimo con mucho acompañamiento de
santos y ángeles de la Corte celestial, que aguardaban el alma de la santa
Madre para llevar la a su gloria y darle el premio de sus trabajos, y ésta fue
visin con los ojos del alma y sentimientos interiores… El resplandor de gloria
que salía de la persona de Nuestro Señor hacía una forma de cielo, y esta
declarante volvió en sí con un consuelo tan grande y fuerzas muy notables de
que estaba privada, que nunca más sintió pena ni nunca hasta hoy la ha sentido
54 Proceso de beatificación y canonización de Santa Teresa de Jesús, o.c., tomo 3, pp. 361-363.
55 Fuentes históricas sobre la muerte y el cuerpo de Santa Teresa de Jesús, Teresianum, Roma, 1982, p.
589.
31
de la muerte de la santa Madre, la cual luego expiró, dejando grande olor y
bueno en toda la pieza…
Y su cuerpo quedó tan transparente y lúcido, que las manos parecía se
podía mirar en ellas, y que desde el coro alto, estando el cuerpo en la iglesia,
relucían las manos con suma admiración, así de las monjas, sus hermanas, como
de otras monjas de dentro de Alba que fueron a su entierro… Y de la
incorrupción de su cuerpo sabe y ha visto que, cuando la enterraron, porque no
pudiesen sacar el cuerpo de allí, hicieron echar mucha cal para que comiera la
carne y mucha piedra, que después oyó decir a los que la desenterraron que
serían como dos carretadas 56 .
La Madre Teresa de Jesús murió el 4 de octubre de 1582. Al día siguiente,
en vez de 5 de octubre, de acuerdo a la reforma del calendario ordenado por el
Papa Gregorio XIII, sería el 15 de octubre.
REGRESO A ÁVILA
Después de la muerte de la Madre, yo deseaba quedarme en aquel
convento (de Alba), mas el prelado ni las monjas de Ávila que era mi convento,
no lo quisieron. Enviaron luego por mí. Yo estaba un poco perpleja y la santa se
me apareci y me dijo: “Obedece, hija, a lo que te mandan y vete”.
Y después que yo estaba en el convento de Ávila, yo rezaba a la santa y
me encomendaba a ella, y díjelo al confesor. Y él me dijo que era mal hecho
encomendarme a la santa, que no era canonizada, y mandóme que no lo hiciese.
Esta noche, durmiendo, se me apareció la santa muy gloriosa y resplandeciente
y con grande gloria, y díjome: “Hija, pídeme todo lo que quisieres, que todo te
lo alcanzaré”. Yo desperté diciendo: “Yo os pido el espíritu de Dios, que sea
siempre en mi alma”, y desapareci, dejándome asegurada de la opinión que
tenía de su santidad, y estaba con pena de lo que el confesor me había mandado.
Y con esta visión se me quitó todo, que aunque yo no dudaba de su santidad, mas
como el confesor me lo mandaba, era pena, porque me dijo no la rezase como a
santa…
Yo deseaba que su santo cuerpo volviese a Ávila, y un día, estando
pensando si sacarían su santo cuerpo, estando yo con deseo de saberlo, lo
encomendaba a Dios y quedéme dormida. Y lleváronme los ángeles al sepulcro y
mostráronme el cuerpo como estaba entero y el olor y fragancia y el color, de la
manera que después le sacaron, y estos ángeles me mostraron dos manguillas
56 Proceso de beatificación y canonización de Santa Teresa de Jesús, o.c., tomo 3, p. 170.
32
que estaban en sus brazos, enteras como se las había puesto. Y dijéronme estos
ángeles: “Estás contenta? ¿Quieres otra cosa?”. Yo dije que sí, que más lo
tuviera si la viera en su convento de Ávila, mas que el duque no lo consentiría.
Dijéronme: “De los duques no hagas caso, como el Rey lo quiera, que es el que
hace y deshace”…
Antes de que esto sucediese, la Orden deseaba traer a Ávila el santo
cuerpo 57 . Yo con la aflicción que tenía lo encomendada a Dios y díjome el
Seor: “No estés en pena, que él vendrá a esta casa”. Yo estaba importuna a
Dios. Deseaba saber cuándo sería y respondiéronme que por la Presentación de
la Virgen, mas faltaba casi un año. Y fue así, que este día la sacaron de la casa
de Alba y la trajeron a la de Ávila, adonde fue recibida con grandes alegrías y
luminarias. Parecía toda la casa un cielo de las luminarias que había, y la santa
hacía muchos regalos a sus hijas, que no iban a parte del convento que no se les
aparecía y consolaba 58 .
TRASLADO DE SU CUERPO A ÁVILA
El cuerpo de la Madre Teresa de Jesús fue exhumado el cuatro de julio de
1531 después de nueve meses de enterrado. Se halló que estaba incorrupto con
muy buen olor y aparecía sangre fresca. El año 1585 tuvo lugar la segunda
exhumación por determinación del Capítulo de los padres descalzos realizado en
Pastrana en octubre de ese año, que mandó que se llevara el cuerpo al monasterio
de San José de Ávila.
Cuando el santo cuerpo de la Madre Teresa de Jesús llegó a Ávila no se
podrá decir las lágrimas y devoción con que desenvolvieron aquel santo cuerpo,
echadas todas a sus pies, besándoselos que como testigo de vista lo puedo esto
decir bien. No hubo apartarlas de allí en toda la noche, cantando himnos y
salmos y otros ratos regando aquellos santos pies con lágrimas. En fin, pasaron
aquella noche en alabanzas a Dios de la merced que les había hecho. Si se
mirara entonces con advertencia de pensar que se había de escribir esto, se
pudieran decir muchas cosas que resultaron en alabar mucho a Dios...
Nuestra Madre María de San Jerónimo, pidió al prelado licencia para
poder andar con el santo cuerpo y ella y otras dos hermanas le quitaron toda la
57 La Orden había concertado con don Álvaro de Mendoza, obispo de Ávila, al fundar la santa el primer
monasterio, el colocar el cuerpo de la santa en el monasterio de San José de Ávila, muriese donde
muriese. El Capítulo de Pastrana de octubre de 1585 ordenó el traslado del cuerpo a Ávila. El cuerpo
de la santa llegó a Ávila el 21 de noviembre de 1585, según la beata. En realidad fue algún día más
tarde. La exhumación tuvo lugar el 24 de noviembre.
58 Autobiografía A, pp. 308-310.
33
tierra. Y, andando haciendo esto, toparon con un paño que le habíamos puesto
cuando murió, por la mucha sangre que se le iba. Éste estaba podrido todo,
salvo un pedazo en que había caído sangre. Éste corté yo y le di a nuestra Madre
y guardóle envuelto en un papel. Éste pidió el prelado después y, cuando se le
fue a dar, estaba el papel todo ensangrentado; y tanto estaba calado que no
causó poca admiración a los que lo vieron, que decían que lo tenían por más
milagro que estar el santo cuerpo entero como estaba.
El tiempo que estuvo el paño en el papel para pararse así no fueron
cuatro horas. Hicieron que se mudase en otro papel y en otros; y en todos se
teñía como el primero y lo mismo hacía en todos los paños que se envolvía, y de
esta manera se tiñeron muchos que se dieron a personas que los pedían con
devoción... La tierra que se quitó del santo cuerpo se repartió por nuestros
conventos y en los papeles que se envolvía escribían de las casas que iban
calados como de aceite. De este aceite los paños que se le ponen hoy día sobre el
cuerpo salen manchados de él; y no sólo ha sido del aceite sino algunas veces ha
acaecido salir manchas de sangre, particularmente en uno que se envió al obispo
don Álvaro de Mendoza 59 .
Pero el duque de Alba, al darse cuenta de que se habían llevado el cuerpo
de la santa, presentó un pleito y consiguió que el Papa Sixto V mandara a los
padres descalzos que devolvieran el santo cuerpo a Alba, lo que se hizo el 23 de
agosto de 1588, en que llegó a esa ciudad y donde se encuentra desde entonces
hasta la actualidad.
APARICIONES
Después de muerta la Madre Teresa se apareció muchas veces a sus hijas.
Nos dice sor Ana: En este tiempo en que estuvo (su cuerpo ) en aquel convento
(de Ávila) regaló mucho a sus hijas, mostrándoseles muchas veces y
consolándolas en sus aflicciones de espíritu. En el coro la veían muchas veces en
la silla prioral. Una noche la vio una hermana estar echando la bendición a la
prelada, que era nuestra Madre María de San Jerónimo. Y no sólo verla en el
coro sino en el refectorio, que estando en él un día, comiendo, yendo a tomar la
jarra para beber, vio la misma Madre que la santa le echaba la bendición en el
agua 60 .
59 Obras completas, tomo 1, pp. 70-71.
60 Ib. p. 72.
34
El padre Hilario de San Agustín certifica que sor Ana le contó que santa
Teresa se le apareció muchas veces en el convento de Ávila, a quien veía en el
lugar de la Priora mientras recitaban la liturgia de Maitines 61 .
Otra vez, sucedió que enloqueció una religiosa improvisadamente y se
pasaba con ella harto. Y teníamosla semanas para repartir el trabajo. Nos lo
ordenaba así la prelada. Y en la semana que yo la tenía, que había durado siete
meses que andábamos con ella, estándome un día vistiendo para ir a despertar a
las hermanas, se me apareció la santa Madre y con la mano me hacía señas que
me fuese en pos de ella, y, siguiéndola, se fue a la celda de la loca y llegó a la
puerta y desapareció. Y la hermana sintióme; yo no osaba entrar sola y díjome:
“No tengas miedo, entre que yo estoy buena”. Y abrí la puerta que estaba con
llave y vi que era verdad, que estaba buena y rezando de rodillas, y díjome:
“Aquí ha estado la Madre de Dios y nuestra santa, y me han sanado”. Nunca
más le tornó aquella locura. Era víspera de la Visitación de la Virgen y aquel
día confesó y comulgó como todas 62 .
A veces nuestra santa Madre me consolaba con sus olores suaves como si
tuviera a mi lado su santo cuerpo y, aunque no lo veía, sentía siempre que me
confortaba. Particularmente una vez que, estando un día tan cansada que
parecía que tenía todo el cuerpo rompido (sic), porque todas las demás
religiosas estaban malas; que no había casi sino yo que anduviese levantada
para servirlas a todas. Y viéndome así, fui una mañana al sepulcro de nuestra
santa y díjele: “Madre, ayúdeme porque mi cuerpo no puede más de cansancio,
dadme fuerzas que no deseo sino servir a todas”. Y sentí en el espíritu que la
santa me decía: “Andad, que yo lo haré”. Y con esto me fui a la cocina y
descubrí las cenizas las cuales dieron tal olor como si la santa estuviera allí, de
lo que quedé de tal manera confortada que me parecía que jamás había estado
cansada, haciéndolo todo con tanta facilidad como si mi cuerpo no fuera nada. Y
este espíritu me duró el tiempo que todas las enfermas convalecieron 63 .
Muchas veces olían las sartenes y todo cuanto yo tocaba en la cocina a
las reliquias de su santo cuerpo, que era cosa maravillosa, como si ella las
hiciera con sus manos 64 .
61 Proceso, p. 239.
62 Obras completas, tomo 1, p. 450.
63 Era en San José de Ávila a fines de noviembre de 1585; Obras completas, tomo 1, p. 516.
64 Autobiografía A, p. 312.
35
TRASLADO DE SOR ANA A MADRID
La Madre María de San Jerónimo, prima de santa Teresa, fue nombrada
Priora del convento de Madrid en 1591, y quiso llevarse de Ávila a sor Ana. Los
Superiores aceptaron. En el convento de Madrid habían surgido diferentes
problemas y pensaron que la Madre María de San Jerónimo podría solucionarlos,
pues algunas religiosas de Madrid habían conseguido un Breve de Roma. Esto
era, en alguna medida, como querer salir de la obediencia de la Orden.
Por eso, la santa se le apareció un día llorando. Sor Ana le preguntó:
“Por qué llora, pues está (en el cielo) donde no puede tener pena?”. Y díjome:
“Mira, hija, las monjas que se me van de la Orden… Los tres primeros meses
hizo el Señor a la Priora tanta gracia que la santa se puso en su lugar y
gobernaba ella, que yo la veía tan claramente como cuando estaba viva, y me
hacía harto respeto que no le podía mirar, que siempre que iba con recados a la
Priora, no la veía sino a la santa. Y decían: “Qué Priora es está que nos
imaginábamos que era recia y parece más ángel que criatura? ¿Cómo hemos
tenido tanta contradiccin en traerla?”. Estaban todas admiradas que no sabían
qué decir, que estaba la casa y ellas como en un cielo... Después de estos tres
meses, la santa no se veía más, sino la Priora que, como buena discípula
gobernaba sus tres años con mucha prudencia y discreción. Mas con todo no era
la paz como antes, porque las cosas pasadas se renovaban algunas veces...
Yo andaba con mucho deseo de paz y servía y acudía a las monjas con
mucho amor y alegría, de manera que se fiaban de mí sin que yo perdiese la ley
que debía a mi prelada. Cuando iban a mí tentadas con ella, yo las decía:
“Nuestra Madre os quiere mucho; no penséis otra cosa de ella, y si no probadlo,
id a ella con llaneza, que yo sé que os desea servir en todo lo que pudiere”. Y a
la Priora le decía, sin dar queja de las monjas, sino mirando a Dios y a la
caridad: “Madre mía, las monjas os quieren bien; consuélelas cuando vengan a
Vuestra Reverencia, que en verdad son buenas, mas están encogidas; muéstrelas
buena gracia”.
Todos estos tres años traje este ejercicio, tomando lo que se ofrecía de
pena, que como era por el buen Jesús no me parecían penas, sino una suave
música. Algunas veces sentía mi alma en estas ocasiones que era la oración tan
íntima, que era como cuando un hombre se duerme en una fortaleza y andan
muchos vientos, y el que está en lo bajo seguro hácele aquel sonido dormir un
sueño en grande dulzura. Otras veces me parecía que el Señor me traía como el
palo de la corcha sobre el agua, que no se aniega por borrascas que vengan.
De esta manera me traía el Señor con tanta familiaridad en mi alma que
parecía no se apartaba de mi lado, y con verdad no sabría decir los regalos y
36
favores que el Señor me hacía y lo que pasaba a esta pecadora con aquel
pequeño trabajo que pasaba. Diré algunas cosas que se me acuerdan en
particular.
Una fue que estaba dando de comer a una enferma después del refectorio
y la enferma era una de las que estaban oprimidas y, a su pesar, había venido la
Priora; y con esto y con la pena que tenía díjome algunas palabras pesadas. Yo
no la respondí palabra, ni hice semblante de nada de darme pena, que tenía a
Dios en mi corazón, antes me compadecí de ella en mi alma y no me parecía me
agraviaba a mí sino al Señor. Y acabándola de servir, la enferma se fue al
jardín. Yo me fui a mi celda y sentíame tan llena de Dios que en poniéndome de
rodillas me vino un gran recogimiento; y estando en él, sentí que Cristo Jesús se
puso a par de mí, como jardinero, y puso su brazo debajo de mi cabeza y
reclinóme sobre su sacratísimo brazo y díjome el Seor: “Aquí verás qué cosa es
vivir sin queja y lo que es caridad”. Yo entendí como si me lo dijeran: el que está
en caridad está en Dios y Dios en él. Mostróme haberle agradado mucho lo que
había hecho en aquella ocasión 65 .
Otra vez, en este mismo tiempo, había gran falta de agua que se perdían
los panes en esta tierra y hacíanse hartas procesiones y el cielo estaba como de
bronce y no se veía en él señal de agua, y llegó al torno mi padre confesor y
díjome (era yo tornera): “No pides a Dios que llueva?”. Yo le dije: “No, padre,
que hartos buenos hay que lo pidan”. Y mandme en obediencia que me fuese a
la oración y que en ella lo pidiese al Señor. En esta hora vinieron unas personas
principales a hablar con una hermana suya, y la Priora me mandó ir por
tercera, y no le dije lo que el confesor me había mandado, con intento de estar
allí rezando, y así lo hice. Y estando en el confesonario, que estaríamos como
media hora, salimos y era tanta el agua que parecía se abría el cielo. Yo me
había recogido con intento que se haría la obediencia del confesor; y así fue, que
no había señal alguna de agua, mas Dios, por su misericordia, nos enseña la
fuerza que tiene mi alma con la simplicidad de la obediencia.
En otro día, víspera de San José, yo era de cocina y tenía licencia de
levantarme en despertando; y estando en este día con deseo de oír el sermón y la
misa con sosiego, fuíme a la cocina bien de madrugada y guisé toda la comida
con tanta oración y presencia de Dios que me parecía no tenía cuerpo, sino que
el espíritu mandaba. Todo se me hacía como lo pensaba y deseaba, sin sentir
casi trabajo, y con esto sentía alegría y dulzura con todas las que me habían
menester. Vino la hora de la misa y estaba ya toda desembarazada y yendo a
oírla y empezando la misa creció en mí el espíritu y más recogimiento. Llegando
la hora de comulgar, era tanta la reverencia que estaba en mi alma con el
65 Autobiografía A, pp. 312-316.
37
Santísimo Sacramento, que hallándome sin ser yo nada delante de Dios, me
parecía que todo lo que tenía en mí era como si fuera lenguas de reverencia. Y
acabando de comulgar sosegóse este ímpetu y quedóme una paz y recogimiento.
Y en este recogimiento vi a mis dos lados cuatro animales blancos como
corderos, postradas las bocas en la tierra, que adoraban a Dios que yo había
recibido. Y oí una voz que me decía: “Semejante a éstos es tu reverencia”. Y
entendía en esto que decían: “Estos son los cuatro animales del profeta
Ezequiel, del Apocalipsis” 66 .
Después de esto, estando en una fundación y enferma, que estaba casi tres
días casi sin comer bocado, era desde el Jueves Santo hasta el sábado después
de los Oficios, que me comenzó esta indisposición de un sentimiento que tuve de
la Pasión el Jueves Santo, cuando encerraron el Santísimo Sacramento y quedé
con desmayo. Al cabo de estos tres días no se me antojaba sino unas naranjas
dulces y en aquella tierra no se crían, sino que vienen de lejos. Yo no dije que las
deseaba por no ponerlas en cuidado. Y estando comiendo vino un pobre al torno
y llam y pidi limosna y dijo a la portera: “Tome estas tres naranjas y llévelas
a una enferma que tienen”. Cuando yo las vi, alabé al Seor, no tanto por
comerlas, aunque no las he visto jamás tan lindas, como de ver la bondad del
Señor, que así cuida de las que en él esperan. Gran cosa es dejar algo por su
amor, que sabe bien pagar 67 .
EN OCAÑA
El 22 de noviembre de 1595 acompañó a la Madre María de San Jerónimo
a la fundación de Ocaña. Estando en esta fundación de Ocaña, la noche de
Navidad, después de los Maitines, me quedé recogida y en sueños me mostraron
la venida que había de hacer a la Francia. Entráronme en un mar muy oscuro
que me daba temor y me enviaron con unas compañeras que no eran mis
conocidas, sino una conocí después en este recogimiento. Me hallé forzada mi
espíritu antes de esta vista en un vivo deseo de ser mártir, y aunque algunas
veces se me han apretado estos deseos, no tan perfectos como esta vez, que me
hallaba con una conformidad y gozo, tomándolo por Dios con el más encendido
amor que en esta parte he tenido 68 .
En Ocaña permaneció de 1595 a 1598.
66 Ib. pp. 316-317.
67 Ib. pp. 318-319.
68 Ib. p. 319.
38
EL SEÑOR LE HABLA DE FRANCIA
Estando en el convento de Ávila tuvo la siguiente revelación: Se me
mostró Nuestro Señor como cuando andaba por el mundo, mas con grandísima
hermosura y Majestad, pero por otra parte afligido, dándome a entender la
mucha pena que tenía y tocándome en el hombro, me dijo: “Hija, ayúdame. Mira
las almas que se me pierden en Francia”. Y fuéme mostrando todo el reino y
estas tierras de por acá cómo se están abrasando en herejías y grandes pecados.
Y de aquel tocarme en el hombro me parece descargó su pena y me la dio a mí
tan grande y sentí tan gran dolor que me parece me moría. Los efectos con que
quedé de este arrobamiento y visión fue un amor tan abrasado con aquellas
almas y las de todos mis prójimos que me parece me iba secando... Y de noche
no me dejaba dormir el Señor con su continua presencia, la cual acrecentaba en
mí siempre esta sed de almas; tanto que mis preladas me mandaban que no
tuviese oración en la cama sino que durmiese. Y así le decía al Señor que me
dejase dormir, que me lo habían mandado, que en tañendo por la mañana a
despertar se sirviese en volver. Y así, en despertando, lo sentía yo muy
puntualmente a mi lado por tornar a hablarme de las almas y mostrarme el
deseo que Su Majestad tenía de que no se perdiesen 69 .
Se ha de advertir que hará tres años que, no habiendo memoria de
tratarse esto de Francia, ni habiendo oído palabra de que había de ser, lo veía
muchas veces claro en la oración por una manera que no sé decirlo; ni entonces
hasta ahora lo comuniqué con criatura alguna y ahora lo hablo por habérmelo
mandado… En espíritu veía esta ida de nosotras a Francia sin saber cosa
exteriormente. Era... como quien entra en un aposento de un rey lleno de luz y
ésta era mi alma, donde Dios me mostraba y muestra con gran claridad, sin
ruido de palabras, cosas de su voluntad. Y entre éstas veía que lo era esto de
Francia y que a mí era a quien más pertenecía el deber de aceptarlo y
efectuarlo. Y mostrábaseme esto tan claro, sin decírmelo, como si me pusieran
delante un libro para que lo leyera. Y con tener esta claridad pasé por ello en
silencio y quietud tanto tiempo, pareciéndome que si era de Dios, Su Majestad lo
sacaría a luz...
Un día, pensando si esto sería voluntad de Dios y estando en oración y mi
espíritu con gran serenidad, vi en él una visión sin conocer entonces quién era.
Mostróseme un personaje hermosísimo y de poca edad, aunque con el aspecto
grave. En viéndole advertí si era san Dionisio Areopagita 70 al cual he tomado
por abogado en estos negocios como tan tocantes a él. Era su habla y traje como
69 Obras completas, tomo 1, p. 204.
70 Primer obispo de París hacia el año 270, según una leyenda tardía, ya que otros dicen que murió de
obispo de Atenas.
39
el de allá y pasando por delante de mí, que con esta brevedad fue el verle,
volviéndose a mí me dijo: “Aparéjate (prepárate) que sin duda has de ir y no
digas ahora nada” 71 .
Un día, cuando me persuadían que no viniese a Francia, decíanme que a
qué había de venir una mujer que no sabía como los hombres predicar y
enseñar, que para rezar sólo, desde allá lo podía hacer. Y veía que tenían razón,
mas como habían pasado otras cosas en mi alma, no sabía cuál me creer. Y un
día, acabando de comulgar, estaba en esta confusin y oí que me decían: “Ve,
que así como a la liga se pegan lo pájaros, se pegarán las almas y quedarán
para Dios presas 72 .
Una vez le prometí (a Dios) de no excusarme de esta ida tan dificultosa y
llena de trabajos como Su Majestad me ha mostrado, por más contradicciones
que se me ofreciesen 73 .
CAMINO A FRANCIA
El proyecto de fundar Carmelos en Francia se debió a un francés de origen
español, Juan de Quintadueñas y Brétigny, que había conocido a las carmelitas
en Sevilla en 1583. Juan de Quintadueñas era un hombre muy espiritual, que
años más tarde abrazaría el sacerdocio. Pero, para comenzar, tradujo las obras de
Santa Teresa de Jesús al francés para que fuera conocida en Francia. Las tradujo
y publicó en francés en 1601 y 1602, ayudado por un monje cisterciense.
Pronto la lectura de sus obras dio el apetecido fruto. Madame Acarie era
una mujer de la alta sociedad de París y obtuvo del rey francés, Enrique IV, la
autorización para fundar el primer Carmelo en Francia. Ella involucró a su
primo, el futuro cardenal, Pierre Bérulle, que tramitaría todos los permisos
necesarios para la fundación.
En febrero de 1604 Pierre Bérulle viajó a España para concretar las
candidatas que comenzarían la andadura en Francia y se llevó la sorpresa de que
el alma de este proyecto, la Madre María de San José, acababa de morir.
Entonces Bérulle apostó por Ana de San Bartolomé por ser él uno de los tres
Superiores que por nombramiento papal estarían a cargo de las carmelitas hasta
que llegaran a Francia los padres carmelitas descalzos. Esta decisión no gustó al
Nuncio ni a otros, por ser sor Ana de velo blanco, una simple lega, por lo que no
71 Obras completas, tomo 1, pp. 116-118.
72 Ib. p. 127.
73 Ib. p. 115.
40
podía ser Superiora ni tomar el mando de la expedición. Sus propias compañeras
escogidas, de velo negro, no la veían con buenos ojos. Fue elegida capitana del
equipo sor Ana de Jesús Lobera y con ella iban también sor Leonor de San
Bernardo, sor Isabel de los Ángeles, sor Isabel de San Pablo y sor Beatriz de la
Concepción. Se reunieron los seis en el convento de San José de Ávila alrededor
del 20 de agosto de 1604.
El 29 de agosto emprendieron su viaje a París. En total iban, entre seglares
y monjas, franceses y españoles, una expedición de veintidós personas, entre las
que iba también un sobrino de sor Ana de San Bartolomé, Toribio Manzanas, que
iba a estudiar teología a París.
Con ellos salió también el padre General fray Francisco de la Madre de
Dios, que los acompañó una parte de la primera jornada. Cuando se despidió,
pidiéronle les echase su bendición. Esto hizo harto sentimiento de su parte y de
las religiosas. Él, de ver ir a sus hijas, que como padre las amaba, ir solas a
tierras extrañas y con gente extraña que, aunque eran y son tan siervos de Dios
no se conocía al presente su virtud tal cual es, y las hijas y el padre hacían un
gran sacrificio a Dios. Y no es de espantar hubiese este sentimiento y lágrimas,
porque fueron muy violentados los corazones del sentimiento de esta partida,
dejando para siempre su tierra y prelados de tanta religión y que como mujeres
flacas y más sujetas a variedad que los hombres, no podían dejar de temer y
dudar si su viaje sería de Dios que, aunque había muchas esperanzas, lo era 74 .
Un problema que se presentó en el camino fue que a algunas religiosas
les vino la gran tentación de descontento y deseo de tornarse, que les parecía se
iban a perder. Esto hizo a todos gran turbación por estar ya en camino y todo
asegurado… Pero, aunque tres estaban tan combatidas que debían ser las más
fuertes, las otras tres no lo estaban y decían que ellas proseguirían hasta morir.
Y con esto fue deshaciéndose la tentación, porque volver las unas y no las otras
era nota de más murmuración 75 .
Y añade sor Ana: Las compañeras, como vieron mi inutilidad (Creían que
no serviría para nada en Francia, pues como hermana lega sólo servía para
cocinar y limpiar) ... Venían con harta razón mortificadas. Quiso el Señor que yo
no sintiese esto hasta ser partida, que ya no tenía remedio. Y en el camino, desde
los primeros días, iba sintiendo como imperfecta su cansancio. Y un día permitió
el Señor que todas me lo mostrasen y dijesen algunas cosas pesadas que yo las
sentí mucho y me hallé muy confusa de mi venida. Y estando así, como íbamos
por el camino, el Señor se me puso delante muy herido de los azotes y con la
74 Obras completas, tomo 1, p. 175.
75 Ib. p. 176.
41
cruz a cuestas y díjome: “Yo seré contigo, esfuérzate”. No me qued más pena y
me parecía ya que todo el mundo era mío y que yo era señora de grande libertad
en mi alma. Y aunque las veía así, me era consuelo el ser despreciada por Dios
en aquellas poquitas cosas.
Después de esto, que era antes del mediodía, nos apeamos en un pueblo a
oír misa y, aunque las cosas iban así, como extrañas y que no me hablaban, no
tenía pena. Después de haber comido en este lugar nos partimos; cerca de allí
había un gran río y, al pasar de la puente, yo sentí un gran temor como si viera
muchos demonios que nos querían tumbar en el río y el coche medio
trastornado. Yo empecé a llamar a la Santísima Trinidad, porque el cochero y la
gente quedaba atrás y no había en aquel espacio otro más socorro que Dios. Y
diónosle que, aunque el mal espíritu trabajaba por turbarnos y ahogarnos en el
río, no le dieron lugar. Mas saliendo de la puente allí junto, en uno como
barranco que estaba más bajo que el camino y lleno de monte y zarzas, allí
arrojó el coche con tanta fuerza que parecía a todos que habíamos de perecer. Y
algunas de las compañeras fueron bien heridas y la Madre Ana (Lobera) se
cogió un pie que le tuvo muchos días muy malo. Yo iba en el estribo de la parte
que cayó el coche y todas cayeron sobre mí y los líos (paquetes) que iban en él
también, y con dar de rostro sobre las zarzas y árboles, no sentí cosa más que si
estuviera en algodón, ni el peso de las demás, aunque las oía dar gritos de los
dolores de sus heridas. Y se detuvieron algo en sacarlas por estar tan metido
todo en el barranco. Yo me parece que no tuve pena ni dolor sino de las demás.
No sé qué se hizo el Señor que cosa más dulce no podía ser que lo que yo sentía.
Todos pensaban que yo era muerta, porque estaba debajo y, cuando llegaron a
mí y me vieron reír, se espantaron...
Desde aquí todo el camino traje una presencia de la Santísima Trinidad
tan eficaz en el alma que nada me la quitaba, ni los peligros, que había hartos,
ni el cansancio que veía llevaban conmigo. Todo me llevaba recogida y en
oración como si estuviere en la celda.
No sé si fue este día u otro en un camino muy estrecho entre dos riberas
que sólo casi cabían dos coches. Toribio iba a pie y arrimado a un estribo y no
vio el peligro hasta que no tenía remedio de manera que claramente lo cogía el
coche y le hacía pedazos porque iba con fuerza y nadie lo podía socorrer, que
estas cosas son tan en breve que hasta que es hecho no se puede nada. Todas
vieron este peligro, yo también. A la Madre Ana le dio tan mal de razón que no
la podían tornar.
Yo fui sin ninguna mudanza en mi alma y tan fiada de la compañía de la
Santísima Trinidad que en aquel instante se lo ofrecí hiciese de él y de mí su
42
voluntad y vi claro estaba con él y le libraba y todas le esperaban muerto. Y
después me decían: “Cmo Vos no os habéis turbado de ver tal cosa?”...
Antes de llegar a Bayona tuvimos un día de aguas y cuestas que ni en
coche ni en caballo podíamos ir sino a pie, todas llenas de barro, pies y hábitos,
y mojadas lo que bastaba. Todos iban cansados, trabajados y enfadados lo
posible; y para enmendar este trabajo habían ido algunos a Bayona para tener
buena posada y enjugarnos. Y como Nuestro Señor es bueno, quiso probar a sus
siervos y siervas la paciencia, y, antes de llegar, tomónos la noche en un gran
monte, y tan oscura, que la mano propia no veíamos más que si estuviéramos en
un limbo. En fin, la buena posada hubo de ser quedarnos allí. Era la víspera de
San Mateo apóstol y ayunaban todos; y quiso Dios que fuesen tan desproveídos,
que cosa no había, ni pan ni vino, ni agua sino del cielo, que era tanta que
parecía caía por boca de cántaros, y el aire tan desaforado, que todo parecía
venía al suelo; y la mar que estaba cerca daba los bramidos, que en otro tiempo
yo padeciera harto miedo. La madre Ana de Jesús tan mala y penada de verlo
todo así, le dio un accidente, que en toda la noche no parecía sino que se quería
morir, y todo era subir y bajar del coche con gran afliccin… Estábamos nueve
dentro del coche; seis religiosas y tres francesas, y todas casi en pie por dar un
poquito de lugar a la enferma, que esto sólo era de pena, que lo demás todas
daban gracias a Dios 76 .
CARMELO DE PARÍS
Al fin, después de casi dos meses de viaje, llegaron a las afueras de París
el 15 de octubre de 1604. Sor Ana refiere: Llegando a París, yo me fui con
licencia de la prelada a guisar la comida con gran gusto, como lo había tenido
siempre en aquella condición que era de hermana lega 77 .
Al día siguiente fueron a visitar la abadía de San Dionisio, donde fueron
bien recibidas por los monjes benedictinos, quienes les enseñaron las maravillas
de la abadía. Y el día 17 llegaron a la casa que les tenían preparada. Era un
antiguo edificio benedictino, dedicado a Nuestra Señora de los Campos, que
había comprado la princesa de Longueville para alojar de momento a las
carmelitas hasta que su casa estuviera preparada.
Según dice la Madre Ana de Jesús: En este primer alojamiento: la iglesia
tiene diez capillas hermosísimas. Cada una parece un templo de los muy
suntuosos de allá. Y en esta iglesia hay muchos sepulcros de santos… Hasta
76 Obras completas, o.c., tomo 1, pp. 166-168.
77 Autobiografía A, p. 337.
43
ahora tenía aquí un priorato que nos han comprado que es casa y hermosísima
huerta y 400 ducados de renta. Estos se han siempre de distribuir en la iglesia y
así serán para misas y cosas de ella. Y en esta casa, que está junto, estamos
mientras se acaba la nueva 78 .
El 18 de octubre se inauguró el primer Carmelo de Francia en París con el
nombre de La Encarnación y fue elegida Priora sor Ana de Jesús.
Reuniéronse luego algunas novicias doncellas, ricas y principales y muy
capaces para toda la observancia de la Regla. Han salido tales que todas
aquellas primeras son ya Prioras y subprioras y maestras de novicias, y van en
todo con mucha observancia de sus Constituciones. Los días que se había de dar
el hábito, por secreto que quisiésemos hacer, era el concurso de gente tanta que
desde qué hora de la noche estaban aguardando a la puerta de la iglesia para
tomar lugar, de manera que, al hábito, no se podía entrar en la iglesia, que se
ahogaba la gente. Y eran las voces que no se oía cosa de la misa ni lo que se
hacía al hábito. Días había más de cincuenta coches en el circuito del
monasterio 79 .
También entraron en el Carmelo dos damas protestantes que se habían
convertido y que eran damas de honor de la Reina Madre, Catalina de Medicis.
Estas damas habían sido heréticas y, viendo hacer los muros de aquel
convento, preguntaron qué era aquella obra y dijéronles: Un monasterio de unas
monjas hijas de Teresa de Jesús, cuyos libros han salido ahora. Ellas buscaron
el libro… y Dios las toc y se convirtieron aos antes de que viniésemos. Y como
la Madre Leonor de San Bernardo, que estaba de subpriora conmigo, tiene tan
buena gracia, a pocas veces que nos vinieron a ver, las ganó la voluntad y
pidieron con muchas veras el hábito. La reina lo sentía, porque las quería
mucho. Fue gran ejemplo en toda la ciudad y en toda Francia su conversión y
movieron a muchas otras que cada día se convertían 80 .
El día de la toma de hábito de estas dos damas entró en la clausura la
Reina Madre y su séquito. Estuvieron toda la misa dentro del coro, sosegadas,
mas en viéndolas dar el hábito, la reina empezó a llorar y más cuando las vio
echar en el suelo sobre un paño de jerga. Entonces, todas las otras damas se
acercaron a ellas, unas de un lado y otras de otro, puestas de rodillas, llorando
como si fueran muertas, hasta que las levantamos. Había en la iglesia gente que
se subían unos sobre otros, que no cabían con ser muy grande 81 .
78 Ana de Jesús, Escritos y documentos , Ed. Monte Carmelo, Burgos, 1996, pp. 136-137.
79 Obras completas, tomo 1, p. 178.
80 Ib. p. 408.
81 Ibídem.
44
EL VELO NEGRO
Sor Ana era de velo blanco o hermana lega y no de coro. Durante la vida
de la Madre Teresa de Jesús, ella le había insistido algunas veces para que fuera
de coro y darle así el velo negro, pero sor Ana se había negado y la Madre no
quiso insistirle. Pero al terminar el año 1604, a los dos meses de su estancia en
París, le plantearon sus Superiores franceses esta cuestión; pues, siendo de velo
negro, podría ser fundadora y Priora de alguna Comunidad y, siendo tan pocas,
se veía necesario, ya que había muchas vocaciones que deseaban ingresar y eran
muy pocas españolas para dirigir las fundaciones. Sin embargo, nunca se había
dado el caso de que una hermana lega dejara su vocación de velo blanco por la de
velo negro. De ahí que la Madre Ana de Jesús Lobera, Priora de París, le decía
que eso no podía ser, que iba en contra del espíritu teresiano. Según ella, era algo
inaudito que una freila o lega pudiera ser Priora y fundadora de conventos.
Esto también le hizo sufrir. Dice: La prelada (Madre Ana de Jesús) no
quería. Yo estaba sola y ella me tenía a veces en una celda una hora entera,
diciéndome cosas de harta temeridad, que no los creyese, que me condenaría y
que por mí se perdería y relajaría la Orden en Francia y en España 82 .
Yo estaba combatida de grandes temores, como se puede pensar, porque
en viniéndome a hablar los prelados, decían al contrario y que había de ser, que
el General de España les había dicho lo hiciesen en llegando. Y de las
compañeras, todas eran contrarias a la opinión de los prelados, si no era la
Madre Leonor de San Bernardo, que siempre fue de esta opinión. En los caminos
y entonces ella me consolaba, que lo había bien menester, y pasaron unos días
en dares y tomares. Y como la Madre estaba fuerte en su parecer y los prelados
en el suyo, yo entre dos aguas que me combatían, vino el padre Cotón, jesuita,
que le trajeron los prelados que me hablase para persuadirme a lo que querían.
Y él, como me veía tan perpleja, díjome: “Yo y todos los de mi convento haremos
misas y oraciones nueve días para que Dios dé luz en este negocio, y lo que
sintiéremos nos ha de obedecer en conciencia”.
Y en estos nueve días el Señor se me apareció dos o tres veces, que me
consolaba, que lo había bien menester. Era hermosísimo y muy alegre, y
hablábame de buena gracia, y una vez me dijo con su dulce palabra y amorosa:
“Ten ánimo, que no puede ser menos”. Y al cabo de esta novena vino el padre
jesuita y díjome que cómo estaba. Yo le dije que con harta pena, sin decirle lo
que me pasaba con el Señor y con la santa, que también se me había aparecido y
82 Autobiografía A, p. 337.
45
consoládome. Y díjome: “Que en conciencia estaba obligada a obedecer, y creo
que os lo puedo mandar en obediencia de parte de Dios, y así lo hago; y pecaréis
si hacéis otra cosa”.
Esto les dijo a los Superiores, que lo deseaban. Y, al fin, obedecí, bien
turbado mi espíritu, que no me aseguraba en nada. Como la santa no me decía
nada, ni venía, sentíalo mucho; porque sólo una vez vino a consolarme. Yo
estaba muy asida a lo que me solía decir. Y estando así, trájome a la memoria el
Señor cómo antes que partiese de España se me había aparecido mi santa
Madre, y, en su presencia, me vi que tenía el velo negro y la dije: “¿Madre,
quitaréme este velo?”. Y díjome: “Déjale estar”, y mostró una manera de
tristeza de lo que había de padecer con él. Y llegó con ella otra Madre, que
también era muerta, muy santa mujer, y había sido mi maestra en el noviciado y
traía en su mano un platillo con un licor que parecía cosa del cielo y díjome:
“Come de esto y esfuérzate, que lo has menester. Y dióme una cucharada y
mostróme ella entonces un espíritu alegre y corajudo. Esto me consoló un poco
en la ocasión que voy diciendo 83 .
Diéronme el velo el día de la fiesta del bautismo de Nuestro Señor, que me
hacía pensar que era traza suya y que lo quería así como veía que me había de
consolar, que lo es para mí ese misterio. Y desde la mañana aquel día que me
dijo algunas palabras con que me confortó le sentía andar a par de mí y como
un padre con un hijo que le ve con pena y le quiere consolar. Y al tiempo que nos
sentamos en el refectorio, yo lo sentía a mi lado 84 .
83 Autobiografía A, pp. 337-338.
84 Obras completas, tomo 1, p. 181.
46
FUNDACIÓN DE PONTOISE
A los dos días de la imposición del velo negro, la enviaron a fundar un
Carmelo en la ciudad de Pontoise. Llegó el 15 de enero, tres meses después de su
llegada a Francia. Dice ella: Vinieron todos los regidores de fuera del lugar,
media legua y todo el pueblo en procesión con tanta devoción y solemnidad que
apenas se podía pasar por las calles de la mucha gente que salió; de manera que
estuvimos detenidos hasta la noche antes de entrar en casa. Era para alabar a
Dios la devoción con que la gente recibió aquella fundación; y hoy día se la
tienen y Dios, por aquellas hermanas, hace y ha hecho mucho bien en la villa 85 .
A los pocos días recibieron el hábito cuatro novicias. Después se
marcharon las acompañantes y se quedó sola con sor Isabel de San Pablo, que
sabía francés, pero se enfermó y tuvo sor Ana que asumir su responsabilidad de
Priora sin saber el idioma ni entender el breviario en latín.
Dice: Yo no sabía lo que había de hacer en el coro, que no sabía el
breviario. Iba al coro y estaba con aquellas novicias puntualmente, como nos
dice la Constitución. Ellas eran tan buenas lectoras, que sabían el breviario
como unos doctores, y me lo enseñaban. Yo iba a ellas como novicia, y en las
demás cosas me esforzaba en enseñarles lo que habían de hacer, porque la
Madre subpriora, que era maestra de novicias, estaba lo más en la cama y no lo
podía hacer. Ella era de Flandes y habíala llevado su padre a España, huyendo
de las guerras y herejías; y sabía muy mal hablar el español, y tanto como el
francés. Yo no sabía lo uno ni lo otro; era cosa de harta pena verme allí muda y
sola. Yo acudía a Su Majestad, pedíale que remediase esta necesidad, pues me
había puesto en ella. Yo llamaba a la Virgen y a nuestra santa Madre y a san
José. Era tanto lo que reíamos con toda la pena que, en juntándonos las novicias
y nosotras, quedábamos mudas y reíamos de esto. Mas duró pocos días que,
como Dios es padre de misericordia, les dio gracia que me entendiesen mi
lengua: los seglares y ellas me entendían a mí mejor que a la subpriora.
Un día, yo deseaba hacer Capítulo y fuíme el Santísimo Sacramento y
díjele al Señor que deseaba hacerlo y que no sabía cómo, que no me
entenderían. Y díjome su Majestad: “Abre las Constituciones y ahí hallarás lo
que has de decir”. Yo fui y les dije los puntos que dicen allí acerca de la
obediencia. Y, acabado, yo las vi que lloraban y reían, todo junto, y díjelas:
“Han entendido lo que les he dicho?”. Y dijeron todas las palabras como yo las
decía, con tanta alegría que lloraban de consuelo de que Dios hacía gracia de
entender mi lengua. Y desde aquel día nos entendíamos 86 .
85 Autobiografía A, p. 339.
86 Obras completas, tomo 1, pp. 405-406.
47
Otro día, pedía muy encarecidamente a Nuestro Señor la vida de una
religiosa que estaba muy al cabo, porque los padres que nos gobernaban me
mandaron que así lo hiciera. Apareciseme el Seor, diciéndome: “Has de
querer otra cosa sino la que yo quiero?”. Y así se la llev el Señor 87 .
En otra oportunidad, estaba dando quejas a Nuestro Señor que no era
para lo que me mandaba y decíale mi pobreza: que era como una paja. Y díjome
el Seor: “Con paja enciendo yo el fuego”.
Otra vez, pensando en mi poco ser y cosas de mi nada, hablóme el Señor y
díjome: “Así te quiero, sin ser ni saber nada, para hacer por ti lo que yo quiero;
que los sabios del mundo con sus prudencias humanas no me escuchan, que
piensan que lo saben todo” 88 .
Yo estaba en este convento muy consolada, y aquellas hijas iban, con gran
consuelo mío, en la observancia de la Regla y Constituciones, y veía que los
prelados iban mirando de volverme a París por prelada. Yo lo sentía mucho, por
ser villa de Corte y grandiosa, tornar de nuevo a ser Priora allá; y estando un
día recogida, en una manera de pena interior, y como confusa de no me hallar
bien resignada a ir a París, y parecía lo quería Dios, y dábame escrúpulo
excusarme. Y así hice de nuevo una gran determinacin, y dije al Seor: “Haz de
mí, Señor, lo que fueres servido; bien veo que no soy para ello, y me vienen
grandes temores, y demás de esto me es gran desprecio hallar la honra. ¿Por
qué me queréis, Seor, dar este trabajo?”. Y apareciseme el Seor en la
humanidad y en su gloria, y había una claridad tan grande desde el cielo adonde
estaba, hasta mí, como si estuviera cerca, y díjome: “Así han de andar los que
hacen las obras de Dios, como yo anduve en la tierra: afligido con las honras y
deshonras”. Y en esto sentí un gozo y regalo y amor, quedando confundida.
Tomé de nuevo ánimo para venir 89 .
En este tiempo, la Madre Ana de Jesús Lobera dejó el priorato de París y
se fue a fundar a Dijon. Por este motivo, a los nueves meses de la fundación del
Carmelo de Pontoise, los Superiores la enviaron a asumir el cargo de Priora de
París.
87 Ib. p. 201.
88 Ib. p. 340.
89 Autobiografía A, p. 341.
48
PRIORA DE PARÍS
Cuando me hube de venir (de Pontoise a París) me sacaron por la noche,
porque el lugar me había tomado tanto amor que creían que, si lo sabían, no me
dejarían salir; ni las hijas lo sabían, sólo la subpriora. Mas por secreto que lo
hacíamos, me vio una que despertó, que yo tenía puesto el manto blanco y ésta
comenzó a dar voces, llorando y corriendo en pos de mí. Despertaron las demás,
que fue una gran tribulación ver aquellos ángeles quedar en pena. Yo la llevaba
y también, porque Nuestro Señor me había mostrado lo que se me emparejaba
(preparaba) en qué padecer. Yo me esforzaba lo que podía por ver que era Dios
el que lo quería, y los Superiores y todas las novicias de París lo habían pedido;
que era harta virtud la suya, y veían mi poco talento y menos para ellas, que
eran cortesanas y grandes señoras; en quererme por Priora se puede ver su
mucha virtud y cuán de veras habían dejado el mundo 90 .
Vino por mí (a Pontoise) uno de los prelados y trajo consigo un sobrino
mío que estaba estudiando en París. Y para que no me conociesen las gentes, me
quitaron la capa blanca y me pusieron el herreruelo y sombrero de mi sobrino, y
así salimos hasta fuera del lugar, que en aquel lugar no se cierran las puertas 91 .
Y a los pocos días que había venido, me mandaron que también tuviese
las novicias, que no hubiese otra maestra que, aunque estaba otra de las
compañeras de España y sabía la lengua, quisieron que yo lo fuese y ella rigiese
el coro. Túvelas un año hasta que había ya muchas profesas que, cuando vine,
no había ninguna. Y cuando salí de allí, había dado la profesión a veintiocho y
todas muy contentas 92 .
El primer año que yo estuve allí lo pasé muy pacífico; y fue de gran
consuelo para mí, que las novicias andaban tan observantes en todo lo que era
de religión y tan regaladas de Dios, que, con ser damas muy principales las más,
parecían a las niñas y que se habían vuelto al estado de la inocencia según su
simplicidad, y muy claras y afables conmigo, como si las hubiera criado. Y
aunque por una parte tenía este consuelo de ver que aquellas almas iban tan
bien, en mi interior no me faltaban penas en el oficio de Priora y en las
ocasiones de él, que aunque estaba, como digo, entre unos ángeles, el hacer
señal y otras cosas y verme tan incapaz, que no sabía leer el breviario y me
hacían rezar como si le supiera.
90 Obras completas, tomo 1, p. 184.
91 Autobiografía A, p. 342.
92 Obras completas, tomo 1, p. 184.
49
Esto me afligía mucho, que me parecía era el mayor desprecio y
humillación que había tenido; y todo me apretaba: que no sabía si se había
errado en lo que se había hecho y de los que me lo habían mandado. Una vez
quise dejar el breviario, y estando en esto me habl el Seor y me dijo: “No le
dejes, mortifícate y di lo que supieres. Yo lo quiero así”. Esto me dijo estando en
oración. Yo me alenté con esto y lo hice; y de noche, después de todas recogidas,
estaba las horas mirando en el libro lo que había de decir al otro día. Y lo que
había rezado en el coro lo tornaba a pasar; que como me había dicho esto el
Señor, tenía escrúpulo de no mirarlo bien, aunque estaba trasudando de
congoja. Y después de esto, Nuestro Señor me hacía tantas gracias que le sentía
a par de mí en el coro. Yo andaba con tanta luz y consuelo que entendía latín
como si lo supiese, en el tiempo que sentía su compañía, lo que no hacía cuando
se me apartaba. Algunas veces estaba tan cerca, que le pedía se apartase un
poco, que ardía mi corazón de su presencia, que no lo podía sufrir; y así lo
hacía. Otras veces me hacía tantas gracias, mas no se acercaba tanto; parecía
que estaba entre los ángeles mi alma, y que lo eran las que rezaban conmigo.
Una noche en sueños me hallé diciendo el breviario, y vi que estaba un mancebo
de buen parecer mirándome cómo no acertaba, y que iba turbada de su respeto,
y díjome: “No te turbes, que lo que queremos es lo que importa a la obra”.
Como si dijera que cuidase de lo demás, que, aunque no lo supiese bien, que no
dejase de decirlo y que me mortificase.
Un día me mandó uno de los prelados que encomendase a Dios el que
sería más a propósito para nuestro Visitador, y fuíme al Santísimo Sacramento.
Y estando en esto, me vino un grande recogimiento y regalo, con una vista clara
de lo que Dios amaba las almas y lo que quería que las que habíamos venido
fuésemos dulces, y díjome el Señor: “Tú serás sal de la tierra”. Yo me espanté,
porque esperaba respuesta de lo que había pedido y no me la dio el Señor sino
tan lejos de lo que yo pensaba, que me quedé espantada 93 .
Yo me estaba en París, y consolada mucho de ver cómo todo iba bien y
que cada día acudían muchas a pedir el hábito. Mas Nuestro Señor permitió que
mi contento se templase y tornase en penas y harto grandes trabajos, porque
estos señores (los Superiores franceses) comenzaron de temerse de mí que
deseaba que viniesen los religiosos. Yo se lo dije que era verdad: que lo veía que
convenía que estuviesen sujetas a la Religión (Orden), aunque fuese después de
sus días y que si no, que esto no quedaba bien y que Dios lo quería así. Esto les
dio gran trabajo conmigo y a imaginar cosas que no me pasaban por
pensamiento. Y Dios se me escondió de manera que el alma no parecía lo había
93 Autobiografía A, pp. 342-344.
50
conocido, en tan grandes temores que no parecía me quedaba fe, y sin nadie con
quien comunicar. Sólo Dios sabe el peligro en que yo veía mi alma 94 .
PROBLEMAS CON PEDRO BÉRULLE
Pedro Bérulle era uno de los tres Superiores puestos por la Santa Sede
para dirigir a las carmelitas descalzas en Francia. Estos Superiores debían
dirigirlas hasta que los padres carmelitas descalzos fundaran casas en Francia.
Éste había sido el compromiso tomado antes de venir de España, pero como esta
posibilidad se veía muy cercana, el padre Pedro Bérulle, futuro cardenal, empezó
a trabajar para que la jurisdicción de las carmelitas no pasara nunca a los
carmelitas descalzos y empezó a poner dificultades.
Dice la Madre Ana de San Bartolomé: Acabado este año primero, el
demonio, padre de cizañas, puso en los Superiores sospechas de mí; que hasta
entonces me querían en extremo. Y empezó este disgusto que tomaron conmigo,
porque empezaron a temer de tener yo las monjas tan de mi mano, que si venían
los Religiosos de la Orden a Francia que todas se quedarían conmigo debajo de
su obediencia. Y era así verdad, que no pensaban ellas otra cosa, porque todo lo
que me veían hacer, decían era todo santo. Y con estos miedos usaron de una
traza muy fina y ordenada del padre de las mentiras, y fueron poco a poco
ganando las monjas; y de que las tuvieron ya en buena gracia, dijéronlas: “No
tratéis con la Madre vuestras almas, que su espíritu no es para vosotras. Ella es
extranjera, y más, española. No os fiéis de ella, que si quiere a los frailes, os
darán una vida muy cruel. Son recios; no es para vosotras su término”.
Yo de este principio no sabía nada. Y veía a las monjas que se retiraban
de mí; y en lugar de aquella llaneza que me mostraban, era muy al revés. Y
espantada dije un día al prelado que no sabía lo que era, que las religiosas no
me hablaban ni trataban conmigo, después de profesas, como antes, ni trataban
cosa conmigo; que las hallaba en extremo mudadas. Díjome: “No es menester
que os hablen, ni Vos a ellas, que vuestro espíritu es malo; no queremos que se
les pegue, tenéis demonio y odio contra nosotros”, y cosas de esta manera: y que
si yo tenía un demonio, la que trataría conmigo tendría dos.
Yo estaba ya con pena, y esto me la dio harto, y de tal manera que se veía
bien era del mal espíritu esta cosa.
94 Obras completas, tomo 1, p. 187.
51
Este mismo día, acabando de comulgar, estaba recogida y en visión me
mostraban una gran cruz que parecía no era posible poderla llevar. Yo me
conforté como pude y la abracé; y quedé confusa de no saber lo que sería…
Algunas veces me enviaban los Superiores a las súbditas; unas veces,
unas, y otras, otras, que me dijesen mis faltas y lo que ellos querían. Y yo lo
sentía por lo que ellas se echaban a perder de su simplicidad y espíritu con que
habían comenzado.
El Señor venía de poco en poco, de días en días, me daba una consolación
con palabras de amor, luego se iba y me tornaba a mi soledad. Una vez me
enviaron una monja que me había querido mucho. Venía muy libre y resuelta, y
empezóme a decir reprensiones, como si ella fuera la Priora, que yo no tenía
mortificación, que cómo sentía lo que los prelados hacían conmigo, y otras
palabras bien descompuestas. Yo lo sentía mucho, como he dicho, por ver su
estrago de perdición. Yo estaba sangrada y con calentura, y el natural flaco lo
sentía mucho; y traíame el demonio tantas razones para que yo la respondiese
para que otro día no se atreviese a otra cosa. Mas lo que la dije fue que se fuese
y me dejase. Y fuíme al coro a encomendarlo a Dios. Y respondióme el Señor:
“De qué estás triste? ¿No te habías de consolar de que digan de ti lo que
quisieren y te tengan por simple y de poco valor? Me lo dijeron y otras cosas
peores 95 .
Los Superiores franceses querían gobernar el convento de París a su gusto,
pasando por encima de su autoridad de Priora. Eso le hacía sufrir mucho. Ella
escribe: Si han de recibir a alguna monja, no me lo dicen a mí, sino a las demás
y (lo mismo) si la han de echar… Una y muchas veces me ha dicho don Pedro
Bérulle que no tengo que tener pena ni cuidado, que ellos lo tendrán… Y las
monjas conmigo están tan retiradas como si no me conociesen, si no es para
hacer una manera de quererse holgar y jugar conmigo como amigas en el
mundo, mas no con otra sumisión de súbditas. Y si alguna me viene a dar cuenta
de su alma con devoción que Dios la toca, dice que no quiere que lo sepa
nadie… Algunas veces digo a algunas que comulguen y luego van a preguntar si
lo harán a la maestra y, si les manda que no lo hagan, sin decirme nada, se
quedan sin comulgar. Y no son solas las novicias, sino también las profesas de
un ao…
Una vez me dijo una hermana, estando hablando conmigo, ¿no sabéis
cmo quieren echar a tal hermana? Dije: “No me han dicho cosa estos seores,
mas sea lo que mandaren, que yo no puedo (hacer) nada en eso; antes creo que,
si pudieran, me enviarían a mí también”. La buena hermana fue y le dijo al
95 Autobiografía A, pp. 344-345.
52
prelado lo que yo había dicho. Yéndome a confesar, lo hallé tan enojado que no
sabía qué tenía y díjome: “Vos os quejáis de nosotros y pegáis vuestro mal
espíritu a las monjas. No les habléis palabra ni a las novicias ni a las profesas”.
Y me dijo muy buenas cosas que no son para decir. Otro día, vino a tornar
a reprenderme. Yo creo que ni seglar, ni monja, no he oído tales cosas y tal
término… Yo estaba sangrada de un día y el otro purgada y, aunque le decía que
me dejase por amor de Dios, que me fatigaba, era su gana decir lo que quería,
que no aprovechaba. Pedíle que me diese con quién confesar y dijo que no
quería ni era menester, que yo fuese a contar las cosas de la Religión a otros que
a ellos, que eran prelados y podían hacer lo que quisiesen. Esto me apretó tanto
que en mi vida me he visto en tan grande extremo de desconsuelo, porque el
demonio debía tener licencia que yo me hallaba dudosa de mi salvación, viendo
que Dios me había dejado tan a solas, sin luz en el alma y sin ninguna criatura
que me la diese, sino que me ayudaban a desconfiar que tales cosas me decía:
que tenía mal espíritu y demonio y que estaba obstinada 96 .
La víspera de san Dionisio, de quien yo soy devota, estando en oración,
me hizo el Señor merced de visitar el alma y transformarla en Sí con grande
unión y, aunque esto no duró, los efectos fueron más, que quedó todo tan
endiosado el alma y cuerpo, que parecía no tenía acciones naturales ni aun un
pequeño movimiento.
El mismo día del santo, acabando de comulgar, fue lo mismo. Aunque esta
gracia pasaba en breve, los accidentes y disposición han durado más de quince
días, de manera que, aunque yo no veía nada, sentía dentro de mí una majestad
en el fondo del alma como que veía a la Santísima Trinidad; y no era ver, mas
tenía más fuerza el sentimiento que si lo viera… En esta ocasin se me ha
aparecido la santa Madre y mostrado muy favorable. No sé cuántas veces ha
sido. Y el bueno y santo Julián de Ávila (que fue el primer capellán del convento
de San José de Ávila y ya estaba muerto). Entrambos muy alegres y gozosos de
ayudarme. La Madre me daba su mano diciendo que me asiese a ella, que me
quería ayudar a pasar mi pena. Estas visitas me dejaban siempre confortada y
con nuevo ánimo de padecer 97 .
Otro día, viéndome muy afligida de los prelados confesores que no me
querían dar crédito de lo que les decía, se me apareció el Señor ligados sus pies
y sus manos, que me consoló en aquella aflicción. Otra vez, estando delante de
una imagen de Nuestra Señora me pareció salir de ella un suavísimo licor que
penetraba hasta lo más hondo del alma con tan gran consuelo que no lo sabría
96 Obras completas, tomo 1, pp. 141-143.
97 Obras completas, tomo 1, pp. 161-162.
53
decir. Otra vez, estando en la ermita de Cristo, se me apareció puesto en la cruz,
diciéndome cuánto le dolían las almas que se le condenaban, y entonces vi una
prensa o lagar donde se exprime el aceite. Díjome el Señor que así habían de ser
afligidos y atormentados y oprimidos sus amigos para dar fruto 98 .
Y aquellos señ ores no so segaban de sus invenciones. Poní anme a la
puerta de fuera unas personas que guardasen el monasterio por ver si yo
escribía o hablaba con algunas personas, y d e dentro una tornera de quien má s
se fiaban, y que esta se hiciese amiga conmigo para que me sacase mis
pensamientos, que entrando como famili ar en mi celda mirase si yo tenía algún
escrito y me lo tomase. Yo lo veía todo y hacía que no lo veí a y mostraba buena
voluntad, teniéndola bien diferente, de hacer confianza de ella haciendo que la
tenía. Yo estaba ya tan llena de sus enredos que, aunque era fuera de mi
condición, decía que una malicia se había de curar con otra; y así yo la tení a en
disimular en muchas cosas, y esto no me era pequeña cruz, que salía fuera de mi
condición.
Yo me pasaba la s noches enteras sin dormir, pidiendo al Señor me
ayudase y enseñase su voluntad; y a la mañana yo las despertaba para ir a la
oración y Dios me hací a merced que con las penas yo acudí a a todas las cosas
de l a Comunidad, aunque muchas veces se rompí a mi corazón , y casi me
desmayaba de la fuerza que me hacía.
Había un Cristo en el Capí tulo, de piedra, grande y muy ligado. Yo le
tenía mucha devoció n, y todos los días (en estos dos años que duró esta
tempestad) llevábale cada día de mañana en levantándome , un manojito de
flores, y cuando no las había, ramitos verdes de laurel u otras cosas semejantes;
y cuando hallaba pensamientos, que llaman de yerb a, se los lleva ba y se los
ponía a los pies a las llagas, y le p edía me diese buenos pensamientos por sus
llagas. Y las horas que yo podí a entre el día m e retiraba allí a solas y rezaba,
como quien predica en seco donde nadie le oye. Y un día en la hora de la siesta y
silencio, me fui allí y de la aflicción que traía mi alma, en entrando me arrimé al
muro y qué deme desmayada y me parecía se me ac ababa la vida. Y en esta
aflicción me habló este Cristo y me dijo, mostrándome su agoní a, que vení a
atadas las manos como cuando le desataron de la co lumna después de coronado
de espinas y desnudo s entado sobre una piedra, y llegóse a mí. Díjome con
mucha dulzura: “Hija, mírame cual estoy por ti, atado y ligadas mis manos, y
cómo estoy esperando hagan de mí lo que quisieren”. Y díjome: “Así te quiero
como amiga”. Y desapareci. Y con este favor tornéme en mí un poco y con
aliento de pasar a lo que faltaba 99 .
98 Peregrinación de Anastasio, Diálogo quinto, p. 281.
99 Autobiografía A, pp. 347-348.
54
EL CARMELO DE TOURS
En 1608 amainaron las dificultades que sor Ana tenía en París y expuso su
deseo de renunciar al priorato de París, aconsejando que eligieran a sor
Magdalena de San José, que sería una de las grandes prioras francesas. El padre
de la nueva Priora de París, que había sido ordenado sacerdote, tramitó con los
Superiores carmelitas la fundación de un Carmelo en Tours, del que él sería el
capellán.
Aceptado el compromiso, sor Ana salió de París el 5 de mayo de 1608 e
inauguró el nuevo Carmelo el 18 de mayo. Allí la situación era muy distinta que
en París. En Tours dominaba la población protestante, que no vio con buenos
ojos la nueva fundación. Dice ella: Tomaron los heréticos gran odio conmigo y
decían era una mala mujer, ídolo de los papistas. Y quiso mi ventura que una
devota de la casa, muy sierva de Dios, convirtió una mujer pública con sus
buenas razones y trájola un día a nuestra iglesia y túvola hasta la noche en el
aposento de las demandaderas. Yo no lo sabía, y a la noche, porque no se la
quitasen, la llevaron a otra casa con otras mujeres… que la buscaban y la vieron
entrar en la iglesia y casa de las demandaderas. Dijeron éramos otras tales y
que teníamos niños dentro de casa. Esto se hizo con tal malicia que los mismos
católicos de la casa dudaban, y fue tan fundada esta maldad, que fue menester
que yo llamase un día a un magistrado, que era amigo, y le dije que deseaba
tomar su aviso para trazar algunas piezas en la casa, que como no era hecha
para monasterio estaba desacomodada; que nos hiciese merced de entrar hasta
los graneros y todo lo bajo, lo que le pareciese mejor.
Esto hice, porque decían tenía yo puerta en lo alto por donde entraban
hombres, y sin decirle a este señor mi intento, entró y lo vio, y dijo después: “Yo
sé la inocencia de estas religiosas y que es falso lo que dicen de ellas, que tenían
puertas. Yo he andado por toda la casa y estado en la clausura”.
Estas eran unas cosas que a mí no me daban pena, porque tarde o
temprano se había de ver la verdad, y, aunque más decían, me reía de todo. Y
veinte leguas se divulgó esta fama, que son todos lugares de herejes, que no nos
podían ver. Y uno de los prelados vino desde París, que era sesenta leguas; y
vino por la posta a saber cómo se publicaba aquella maldad.
En esta borrasca acordábame en ella que, viniendo a esta fundación, la
santa Madre salió al camino, como si fuera viva, y vi que estando con ella
pasábamos por entre espinas y no nos picaban. Y llegóse a mí la santa y me dijo:
“Ve con ánimo, que ahora yo te acomodaré un poco mejor”. Y así fue verdad,
que, después que me alejé de estos señores que gobernaban diferentemente de lo
55
que muchas cosas mandaba la Regla, yo tenía más paz y libertad de hacer lo que
en París no me dejaban; y así estas deshonras y testimonios, que todo era por
mí, érame como espinas de lejos que no me llegaban a herir.
Después de esto, como continuaban los herejes en tener odio con
nosotras, un día en casa de un gran hereje rico hicieron un agujero al corral
donde teníamos unas gallinas. Yo lo hice cerrar, diciendo que alguno de sus
criados me quería tomar las gallinas y que creía no lo sabía el señor de la casa,
que era muy airado. Esto le confundió; que no pensásemos que era herético. Y
me dijeron se había vuelto cristiano, por ver que no nos quejábamos con los del
magistrado que habían venido a hacer información, que le teníamos por
honrado; y decían: “Estas teresianas, que no queríamos, nos han de convertir a
todos a la fe”.
A la verdad, yo lo deseaba. Los trataba con mucho respeto y honor. Yo
tenía allí buenas religiosas que lo deseaban y rezaban por ellos. Y con todas
aquellas deshonras dio aquel monasterio tanto olor de virtud, que venían de muy
lejos damiselas ricas y principales a pedir el hábito, que hubo una vez de veinte
juntas deseantes, que era para alabar a Dios.
Dios me hacía allí hartas gracias, aunque estaba sin confesor, sola y
nadie con quien comunicar mi espíritu, que el que tenía no sabía palabra de
español, ni yo el francés. En fin, me confesaba. Y los prelados venían de año a
año, mas no me daba pena. Yo estaba allí bien consolada de Dios. Él me hacía
las gracias que en otro tiempo me había quitado; y me hacía algunas que por
muchos días me dejaban fuerte de su espíritu, y que con gran facilidad se podía
hacer los ejercicios de penitencia y de virtud 100 .
En Tours, aunque estaba consolada, que los prelados estaban lejos, poco
me duró, porque tenía una subpriora que era toda de ellos. Les a visó que tenía
yo una portera de quien me fiaba, y me la quitaron y pusieron otra de su gusto. Y
habían hecho que se pusiesen dos llaves al torno, y que ninguna de las dos
dejasen el torno abierto, porque viesen si yo escribía a España; y que ellas las
tomasen y se las enviasen a ellos, así las que venían de España como las que yo
escribía a allá.
Y aunque esto me pudiera dar pena, porque yo lo veía, hacía que no lo
veía y escribía cosa que no se me daba nada que lo viesen, porque lo que yo
deseaba era ver los religiosos nuestros reformados en Francia. Ya yo estaba
cierta de eso, que el Señor me lo había mostrado que sería, que estando en
París, antes de venir a Tours, me lo mostró el Seño r. Veía muchos religiosos de
100 Autobiografía A, pp. 354-356.
56
capas blancas por la Francia, de que el Señor me consoló, mostrándome que lo
deseaba; y con esto no me daban pena sus invenciones para impedirlo. Las
monjas me querían bien, y la santa Madre se me aparecía algunas veces y me
consolaba. Y una vez, en particular, vino a mí como si estuviera viva y me asió
de la mano y me llevó por un largo camino fuera de Francia, y así fue que presto
me vine a Flandes.
Otra vez me mostró que estaba bien enojada con las francesas, que no
amaban la Religión. Y fue esta visión como un sueño: que estando en oración en
el coro, venían a mí las monjas y me dijeron: “Nuestra santa esta aquí, y se ha
tapado con el velo y no nos ha querido ver”. Yo fui, y en llegando, se descubrió y
me abrazó. Y es que hacía esta gracia por mostrarme que no estaba contenta que
se acomodasen fuera de la Orden con aquella gente, que lo relajaba todo.
Esta vez que he dicho que me llevaba por un largo camino, habíame asido
por la mano, y en todo aquel día, aunque me lavaba y andaba en uno y en otro,
no se me quitaba el olor que era de sus reliquias 101 .
CAMINO A FLANDES
Antes de cumplir los tres años de Priora de Tours, le ofrecieron ir a la
fundación de Rouen, pero ella declinó, porque quería ir a París, donde estaban a
punto de establecerse los carmelitas descalzos. Los Superiores franceses
aceptaron, aunque con reticencias. Su salida de Tours no pudo hacerse con tanto
secreto como al salir de Pontoise. Ella dice: No sé qué era que, aunque ellos
(Superiores franceses) no mostraban estima de mí, el pueblo, doquiera que salía,
mostraba tanto como si yo fuera algo para ellos. Y al salir de Tours, con no
haberlo dicho a los del lugar, se juntó tanto número de gentes que estuvimos
harto tiempo, después de salidos del monasterio, que pensamos no poder salir, y
los que venían conmigo dijeron que habían pensado ser ahogados.
Viniendo a París, los padres (descalzos) que habían ya hecho su
fundación me venían a ver algunas veces; y viendo los deseos que tenía de
pasarme a la (obediencia) de la Orden, pusieron en ello cuidado. Y como los
veían venir, díjome un día Monseñor Bérulle que no me pensase ir a los padres
de la Orden, que él no me dejaría ir, pues estaba en su obediencia... Un día entré
en una ermita de la Santa Cruz que está en el jardín y, poniéndome de rodillas,
me vino una suspensión con un ímpetu de amor de Dios. Y está allí un Cristo en
la cruz. Este Cristo me tomó entre sus brazos con gran amor y dijo: “Yo quiero
101 Autobiografía A, pp. 358-359.
57
que vuelvas al Carmelo”, y quedse como se estaba. Y deshecha esta visin, yo
quedé como abrasada en una llama de amor de Dios…
Por la noche, vínome a llamar al locutorio (Monseñor Bérulle) y díjome:
“Aquí me han traído una patente del General para que vayáis a Flandes. ¿La
habéis pedido?... Él se turbó y me dijo que él no me dejaría ir, que estaba en su
obediencia. Yo dije que me iría, que la debía obedecer. Él me quiso llevar por
amor, obligándome con muchas razones, mas yo me estaba muy entera en lo que
me convenía volverme a (la obediencia) a mi Religión. Estuvo mucho rato
prometiéndome hacer conmigo muy diferente de lo pasado. Y como no me
movía, díjome: “Hagamos una cosa: yo se la prestaré a los padres para alguna
fundación con condición que me la vuelvan, pero me ha de prometer obediencia
antes que me vaya de aquí”. Le dije: “Yo no lo haré, que no prometeré otra
fuera de mi Orden”. Enojse tanto que estaba como loco y mandme ir a la
celda y que no saliese de allí hasta que me lo mandase... Fuíme a la celda y
estuve allí muy alegre. Mandáronme ir a comulgar y que me volviese y que me
encomendase a Dios para que me mostrase la verdad... Estuve así ocho días. El
día de nuestra santa (Teresa de Jesús) a la noche, en sueños, la santa vino y
mostró sacarme de la casa y que quería me fuese. Y él cada día deseaba saber si
me mandaba la santa quedar, porque él se lo pedía y todas las monjas estos días
hacían oración y penitencias porque no me viniese. Y díjele que la santa, aunque
era en sueños, me mostraba que era que viniese a la Orden y que el Señor me lo
había dicho 102 .
Estando para partir desde Tours con gran contradicción de c ómo
quedaban aquellas hermanas y, si era bueno dejarlas para venir a Flandes, se
me apareció la santa Madre Teresa de Jesús y me dijo que era su voluntad que
viniese a Flandes. Y poco antes que partiese de Francia, vi una vez un gran
resplandor y en él una casa grande y en ella una doncella que me recibió con
grande amor, yo a ella no menos; y, cuando yo entré en esta casa de Amberes y
vi a la hermana Isabel Teresa de Jesús, me parece que era la misma que había
visto estando en Tours 103 .
Y un día de octubre de 1611 salió de París camino de Flandes. Nos dice:
Salí antes del amanecer fuera del lugar adonde me llevaron, que estaban allí los
religiosos aguardando. Dios me dio tan grande consuelo de verme vuelta a la
Orden que me parecía estaba como cuando echan una piedra en un pozo y se va
al centro y allí reposa como en su gloria y paraíso 104 .
102 Autobiografía B, Obras completas, tomo 1, pp. 468-470.
103 Peregrinación de Anastasio, Diálogo quinto, p. 282.
104 Ibídem.
58
Ana había llegado a Francia con cincuenta y cinco años y ahora se iba
para siempre con sesenta y dos. Su primera escala en Flandes fue el convento de
Mons.
CARMELO DE MONS
Al llegar a Mons toda la Comunidad la recibió con mucho amor y respeto.
Y al amparo de este ambiente fraterno vivió un año de tranquilidad y sosiego.
Desde allí aprovechaba para escribir a los carmelos franceses para animarlos en
su vida espiritual y preocuparse por las religiosas conocidas. En una carta que le
escribió a la Madre Claire du Saint Sacrement, su sucesora en el Carmelo de
Tours, le dice: Deseo saber si la pequeña Magdalena ha profesado y mi buena
hermana María de San Elías. A todas encomiendo mucho en mis oraciones. A
Florentina me cupo en suerte traer. No lo pensaba, mas Dios lo ordenó de
manera que las que estaban concertadas, que eran unas seglares, se deshizo de
manera que fue forzoso traerla, quizá por su salud, que está otra. Tiene más
salud y está gorda, que no la conocerán.
A la Madre subpriora muchas encomiendas y a Margarita y a María de la
Concepción, a Ana y Catalina y a todas, que me encomienden a Dios. Yo he
tenido salud y ahora la tengo más que suelo. De que V. R. no la haya tenido me
pesa mucho. Dios se la dé, Madre mía, y esté cierta que la quiero bien y que es
más de lo que piensa. Yo las amo muy de veras.
Yo me estoy ahora en Mons harto consolada con la Madre Isabel de San
Pablo, mas no creo que nos durará mucho este contento, porque todas dos
iremos presto cada una a su parte; yo avisaré a V. R. adonde fuere. A Cracovia
(Polonia) irán presto monjas de aquí y de otros monasterios también; diré las
que fueren… Yo no creo iré, porque el padre fray Tomás no quiere que vaya tan
lejos; acá hay harto adonde trabajar… Yo no olvidaré mis francesas; podrá ser
moriré con ellas.
Yo he enviado a buscar unas imágenes; si las hallan, irán con ésta y, si
no, en otra. A la señora Jator y a sus hijas mis encomiendas, y a todos los
amigos, a René y Magdalena y las de su compañía también. Y quédese con Dios,
Madre mía. Cuando me quiera escribir, envíe a Juan Simón la letra o al padre
Dionisio, que los dos las enviarán ciertas 105 .
Su estancia en Mons quedó para siempre en el recuerdo de esta
Comunidad. Y, al año de vivir allí, se presentó un día el padre Tomás y la invitó
105 Obras completas, tomo 2, pp. 259-261.
59
a ser la fundadora del Carmelo de Amberes. Ante el miedo de aprender un nuevo
idioma con sus 63 años, dice: Acabando de comulgar, yo estaba con cuidado y
parecíame era dificultoso venir a otra lengua y oí una voz dentro de mí que me
decía: “No temas, que esta fundacin resplandecerá con el tiempo como un
hacha que da mucha luz” 106 .
El 17 de octubre de 1611 partió en compañía del padre Tomás y tres
monjas con dirección a Amberes. De camino a Bruselas se detuvieron día y
medio en el palacio de Mariemont, porque la Infanta Isabel Clara Eugenia, hija
del rey Felipe II, y su esposo el Archiduque Alberto de Austria, soberanos de los
Países Bajos, querían conocerla. Este sería el comienzo de una gran amistad entre
nuestra santa y la Infanta, que duraría hasta el fin de su vida.
Al llegar a Bruselas fueron recibidas por la Priora, la Madre Ana de Jesús
Lobera, con toda solemnidad: con velas encendidas y cantando el Te Deum . Allí
encontró a su querida sor Leonor de San Bernardo, que la acompañaría a
Amberes y sería, como en Pontoise, su subpriora.
CARMELO DE AMBERES
El 29 de octubre de 1611 llegó a Amberes desde Mons. Fueron
hospedadas en la ciudadela por don Íñigo de Borja y su esposa Elena. Y tomaron
posesión del convento el 6 de noviembre. En la primera casa estuvieron tres años
hasta que pasaron a otra más acomodada a sus necesidades.
El día que tomó posesión de la primera casa de Amberes, sólo tenía 50
florines, pero el pueblo se dio cuenta de sus necesidades y nunca les faltó ayuda
material para el convento. Ella misma comenta: Vinimos aquí en tanta pobreza
que no teníamos sino 50 florines prestados, y los padres jesuitas nos dieron
recaudo (cosas) para decir la primera misa, que no teníamos cosa, y los del
Magistrado no nos querían; querían tornarnos a enviar, y Dios lo ha todo
allanado de tal manera que de toda la villa está este monasterio estimado y, en
tres años que ha estamos aquí, está más proveído que otros de diez años. Hemos
comprado el mejor sitio del lugar… La santa (Teresa de Jesús) es la Priora, que
lo más ordinario me imagino que la ando sirviendo como lo hacía cuando era
viva, y que lo demás ella lo hace. Y sin ser muchas veces imaginación,
actualmente la he sentido conmigo y que lo hace todo. Dios me ha dado en esto
tanta paz y consuelo que nadie lo podrá creer...
106 Autobiografía B, Obras completas, tomo 1, p. 471.
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Un día, la santa se me apareció muy alegre y me dijo: “Ahora, hija, Vos
me habéis de hacer un placer”. Yo le dije: “Qué será?”. Y respondi: “Tal
padre te lo dirá”. Ese mismo día por la tarde vino una carta del prelado que
estaba en Roma en que me ponía una obediencia que los demás monasterios
repugnaban aceptar, y lo mismo las religiosas hallaban dificultad.
Pero como yo estaba fuerte en que se debía hacer la obediencia y ellas
son buenas almas, luego se rindieron a lo que yo les decía; y de esto los prelados
fueron bien contentos de estas hijas y no hubo en nada dificultad. De donde yo
he sentido favorables consuelos, como si Dios y la santa me fueran obligados
por esta resignación 107 .
Uno de los días se enfermó de gravedad una religiosa, María del Espíritu
Santo. Como no conocían aún a ningún médico, la Madre Ana se dirigió a la
puerta a ver si pasaba alguien que la pudiera ayudar. Eran las cuatro de la mañana
y la única persona que pasaba en ese momento ere precisamente el médico Luis
Núñez, quien entró a visitar a la enferma y que, desde esa noche, se hizo muy
amigo de las religiosas, convirtiéndose en médico gratuito de la Comunidad. Él
sería quien atendería a la Madre Ana en el momento de su muerte.
A los pocos días de la fundación, el 21 de noviembre, ya tomó el hábito la
primera novicia Isabel Dompré, dama de alta alcurnia, sobrina del arzobispo de
Cambray. Recibió el hábito de manos de su tío junto con otras dos jóvenes.
En los principios del Carmelo de Amberes un joven soldado mallorquín
dejó la milicia para entrar de carmelita descalzo. Llegó a ser el padre Clemente
de Santa Catalina, Prior del convento de Amberes, y quien dará la extremaunción
a la beata antes de morir. También tuvo la alegría de ver la conversión de un
hereje, que ejercía de mago. Pero la mayor alegría fue su encuentro con el padre
Jerónimo Gracián, que había sido provincial de los descalzos, gran amigo y
compañero de Santa Teresa, y a quien habían expulsado de la Orden por algunas
calumnias. En ese momento, pertenecía a la Orden del Carmelo Calzado y llegó a
Amberes a dar unas prédicas a los soldados y a las religiosas con motivo del
Adviento.
107 El asunto era probablemente una carta que escribió en 1613 el padre Juan de Jesús María sobre las
Constituciones, que debían observar las religiosas.
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LAS CARMELITAS INGLESAS
Varias jóvenes católicas inglesas, perseguidas en su país, fueron acogidas
para ser religiosas en Amberes, fundando un Carmelo al amparo de la Madre
Ana. Esta fundación se inauguró el 1 de mayo de 1619. Años después, se
separaron de la obediencia de la Orden, lo que para sor Ana fue una gran pena y
decepción.
En una carta escribe: Estas pobrecitas inglesas y las de Lovaina no
conocen lo que se pierden y, pues no lo conocen, quédense en su ceguedad, que
el mal espíritu las engaña con esta libertad 108 .
En otra carta de enero de 1626, a la Infanta Isabel Clara Eugenia, le
manifiesta su disgusto: Ahora de nuevo le crecen los cuidados de estas pobres
inglesas que me tienen harto enojada; y deseo que Vuestra Alteza ponga su
poder en resistirlas o mandarlas ir de su tierra si no se ponen a la Orden que,
pues son extranjeras y tan libres que, si le pierden el respeto a Vuestra Alteza,
no merecen que las tenga cortesía y con esta libertad podrán poner costumbres
de su tierra y meter otro día una herejía, lo que Dios no quiera; mas todo se
puede temer de sus atrevimientos. Suplico a Vuestra Alteza haga este bien a
nuestra Religión, que no tenemos otro amparo ni defensa sino a Vuestra
Alteza 109 .
Ciertamente al negar la obediencia a los Superiores de la Orden, mal
aconsejadas por sus Superiores, le dieron muchos dolores de cabeza a sor Ana,
que se consideraba su Madre espiritual.
SU SECRETARIA
Cuando la Madre Ana se alojó en el palacio de Mariemont, residencia de
la Infanta y de su esposo el Archiduque, se fijó en una de sus damas. La Infanta
Isabel Clara Eugenia le preguntó por qué la miraba fijamente, y le respondió que
llegaría a ser carmelita. La joven aludida se asustó y dijo llorando: ¿Cómo tengo
que ser monja si no tengo gana? A lo que sor Ana dijo: No llore que, cuando
venga a ser monja, lo será de buena gana . Siete años después esta joven
madrileña que formaba parte de la Corte, profesó y se convirtió en la secretaria
de sor Ana. Se llamó Clara de la Cruz y profesó en manos de nuestra beata el 11
de abril de 1619.
108 Carta al padre Fernando de Santa María del 8 de julio de 1622; Obras completas, tomo 2, p. 728.
109 Obras completas, tomo 2, p. 923.
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A la Madre Anne de saint Joseph le escribe en abril de 1619: No he
respondido antes por la profesión de la hermana Clara de la Cruz, que se ha
hecho con mucha solemnidad y vino tanta gente de la Corte que no sabíamos
dónde los hablar, que por Sus Altezas han venido todos esos señores. ¡Bendito
sea Dios que ya son todos idos! Yo soy tan mal cortesana que parece salgo de
una prensa. Está muy contenta nuestra hermana y todas lo estamos, que es muy
buena religiosa 110 .
Sor Clara de la Cruz fue su gran apoyo de sus últimos años de vida como
secretaria y ayuda en todo sentido.
Una de sus principales preocupaciones era la construcción del nuevo
monasterio de Amberes, pues desde el principio estaban en una casa alquilada y
provisional. Escribe a la Madre Leonor de la Misericordia: Dicen los maestros
que de aquí a un año estará hecho, mas yo creo que serán dos, porque los
inviernos son largos y no se puede en esta tierra hacer obra con el frío, que se
cae con todo. Tenemos el sitio mejor que hay en Amberes, que, aunque hemos
venido las postreras, Dios nos lo ha guardado, que hace treinta años que tratan
de comprarlo los demás monasterios y nunca se habían concertado. Dicen son
las más lindas frutas y jardines, que el Archiduque no los tiene tales. Ahora un
año me llevaron los padres a verlo y cayóme tan en gracia que, aunque se han
presentado otros sitios, no me han contentado, siempre los he despedido. Ahora
estamos muy contentas 111 .
La Comunidad se trasladó al nuevo alojamiento en la primera mitad de
1615. El 15 de agosto tomó el hábito una dama de la Infanta y se puso la primera
piedra del convento, que se estaba aún construyendo. Nos dice: Hemos tenido
aquí a la señora Infanta y al Archiduque, que vinieron a meter monja una de sus
damas, hija de un grande, es un ángel y tiene principios de ser una santa; es de
dieciséis años. De camino, puso Su Alteza la primera piedra de nuestra iglesia
con gran solemnidad y muy gran número de pueblo. Fue el día de Nuestra
Señora de Agosto. Hizo hacer grandes tiendas en nuestros jardines, que es donde
se hace el edificio. Mas la tienda de Sus Altezas, que lo veíamos desde los
desvanes, era cosa muy de ver, y a la Serenísima Infanta verla entrar, tan
propia, en la zanja a meter su piedra con muchos siervos de Dios y caballeros.
Primero dijeron una letanía en procesión en derredor de la fosa, y la Infanta
estaba de rodillas debajo de su tienda en tanto que la decía. Esta piedra lleva el
110 Obras completas, tomo 2, pp. 484-485.
111 Obras completas, tomo 2, p. 360.
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NUEVO CONVENTO
obispo delante de ella, y ella la toma abajo y la asienta en el lugar que está
hecho 112 .
El Carmelo nuevo de Amberes fue inaugurado en 1615 y ha sobrevivido
hasta la actualidad. En mayo de 1618 los carmelitas descalzos fundaron una casa
en Amberes, lo que para sor Ana fue motivo de gran alegría. En marzo de 1623
llegaron a Amberes las carmelitas descalzas del convento de Borges, que
decidieron abandonar la ciudad ante la intransigencia del ya conocido Pedro
Bérulle. Fueron acogidas por la Madre Ana y después de tres meses fundaron el
Carmelo de Jeper.
BEATIFICACIÓN DE LA MADRE TERESA
Uno de los más grandes deseos de la Madre Ana de San Bartolomé era
poder poner el Carmelo de Amberes bajo la advocación de santa Teresa de Jesús.
En la Semana Santa de 1614 le escribía al padre Tomás de Jesús si ya había sido
beatificada la Madre Teresa y si podía poner a su Carmelo el nombre de la nueva
beata. La beatificación tuvo lugar en Roma el 24 de abril de 1614 y así ella pudo
poner al Carmelo de Amberes con el nombre de beata Teresa y San José.
En el mes de setiembre de este año fueron las grandes fiestas en Amberes
con motivo de la beatificación. Ella escribió a una carmelita descalza del
Carmelo de Consuegra en España: Hubo misa pontifical y el día octavo vino todo
el cabildo de la iglesia mayor y después de la misa teníamos un rico sermón y se
hubo de quedar para después de vísperas, porque todos estos señores de la
iglesia y el magistrado quisieron llevar la santa y el Santísimo Sacramento en
procesión y así congregaron a todas las Órdenes y Cofradías e hicieron una
procesión muy solemne, que dicen los naturales no la habían visto jamás tan
devota y con tanta paz y unión... Estaban las calles aderezadas con altares y
música y sonetes. Cuando paraban, en el espacio que iba en la procesión entre
nuestra santa y el Santísimo, dicen que iban 300 hachas (antorchas) ¡Qué sería
lo demás! Iban delante de la santa muchas niñas bellamente aderezadas como
vírgenes con unas cestitas de flores en las manos. Esto hizo mucha devoción...
Nuestra santa ha sido honrada y se va cada día más conociendo.
Los padres del Carmen llevaban en hombros las andas en que iba la santa
y, cuando llegaron a su convento, la metieron dentro en un altar que tenían en
medio de la iglesia, hecho para este propósito, y allí cantaron los frailes un “Te
Deum” al rgano. Todos los días de la octava fue el concurso de la gente tanto
que tenía dos alabarderos a la puerta para que entrase la gente con moderación.
112 Ib. p. 374.
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Antes de encerrar el Santísimo Sacramento decíamos nosotras las Completas
cantadas, que tenemos algunas buenas voces… Estaba la iglesia que no cabía la
gente. En fin, nuestra santa ha sido honrada y se la va cada día más
conociendo 113 .
Al padre Francisco de la Madre de Dios le dirá que la fiesta de la santa ha
sido una fiesta del cielo 114 .
El padre Jerónimo Gracián murió ocho días antes de la fiesta de la
beatificación de nuestra santa Madre. Vino de fuera de la villa de Bruselas y
vino tarde, que estaban las puertas cerradas y hacía muy terrible frío. Quedóse
en una hostelería mal acomodado y dióle un cólico y él se vio luego que se
moría. Y confesóse y díjole el confesor que no se moriría, y él dijo que sí, que la
santa se le había aparecido y así este mismo día murió a las tres 115 .
DEVOCIÓN A LA BEATA TERESA
La Madre Ana se convirtió desde la beatificación de la Madre Teresa en
una de las principales propaganditas de su devoción y repartía reliquias por
doquier. A través de ellas Dios hacía muchos milagros por intercesión de la
santa, lo que hacía que cada día la conociesen más, la invocasen más y la amaran
con más veneración.
En una carta escrita a la Madre Catalina Bautista le dice: ¡Si supiese los
bienes que se hacen con las reliquias que me envía y cómo permite Dios por el
bien y honra de la Religión que sea más conocida y que tengamos tal fundadora
como una tan gran santa! He repartido más del medio de la jerga a pizquitas y a
nadie lo doy que deje de hacer efecto para la necesidad que se les aplica. Hará
seis días que estaba una señora, que es de las amigas de la casa, y me vinieron a
decir que le había dado un accidente que se moría… Y enviando una reliquia y
con estar siete médicos a la cabecera, no sabían qué hacer y, en poniéndole la
reliquia, empezó a mejorar y ahora me dicen está buena del todo con tanta
alegría de todos en su casa, que me envían mil alabanzas de nuestra santa,
porque la que estaba desahuciada tres días ha, verla buena es gran milagro.
Otra señora vino aquí tan mala tres días ha en una carroza y la trajeron
como muerta y dos médicos con ella y muchos criados, y todos decían era locura
salir de su casa. Yo me espanté ver su atrevimiento… Yo le di un poquito de la
113 Obras completas, tomo 2, pp. 338-339.
114 Ib. p. 335.
115 Obras completas, tomo 2, p. 361.
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jerga y se lo puse al estmago… Y a la maana me envi a decir que estaba toda
buena.
Otra estaba que tenía como mal de corazón y se le encogían los nervios y
la lengua gorda como de perlesía (parálisis). Y envié a un hijo suyo unas
cordaduritas de estas reliquias y ella lo tomó. Y estando con este mal, sin poder
hablar se puso una sobre su lengua y mejoró y acostumbrólo unos días y a
cuatro meses y más no le ha vuelto este mal…
Esto he dicho por ser más fresco y breve, que si hubiese de decir las cosas
que cada día hace nuestra santa, sería menester hacer un libro de las mujeres
que libra de peligros en sus partos; y otras, desesperadas de tener niños, se
encomiendan a ella, y ya viejas algunas, y los tienen. Esto dé consuelo a V. R. de
lo que me envía... Y me busque alguna carta de la santa, que en Salamanca o en
Alba tendrán alguna, mas no diga que son para mí, que no las darán, sino para
otra necesidad 116 .
Al conde de Buccoi le había dado, cuando se fue, una reliquia. Y andando
en la pelea con los enemigos, se le cayó y al cabo de que venció y hubo una
victoria, echó de menos su reliquia y prometió pagarle bien a quien la hallase.
Fuéronla a buscar y estaba en medio de la carrera de todos los caballos sin que
se hubiera pisado, sino tan sana como si la tuviera en su cuello. Otro día se fue
un poco a pasear y los enemigos se entraban en la plaza de los nuestros.
Llamáronle aprisa los capitanes y él estaba sin armas y dijéronle: “Cmo,
seor, estás desarmado, y los enemigos con nosotros?”. A lo que respondi:
“Vamos, que yo tengo aquí mis armas, que es la reliquia de santa Teresa”. Y fue
así y tuvieron una gran victoria y tomaron y mataron esta vez muchos de los
contrarios. Otras muchas cosas pudiera decir maravillosas que cada día me
escriben de allá 117 .
A la Madre Elvira de San Ángelo le escribía: Me envíe algo de mis santos,
de la Madre y del Padre (Santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz) que por
acá es bien empleado cualquiera pizquita de reliquia que viene y hacen muchos
milagros y bien a muchas almas... Por el bien de las almas envíen lo que
pudieren que yo luego lo reparto a los que vienen con devoción, que se va
extendiendo mucho la de nuestra santa 118 .
116 Obras completas, tomo 2, pp. 615-617.
117 Carta a una carmelita descalza, Amberes entre 1613 y 1615; Obras completas, tomo 2, p. 380.
118 Carta a la Madre Elvira de San Ángelo, Amberes, 17 de agosto de 1618 ó 1619; Obras completas,
tomo 2, p. 463.
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Ella pedía reliquias a diferentes conventos de España y, a la vez,
compartía lo que le enviaban con otros Carmelos. Ya había cinco en Flandes, uno
en Colonia (Alemania) y otro en Cracovia (Polonia).
SU CANONIZACIÓN
A partir de la beatificación fue aumentando en toda Europa el
conocimiento del poder de intercesión de la beata Teresa de Jesús. Fue
canonizada el 12 de marzo de 1622 por el Papa Gregorio XV.
Sor Ana escribe: Me consolé el día de su canonizacin… Yo quedé en paz
y gozo, que lo he tenido de ver esta santa honrada como lo merece de Dios y de
su santa Iglesia. Bendigamos día y noche al Señor que la escogió para poner en
ella tantas gracias, que es de su gloria mostrarlas en sus amigos 119 .
Para la Infanta Clara Eugenia fue una gran noticia, pero no pudo festejarla,
porque todavía estaba de luto por la muerte el año anterior de su esposo el
Archiduque Alberto y de su hermano el rey Felipe III de España. Además, por no
tener descendencia, la soberanía de los Países Bajos regresaba a la Corona de
España, a su sobrino Felipe IV. La fiesta se celebró sin grandes solemnidades el
13 de junio de 1622.
En una carta a la Madre Ana de la Ascensión le escribe: Bien me pude dar
el parabién (por la canonización) , porque, aunque no lo merezco, me lo puede
dar de sus hijas por lo que le deseo y me gozo, que es uno de los contentos que
yo puedo tener en este mundo hasta que la vaya a ver… En quererla y en
consolarme de las honras que Dios y el mundo le hacen, no daré a nadie ventaja
en esto 120 .
119 Carta al padre Fernando de Santa María, Amberes, abril de 1622; Obras completas, tomo 2, p. 711.
120 Obras completas, tomo 2, pp. 719-720.
67
LIBERTADORA DE AMBERES
A partir de 1621, en que terminó la tregua pactada con los holandeses,
comenzaron de nuevo las guerras. Sor Ana vivía estas problemas en carne propia
y oraba por el feliz éxito de la contienda a favor de los católicos para que los
protestantes holandeses no impusieran sus errores y expandieran sus falsas
doctrinas.
En una carta que escribe a su prima y amiga de la infancia sor Francisca
de Jesús le dice: Estamos todas con salud, mas metidas en guerra con estos
holandeses que nos hacen hartas molestias. Ahora se acaban las treguas y está
todo este país en armas. Dios les dé la victoria a los nuestros, si es servido. El
Señor no quiere que hagamos paz con los enemigos, aunque muramos en la
demanda 121 .
Muchos militares que la conocían y la estimaban como a una santa,
acudían a ella antes de partir al frente para pedirle alguna cosa suya para usarla
como reliquia y protección de Dios. La misma Infanta le pedía consejos. Sor
Clara de la Cruz, que fue su secretaria y había sido en otro tiempo dama de la
Infanta, escribe: En un caso de harta importancia siguió el parecer de nuestra
Madre contra el de todos los ministros y aun del Rey: tanta era la fe que tenía en
ella y, no sólo en este caso lo mostró, sino en todas las ocasiones que se
ofrecían, pues otra vez don Iñigo de Borda le dio parte del poco reparo (defensa)
que había en este Castillo (de Amberes)... para que Su Alteza lo mandase
remediar. Y respondile: “Del castillo de Amberes, ni de esta villa, no tengo
ningún cuidado, porque estoy más segura con la defensa de las oraciones de la
Madre Ana de San Bartolomé que con cuantos ejércitos allí podía tener 122 .
Estas palabras de la Infanta parecieron una premonición, pues en dos
oportunidades, en 1622 y 1624, salvó con sus oraciones a la ciudad de Amberes
de ser tomada por los holandeses.
El 27 de julio de 1622 la Infanta informaba el rey de España de la decisión
de asediar Bergen-op-Zoom, pero el ejército enemigo se acercaba con 30.000
hombres, de los que 8.000 eran de caballería y 20 cañones. El 5 de octubre el
general Spínola tuvo que levantar el cerco y se retiró. Sor Ana se sentía culpable
y dijo: Mis pecados son grandes y soy bien pecadora, pues Dios nos castiga de
esta manera 123 .
121 Obras completas, tomo 2, p. 643.
122 Declaración autógrafa de Clara de la Cruz de mayo de 1630, que se encuentra en el Archivo de las
Madre Carmelitas de Amberes.
123 Declaración de sor Beatriz de San José del 10 de mayo de 1630 en el Proceso de canonización.
68
Después de esta retirada, el camino a Amberes estaba libre y podía
presumirse un ataque en cualquier momento. Eso fue lo que ocurrió en diciembre
de 1622 y Dios liberó a Amberes de una derrota segura por intercesión de sor
Ana. Ella misma lo refiere: El día que Mauricio (de Nassau) vino con grande
Armada y determinación de tomar Amberes, tomó una noche toda la más de su
gente en muchas barcas; y hacía una noche muy serena y apacible, y decía a los
suyos alegremente: “Vamos, slo Dios o el diablo me quitarán la empresa”, y
asegurándolos tendrían Amberes y que vendrían bien ricos. Y llegando frontero
en Amberes, se levantó una tormenta y gran aire frío, que se heló toda el agua y
se anegaron todas las barcas y la gente en un momento; sólo Mauricio se libró
con harto trabajo anegándose y trepando por el agua, tanto que se le abrió el
cuerpo, que nunca más tuvo salud hasta que de eso murió.
Esta noche, sin saber la traición con que venía, me dio gran miedo desde
las doce, y me puse en oración, alzadas mis manos al cielo con gran ímpetu; y
cansándoseme los brazos, fui a bajarlos, y pareció que me los tornaron a
levantar diciéndome no sé yo quién: “No es hora, tenlos en alto”. Y así estuve
casi hasta el amanecer, que sentí que estaba hecho lo que pedía. Esto fue así
verdad 124 .
Sor Teresa de Jesús, que le sucedió en el priorato de Amberes, escribió:
Pasaba las noches en oración clamando a Dios por estas necesidades como lo
hizo aquella noche cuando los holandeses quisieron venir a tomar Amberes, que
antes de acostarse nos dijo a todas en el coro con grandísimo fervor: que por
amor de Dios que rezásemos bien y apretásemos a Dios por estas cosas de su
Iglesia, y esto tornaba a repetir con tanto ímpetu, que nos espantábamos, y
pensábamos que había tenido nuevas, que se había de hacer alguna gran
empresa. Y preguntádoselo dijo que no sabía esto, mas que Dios le ponía este
espíritu; y desde las dos de la mañana se puso en oración hasta que yo fui a su
celda a la mañana antes de ir al coro como lo tenía de costumbre, y en entrando
me dijo: “Ay, hija!, y qué cansada que estoy, que parece tengo el cuerpo
molido, alguna gran traición debe de haber, porque toda la noche parece he
peleado y de la fuerza que me han hecho para que yo rezase que al momento que
yo quería bajar los brazos que tenía levantados para clamar a Dios, me decían
siempre reza más, más, más, y aunque hubiera peleado con un ejército no creo
estuviera más cansada, que estoy toda en agua”. Y así fue menester mudarle la
túnica, y a la maana soseg y dijo: “Ya está hecho”, y dos o tres horas de ahí
vino la nueva de cómo había faltado muy poco para que los holandeses tomasen
Amberes, y fuíselo a decir a nuestra Madre, la cual dio hartas gracias a Dios por
124 Relaciones de gracias II, 28.
69
esta merced. Hartas veces decía sentía había alguna traición, y de ahí algunos
días venían las nuevas cómo era verdad 125 .
También el padre Hilario de San Agustín, entonces Prior en el Carmelo de
Amberes, declaró en el Proceso: El año 1622, en la fiesta de San Andrés, vino…
a visitar una mañana a la dicha venerable Madre, que entonces dijo que pasó la
noche en oración y en una agonía, y que pidió al Señor Dios que librara de un
peligro inminente a la ciudad de Amberes. Y poco después entendió que venía
una ingente escuadra, formada por el conde Mauricio, jefe del ejército de
Holanda, con un gran aparato bélico; y él confiaba tanto en su éxito, que decía
abiertamente que todo estaba tan organizado que solamente Dios podría
impedirlo; y animaba a sus soldados a luchar para conseguir un gran botín y
muchas ventajas; y cuando ya la escuadra estaba navegando, capitaneada por él
y sus principales, surgió un viento huracanado y frío; peligraba su misma nave,
algunas se hundieron y el resto de la escuadra andaba a merced de los vientos,
terminando todo en un gran desastre, y tanto los soldados como los marineros
luchaban por salvarse 126 .
La segunda liberación sucedió en 1624. Este año, en setiembre, el general
Spínola estaba comenzando el asedio a la ciudad de Breda y se temía que los
holandeses para hacer desistir del asedio podían atacar Amberes. Y esto es lo que
ocurrió la noche del 13 al 14 de octubre de 1624. La misma sor Ana nos cuenta
cómo lo vivió: Estando acostada y dormida, desperté a unos gritos que daban en
el dormitorio; y en despertando, los oía y llamé. Viniendo las hermanas les dije:
“Vayan por las celdas, miren quién está mala, que dan gritos”. Y dijeron:
“Todas duermen y nadie está mala”. Yo les dije: “Vístanse y vámonos al
Santísimo Sacramento, que debe de haber alguna traición, que parece ser
nuestra santa la que nos despierta”; y fuimos. Yo dije al Seor: “Aquí os traigo
vuestras siervas, para que os pidan lo que deseo, que yo no puedo nada”. Y así
lo sentía, que me hallaba confusa delante del Señor. Y estuvimos un poco, y
luego sentí, sin ver ni oír nada, que nos podíamos ir. Olvidábaseme (decir) que
junto con los gritos que oía, oí tañer al arma en el castillo y miré por las
ventanas si había luces en él, que se ve desde nuestra casa; no había nada,
todo estaba oscuro; y con todo, sentí que había algo malo 127 .
Al día siguiente la Infanta sabía lo que había pasado en el castillo y en las
carmelitas de Amberes, y envió al padre Hilario de San Agustín, que estaba de
Prior en Bruselas, a donde Ana para informarse mejor. La Infanta escribía el 18
de octubre un relato detallado e interesante al padre Domingo de Jesús María:
125 Proceso pp. 43-44.
126 Proceso p. 241.
127 Relaciones de gracias, II, 29.
70
“El domingo después de la octava de la santa Madre Teresa. a las tres de la
mañana, vino el enemigo con tres mil infantes y mil caballos y treinta carros con
escalas y instrumentos, algunos nunca usados, y llegó con unas barquillas
hechas de juncos a poner dos escalas al castillo de Amberes, y por ser la noche
la más terrible de aire y oscuridad que se ha visto no pudieron ser sentidos ni
haberse sabido antes de su venida, porque todos traían bandas rosas y los carros
con las cruces de Borgoña como los nuestros de munición; y a todos los villanos
y gente que toparon decían que era nuestra gente que venía a hacer escolta a un
convoy. Y como suelen venir muchas veces así, todos lo creían, y los estaban
aguardando en Amberes, espantándose mucho cuando anocheció cómo no
llegaban y pensaban les había acontecido algo. Pero ellos llegaron como digo a
las tres y por la mucha tempestad parece que no pudieron echar tan bien el
puente que traían tan bien hecho de juncos; y quiso Dios que el centinela con
toda la oscuridad le pareció veía algo en el foso, y así se echó de bruces sobre la
muralla para verlo mejor, y en fin le pareció veía algo y era una de las
barquillas y así pregunt: “Quién va allá?”, y le respondieron “amici”
(amigos). Él con eso disparó su mosquete y llamó al cuerpo de guardia que
comenzaron a tirar y tocar arma con que vino el castellano y cuantos había en el
castillo hasta las mujeres, con que se retiraron los enemigos. Y al amanecer
hallaron las escalas y las barcas y todos los instrumentos, que se retiraron tan
aprisa que lo dejaron todo.
Yo le aseguro que con uno que subiera y hubiera muerto al centinela
estaba hecho el negocio, porque primero que se sintiera, fueran señores del
castillo; porque de más de haber poca gente por haberse sacado alguna para
Breda, estaban todos malos, que no había sino 25 sanos, pero sanos y enfermos
todos acudieron, y a algunos se les han quitado las calenturas. Todos tenemos
por cierto que las oraciones de la Madre Ana de San Bartolomé nos han librado,
porque a las doce fue a despertar a sus monjas muy aprisa para que fuesen a
hacer oración al coro, que había una gran traición. El enemigo tenía trescientas
barcas en Lillo para acudir luego con más gente, pero el aire se lo estorbó y las
echó todas por allí, de manera que ya ha librado Nuestro Señor dos veces a
Amberes con una tempestad; y es lo bueno, que como hacía tal aire dije yo a las
damas riendo, que sin duda el enemigo debía de venir a Amberes y Nuestro
Señor nos quería defender con otra tempestad como la pasada 128 .
El soldado de guardia del que habla la Infanta era Andrés de Cea, quien
cinco años más tarde declaró en setiembre de 1629 sobre lo sucedido en la
noche del 13 al 14 de octubre: “Confieso yo, Andrés de Cea, soldado del castillo
de Amberes, que el día décimo o décimo tercero de octubre del año 1624 estando
yo de centinela una noche de tan grande oscuridad, lluvia y vientos, que no se
128 Carta autógrafa que se encuentra en el Archivo de las Carmelitas descalzas de Amberes.
71
podía descubrir nada, y vi alguna cosa negra en las aguas; dudando qué podría
ser me eché por tierra, porque otramente no era posible discernir nada, y
entonces vi que era una pequeña barquilla, que pasaba debajo del puente de
socorro, y luego avisé a otro centinela para que llamase al cabo de escuadra, y
viniendo, dije que había visto pasar la barquilla debajo del puente. Él respondió
que no veía nada. Repliqué yo que se echase por tierra como estaba yo, y que
viese. Hízolo así y habiendo bien reconocido, tocó armas; con que huyó el
enemigo, dejando todos los instrumentos que había traído consigo” 129 .
El obispo de Amberes investigó el hecho y tanto gobernantes como
soldados y pueblo reconocieron públicamente a sor Ana como la libertadora de
Amberes.
El padre Hilario de San Agustín dice sobre este suceso: El año 1624,
cuando el marqués de Spínola, en nombre del Rey de España, puso sitio a Breda,
el conde Mauricio, Príncipe de Orange, jefe del ejército de Holanda, destinó a
varios miles de soldados para conquistar por astucia el castillo de Amberes, y,
cuando bien entrada la noche, en medio de una tempestad, atacaron con armas
de fuego en la puerta, llamada Auxiliar, llevando consigo muchos y eficaces
pertrechos bélicos para destruir puentes y llevar a cabo otros objetivos
planeados, para entrar en el castillo, la venerable Madre Ana, hacia media
noche, se despertó y, al oír un gemido, tocó en el tabique para llamar a la Madre
subpriora, y le mandó que abriera las celdas de las religiosas y viera si alguna
estaba mal y gimiendo; y después de hecho todo eso, encontró a todas bien
dormidas; entonces le dijo a la misma Madre subpriora que ella presentía que la
ciudad de Amberes estaba en un gran peligro, y que despertara a todas las
monjas para ir al coro a orar a Dios por esa necesidad; después de hecha la
oración, comenzó el bombardeo, y parecía que el enemigo estaba cerca del
castillo, realizando el plan indicado, pero, dejando las armas bélicas, se
marcharon abandonando todo.
El padre deponente dice que entonces él estaba de Prior en Bruselas, y
que le escribió la venerable Madre Ana contándole todo lo que acaba de decir, y
que le enseñó las cartas de la Serenísima Infanta Isabel, que las conserva, y cree
que las envió al Rey Católico de España, y la Serenísima Infanta mandó que él
fuera a Amberes, para que se enterara de todos los detalles y le informara con la
mayor rapidez. Y el padre deponente dice que la venerable Madre Ana le dijo
que el gemido fue de la santa Madre Teresa, que le mandó orar, y cree que dicha
revelación es evidentemente milagrosa, y que la liberación del castillo se debió a
la intercesión y a las oraciones señaladas. Y dice también el padre deponente
129 Ibídem.
72
que estas dos liberaciones de la ciudad de Amberes son conocidas y públicas en
todos los lugares de Bélgica y otras Provincias 130 .
Y añade el padre Hilario de San Agustín: El actual Rey de España, al
saber que el castillo de Amberes se había librado de la invasión de los
holandeses por las oraciones y la intercesión de la Madre Ana, escribió a la
Infanta Isabel Clara Eugenia para que diera a este convento de Amberes una
limosna de cerca de tres mil florines, más o menos, y que la misma Infanta
proveyera de modo que el convento de la Madre no sufriera penuria, y la misma
Serenísima Infanta todos los meses se preocupaba de hacer una limosna de
cincuenta escudos 131 .
RENDICIÓN DE BREDA
Muchos de los soldados que estaban en el asedio de Breda tenían reliquias
de la Madre Ana. A tanto llegaba la confianza en sus oraciones. La primera
carmelita flamenca, sor Teresa de Jesús, en su declaración en el Proceso afirma:
La estimaban tanto que se veían por muy dichosos de poder alcanzar una carta
de su mano y la guardaban como un tesoro, así príncipes, cardenales como
personas particulares. En el sitio de Breda algunos hacían tanta estima de sus
cartas que siempre las llevaban debajo de las armas como amparo fuerte y
nunca les sucedía ninguna desgracia. Venían personas de lejos sólo para
hablarle y, de muchas partes, pedían su consejo en cosas de mucha
importancia 132 .
El 5 de junio de 1625 el marqués de Spínola logró la rendición de Breda.
Este hecho fue inmortalizado por el famoso pintor español Velázquez en su
pintura la Rendición de Breda , en la que el gobernador holandés Justino de
Nassau entrega las llaves de la ciudad a Spínola. Este cuadro se encuentra en el
museo del Prado de Madrid.
En el mes de julio, la Infanta quiso ir personalmente a Breda para hacerse
cargo de la situación y quiso pasar por el convento de la Madre Ana para
saludarla, agradecerle sus oraciones y pedirle su bendición. Sor Clara de la Cruz,
testigo presencial, refiere: Al salir (la Infanta) se hincó de rodillas y le pidió la
bendición, besándole el escapulario... y llamó al marqués y a todos los demás
caballeros que estaban allí, casi toda la Corte, y dijo a nuestra Madre: “Ahora
130 Proceso, p. 242.
131 Proceso, pp. 238-239.
132 Proceso, p. 47.
73
dadnos la bendición a todos y con eso no hay para qué temer ningún peligro (por
el camino) 133 .
En las declaraciones del Proceso de canonización Su Alteza Isabel Clara
Eugenia manifestó que tiene por cierto que por tres veces Nuestro Señor libró
esta villa de Amberes del enemigo por las intervenciones y oraciones de la
venerable Madre 134 .
Otra intervención de la Madre Ana tuvo lugar en la batalla de la Montaña
Blanca (Chequia) ganada por las tropas católicas. Las tropas imperiales eran
conducidas por el general Tilly y por Carlos de Longueval, conde de Bucquoy.
Tuvo lugar el 8 de noviembre de 1620. En los procesos para su canonización
algunos testigos dirán que la beata Ana manifestó ese mismo día: “Este día los
cristianos han obtenido una gran victoria”. A los ocho días lleg la noticia del
hecho. Ella había orado intensamente por la victoria 135 .
ÚLTIMA ENFERMEDAD
La Madre Ana empezó a sentirse peor de salud desde 1624. La Infanta la
quería tanto que le enviaba sus propios médicos y las medicinas necesarias. En
esos momentos de enfermedad lo que más pena le daba era que la sirviesen, pues
estaba acostumbrada durante toda la vida a servir y no a ser servida. Y por ello
decía: Si Dios me llevase ya, no las doy trabajo y allá las podré ayudar más que
acá 136 .
Entre otros males le dio un par de años antes de su muerte una apoplejía y
no podía hacerse entender como quisiera. Sor Clara de la Cruz anota: Aun con
todo su mal no dejaba de barrer las escaleras medio a gatas y su celda y hacer
su cama con peligro muchas veces de caer y descalabrarse y aun matarse.
Mientras estábamos en las Horas (Oficio) en invierno iba al jardín y traía leña y
nos hacía lumbre para cuando saliésemos del Oficio 137 .
En 1626, tres o cuatro meses antes de su muerte, quedó totalmente
imposibilitada para caminar o vestirse sola. Sor Clara de la Cruz escribió: Estos
postreros meses de su vida era ya de manera que parecía que no vivía en este
mundo y así nada de él se le podía tratar, sino sólo de la eternidad; y para
133 Proceso, p. 114.
134 Proceso, p. 574.
135 Testimonios del Proceso del Archivo del convento de las Madres Carmelitas descalzas de Amberes.
136 Declaración de sor Teresa de Jesús que se conserva en el Archivo de las carmelitas descalzas de
Amberes.
137 Ibídem.
74
aliviarse hacía que le cantasen aquellas coplas de nuestro padre fray Juan de la
Cruz que dicen: “Adnde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?... En
sólo esto encontraba consuelo y, como digo, la tuvo el Señor en este estado los
postreros meses de su vida hasta que la llevó a gozar del premio que merecía 138 .
Una de las cosas que más la mortificaba era que las personas importantes
se preocuparan de ella, enviándole médicos y cosas para su salud. Lo que sí pidió
fue una reliquia de la santa Madre Teresa de Jesús.
Dos meses más o menos antes de su muerte comulgaba todos los días y
esto muy de mañana, hacia las tres o cuatro. Y la enfermera que la cuidaba le
dijo al padre deponente (Juan de la Madre de Dios) que la Madre se despertaba
a medianoche y acudía a ella con grandes deseos de comulgar, preparándose
con gran devoción hasta las tres o cuatro de la madrugada; y esta devoción se
manifestaba todavía con más intensidad a la hora de comulgar con
manifestaciones de humildad y otras actitudes externas... Además, todo los días,
cuando se exponía en la iglesia el Santísimo Sacramento del altar, ella acudía
con mucha devoción y no pedía que le llevaran de allí hasta la reposición del
Santísimo, a no ser que por caridad y debido a su oficio exigieran otra cosa. De
la misma forma y devoción oía la misa diariamente, mientras podía, debido a su
enfermedad 139 .
El 4 de junio de 1626, con 76 años, se sintió muy mal. Hacía dos años que
había tenido amagos de hemiplejia y, aunque sanó milagrosamente, siempre le
quedaron algunos achaques.
Dice el padre Crisóstomo Enríquez: Diéronla la extremaunción y, en
recibiéndola, se le mudó el rostro mostrando gran alegría y un modo de risa;
abrió los ojos, por extremo lindos, mirando de hito en hito por espacio de casi un
cuarto de hora en alto, hacia la pared de su cabecera, como que veía todo su
bien; y con esto expiró con una paz y quietud que parecía que dormía un sueño
dulce... Una hermana se arrojó a sus pies en el mismo instante que expiró y
sintió un olor muy fuerte y suave a modo de reliquias y le duró por todo el día
sin poder despedir de sí aquel olor; y, por casi todo el convento, se sintió por
mucho tiempo un olor muy suave que no se puede comparar a cosa de la tierra;
y esto lo olían en diferentes veces todos las hermanas del convento.
Como la apoplejía le trabó la lengua, no pudieron las religiosas
preguntarle qué miraba cuando estuvo con los ojos levantados en alto un cuarto
de hora, pero el Señor quiso engrandecer la humildad de su sierva y se lo
138 Ibídem.
139 Proceso, p. 329.
75
manifestó a la venerable Catalina de Cristo, estando en oración en Ávila. Ella
escribió a la Madre Clara de la Cruz: El Señor me dio a entender en la oración
que estaban a su cabecera todos los santos y toda la Trinidad y la Madre de
Dios y nuestra santa Madre y el maestro, santísimo padre san José, con las
demás vírgenes; y en saliendo su bendita alma del cuerpo, fue al cielo derecha
con cánticos celestiales de todos los santos y santas y ángeles 140 .
Se fue de este mundo ante la presencia del médico amigo de la
comunidad, del padre Prior de los carmelitas descalzos de Amberes y de todas las
religiosas de su convento. Se fue sin ruido a los 76 años de edad el 7 de junio de
1626, muy poco tiempo después de la muerte de su prima y amiga de la infancia
Francisca de Jesús, que había muerto el 19 de febrero de 1626.
ALGUNOS MILAGROS
El padre Clemente de Santa Catalina afirma que el cuerpo de la Madre
Ana de san Bartolomé, después de su muerte, fue expuesto en el coro de las
monjas frente a una cruz, como es costumbre entre ellas aunque sean legas; pero
ante el inmenso gentío del pueblo, algunas monjas, sin que supieran nada los
Superiores, acercaron los pies de la Madre a la ventanilla donde se da la
comunión; por lo que fueron regañadas también por el mismo padre deponente.
Y esta afluencia de la gente, no sólo provenía de la devoción y la veneración de
los ciudadanos de Amberes, sino también de otras ciudades. Y oyó e incluso lo
vio él mismo cómo la gente daba sus rosarios a las monjas para que los tocaran
al cuerpo de la Madre para satisfacer así su devoción 141 .
El padre Crisóstomo Enríquez escribió: Despoblóse Bruselas y, no sólo
plebeyos, sino nobles y muchos príncipes y princesas, se partieron al punto para
ver y venerar aquel castísimo cuerpo antes que le enterrasen. Estaba en el coro
de las monjas con el rostro tan blanco y tan hermoso que bien manifestaba la
gloria de que gozaba su dichoso espíritu. La multitud del pueblo fue excesiva. El
primer día tocaron al santo cuerpo más de 10.000 rosarios e imágenes. Colíjase
de aquí la multitud que concurrió a su entierro. Hasta el martes la tuvieron
descubierta y en este tiempo no cesó la gente de engrandecer sus maravillas y
publicar sus grandezas 142 .
Uno de los más celebres milagros fue el que hizo a Isabel Jansens, que
estuvo hechizada dos años y medio y poseída del demonio; y, aunque la
140 Enríquez Crisóstomo, o.c., pp. 743-744.
141 Proceso, p. 281.
142 Enríquez Crisóstomo, o.c., pp. 750-751.
76
exorcizaron varias veces, nunca pudieron librarla hasta que el padre Enrique
Lanciloto, de la Orden de San Agustín, le aplicó las reliquias de la venerable
Madre y entonces, sin poder resistir, la dejó el demonio, estando en la iglesia de
los padres agustinos de Amberes.
Este milagro, después de riguroso examen, fue aprobado por el obispo de
Amberes. Y así por él como por otros obispos de estas provincias están ya
aprobados más de 150 con que Dios ha manifestado la santidad de su sierva 143 .
La hermana María Margarita de los Ángeles declaró que sor María de San
José se encontraba muy afligida y recurrió a la protección de la Madre Ana de
San Bartolomé y recibió un gran alivio, pues se le apareció en figura muy
gloriosa y esta aparición tuvo lugar el primer año de la muerte de la venerable
Madre Ana; y añade que la Madre se le apareció repetidas veces a la misma
hermana María de San José en visiones intelectuales. Y esto sabe, porque se lo
contó la misma hermana María de San José 144 .
Diego Hernández certificó: Después de la muerte de la venerable Madre
Ana de San Bartolomé, María López, doncella hija de un soldado del castillo de
Amberes, estando huérfana vino a ser ciega de manera que andaba guiada por
un muchacho pidiendo limosna por el castillo. Y en aquel tiempo, pidiendo
María López una limosna a la mujer del alférez Lucas Domingo, la mujer le dijo
que si tenía fe se encomendase a la V. M. Ana de San Bartolomé, que estaba
muerta poco antes en el monasterio de las carmelitas descalzas y que tendría
salud, dándole también alguna reliquia de la Madre. Y que María López, en
aquella conformidad, se encomendó a la Madre y que, después el deponente la
topó (encontró) sana de un ojo en dicho castillo y, preguntándole de qué manera
había sido sanada, respondió que se había sanado por intercesión de la Madre
Ana… La sanación ha sido publicada por el castillo y a algunas personas de la
villa de Amberes sin saber si también fue publicada por otras villas. Y fue la
sanación publicada por la misma María López y por otros que la habían visto
ciega y después sana 145 .
El capitán Pedro Sierra manifestó que el año 1627, estando en Bruselas y
viniendo a su casa de la capilla de Nuestra Señora del Socorro, se halló muy
malo y se puso en cama tomándole una apoplejía de manera que, en poco
tiempo, perdió todo el entendimiento y juicio y quedó de esta manera cuatro
horas continuadamente sin acordarse de nada, sino que en principio habiendo
mandado llamar al doctor Francisco Álvarez, medico, lo vio, el cual le aplicó
143 Enríquez Crisóstomo, o.c., p. 760.
144 Proceso, p. 488.
145 Proceso, p. 638.
77
algunos remedios y le oyó decir que el deponente no tenía más de media hora de
vida y que se confesase; sin que lo pudo hacer por haber perdido el
entendimiento. Y pasadas las dichas cuatro horas, volvió en su juicio y halló que
le habían aplicado un rosario de la Madre Ana de San Bartolomé al cuello y su
velo a la cabeza y le dijeron las personas presentes cómo le habían aplicado
dichas reliquias y había dado tres saltos diciendo: “San Bartolomeo, San
Bartolomeo, San Bartolomeo me ha tocado”. Y así, poco a poco, volvióle la
salud entera de manera que el día después salió de casa sano, sin haber jamás
tenido después la dicha enfermedad 146 .
El padre Clemente de Santa Catalina por su parte anotó que el año 1629
Lorenzo Rull, sargento mayor, tenía fiebres continuas peligrosísimas durante
algunos días de tal modo que estaba ya desahuciado por los médicos... El dicho
Lorenzo Rull pidió que le llevaran y le pusieran la capa de la Madre Ana y,
apenas se la pusieron, inmediatamente empezó a dormir y después del sueño se
vio que estaba sano. Y este hecho fue tenido por milagroso por parte de los
médicos y del mismo padre deponente y de otras personas que conocían la
enfermedad 147 .
146 Proceso, p. 600.
147 Proceso, pp. 293-294.
78
SEGUNDA PARTE
CARISMAS Y VIRTUDES
DONES SOBRENATURALES
a) P ROFECÍA
Sor Ana tenía por gracia de Dios conocimiento de muchas cosas futuras.
El padre Hilario de San Agustín nos dice que la Madre estuvo dotaba del don de
profecía. Siendo él provincial, fue a despedirse de la venerable Madre para ir al
Capítulo General y ella le dijo que a la vuelta no la encontraría viva. Y así
ocurrió 148 .
Sor Clara de Jesús manifestó que por revelación de la misma venerable
Madre Ana sabe que la reina de España, sin tener todavía ningún niño, pidió a
la venerable Madre que rezara a Dios a fin de que tuviera un hijo y la Madre le
respondió que, después de un parto de dos hijas, tendría un hijo, como ocurrió
de hecho. Y el hijo que tuvo después de dar a luz a dos hijas es el Serenísimo Rey
actual de España Felipe IV 149 .
El año 1626 la Madre Ana de San Bartolomé le preguntó a la esposa del
doctor Luis Núñez, la señora Francisca Godínez, si deseaba tener todavía más
descendencia y, como le dijera que sí, y la venerable Madre añadiera si prefería
hijo o hija; habiendo ella respondido que prefería un hijo, la venerable Madre,
con una breve oración previa, dijo que también las mujeres podían ser útiles
para la Iglesia, trayendo como ejemplo a santa Teresa. Y finalmente dijo a la
misma señora Francisca que iba a dar a luz una niña como así sucedió, no
habiendo la señora Francisca tenido hijos desde hacía diez u once años. Y esto
sabe la declarante porque estuvo presente entonces y lo oyó así 150 .
El padre Hilario de San Agustín afirma que la misma Madre Ana le contó
que, cuando ella lloró por la conversión y arrepentimiento de Antonio Pérez
(secretario del Rey Felipe II, que por cargos graves fue depuesto y huyó a
Francia). Dios le reveló que se convertiría y que se salvaría. Y después de la
muerte de Antonio Pérez, el Señor le reveló que su alma se había salvado 151 .
148 Proceso, p. 241.
149 Proceso, p. 449.
150 Declaración de la hermana Ana de San Bartolomé, Proceso, p. 610.
151 Proceso, p. 240.
79
Sor Leonor de San Bernardo declaró que en la ciudad de Amberes el señor
Luis de Monsalvo, gran bienhechor del monasterio de las descalzas de Amberes,
sufría pleuresía y estaba ya desahuciado por los médicos y pidió a la deponente
que la Madre orara por él. Y la Madre, que estaba en el huerto, le dijo a la
deponente que el señor Luis no moriría de aquella enfermedad. Y se curó
alrededor de los cuatro días siguientes 152 .
Sor María Margarita de los Ángeles refiere que la hermana Leonor de San
Bernardo, que entonces era subpriora del monasterio de París de la misma
Orden y estaba a punto de morir, totalmente desahuciada de los médicos por su
continua fiebre y disentería de varios meses, se encomendó a las oraciones de la
venerable Madre Ana de San Bartolomé quien, a la vuelta de la oración, le dijo
con cara alegre: “Estáte de buen ánimo, hija, pues no morirás de esta
enfermedad” e inmediatamente ces la fuerza de la enfermedad y poco después
recuperó totalmente la salud 153 .
También el padre Juan de la Madre de Dios cuenta un caso: Hacia fin del
año 1625 padecía fiebres tercianas que luego se hicieron continuas y luego
derivaron en otras fiebres, de modo que el mismo deponente temiera por su
salud, si esa era su voluntad de Dios. Y la Madre Ana le escribi diciéndole: “Yo
he comulgado por vuestra reverencia y le encomendaré también esta noche, y
estése de buen ánimo, porque Dios le ha enviado esta fiebre para su bien y le
concederá la salud. Es necesario que trabaje y con los trabajos gane el cielo. Y
mostró esta carta, diciendo que era de la letra y mano de la Madre Ana. Y que
luego empezó a mejorar su salud 154 .
El año 1620, por el mes de setiembre u octubre, sin acordarse del día
preciso, teniendo el deponente dos hijas, las mayores de otras, por nombre doña
Catalina María Cano y doña María Ana Cano, ya casaderas y con apariencia de
casarse, las cuales vivían con tanto recogimiento y modestia en su casa que el
deponente no sabía lo que había de hacer con ellas, porque no se certificaba si
se inclinaban a casar o hacerse religiosas. Y hallándose ocasión de casar la
mayor con persona de partes tomó tanta pesadumbre de vérselo antepuesto que
estuvo muy mala y así le prometió que a ella ni a ninguna de sus hermanas
forzaría a otra cosa que a seguir su voluntad en toda honra y reputación,
conforme su calidad. Y así hallándose el deponente en este conflicto y con deseo
del bien de todas y particularmente de las dos mayores arriba dichas, fue al
monasterio de las carmelitas descalzas de esta villa a consolarse y suplicar muy
humildemente a la Madre Ana de San Bartolomé para que suplicase a Nuestro
152 Proceso, pp. 275-276.
153 Proceso, p. 489.
154 Proceso, p. 349.
80
Señor Dios todopoderoso fuese servido de encaminar el pensamiento y deseos de
sus hijas para mayor gloria suya y honra de ellas (advirtiendo que las dichas
doncellas en su vida habían hablado ni visto a la Madre), la cual respondió al
deponente, riéndose, estas palabras: “Seor Juan Gmez Cano, antes que sea un
mes, poco más o menos, sus hijas han de estar y entrar en esta casa por monjas
de ella”; a lo cual el deponente respondió a la Madre riéndose: “Paréceme,
Madre mía, que Vuesta Reverencia se burla de mí”, y otras palabras tocantes a
esta materia. Al fin, persistiendo la Madre en lo que había dicho, y el deponente,
considerando su santidad y buena fama y casi muy espantado, le dijo que si así
era la voluntad de Dios que se hiciese para mayor honra y gloria suya. Y vuelto
a su casa dijo a su mujer: “Hermana, yo he estado con la Madre San Bartolomé
y me ha dicho, después de algunos discursos que he tenido con ella de nuestras
hijas, que dentro de un mes han de ser monjas de su monasterio; harás bien de
llevarlas allá para que las vean y las conozcan y ver lo que habrán de hacer”.
Y así dentro de un día o dos su madre las llevó a ver a la Madre, la cual,
como supo estaban allí, juntó a todas sus monjas y en llegando ellas las vieron, y
todas comenzaron a decir “bienvenidas nuestras hermanas” sin tratar otra cosa
más que la vista. Después de tres o cuatro días las dichas sus dos hijas, sin
padre ni madre ni otra persona, volvieron al monasterio y pidieron la plaza de
monjas, la cual la Madre y todo el monasterio sin ninguna contradicción se la
concedieron luego. Y después de pasado este acto volvieron a casa muy
contentas, y una noche, cenando con sus padres, acabada la cena se levantaron
y se pusieron de rodillas delante de su padre pidiéndole su bendición, y repetido
que para qué, respondieron que querían ser carmelitas descalzas, a lo cual el
deponente replicó que para qué querían entrar en una Orden tan estrecha, y que
fuesen a otros monasterios donde habían estado sus tías; sobre lo cual
persistieron que en aquella Religión querían morir; y así fueron vestidas el día
de Nuestra Señora de la Presentación de dicho año, y después profesas, y de
presente viven en el monasterio. Añadiendo más, que la Madre Ana le dijo al
señor deponente que habían de entrar en dicha Religión otras más de sus hijas
como ya entró algunos años después la una de ellas en el monasterio de la
Orden en Malinas, llamada Juana Francisca del Santísimo Sacramento, y otra
está para entrar en otro monasterio de la misma Orden 155 .
155 Juan Gómez Cano; Proceso, pp. 548-549
81
b) P ERFUME SOBRENATURAL
Es un olor de exquisita suavidad que sale de algunos santos o de sus
sepulcros o reliquias. Sor Clara de la Cruz manifestó en el Proceso: De la
oración salía algunas veces con un rostro tan inflamado y resplandeciente que
nos ponía admiración, porque parecía que relumbraba y que todas cuantas
arrugas tenía en el rostro se le quitaban, quedando como de edad de treinta
años. De sí echaba un olor tan suave y agradable que, a veces confortaba, en
particular el brazo en que nuestra santa Madre (Teresa de Jesús) murió, le olía
de manera que algunas veces no parecía sino las mismas reliquias de la santa 156 .
Sor Catalina de Cristo declaró que la Madre María del Espíritu Santo,
hasta hace poco Priora de este convento, le daba a esta deponente para oler una
campana que ordinariamente estaba en el refectorio y que usan las superioras
para dar señales y que la Madre Ana también usaba. Y dice esta deponente que,
acercando a la nariz la campana para olerla, percibió un olor bueno tal como lo
decía la Madre María del Espíritu Santo. Y que el hierro no podía naturalmente
emitir un olor así y la deponente tiene por cierto que esta campanilla no estuvo
colocada sobre algún lugar que olía bien o agradablemente por el hecho de que
permanece siempre en el refectorio 157 .
Sor Catalina de San Ángel cuenta que la celda en que murió la venerable
Madre Ana de San Bartolomé y parte también del dormitorio más cercano,
durante algunos días después de su muerte, produjeron un olor dulce y fuerte, no
de otro modo que si hubiera procedido de muchas y variadas flores, y que la
manta con que había sido cubierto el cadáver de la venerable Madre, al ser
extendida en el huerto, llenó del mismo olor suave una parte del mismo huerto de
manera que las monjas que pasaban por allí lo olieron 158 .
Sor María Margarita de los Ángeles sabe que después de la muerte de la
Madre Ana de San Bartolomé sus vestidos emitían un olor extraordinario que
interiormente recreaban el alma e incitaba a la devoción. Pero no puede
especificar qué clase de olor era, aunque era suave y agradable. Ese olor no
provenía de aromas o de olores de otro género sino de los mismos vestidos.
Añade también que ese mismo olor percibía la deponente semejante a cuando
vivía la venerable Madre Ana. Y ha oído también decir a otras monjas que antes
y después de su muerte percibían ese mismo olor 159 .
156 Proceso, p. 110.
157 Proceso, p. 381.
158 Proceso, p. 620.
159 Proceso, p. 471.
82
Sor Clara de la Cruz añade que un año después de la muerte de la Madre
Ana, con motivo de la venida del padre General de los carmelitas descalzos,
padre Matías de San Francisco, se exhum su cuerpo… La deponente impuso su
mano al cuerpo de la Madre Ana y, al retirarla, se dio cuenta de que olía bien y
mandó que olieran otras religiosas, en particular la hermana María de Jesús,
María de San José y otras, que olía bien la mano de la deponente. Y su cuerpo
fue hallado íntegro y seco en esa oportunidad en que fue trasladado a otra
caja 160 .
Cuando en 1634 se abrió el sepulcro en presencia de la Reina Madre
Cristianísima (María de Médicis, reina de Francia) en presencia también del
deponente (Padre Juan de la Madre de Dios) tres veces él sintió cierto olor
extraordinario, suave y agradable, que también percibieron algunas monjas allí
presentes 161 .
Sor Catalina de la Madre de Dios, anota que hace cerca de diez o doce
años, al acercarse al sepulcro de la Madre Ana de San Bartolomé, sintió una
fragancia de extrema suavidad y de tanta difusión que no duda fuera una gracia
de Dios que le había concedido. Y dice que después de ver si podría venir de
alguna otra fuente cercana al sepulcro, no encontró nada que pudiera emitir esa
fragancia. Y al volver de nuevo hacia el sepulcro para orar sintió de nuevo la
misma fragancia, aún más fuertemente, de modo que ya no podía dudar que
viniera de otro lugar más que del mismo sepulcro de la Madre Ana. Y entonces
se llenó de abundante gozo y lágrimas 162 .
c) B ILOCACIÓN
Es la gracia de Dios de poder estar en dos lugares al mismo tiempo,
aunque algunos teólogos niegan esta posibilidad y dicen que en uno de los dos
lugares está sólo en apariencia o un ángel está en su lugar.
Ella habla poco de sus dones sobrenaturales, pero podemos suponer que
estos casos ocurrieron con relativa frecuencia.
Ella misma escribe: Una vez enfermó un padre que me confesaba. Yo lo
sentía porque lo quería mucho. Y estaban otros enfermos con él en el convento
(de padres carmelitas descalzos de Ávila). Y un día vino el prelado (Superior) a
ver a nuestra Madre (Priora) y, estando con ella, le dijo: “Yo me voy, que dicen
160 Proceso, p. 416.
161 Proceso, p. 325.
162 Proceso, p. 543.
83
que dos padres se mueren y uno en particular”. El padre fray Juan de San Cirilo
estaba en lo último y, como era mi confesor, fuíme a encomendarle a Dios y
sentí en mi alma una fe y satisfacción de que no moriría. Me dormí y en
“sueños” me llevaron a verle y, mirándole, dije: “Este padre no tiene sino una
gran flaqueza”. Dije al enfermero: “Déle acá algo de comer”. Yo le di no sé qué
a comer y volvi en sí y dijo: “Qué me han dado que me hallo bueno?”. Y
“desperté” y oí que doblaban (a muerto) en el convento. Y todas las hermanas
me decían: “Encomiende a Dios al padre fray Juan que es muerto”. Yo no lo
creí y como era tornera envié a los padres con licencia a saber quién era el
muerto. Y era otro, que él estaba mejor. De a pocos días me vino a ver y me
agradeció la visita 163 .
¡Cuántas otras veces visitaría personas lejanas por la gracia de Dios!
d) É XTASIS
Al igual que en otros santos, tuvo sor Ana muchos arrobamientos y
éxtasis. A veces la encontraban fuera de los sentidos corporales sin darse cuenta
de lo que hacía o de dónde estaba. Dice: Un día estaba en oración en la ermita y
vínome un recogimiento. Y en él me mostraron una vista de la eternidad y de la
Santísima Trinidad que, aunque lo vi, no sé decir cómo era. Y estando así
recogida, tañeron al refectorio a la colación y, sin sentirlo, como quien dormía,
me levanté a la campana y vine al refectorio y hasta que me senté a la tabla
(mesa), que me cayó un poco de agua en las manos, no torné en mí, que parecía
había sido un sueño 164 .
Y esto le pasó muchas veces. En una ocasión dice: Me fui a una cruz que
estaba en el patio y tenía un humilladero de piedra donde iban las religiosas a
hacer oración y me hallé tan llena de amor de Dios que me hinqué sobre las
piedras de rodillas. Y hacía tan fuertes hielos, y sin sentir el tiempo, me quedé
recogida, que cuando tañeron a Maitines me fui a levantar y estaban los hábitos
pegados a las piedras del hielo. Yo me maravillé que no había sentido más frío
que si hiciera calor 165 .
163 Autobiografía B, Obras completas, tomo 1, pp. 445-446.
164 Autobiografía A, pp. 296-297.
165 Autobiografía A, p. 333.
84
e) D ON DE LENGUAS
Es poder de comprender lenguas extranjeras o que a uno le puedan
comprender. La Madre Leonor de San Bernardo manifestó en el Proceso que la
misma Madre Ana le contó que, cuando no sabía escribir ni leer, fuera de un
cierto número de oraciones del padrenuestro, como hacen las hermanas
conversas, el Señor le mand leer las “Horas Canónicas” y que ella le
respondi: “No sé leer”. Y el Seor le respondió que él se lo enseñaría. Y de
hecho se lo enseñó, de modo que la deponente la vio leer tanto o mejor que las
que saben leer. Dice también que la misma venerable Madre le dijo a la
deponente que el Señor se le apareció varias veces cuando rezaba el Oficio
divino, explicándole su sentido, llenándola de tanto amor que le dijo: “Retírate,
Señor, pues me resulta imposible aguantar tanto amor sin que me muera”.
También afirma que la venerable Madre estuvo dotada del don de
lenguas, de modo que, cuando estaba en Francia en el convento de Pontoise,
donde estaba con motivo de la fundación y se angustiaba para hacer una
exhortación al Capítulo, pues no conocía el francés y las religiosas no sabían el
español, se puso a orar, y se le apareció el Señor diciéndole que fuera al
Capítulo, se fue, y hablando en español le entendían todas; y después le dijeron
con alegría que hablaba muy bien el francés, pues le entendían perfectamente; y
esto se lo dijo la venerable Madre a la deponente, y eso mismo le dijo la
hermana Luisa de Jesús, que entonces estaba en ese monasterio y estuvo
presente y después fue Priora en el monasterio de Dijon, donde murió con gran
fama de santidad, y habiendo venido de Pontoise a París, convivió allí con la
deponente y dijo que así había sucedido. Dice también que viniendo desde
España en camino a la abadía de Sainctes, distante cien millas de París, la
venerable Madre habló con la abadesa, que nunca había aprendido a hablar
español; y sin embargo, le entendió a ella tan bien como si la venerable Madre
hubiera hablado en francés, y entre otras cosas que hablaron, en la
conversación ella la convenció para que reformara la disciplina de la Abadía
cuando sucediera a la abadesa, y ella se lo prometió y lo ejecutó más tarde. Y
añade la deponente que ella estaba entonces allí presente y las vio hablar entre
sí, y se lo dijeron a ella, tanto la venerable Madre como la dicha compañera 166 .
La misma Madre Ana dice: Una vez, estando en el coro fue tan grande un
ímpetu interior que tuve, que pensé expirar, y dije al Señor que se apartase de
mí, que no podía llevar tanto; y entonces entendí todo el latín que se cantaba en
el coro como si fuera en español, y leía con el breviario con tanta velocidad
como si dijera el avemaría 167 .
166 Proceso, pp. 270-271.
167 Peregrinación de Anastasio, Diálogo quinto, p. 280.
85
f) C ONOCIMIENTO SOBRENATURAL
Es el conocimiento de muchas cosas que sólo pueden ser conocidas por
revelación de Dios. Veamos algunos ejemplos.
La señora María Enríquez deseaba tener un retrato de la Madre Ana y un
día la misma Madre le dijo: “Ven a la sacristía, y allí te daré”, no aadiendo
qué. Y la misma deponente fue a la sacristía, y habiendo allí un torno, la
venerable Madre le dio por el torno a ella cierta tela envuelta, diciéndole:
“Toma, hija mía, te pido que no lo muestres a nadie ni digas nada a nadie”. Y la
misma deponente, viendo que allí no había nadie, volvió a su casa, y al
desenvolver dicha tela, que era de una altura de dos codos, y medio codo de
ancho, vio pintada a la Madre, de rodillas ante Nuestro Salvador que le ofrecía
su corazón, y Nuestro Salvador pintado estaba al lado derecho de la venerable
Madre Ana con una capa roja, y la mano derecha puesta sobre el hombro de la
venerable Madre Ana, y la otra mano puesta a manera de hablar a la Madre. Y
cuando la deponente vio esa imagen o efigie se alegró muchísimo. Y al día
siguiente se fue donde la Madre Ana para darle gracias. Y entonces ella le dijo a
la deponente que la guardara en un lugar secreto y se lo dijera a su marido, pues
la misma deponente había pedido muchas veces a la Madre para que se dignara
interceder ante Dios por la salvación del alma de su marido, y que rezara un
padrenuestro y avemaría a Nuestro Salvador que estaba pintado en la imagen; y
el mismo día, hablando la deponente con la hermana Clara de la Cruz y con dos
o tres monjas más que estaban en el locutorio con ella, declaró la alegría que
sintió al tener dicha imagen 168 .
Sor Catalina de San Ángel certificó: El año 1626 el capitán Miguel
Rombouts, jefe naval, había desaparecido en el mar y durante mucho tiempo no
se tenían noticias de él, de tal manera que su madre y esposa creían que había
muerto; y, por eso, llegaron a estar muy tristes lamentándose. Encomendaron al
seor Rombouts a las oraciones de la Madre Ana…, quien dijo: “Decidles, no os
entristezcáis porque lo he visto sano y salvo tan bien como el rosario que cuelga
de mi cinturn”. Y se supo después que realmente sucedi así 169 .
La misma Madre Ana narra un caso concreto: Un día, estando junto a una
religiosa (que andaba siempre con escrúpulos) me dio un gran temor y como que
me causaba horror su compañía. Mostróme Nuestro Señor lo que padecía
aquella alma y la causa de sus inquietudes que eran de alguna duda del
Santísimo Sacramento y nunca se había confesado de ello. Díjeselo y le aconsejé
168 Proceso, p. 366.
169 Proceso, p. 622.
86
que se preparase para una buena confesión. Ella quedó muy admirada de que
tan claramente le dijese lo que tenía en su alma y se confesó. Y acabando de
confesar me mostró Nuestro Señor aquella alma tan clara y resplandeciente
como un cristal 170 .
Por esto, sor María Margarita de los Ángeles afirma que ella sabe que la
Madre Ana de San Bartolomé conocía de los corazones y varias veces conocía
los pensamientos y problemas interiores de esta deponente y (concretamente)
cree que esto era por divina revelación, porque la declarante a ningún mortal
había comunicado sus pensamientos y problemas interiores 171 .
Sor Eufrosina de San Elías certifica: Un día tenía algunas diferencias con
una hermana por una nonada, estábamos enojadas entrambas, después le pedí
perdón. Ella no quería entender en eso ni se le pasó el enojo. Así se pasaron tres
o cuatro días. Estaba con pena de verla andar de esta manera, y no le dije a
nadie. Vino nuestra Madre con esta hermana y le dio una buena reprensión. Yo
lo vine a saber y le preguntaba si le había dicho a alguno lo que había pasado
entre nosotras dos. Respondióme que no. Fuíme a nuestra Madre y le dije:
“Madre, cómo es posible que V. R. sabe lo que ha pasado conmigo y con esta
hermana, pues el caso es secreto, quién se lo puede haber dicho”. Ella me
aseguraba que nadie se lo había dicho, pero que lo sabía; debía Dios habérselo
dado a entender por el bien de esta hermana.
Otro día le importunaba mucho para que me dijese algo de las mercedes
que le hacía Dios. Después de haber hecho mucha dificultad, y yo no le dejé en
paz, me dijo que alguna vez le había mostrado Dios las almas de todas las
hermanas, y el estado en que estaban, y de qué manera había de gobernar cada
una según su natural, la una con dulzura, la otra con rigor. Yo le rogaba mucho
me dijese en cuál estado estaba mi alma, y le importuné tanto que le cansó
porque me hallaba muchas veces con temor por no saber si estaba en gracia de
Dios o no; ella me aseguraba que estaba en estado de gracia y me dijo: “Bien
pudieres estar mejor, pero Nuestro Señor está contento con Vos”. Yo me quedé
tan consolada y ligera del cuerpo y del espíritu y me parecía volaba como un
pajarito y no podía hartarme de dar gracias a Dios todo lo que hacía yo.
Siempre estaba con temor pensando que ella lo sabía todo 172 .
Un caso especial de conocimiento sobrenatural fue el del desastre de la
Armada invencible, enviada contra Inglaterra en 1588 por el rey Felipe II. Dice
sor Ana en tercera persona: En el tiempo de aquella monja de Portugal que salió
170 Obras completas, tomo 1, p. 501.
171 Proceso, p. 468.
172 Proceso, p. 128.
87
en muriendo nuestra santa Madre, que creo si fuere viva lo descubriera antes
que llegara a donde llegó, una vez vio una persona en visión que salía un aire de
aquella ciudad donde estaba tan fuerte que por todas las partes hacía grande
estrago y que derribaba los árboles y los echaba por tierra, y el polvo que
levantaba del suelo cegaba a los más. Y luego que pasó esto, el rey don Felipe
pasado ordenó una muy lucida Armada para ir sobre Inglaterra, que esta buena
mujer le hacía entender ganarían el reino los nuestros; y era todo engaño del
diablo. Iban en esta Armada los más principales caballeros de España.
Y para esto mandó el rey se sacase en todas la iglesias el Santísimo
Sacramento y que se hiciese procesión general en todas las iglesias. Y en esta
revolución que todo era ordenado por esta mujer, vio otra vez esta misma
persona que Nuestro Señor se mostraba muy airado y con el Santísimo
Sacramento en las manos un cáliz cubierto con un velo negro y a los cabos de
este velo, unos ramales llenos de sangre; y esta hermana que lo veía estaba de
rodillas llamando a Dios para que aplacase su ira. Y estando, como digo, vio a
otra religiosa del mismo hábito que hacía oración para este mismo sujeto
(asunto). Y entrambas con grande afecto daban muchos clamores a Dios; y a
esta oración vino la Virgen sacratísima y rogó a Jesucristo que hiciese lo que le
pedíamos, que aplacase su ira en algo. Y desapareció.
La Armada partió de Portugal y todos iban a pedir la bendición a aquella
religiosa, pensando que era santa. Como no lo era, sino invención maligna para
hacer perder el reino, quiso Dios que no fuesen todos, aunque fue harta
desventura en los de la Armada. Pues habiendo partido y embarcádose días
hacía, sonóse una nueva: que habían entrado en Inglaterra y ganado. Y esta
hermana pidió al Señor le mostrase si era verdad. Apareciósele el Señor
crucificado con las llagas tan frescas como si le acabaran entonces de crucificar
y mostróme cómo estaba perdido todo. Y para que lo creas, me dijo, mira lo que
pasa. Bajóse y metió su brazo en el mar y mostrábame los hombres muertos y
anegada toda la Armada, y algunos pocos que se escaparon, tan enfermos que
morían de hambre, que parecían tan muertos como los ahogados. Y mostró cómo
se habían cegado con aquella mujer y le habían ofendido tanto, que si no
hubiera aplacado su ira, destruyera todo el reino 173 .
Todo el problema comenzó con una famosa religiosa dominica llamada
sor María de la Visitación del convento de la Annunziata de Lisboa, cuyos
prodigios admiraban a todos. En ocasiones se quedaba con su cuerpo en el aire,
rodeado de una luz misteriosa e, incluso, aparecían en sus manos unas llagas. Por
eso, todos la llamaban la monja de las llagas . Y todos la tenían por santa.
Solamente san Juan de la Cruz, cuando en 1585 fue a Lisboa al Capítulo
173 Obras completas, tomo 1, pp. 485-486.
88
provincial, rechazó ir a verla, como hacían sus compañeros religiosos, algunos de
los cuales regresaron a España cargados de reliquias y paños teñidos de la sangre
de sus llagas, pero él, a sus súbditos, les mandó que las tiraran. Y cuando alguien
le reclamó por qué no iba a visitarla, dijo: Vaya de ahí, ¿para qué quiere ir a ver
a un embuste? Calle, verá cómo lo descubre el Señor 174 .
Ella decía a todos que la Armada que se preparaba contra Inglaterra
saldría victoriosa. Y cuando el año 1588 partió de Lisboa la Armada llamada
invencible, todos acudieron a pedirle la bendición. A los pocos días de la partida
ella, arrobada, empezó a dar voces en la iglesia, que había mucha gente en la
misa y luego se divulg, y decía victoria, victoria” 175 .
Todo era una burda estafa y un engaño del demonio, pues esta desgraciada
monja se había entregado a él desde niña y el diablo hacía maravillas por su
medio. Después del desastre de la Armada, la Inquisición la investigó y
descubrió la falsedad y ella lo reconoció e hizo penitencia.
Pero Dios estaba muy enojado con todos los que habían creído en sus
mentiras, desde el rey hasta el último vasallo, y castigó a España con el desastre
de la Armada. Felizmente que a sor Ana se lo reveló el Señor y pudo, con otra
religiosa que también tuvo esa revelación, aplacar la cólera de Dios y que el
desastre no hubiera sido mayor.
g) M ILAGROS EN VIDA
Sor Ana recibió de Dios el don de hacer milagros. Veremos algunos casos
concretos. Sor Leonor de San Bernardo dice que en el tiempo en que la Madre
Ana estaba encargada de la enfermería del monasterio de Ávila, teniendo
permiso para comprar todo lo que fuera necesario para las enfermas, se
presentó un mercader de la ciudad deponiendo en el monasterio 110 escudos de
oro para que los guardaran, hasta que los requiriera; y como ella tomó de dicho
depósito cerca de 20 escudos para las enfermas, pidió a la Santísima Virgen que
no permitiera disminuir dicha suma. Y al volver y encontrarse con el mercader
que pedía su dinero, se encontró íntegra la cantidad que había depositado, de
modo que no faltaba ni un céntimo; y este hecho fue considerado como un
evidente milagro 176 .
174 Declaración de fray Gabriel de Cristo en manuscrito 13.460, fol. 123 de la biblioteca Nacional de
Madrid.
175 Autobiografía A, p. 324.
176 Proceso, p. 272.
89
La Madre María de San Jerónimo manifestó: Me dijo una hermana, que
sabía lo que se gastaba, que de la manera que esta hermana (sor Ana de San
Bartolomé) lo aprovechaba que sin falta ninguna el año que ella tenía (la
economía de la casa) se ahorraban más de 300 ducados. Y que no era por darles
menos de comer, sino que comían muy mejor. La misma que esto dijo hacía
hartos años que comía carne por su falta de salud y flaqueza y después que esta
hermana tuvo este oficio, no sólo no comía carne, mas ayunó casi los siete
meses. Decía esta misma que no sabía cómo se hacían las cosas, que de unas
nonadas parecía se lo multiplicaba Dios y le ponía otro sabor. Veíase claro lo
que el Señor la ayudaba en todo 177 .
Sor Leonor de San Bernardo afirma que, estando de subpriora en
Amberes, tuvo fuertes dolores en la tibia y derrames tan grandes que no se podía
mover. Después de algunos días, pidió a la Madre Ana que se dignara tocar la
tibia, haciendo sobre ella la señal de la cruz durante nueve días. Así lo hizo la
Madre y, antes de terminar los nueve días, quedó totalmente curada si haber
tomado otra medicina, lo que la deponente considera un verdadero milagro. En
otra ocasión, siendo subpriora de París, en 1606, se puso enferma a morir con
fiebre continua y con disentería cerca de dos meses y llegó a tal extremo la
enfermedad que creyeron que iba a expirar; y la Madre la visitó, advirtiendo que
ya no tenía pulso en las arterias y se fue a rezar por la deponente, mientras
oraba, sintió interiormente que Dios le decía que había de sanar y, cuando
volvi de la oracin, le dijo: “Ten buen ánimo, hija, no morirás de esta
enfermedad”…, e inmediatamente cesó el mal y recuperó la salud 178 .
Sor María Margarita de los Ángeles dice: Muchos enfermos sanaban con
tener algún papel escrito de su mano y otros los traían por reliquias y a un
soldado que tenía un papel de nuestra Madre, escrito en el pecho, lo libró Dios
de peligro de muerte, que le tiraron una bala que le atravesó el jubón y no el
papel 179 .
La hermana Ana de la Presentación, viviendo aún en el siglo, fue abatida
por un grave y persistente dolor de cabeza que, habiéndose calmado un poco
durante su noviciado en este monasterio de las carmelitas de Amberes,
aproximadamente seis meses después de la profesión se agravó con gran
vehemencia. Por lo que al darse cuenta la misma hermana Ana de la
Presentación, se presentó ante la venerable Madre Ana de San Bartolomé,
Priora de aquel monasterio, y le pidió la santa bendición con la esperanza de
que con esa bendición quedaría libre de aquel dolor. Y así sucedió, puesto que la
177 Obras completas, tomo 1, p. 755.
178 Proceso, p. 274.
179 Proceso, p. 84.
90
Madre Ana hizo la señal de la cruz sobre Ana de la Presentación y con ello
quedó ésta completamente libre del dolor de cabeza y en adelante no se
reprodujo ese dolor 180 .
La señora Elena de Borja Boussu manifestó que la hermana Margarita
Vandenberghe, monja en el monasterio de Tersieckeren de Amberes, no
trabajaba hacía muchos años a causa de una llaga en una de sus mamas con
tumor externo, pero existiendo interiormente una especie de herida abierta, de
tal manera que la hermana Margarita desde hacía diez años completos no podía
recitar las Horas ni cumplir con otros ejercicios de la Orden. Y fue llevada por
esta testigo al monasterio de las carmelitas descalzas donde estaba de Priora la
venerable Madre Ana de San Bartolomé y allí besó el brazo de la Madre Ana en
que había muerto la santa Madre Teresa y la misma Madre Ana, con el mismo
brazo, abrazó a la hermana Margarita. Hecho lo cual, la hermana Margarita
sintió algún alivio, que primero iba aumentando poco a poco y, por fin, quedó
del todo curada 181 .
Sor María del Espíritu Santo por su parte dice: Aquí, en este lugar
(Amberes), ha sanado muchos de calenturas con agua que bendecía haciendo
tres cruces y tantas avemarías; y por su humildad ponía unas reliquias de
algunos santos para disimular y muchos han venido a agradecerle que habían
recobrado la salud por esta agua 182 .
Sor Ana de Santa Teresa declaró que proveniente de la peste que existía
entonces en Amberes, le sobrevino un fuerte dolor de cabeza con toses, vómitos y
una grande pústula en el penúltimo dedo de la mano derecha y apostemas en la
ingle, y se llamó al médico doctor Núñez y a la Madre de entonces del hospital. Y
ambos diagnosticaron que era peste. Por eso se le separó del resto de las
monjas, y la llevaron a un pórtico de la huerta del monasterio, y el mal aumentó
tanto que la Madre del hospital dijo que le administraran cuanto antes los santos
sacramentos, pues no pasaría de la tarde. Y la deponente, enferma, envió a la
hermana Clara de Jesús, que hacía de enfermera, que avisara a la Madre Ana de
San Bartolomé para que rezara por ella; y ella hizo un triduo, sin que lo supiera
la deponente; y cuando la dicha hermana Clara se lo dijo a la Madre Ana, la
misma venerable Madre dijo que la enferma no moriría de esa enfermedad ni
ninguna otra monja de esa vez; y además la misma hermana Clara procuró decir
a la enferma deponente: “Nuestra reverenda Madre Priora te manda en virtud
de la santa obediencia que no mueras de esta enfermedad”.
180 Testimonio de la hermana Ana de san Bartolomé, Proceso, p. 613.
181 Proceso, pp. 570-571.
182 Proceso, p. 36.
91
Y, recibido el mandato, la deponente, rígida de frío y bañada de un sudor
frío, comenzó a entrar en calor, sintió que quedaba con vida y cayó en un
profundo sueño, del que se despertó media hora más tarde, y vio que estaba libre
de la fiebre y llena de gran alegría; y dio gracias a Dios, alabándole porque
estaba sana gracias a las oraciones de la venerable Madre Ana; y esta alegría
duró por seis o más semanas. Entre tanto, durante ese sueño vino a ver a la
deponente el padre Andrés, de su Orden, entonces Prior del convento de Brujas,
para asistir a la moribunda, a la que viendo que estaba libre del mal, dijo:
“Ésta es la hermana que estaba para morir y está libre de la fiebre?”. Aade la
deponente que, cinco semanas después de recuperar la salud y vuelta a la
Comunidad, fue adonde la venerable Madre para darle gracias y le preguntó por
qué la retuvo en esta vida. Y que la venerable Madre le respondió a la deponente
diciendo que todavía la necesitaban en la Orden para aumentar los méritos y
luego tener gloria mayor 183 .
EL DEMONIO
Así como el Señor le concedió grandes carismas y dones espirituales,
también permitió que en ocasiones el demonio pudiera hacerla sufrir para que
hiciera méritos en favor de los pecadores y de las almas del purgatorio,
La señora Elena de Borja Boussu oyó de la misma Madre Ana de San
Bartolomé que, estando al servicio de la Madre Teresa (de Jesús) en el
monasterio de Ávila, vio varias veces al diablo. Y que como cierto tiempo estuvo
en la cocina del monasterio, para encender la lámpara de la santa Madre Teresa
vio allí al diablo tendido como un perro, pero con el tamaño de un asno y que
cayó tropezando sobre él. Pero como ella, una y otra vez, permitió que él
desapareciera gruñendo por la chimenea, añade que oyó que no temía de
ninguna manera a los diablos y prefería ver en su monasterio a siete diablos
antes a hombre a solas 184 .
Ella misma recuerda: Estando una vez haciendo ejercicios (espirituales)
del Santísimo Sacramento, se me apareció un demonio en forma de un negrito
muy feo, diciendo: “Mal haya a quien Vos hace tanto bien”. Otra vez, estando en
la cama enferma, empecé a recogerme y, alzando los ojos, vi en un rincón del
aposento una gran multitud de demonios que huían con gran presteza por la
presencia del Señor y salían por una ventana. Y estaban tan apretados los unos
183 Proceso, p. 524.
184 Proceso, p. 570.
92
sobre los otros que dejaban sus patas atrás y me hacía reír alto ver esta
tragedia 185 .
Otra vez en sueños, vi otra visión… Sobre los muros vi (demonios) como
bandas de pájaros, una multitud muy grande, y en esta ocasión vi en sueños lo
que voy a decir: que entraba san Juan Evangelista y san José y Santiago y san
Bartolomé y estaban todos vestidos de sacerdotes ricamente y san Juan
Evangelista traía un cetro dorado. Iba echando agua bendita por toda la casa y
díjome: “Ésta, nosotros la guardaremos”. Y así fue. En aquella adversidad todas
las demás tuvieron alguna lesión y ésta siempre quedó entera, sin que se mudase
en ella cosa alguna, aunque tuvo hartos combates 186 .
Otra vez yo iba a hacer alguna cosa de noche que estaba nuestra santa
mala y llevaba una lamparilla en las manos y vino un gato, que en esta figura
vino entonces, y subióse sobre la lamparilla y matómela (la apagó). Estaba lejos
de nuestra santa. Yo me enojé, que si no quedara a oscuras le tirara la cosa que
llevaba en las manos, y cuando volví a nuestra santa halléla riéndose y díjome:
“Qué le ha acontecido, hija?”. Yo le dije lo que me había pasado y que me
había enojado con el mal espíritu. Y díjome: “Esto no fue bueno, yo no quisiera
se hubiera enojado”. En esto creí que ella lo había visto, aunque no me dijo otra
cosa.
En otra vez que me mandó la santa ir por una luz si no tenía miedo, que
estaban todas acostadas, y dije: “No he miedo mandándomelo V. R.”. Y fui a la
chimenea y abrí la ceniza y como aclaré la lumbre, vi que subía por la chimenea
un mastinazo negro y se fue. Esto era en Burgos. Y en esta casa había en ella
cosas malas, que era de un hombre rico y se había condenado, que nunca se
quiso confesar, y acabando de morir vinieron tantos moscones que llevaron su
cuerpo y alma al infierno. Y esta casa habíamos, que nadie quería vivir en ella. Y
como nuestra santa no hallaba casa le convidaron con ésta unos sus parientes y
se la dieron casi de balde, y hasta que se puso el Santísimo Sacramento fuimos
molestadas de cosas que nos inquietaban de noche y de día. Algunas veces
parecía se quebraban muchos trastos sobre nosotras. Y nuestra santa Madre me
envió una vez que fuese a ver qué se había quebrado y no había cosa, sino que
nos molestaba el mal espíritu. Mucho pasó allí nuestra santa de todas
maneras 187 .
185 Obras completas, tomo 1, p. 514.
186 Autobiografía A, p. 323.
187 Autobiografía A, pp. 331-332.
93
AMOR A DIOS
Sor Beatriz de San José nos informa: Casi de ordinario hacía actos de
amor de Dios y todas las cosas le movían a esto y siempre se levantaba de
mañana a las tres, más o menos, y se ponía en la ventana de su celda alabando a
Dios de ver el lucero tan hermoso y resplandeciente y de oír cantar a los
pajaritos. La recogía el silencio de la noche y decía: “Alábente, Señor, todas las
cosas y amantes, Señor, todos los del cielo y de la tierra, pero yo sobre todos”.
Yo le decía una vez: “Madre mía, es bien avariciosa, pues quiere más que todos
alabar a Dios”. Me respondió: “Así es, hija, mi deseo es que todos lo amen y le
alaben, pero yo sobre todos”. Y esto lo decía con tanto afecto que se veía ardía
su corazón. Y para mitigar esta necesidad del continuo fuego del amor de Dios,
le obligaba a tener en la ventana de su celda un potecito con agua para
enjugarse y refrescarse, y le oía decir que siempre le era motivo para alabar a
Dios por haber creado este elemento para alivio de sus criaturas 188 .
Según sor Teresa de Jesús, el amor de Dios la tenía tan abrasada que de
ordinario la traía con una sed increíble y, por esto, pasaba mucho trabajo para
aguardar la hora de comulgar. Érale de particular regalo agua hervida y
cualquier fruta o ensalada cruda, que todo esto era menester para mitigar aquel
fuego, aunque fuese en invierno; y en su mucha edad no podía sufrir mucha ropa
por mucho frío que hiciese, particularmente desde la cintura arriba, y sus tocas y
velos y hábitos habían de ser muy ligeros y viejos, porque no los podía traer de
otra manera, que la encendían de manera que luego le daba calentura 189 .
Sor María del Espíritu Santo asegura: Tenía unos júbilos de espíritu tan
grandes que luego que hablaba de Dios, su cara parecía de menos edad, los ojos
tan hermosos y tan inflamado el rostro, que se echaba bien de ver lo que tenía en
el corazón, diciéndome una vez que le tenía como un horno chiquito lleno de
fuego; y por darle un poco de aire cantaba y hacía cantar a las hermanas unas
coplas conforme a lo que sentía 190 .
Sor Clara de la Cruz refiere: Su dormir ya se sabe que lo ordinario no
eran más que tres horas y todo lo demás gastaba en oración, tan ferviente y
encendida, que traía bien gastado el natural y un fuego que la consumía, que era
menester con remedios humanos darle algún alivio aplicándole en el rostro,
espaldas, brazos y pecho aguas refrescativas y zumo de agraz, y esto aunque
fuese en mitad del invierno, y de ordinario tenía en su celda un jarrillo con agua
cruda que tomaba de noche y entre día, porque de otra manera le parecía que el
188 Proceso, p. 55.
189 Proceso, p. 38.
190 Proceso, p. 30.
94
fuego que sentía la acabara la vida. Y en la cama, de la cintura arriba, no podía
sufrir sino poquísima ropa, aunque fuese en invierno. Y así su calor y algunas
enfermedades confesaba el médico que él no las podía curar porque no eran
naturales, sólo la procuraba aliviar con hacerla sangrar, no reparando en su
mucha edad, y la sangre que le sacaban de ordinario era tan quemada que
mostraba bien el fuego que estaba dentro y salía con tal fuerza y furia que el
médico, que se hallaba siempre presente, y el barbero se quedaban espantados
191 .
Y, a la vez que amaba mucho a Dios, confiaba plenamente en Él para
cualquier necesidad. Estando una vez que tenía gran necesidad del sustento de
sus religiosas, se fue al coro con su fe y acostumbrada confianza en Dios, y le
dijo: “Seor mío, estas hijas son tus esposas y siervas vuestras y me falta para
sustentarlas. Ahora, Majestad, las encomiendo para que tengas cuenta de
remediar la necesidad de vuestra casa”. Así, al punto, lo remedi, porque el
mismo día hizo llamar Madame, la condesa de Salazar... y dio una gran limosna
de parte de su hijo don Felipe Alberto. Me parece que llegó a 200 florines, más o
menos, y como era moneda pequeña hinchó el delantal de la hermana y así la
traía a nuestra Madre con la cual se holgó tanto que con ello vino a la
recreación con mucha alegría, diciéndonos: “Hijas, Nuestro Seor nos envía
esta limosna porque hoy he ido a quejar mi necesidad y que tuviese cuenta de
sustentar a sus esposas y que no tenía ni un palo de leña en casa y, confiada que
lo haría, me envió el remedio”. Y no hacía sino alabar a Dios de su
misericordia 192 .
LA SANTÍSIMA TRINIDAD
La Trinidad Santísima estuvo muy presente en su vida y con frecuencia la
invocaba. De niña cuenta ella misma que se apareció cerca de nosotras una
visión negra mucho y como una estatua de un hombre de dos estaturas, tan
grande y tan delgado, y llegando cerca de nosotras yo me desmayé y caí en
tierra, diciendo: “Válgame la Santísima Trinidad”. Y la otra cayó sobre mí por
quitarme el miedo… Y desde el espacio que había del lino hasta mi casa, veía yo
que iban delante de nosotras, algo apartado, tres personas vestidas de blanco, y
dije: “Qué gente es aquella?”. Y dijéronme: “Deben ser pastores que vienen
del ganado”. Y en llegando a las casas, desaparecieron. Conocí que era la
Santísima Trinidad a quien yo había llamado 193 .
191 Proceso, p. 110.
192 Testimonio de sor Beatriz de San José; Proceso, p. 63.
193 Autobiografía A, p. 289.
95
También en el camino a Francia, dice: Al pasar un puente yo sentí un gran
temor como si viera muchos demonios que nos querían tumbar en el río y el
coche medio trastornado. Yo empecé a llamar a la Santísima Trinidad… Todos
pensaban que yo era muerta, porque estaba debajo y, cuando llegaron a mí, me
vieron reír y se espantaron… Desde aquí todo el camino traje una presencia de
la Santísima Trinidad tan eficaz en el alma que nada me la quitaba, ni los
peligros que había hartos, ni el cansancio que veía llevaban conmigo 194 .
Sor Clara de la Cruz nos dice: Cuando alguna persona quería conseguir
alguna gracia de la Santísima Trinidad, le decía o les animaba a que rezaran
tres veces la oración del Señor (padrenuestro) y tres veces el avemaría en honor
de la Santísima Trinidad. Y muchas personas quedaron curadas de sus
enfermedades y con ganas de rezar de este modo en sus aflicciones según lo
decían personas que llegaban al monasterio y quedaban sanadas o remediadas
en sus necesidades 195 .
Todos los años celebraba con mucha devoción y alegría, tanto interior
como exterior, la fiesta misma de la Santísima Trinidad, de la que tenía un
conocimiento eminente debido a la inteligencia de este misterio que Dios le
había concedido, como lo decía el mismo día en que murió cerca de las doce del
mediodía en presencia de la Madre María del Espíritu Santo, Priora de este
monasterio, hablando tan sublimemente de la Santísima Trinidad y con tanto
fervor y sentimiento que la Madre María estaba totalmente admirada 196 .
El año 1622, cuatro o cinco días después de la Purificación de Nuestra
Señora, en despertando para levantarme, pareció que el cuerpo quería reposar
otro poco y yo híceme fuerza en quitarme el sueño por amor de Dios y me senté
alegremente en la cama. Y así, súbitamente, vi una luz en mi corazón clara y
redonda como el sol y en ella una majestad tan grande de la Santísima Trinidad.
Esto pasó en un abrir y cerrar de ojos, mas quedó mi alma tan inflamada en
amor de Dios y un conocimiento de la grandeza de Dios que por todo el día no
se me podía quitar y sentía el cuerpo que estaba tan ligero que bien se conocía
que el espíritu era el que mandaba 197 .
Sor Clara de la Cruz añade que, unos dos años antes de la muerte de la
Madre Ana, le contó a ella que, durante una enfermedad, estando en su celda,
tuvo una visión de la Santísima Trinidad al recibir el sacramento de la
penitencia de parte del padre Hilario de San Agustín. Se le apareció la
Santísima Trinidad junto a la pared, en la zona de la cama en que yacía. Y dicha
194 Obras completas, tomo 1, pp. 165-166.
195 Proceso, p. 426.
196 Proceso, p. 427.
197 Obras completas, tomo 1, p. 508.
96
visión le impactó tanto que no pudo decir nada más al confesor, fuera de: “Oh,
padre, qué bueno es Dios”. Y esta visin se la cont a la deponente el mismo día
que aconteció 198 .
El padre Hilario de San Agustín sabe que todos los años celebraba la
fiesta de la Santísima Trinidad con extraordinaria devoción y alegría, tanto
interna como externa, y del mismo modo el deponente declara que él mismo vio
una carta escrita por la hermana Catalina de Cristo, del convento de Ávila a
dicha venerable Madre Ana de San Bartolomé, donde la consolaba,
anunciándole la felicísima muerte que iba a tener, diciéndole que la Santísima
Trinidad la esperaba, el Padre como a hija, el Hijo como a esposa y el Espíritu
Santo, como fuego divino, le inflamaría su corazón, y cosas parecidas, y algún
tiempo después de escribir dicha carta, la venerable Madre Ana murió en la
fiesta de la Santísima Trinidad, antes de que dicha carta llegara a Amberes;
tanto es así que, según el deponente declara, él nunca oyó nada en contra de este
hecho. Añade diciendo que la devoción de la venerable Madre a la Santísima
Trinidad era pública y notoria, y que la aparición y la carta de la hermana
Catalina no cree que llegó al conocimiento de todos. Finalmente dice que, de las
conversaciones espirituales que tuvo con la misma Madre Ana, se deduce que
tenía un conocimiento eminente de este misterio, y una devoción especial,
hablando frecuentemente de la Santísima Trinidad 199 .
JESÚS EUCARISTÍA
Para ella Jesús Eucaristía era el centro y el amor de su vida. Se pasaba
muchas horas del día y de la noche ante Jesús sacramentado. Y, aunque en su
tiempo la comunión no se recibía diariamente, ella era partidaria de recibirla cada
día. Y así lo hacía personalmente.
Sor Clara de la Cruz anota que la venerable madre Ana tenía muchísimo
cuidado para que el Santísimo Sacramento se guardara en el mejor sitio y con el
mayor decoro posible, sin consentir que nadie cometiese ninguna irreverencia en
contra del Santísimo Sacramento del altar. Y se entristeció mucho cuando se
enteró de que habían robado un copón de plata, donde se conservaban las
hostias consagradas, en el convento de los padres carmelitas de Bruselas. Y,
cuando pasaba delante del Santísimo Sacramento del altar, lo adoraba siempre
con especial devoción; y con la misma devoción, desde hacía muchos años,
comulgaba diariamente, a no ser que estuviera enferma; y, a la vuelta de la
comunión, tenía una cara llena de majestad, pareciendo más joven de lo que era;
198 Proceso, p. 426.
199 Proceso, p. 223.
97
y de esto pueden atestiguar muchas otras personas, pues que son noticias
públicas y conocidas, tanto en la Orden, como fuera de ella 200 .
La misma sor Clara de la Cruz añade: En la comunión no se puede decir
los sentimientos que sentía y el espíritu, que era de manera que si no se
divirtiera (distrajera), yéndose por el jardín, le parece que le acabara la vida,
porque ya el natural no lo podía llevar, y así decía a Nuestro Seor: “Seor,
apartaos, porque es imposible resistir sin que se acabe la vida”. Sentía mucho
cuando se hallaba impedida de no poder comulgar, y así lo hacía cada día, y
ahora a la postre le costaba harto trabajo por padecer grandes flaquezas; no
reparaba en nada ni en sus enfermedades para dejar de levantarse muy de
mañana a recibir a este Señor que le enseñaba, que se deleitaba mucho de entrar
en su alma y siempre mostró grandísima devoción con este Santísimo
Sacramento y un respeto que, si no era con gran necesidad, no quería comulgar
estando en la cama; cuando los Superiores le mandaban por obediencia que
durmiese más de lo ordinario, no se puede creer la fuerza que se hacía para
poder resistir al espíritu, y así era menester que les pidiese licencia de volver a
su costumbre ordinaria dando por excusa que le hacía daño a la salud el regalo
201 .
Dice sor Teresa de Jesús que, acabando de comulgar... no podía comer y,
como le pedíamos se forzase en probar la comida, lo hacía con su acostumbrada
humildad y era después forzoso echar lo que había comido y decía era por
demás tomar cualquier cosa mientras duraba lo que en su alma sentía, y que
todo el calor natural se retiraba por entonces al corazón y que así el estómago
no le tenía para digerir la comida 202 .
En una oportunidad estaba pensando si debía comulgar por sus pecados. Y
dice: Me esforcé y cerré los ojos, comulgando por obediencia, y después de
haber comulgado, me dio el Señor tan grandes gustos, regalos y consuelos
interiores que no lo sabría decir. Y otra vez me declaró con particular luz, que
no lo podré contar, la manera con que está Dios en el Santísimo Sacramento, y
parecíame que así como sale la leche de los pechos de la madre para criar a sus
niños, así sale del Santísimo Sacramento una inefable virtud a manera de
suavísima leche con que las almas crecen y se crían y aumenta en ellas la
virtud 203 .
200 Proceso, p. 423.
201 Proceso, p. 111.
202 Proceso, p. 38.
203 Peregrinación de Anastasio; Diálogo quinto, p. 281.
98
LA VIRGEN MARÍA
Mucha era su devoción y amor a la Virgen María desde muy niña. Su
secretaria sor Clara de la Cruz refiere: Fue muy devota de la Santísima Virgen
María, Madre de Dios, en cuyo honor rezaba el rosario todos los días, y de la
que consiguió muchos y grandes beneficios. Y decía que había oído estas
palabras de la boca de la Santísima Virgen María: “Yo te llevaré a mi casa”. Y
esto fue cuando la Virgen, en una visión, le señaló el monasterio de Ávila. Y la
deponente añade también que la venerable Madre Ana celebraba con gran
esplendor las fiestas de la Virgen María, especialmente la fiesta de la
Inmaculada Concepción. Y adornaba con muchas flores e hierbas de mucho olor
sus pinturas e imágenes, siempre que podía. Del mismo modo honraba las
imágenes del Salvador, a cuyos pies solía poner las flores más elegantes y
primaverales, principalmente los llamadas “pensamientos” o “tricolores”, para
que Dios le diera pensamientos piadosos. Igualmente veneraba las imágenes y
las pinturas de los santos, de los que tenía unas letanías, particularmente a san
José, a quien ofrecía unas oraciones especiales todos los días. Hay que añadir a
san Miguel Arcángel, a la santa Madre Teresa, a san Juan Bautista y a otros
santos, cuyas reliquias veneraba mucho, confiando mucho en todos ellos, como
lo pudo constatar la misma deponente directamente. Y la venerable Madre Ana
solía exhortar a las demás monjas a que fueran devotas de todos esos santos y
honrarlos 204 .
El padre Juan de la Madre de Dios, que fue su confesor durante cuatro
años, reitera igualmente que era devotísima de la Virgen María, a la que desde
sus primeros años eligió por madre, y todos los días rezaba el rosario en su
honor y de ella recibía muchos beneficios y celebraba sus fiestas con mucha
solemnidad y adornaba con muchas flores sus imágenes y las honraba mucho 205 .
En algunas ocasiones se le aparecía la Virgen María para consolarla y
animarla en sus dificultades. Dice: Estando una vez en la fiesta de Navidad
haciendo mi oración, adoraba las llagas de los pies de Jesucristo y vínome a la
memoria: “Ahora, Señor, venís niño, y Vos en la cruz. ¿Qué haré de veros
siempre así, oh Nio?”. Y en ese momento se le apareció la Virgen con el Niño
en sus brazos mostrándomelo desnudo y pequeñito como lo tenía en sus sagradas
entrañas y tenía en sus pequeñitos pies señaladas las llagas como llagas con
unas gotas de sangre, que parecía le habían caído como señalados los clavos
que había de tener 206 .
204 Proceso, p. 422.
205 Proceso, p. 330.
206 Autobiografía A, p. 371.
99
LOS SANTOS
Sor Ana amaba a todos los santos, pero tenía algunos de su especial
devoción, entre ellos a san José. Dice: Tuve devoción (desde niña) con los
gloriosos san José, san Juan Bautista, san Francisco, san Bernardo y el arcángel
san Gabriel, y a cada uno rezaba un padrenuestro y un avemaría cada día y tres
a las once mil vírgenes a quienes rogaba guardasen mi castidad 207 .
Una vez, el día de san José, habiéndome levantado, me puse en oración
diciendo que como estaba mala me pesaba de no poder solemnizar su fiesta
como yo quisiera. Entonces el glorioso san José me representó todas las
mercedes que Dios le había hecho desde su niñez; de que quedé tan consolada y
elevada que, si no me hubiera ido a la mano, me hubiera hecho mucho daño. Y
cuando empezaron los cantores a cantar la misa, estaba fuera de mí 208 .
También invocaba a santa Teresa. Dice: Aunque no la veo (a la santa
Madre) , siento su ayuda muy grande en los negocios que se han ofrecido hasta
aquí; y al glorioso san José que, como si me hablasen y los viese, siento su
ayuda 209 .
Sor Catalina de San Ángel aseguró que sorprendió un día a la venerable
Madre en el huerto del monasterio como si estuviera empleada en la
conversación de dos personas por uno y otro lado con ella, como quienes están
paseando… Y que la testigo misma le habló durante algún tiempo antes de que la
Madre Ana se diera cuenta de que la había visto y oído. Dice que ella oyó
después de otras monjas de este monasterio (lo que supieron de labios de la
venerable Madre misma) que una de aquellas personas fue santa Teresa y la otra
el padre Julián de Ávila 210 .
Y entre los santos de la Orden, además de san Juan de la Cruz, de quien
pedía reliquias para repartir, amaba a san Elías. Una vez, estando nuestros padres
en capítulo en Valladolid, habiéndose juntado de toda la provincia para definir
cosas de la Orden y hacer prelados, acabando de comulgar que era cuando
querían entrar en el Capítulo, yo los estaba encomendando a Dios. Y mostróme
el Señor al santo padre nuestro Elías, que estaba sobre el convento donde
estaban juntos, en una manera de nube como fuego, tendida su capa y abiertos
los brazos sobre ellos, mostrando darles su espíritu. Y acabado el Capítulo vino
el provincial a nuestro convento de Ávila, que era el padre fray Nicolás, un santo
207 Peregrinación de Anastasio; Diálogo primero, p. 261.
208 Obras completas, tomo 1, p. 520.
209 Obras completas, tomo 1, p. 491.
210 Proceso, p. 618.
100
varón, y dijo a la Priora que había tenido un Capítulo de cielo que, entrando los
frailes en él, se hallaron tan suspensos y recogidos que ninguno discrepó de otro
en cuantas cosas se ordenaban. Y todos tenían un mismo espíritu sin hablarse los
unas con los otros. Y dividían entonces las provincias y todos a una voz dijeron:
“llamemos ésta de San Elías”, que parece en esto que sentían su espíritu. Y así
lo dijo el provincial: “Este Capítulo ha sido de Dios y de su Santo Espíritu por
los efectos que todos me han confesado y lo que yo he sentido” 211 .
En otra ocasión, curaba a una enferma que estaba a la muerte, ya
desahuciada, de un carbunclo que tenía en un ojo y, habíaselo abierto un
cirujano y no aprovechaba. Ella se moría. Y una noche de estas que estaba ya
desvariando, yo me dormí allí a par de ella. Me quedé cansada, aunque la servía
con grande gusto. En este sueño vi que venían dos padres venerables descalzos
de los nuestros. Parecíanme nuestro padre Elías y Eliseo. Y desataron la herida
de la enferma y curábanla. Y el uno iba por los recaudos (cosas) para curarla y
subía y bajaba las escaleras como en el aire, que volaba… Después vino el
cirujano y halló a la enferma buena, de que fue muy espantado y dijo: “Esto no
puede ser sino un gran milagro” 212 .
Otro día, estando en Francia, cuando mis aflicciones y no tener con quién
me confesar, deseaba que Dios me trajera un padre de la Orden. Y una noche, en
sueños, se me apareció el santo profeta Elías y sentóse en una silla y llamóme y
díjome: “Vente a confesar”. Y estaba tan alto que no podía subir donde él estaba
y dióme la mano y llegme a sus pies y dijo: “Di tus dudas”. Yo le dije como si
estuviera despierta, y de que acabé me echó una bendición y, sin absolverme, se
fue; mas quedé consolada como si fuera verdad con lo que dijo 213 .
También invocaba mucho a los ángeles, sobre todo a su ángel de la
guarda 214 .
Sor Teresa de Jesús manifestó que tenía costumbre de dejar lo mejor de su
comida. Y cuando le preguntábamos por qué lo hacía, decía que era para su
ángel de la guarda 215 .
211 Obras completas, tomo 1, pp. 487-488.
212 Obras completas, tomo 1, pp. 494-495.
213 Autobiografía B; Obras completas, tomo 1, p. 472.
214 Declaración del padre Juan de la Madre de Dios; Proceso, p. 332.
215 Proceso, p. 43.
101
ALMAS DEL PURGATORIO
Oraba mucho por las almas del purgatorio y Dios le hizo la gracia de
llevarla al purgatorio para conocer sus sufrimientos y orar más intensamente por
ellas. Dice: Acontecióme una vez, recién profesa, que, estando dormida, en
sueños me hallé en el purgatorio y era como un río, mas lo que había de ser
agua, era fuego. Yo estaba dentro hasta el medio cuerpo y veía muchas almas
allí sin conocer ninguna y los demonios no les pueden hacer mal, mas hacen
amenazas de lejos. No me daba miedo de ellos y llegó mi ángel de la guarda y
díjome: “Sientes mucho el fuego?”. Y díjele: “Sí, mas con el deseo que tengo
de ver a Dios me es gozo pasarle, que presto le he de ver”. Y estando en este
deseo desperté y me hallé muy triste de verme en el cuerpo... Estaba mi túnica
tan mojada del sudor, como si estuviera metida en un pozo. Y aquel día todas me
decían: “Qué tiene, hermana, que parece la han desenterrado?” 216 .
Según sor María del Espíritu Santo, era devotísima de las almas del
purgatorio, ofreciendo comuniones y oficios de difuntos todos los lunes. Tenía
repartidos los días de la semana por los prójimos, ofreciendo todos sus
merecimientos a este intento 217 .
La señora Elena de Borja y Boussu certificó en el Proceso que tres días
después de la muerte de Íñigo de Borja, su marido, su alma se apareció a la
venerable Madre Ana para que rezara por él. Y algún tiempo después… vio su
alma muy resplandeciente que decía: “Ya paso a descansar” 218 .
Ella misma nos cuenta: Otra vez murió en uno de nuestros conventos una
religiosa que tenía siempre alguna tentación con su prelada. Y después de tres
meses que era muerta, un día se me apareció y vi cómo salía del purgatorio y
que lo había tenido todo ese tiempo debajo de la cama de su prelada.
Un día de la octava del Santísimo Sacramento, el Señor me mostraba,
estando de rodillas rezando, mucha gracia y convidábame que le pidiese, y
parecía que estaba deseando que yo le pidiese, que tenía muchas gracias que me
dar. Y estando recogida en esta vista, vi delante de mí tres personas, que era una
mi hermana y un primo y otro un hombre y todos bien lejos de allí. Yo le pedí la
salvación de aquellas tres almas y el Señor mostró le agradaba. De ahí a poco
vinieron cartas de cómo mi hermana había muerto el mismo día y el primo
también; él de una gran fiebre y mi hermana de una muerte desgraciada, que se
216 Autobiografía B; Obras completas, tomo 1, p. 472.
217 Proceso, p. 31.
218 Proceso, p. 569.
102
ahogó en agua. El otro fue un Antonio Pérez 219 que había hecho algunos males
en España y estaba sentenciado a mu erte y se escapó y se fue a Inglaterra, que
fueron otros peores males para su alma, Y estando yo en la Francia m e vino a
ver y parecía estaba desesperado de su salvación, a lo que él sentí a, por los
males que había hecho. Y hablándole le fui tomando amor y deseo de su
salvación. Este, me dicen, que le tocó el Señ or, que aunque yo no estaba ya allí
me lo escribieron, que murió con señales muy ciertas de su salvación, recibiendo
a menudo los sacramen tos, con el confe sor siempre al lado; y que el dí a que
murió se puso de rodillas con un ímpetu de amor de Dios y así se quedó, como
digo, con señales grandes de su salvación 220 .
Según declaró el padre Clemente de Santa Catalina, habiendo él venido a
Bruselas, oyó que se había muerto el reverendo padre Juan Lincenio, sacerdote
de la Compañía de Jesús que en algún tiempo fue confesor de la Madre Ana y
del convento de las descalzas, y celebró la misa por el sufragio de su alma. Y así
se lo dijo a la Madre Ana, pero ella le respondió que el Señor Dios le dio a
entender por revelación que su alma santa había sido llevada directamente al
cielo. Dice también que, habiendo muerto en España un sacerdote consobrino de
la venerable Madre, su alma se le apareció aquí, en Amberes, declarándole que
fue llevado directamente al cielo. Y después se supo, por noticias venidas de
España, que dicho sacerdote murió el mismo día en que se le apareció a la
Madre 221 .
ALGUNAS VIRTUDES
Su prima compañera de la infancia, Francisca de Jesús, escribió en su
relación sobre la santa: Puso Nuestro Señor a la hermana Ana de San Bartolomé
un natural lindo y agradable para todos, que nadie la trataba que no gustase
extrañamente de su conversación. Era alegre sobremanera, nadie había de estar
triste adonde ella estuviese. Ella les decía tales razones que deshacía la pena
que tenían. Era de lindo cuerpo, de mediana estatura, las facciones de su rostro
eran pintadas que, aunque todos sus hermanos y hermanas eran de buen
parecer, ella les llevaba ventaja en hermosura 222 .
Su caridad resplandeció no sólo con las enfermas y los pobres que venían
a pedir ayuda al monasterio, sino incluso con los animales. La Madre María de
San Jerónimo afirma: Una cosa que tenía para alabar a Dios era la generosidad
219 Antonio Pérez, Secretario de Estado de Felipe II, condenado a muerte por sus delitos en 1590, pudo
escapar a Francia, donde llevó una política antiespañola. Arrepentido, murió en París en 1611.
220 Autobiografía A, pp. 330-331.
221 Proceso, pp. 295-296.
222 Obras completas, tomo 1, p. 782.
103
que tenía con todas en servirlas y darles contento, y con tanta caridad que
parecía que por cada una pusiera su vida, si fuera menester. Y no sólo con las
hermanas sino también con los pobres y los que sabía tenían necesidad; y hasta
con los animales se extendía su caridad, que de aves y gatos no podía descansar
hasta tenerlos contentos y dados de comer y así le acaecía después de acostada,
si oía maullar un gato, levantarse a darle de comer y acomodar que estuviese
bien. Y riéndose de ella las hermanas, decía que los tenía mucha lástima a estos
animalitos que no sabían pedir lo que habían menester 223 .
Nos amaba a todas en general y cada una en particular. Parecía que nos
quería poner en su corazón, cada día preguntando a cada una cómo estaba de
salud, si teníamos menester de algo, con tanto amor como si fuese madre de
cada una. Particularmente a las que eran enfermillas y con hastío de comer, las
hacía algún guisado de su mano, las acariciaba con mucha gracia que mostraba
siempre a cualquiera que la quería hablar. Era la primera en los oficios
humildes 224 .
Si en el monasterio se ponía enferma alguna monja la ayudaba y le servía
con mucha caridad, visitándola noche y día, y exhortaba a las monjas para que
hicieran otro tanto. Y alguna vez vio la deponente (sor Clara de la Cruz) que la
Madre Ana, estando enferma ella misma, traía de noche la palangana y la toalla
para ayudar a otra monja enferma 225 .
Cuando alguna hermana le hacía algo, le agradecía y decía siempre:
“Dios se lo pague, hija, la caridad que me ha hecho”. Tenía tanto amor de Dios
y afabilidad con la menor que soy yo, que venía cada día a la cocina para
ayudarnos a limpiar yerbas y mondar nabos y manzanas y limpiar pescado.
Ponía el potaje en el refectorio, hacía muchas veces el fuego y ponía agua sobre
él para cuando viniera la hermana que estaba de cocina. Iba por la leña y
carbón, hacía la comida de las enfermas, guisando de su mano y la llevaba ella
misma, riéndose y recreándoles y dándoles ánimo... Siempre se levantaba la
primera a las dos o las tres; y también en el trabajo estaba la primera como un
capitán, con tanta alegría que todo el mundo se holgaba de verla; iba al jardín a
alzar leña y pensaba muchas veces con qué recrear a las hermanas: hacía
canciones de cielo y en particular en Navidad para el Niño Jesús… Venía
después a danzar al refectorio y jugaba de contento, tocaba el tambor y estaba
tan alegre que recreaba a las que la miraban por el nacimiento del Niño Jesús.
Hacía reír, cantar, jugar a las hermanas y aun esto dos días antes de su muerte,
que la llevábamos al jardín 226 .
223 Obras completas, tomo 1, p. 744.
224 Declaración de sor María del Espíritu Santo, Proceso; p. 34.
225 Proceso, pp. 430-431.
226 Declaración de sor Catalina de San Ángel; Proceso, pp. 94-95.
104
Su caridad se extendía sobre todo a los pecadores, por quienes oraba
mucho por su salvación eterna. Sor Clara de la Cruz asegura que la Madre Ana le
dijo a ella y a toda la Comunidad que estaba dispuesta a soportar todos los
males por la salvación de una sola alma 227 .
Y por caridad también aconsejaba y ayudaba espiritualmente a muchas
personas que le pedían ayuda. Escribió más de 15.000 cartas, de las cuales sólo
se conservan una 680. Escribía a personas de distintos países: España, Francia,
Bélgica, Holanda, Inglaterra, Alemania, Italia, Polonia…
En cuanto a la obediencia a sus Superiores fue realmente heroica. Según
refiere sor Teresa de Jesús en el Proceso: No me acuerdo de haberla oído
replicar a ningún prelado. El modo que tenía de responderles cuando le
mandaban cualquier cosa era decir con su acostumbrada sumisión:
“Enhorabuena, mi padre, yo lo haré como Vuestra Reverencia me lo manda” 228 .
Cuando aún era recién profesa, llevaban un día a colgar a un hombre. Y
delante de su confesor dijo: “Si pensaba que este hombre no está rendido a la
muerte, yo deseo que me pongan en su lugar”. El confesor me dijo: “No será su
caridad para ello”. Yo dije que sí, que lo probasen. Y entonces díjome: “Vaya al
fuego y en medio de la brasa encendida meta un dedo por espacio de un credo y
véngame a decir cmo es lo que siente”. Yo me fié de la obediencia y lo hice
como él me lo mandaba y volví al confesor y no sé cómo fue que recé el credo en
tanto que lo tenía (en el fuego), y ni sentí ni me dio pena 229 .
Después de su muerte le fue amputado este dedo de su cuerpo y algunas
veces era expuesto a la devocin… y al deponente (padre Juan de la Madre de
Dios) le parecía entonces total e íntegramente incorrupto e ileso; y dicho dedo
ahora lo tiene el padre provincial de Bélgica y el mismo padre provincial se lo
dejó hace pocos días al deponente 230 .
Sor Clara de la Cruz declaró que un año antes de la muerte de la Madre
Ana, su confesor, el padre Juan de la Madre de Dios, le mandó que pidiera a
Dios su propia curación. A lo que ella le preguntó, si le mandaba bajo
227 Proceso, p. 432.
228 Proceso, p. 39.
229 Autobiografía A, p. 293.
230 Proceso, p. 342. Es interesante anotar que en la actualidad lo único que se conserva incorrupto de su
cuerpo es este dedo que se conserva en un relicario en el convento de las carmelitas descalzas de
Amberes.
105
obediencia, y oyendo que sí, pidió la propia curación. Y de hecho recuperó la
salud, a pesar de que ardientemente deseaba morir 231 .
Por su parte el padre Juan de la Madre de Dios dice que, cuando la Madre
Ana estaba enferma en Amberes el año 1626, sin poder andar sola y teniendo
necesidad de ayuda de dos religiosas, llegó al monasterio el reverendo padre
Esteban de San José, vicario del padre provincial, para hablar con la Madre
Ana; y entonces la llevaron a las rejas del locutorio para hablar con él. Le dijo
entre otras cosas que tenía tanta fe en la santa obediencia que, si ella le
mandaba, caminaría sola. Y como el padre se lo mandó en virtud de la santa
obediencia para que caminase ella sola y erguida, así lo hizo con mucha fe y
confianza ante el estupor de todos los presentes. Y este hecho lo contaron al
deponente, tanto el padre Esteban, como la misma Madre Ana. Y el mismo
deponente vio andar a la Madre Ana, pues la vio venir a las rejas del locutorio
sin ninguna ayuda, cuando anteriormente, durante algún tiempo, no podía andar
sola 232 .
Su obediencia se extendía especialmente a obedecer las leyes y normas
establecidas en la Iglesia y en la Orden. Y, como Santa Teresa, se sentía
verdadera hija de la Iglesia, siendo capaz de dar la vida por ella. Por eso, cuando
Praga de Bohemia cayó en poder de los herejes y también en otros tiempos
parecidos, decía públicamente y entre sus monjas que, aunque los herejes
ocupasen el mundo entero y no quedara ni una iglesia, ni un libro, ni alguna
persona a la que enseñar la fe, sin embargo, ella, con la gracia de Dios, seguiría
creyendo y viviendo la fe en la que había sido educada, que era la Iglesia
Católica Romana. Y de esto hay muchas personas que pueden dar testimonio 233 .
También quiso que fueran fieles a la Orden. Afirma sor María del Espíritu
Santo: Nos dejó harto encomendado, diciéndonos siempre que seamos hijas
fieles de nuestra santa Madre y de nuestra sagrada Religión (Orden) 234 .
Referente a sus votos, ella los renovaba frecuentemente como un acto de
fe y amor agradable a Dios, porque conocía el gran valor que tienen ante Dios.
Ella escribe: Una vez en la casa de San José de Ávila profesaban dos novicias (el
21 de julio de 1589) . Ya era muerta nuestra santa. Yo me iba llena de devoción a
ver estas profesiones y, entrando en el Capítulo, me recogí. Y cuando hacían sus
votos, vi que estaba la santa Madre al lado la Priora y Jesucristo al otro lado,
231 Proceso, p. 438.
232 Proceso, p. 343.
233 Proceso, p. 419.
234 Proceso, p. 35.
106
como si tomaran los votos. De esto me quedó una gran disposición de humildad
y estima de aquellas hermanas 235 .
En otra casa hacían su profesión dos religiosas. La primera que hacía sus
votos me hizo tanta devoción que me recogí en pie como estábamos y, en este
recogimiento, vi que cuando esta religiosa iba pronunciando las palabras de sus
votos, estaba el Niño Jesús tomándolas en sus manos y las ofrecía al Padre
eterno. Bien ha dado muestras esta sierva de Dios que los hizo de corazón, que
ha sido una santa 236 .
Además sor Ana sabía aprovecharse de los sacramentos y sacramentales
que la Iglesia pone a nuestra disposición. Ella aprendió de santa Teresa el valor,
por ejemplo, del agua bendita. Sor Clara de la Cruz dice que observó muchas
veces la gran estimación que tenía por el agua bendita y ella la usaba en las
enfermedades y en otras ocasiones, diciendo que, después de tomarla, se sentía
más confortada que antes 237 .
En una palabra, procuraba amar a Dios con todo su corazón y hacer
siempre su santa voluntad.
A LOS ALTARES
La gente con el sexto sentido que siempre tiene, consideraba a la Madre
Ana como santa y, por ello, pedían constantemente reliquias suyas como
escapularios, velos, rosarios, etc. Ella se ponía triste cada vez que alguien le
manifestaba abiertamente su opinión de que era santa. Y, cuando venían a pedir
sus cosas o que les diera su bendición, no quería ir al locutorio. Si las religiosas
regalaban algunas de sus cosas como reliquias, se mortificaba grandemente y les
reñía. Sin embargo, a veces cedía por caridad ante tanta insistencia con que le
pedían algo para protegerse en las guerras o para la salud de los enfermos. En
ocasiones la portera del convento no sabía si pedían reliquias de la santa Madre
Teresa de Jesús o de la Madre Ana, pero muchos pedían de sor Ana, pues la
tenían más cerca y la conocían más. Hasta el Papa Paulo V recibió una carta suya
y, según refirieron, se la ponía en su cabeza y la besaba con reverencia 238 .
Ya hemos presentado algunos hechos milagrosos realizados por su
intercesión. Debido a ello, pronto se hicieron los trámites correspondientes y el
235 Autobiografía B; Obras completas, tomo 1, p. 472-473.
236 Obras completas, tomo 1, p. 497.
237 Proceso, p. 420.
238 Declaración de sor María del Espíritu Santo, que se conserva en el Archivo de las carmelitas descalzas
de Amberes.
107
obispo de Amberes nombró una comisión para realizar el Proceso ordinario
donde debían declarar los testigos que la conocieron.
El 28 de enero de 1635 se concluyó el Proceso ordinario. Declararon
muchos testigos. Entre otros, su Alteza la Infanta y la Reina de Francia, María de
Medicis. Precisamente uno de los milagros aprobados para su beatificación fue la
curación de la Reina María de Médicis, hecho ocurrido en 1633. La misma Reina
escribió de su puño y letra el relato de su curación y dice así: María, por la
gracia de Dios Reina de Francia y de Navarra, hemos querido declarar cómo en
el año de mil seiscientos treinta y tres, y a catorce de junio, hallándonos en la
villa de Gante, después de haber tenido cuarenta y cuatro días unas calenturas
continuas con accesos dobles cada noche... y servídose de todos los recursos
humanos para cobrar mi salud, hemos acudido a los merecimientos y oraciones
de la Madre Ana de San Bartolomé, la cual hemos tratado muy familiarmente en
Francia, a donde había venido a nuestra instancia de España con la Madre Ana
de Jesús, y otras cuatro monjas, para fundar los primeros monasterios de su
Orden; la cual después se fue a Flandes, y murió en Amberes, pasados algunos
años, con grande opinión de santidad, lo cual hemos sabido de muchas personas
dignas de crédito y que Dios había hecho milagros a favor de los que acudían a
ella.
Y como nos avisaron que el manto que traía a cuestas cuando vivía había
vuelto la salud a muchos enfermos, me vino un gran deseo de aplicarle sobre mi
persona, lo cual hicimos dentro de la octava de su tránsito. Y al tiempo de
dormir, sentí unos dolores extraordinarios en todas las partes del cuerpo; mas
luego se me quitaron, de suerte que pude dormir muy sosegadamente; y en este
sueño se me quitaron del todo las calenturas.
Lo que yo y los médicos que nos sirven hemos juzgado debe ser atribuido
a las oraciones de la Madre Ana de San Bartolomé y al toque de su manto. De lo
cual hacemos nuestra declaración para que sea para mayor gloria de Dios y
honra de sus santos. Y la hemos firmado de nuestra mano y hecho meter nuestro
sello. Hecho en Bruselas a 26 de junio de 1633. María 239 .
El otro milagro aprobado por el Papa Benedicto XV para su beatificación
fue la curación perfecta e instantánea de un joven carmelita descalzo del
convento de Amberes en 1731. Estaba desahuciado por una meningitis y, en un
momento de lucidez, pidió a Dios su curación por intercesión de la Madre Ana.
Su estado empeoró y tuvieron que atarlo a la cama, pero él le prometió a la
venerable Madre visitar su sepulcro si sanaba. Entonces perdió el sentido y al
239 Florencio del Niño Jesús, La beata Ana de San Bartolomé, compañera y secretaria de Santa Teresa
de Jesús , Ed. Espiritualidad, Madrid, 1948, pp. 351-352.
108
recuperarlo, estaba totalmente curado y libre de las ataduras de las cuerdas con
que le habían atado. Al amanecer, fue a visitar el sepulcro. Para este milagro
declararon los compañeros del enfermo, el médico que le asistía y los religiosos
que le habían atado la víspera.
BEATIFICACIÓN
Por diversas circunstancias históricas de guerras, el Proceso se prolongó
más de lo previsto. El 11 de abril de 1917 abrieron la urna para venerar sus
restos, que no habían sido vistos desde el 3 de junio de 1783. De nuevo sus restos
fueron depositados en el altar situado en la celda de la beata, convertida en
oratorio. Pocos días después, el 6 de mayo de 1917, el Papa Benedicto XV la
beatificó en Roma.
La solemne ceremonia concluyó al mediodía. Al acto habían acudido
grandes personalidades españolas, belgas, vaticanas e italianas. Fue un día
glorioso para la Orden del Carmelo. En la tarde el Papa en persona acudió a la
basílica a venerar las reliquias de la nueva beata. Los periódicos italianos se
hicieron eco del gran acontecimiento. La única tristeza fue que el Carmelo de
Amberes no pudo celebrar solemnemente este acontecimiento por motivo de la
primera guerra mundial. Lo celebraron después de la guerra, los días 14 al l6 de
junio de 1920.
Sus restos continúan en la capilla donde estuvo su celda y generaciones de
carmelitas descalzas y descalzos, además de generaciones de belgas, españoles y
de otras nacionalidades, van a visitarla para pedir favores a Dios por su
intercesión. Y ella sigue viva y escuchando las oraciones de sus hijos y devotos;
y Dios sigue haciendo milagros en el siglo XXI por su intercesión.
109
CONCLUSIÓN
Después de haber leído la vida de la beata sor Ana de San Bartolomé, nos
queda una alegría interior al estar frente a una de las maravillas de Dios en el
mundo. Su vida nos estimula a seguir sus pasos. Sus carismas nos animan a
pedirle ayuda y alegrarnos con su santidad.
Todos los que la conocieron descubrieron en ella ese halo de santidad que
se siente en presencia de los santos. Su humildad la llevaba a servir siempre a
todos, incluso siendo Priora. Su caridad la llevaba a atender especialmente a los
enfermos y a los pobres. Su obediencia era tal que, aunque fuera muy difícil, la
llevaba a confiar en Dios.
Alabemos a Dios por esta gran maravilla de su vida. Aprendamos de ella
la humildad, la obediencia y la caridad, especialmente, y tratemos en todo de
hacer feliz a Jesús como ella siempre lo procuró.
Que Dios te bendiga por su intercesión y te dé la gracia de aspirar a la
santidad con ánimo decidido y corazón alegre. Que Dios te bendiga por medio de
María. Y no olvides que un ángel bueno siempre te acompaña por los caminos de
tu vida.
Tu hermano y amigo del Perú.
P. Ángel Peña O.A.R.
Parroquia La Caridad
Pueblo Libre - Lima - Perú
Teléfono 00(511)461-5894
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