LA CRISIS Y LAS CRISIS OCULTAS.
Padre Pedrojosé Ynaraja
Con cualquier persona que te relaciones, sea con quien sea, en un momento u otro sale a
relucir la crisis que sufrimos. La crisis sin más, que, evidentemente, nadie duda que es de
orden económico. Empezaron los medios hablando de la “burbuja inmobiliaria”, continuaron con
crisis bancarias y empresariales, etc. Grandes industrias y proveedores la sufren. Todos, de
una manera u otra, estamos implicados y sufrimos consecuencias adversas. Aunque no sea
más que notar el escozor de no poder ayudar a quien necesita hoy ayuda, porque sabes que
mañana acudirá otro al que no puedes ignorar.
Si el problema es notoria realidad, lo que sorprende a los que no estábamos en el ajo, es
enterarnos de que la cosa viene de antiguo. Satisfaciendo egoístas intereses o buscando
prestigio, político o personal, se ha ido fraguando la cosa y ya no sabe uno en que terreno
encontrará trigo limpio. Y si pregunta a los que cree son entendidos, nadie sabe darte una
respuesta respecto a cuando acabará la crisis. Y mientras tanto, el problema de pagar el
alquiler del piso, la corriente eléctrica, el agua o la imprescindible comida diaria, va siendo
dolorosa experiencia de gente cada vez más próxima.
Personalmente, la primera y elemental decisión que tomo, es exigirme mayor austeridad. Algo
más podré ayudar físicamente pero sé que mi gesto comprometido en presencia de Dios,
mejorará algo, en amplios y diversos sentidos, de nuestra degradada actualidad.
Saber lo que es dinero, me parece que es más difícil que entender el misterio de la Santísima
Trinidad. Soy de aquellos que de pequeño me contaban que para evitar el peso, el banco
Nacional Central, guardaba en su cámara acorazada, lingotes de oro e imprimía aquellos
papeles de valor equivalente y fáciles de llevar. ¡pobre e ingenuo de mí!. Pese a no tener ni
idea de qué es el dinero, recuerdo la definición que le daba aquel ogro místico que se llamaba
León Bloy: dinero es la sangre del pobre.
Confieso que llevo en el bolsillo la imprescindible pieza que me permitirá utilizar el carrito del
Hipermercado y la tarjeta de crédito. En estas circunstancias no me pregunto si tengo dinero,
interrogante que me puede deslizar a compras inútiles e injustas. La pregunta que me hago
siempre es ¿gastarme dinero, que seguramente tengo, es proceder cristiano? Vaya un ejemplo.
Hace años, a mi ministerio esencialmente sacerdotal añadía el de profesor de religión, oficio
que para un célibe como yo, resulta muy bien remunerado. Resultó que a los grandes
procesadores, aquellos de las tarjetas perforadas y redes de núcleos magnéticos, le
sucedieron los PC y los Mac. Su precio, pese a ser elevado, estaba a mi alcance. Pregunté una
y otra vez ¿es cristiano que me compre un ordenador? La respuesta en aquellos tiempos era
siempre la misma: si te lo planteas así, sinceramente, no.
Hasta aquí mi comportamiento personal que, vuelvo a repetir, consiste en la ayuda, sea
mediante instituciones o sea directamente a personas que pasan necesidad y sé que no me
engañan, al que añado mi régimen de vida que procuro sea austero, sin que llegue a pasar
hambre. Alguien me ha dicho que un signo de aburguesamiento es tener coche, a lo que de
inmediato he respondido que no, que si no lo tuviera debería solicitar que me recogieran en
casa o alquilar un taxi, para poder acudir a celebrar misa, teniendo en cuenta que alguno de los
lugares dista del otro 23 Km.
Pero hay otra crisis y que es de la que quería hablar, pero que deberé dejarlo para la próxima
semana. Se trata de la inseguridad espiritual, tanto anímica como religiosa, de mayor
peligrosidad.