Descubrir el rostro de Cristo
Dios ya no es invisible
Pbro. José Martínez Colín
1) Para saber
Hace pocos días el Papa Benedicto XVI reflexionaba sobre la
fiesta de la Asunción de la Virgen María al Cielo. Es una fiesta,
decía, que nos invita a levantar los ojos al Cielo, a intensificar
nuestra esperanza, no solamente en llegar al Cielo, sino en el deseo
de Dios que nos espera amorosamente.
Aunque el hombre se apartó de Dios, Jesús “con su
encarnación, muerte y resurrección, nos liberó de la esclavitud del
pecado para darnos la libertad de los hijos de Dios, y nos dio a
conocer el rostro de Dios que es amor: Dios se puede ver, es visible
en Cristo”.
Así, pues, Dios ya no es invisible, ha mostrado su rostro en
Jesucristo. Creer en Dios y creer en Jesús “no son dos actos
separados, sino un único acto de fe, la plena adhesión a la salvación
realizada por Dios Padre mediante su Hijo Unigénito”, afirmó el
Papa. No hay que esperar llegar al Cielo para conocer y ver a Dios,
pues Él ya se ha hecho visible en Cristo. Por ello, a diferencia del
Antiguo Testamento, ahora podemos tener imágenes de Cristo.
2) Para pensar
Se cuenta que un sacerdote encargado de un ejército atendía
a los heridos durante la guerra. En medio del fragor de la batalla se
aproximó a un herido que sabía que era poco creyente y para
consolarlo le preguntó: “¿Quieres que te lea la Biblia?” El herido le
dijo: “No, primero dame agua que tengo sed”. Aunque sabía el
sacerdote que no había más agua en kilómetros a la redonda le
convidó el último trago de su cantimplora.
Preguntó de nuevo “¿Ahora si quieres que te lea? Pero el
herido le suplicó: “No, primero dame de comer”. El capellán le dio el
último pedazo de pan que atesoraba en su mochila. A continuación
el herido exclamó: “Tengo frío”. El hombre de Dios se despojó de su
único abrigo de campaña pese al frío que calaba y cubrió al
lesionado.
“Ahora sí, le dijo al capellán, háblame de ese Dios que te hizo
darme tu última agua, tu último mendrugo, y tu único abrigo.
Quiero conocer a un Dios que logra que nos desprendamos de todo
por amor, hasta de lo necesario”.
3) Para vivir
Dios, al encarnarse, se ha hecho presente entre nosotros. Nos
ha mostrado el rostro del amor. Por ello también, no solo es posible
reconocerlo en quien nos muestra el rostro del amor, sino que
también podremos mostrarlo a los demás.
San Josemaría nos recuerda que hemos de vivir con una
actitud llena de caridad para con todos: “Un hijo de Dios no puede
ser clasista, porque le interesan los problemas de todos los
hombres... Y trata de ayudar a resolverlos con la justicia y la caridad
de nuestro Redentor.
Ya lo señaló el Apóstol, cuando nos escribía que para el Señor
no hay acepción de personas, y que no he dudado en traducir de
este modo: ¡no hay más que una raza, la raza de los hijos de Dios!”
(Surco 303).
El Papa nos invita a confiarnos a la maternal intercesión de
santa María para que nos obtenga del Señor el poder reforzar
nuestra fe en la vida eterna y nos ayude a vivir en caridad en esta
vida.