Aumento de leyes, ¿aumento de crímenes?
P. Fernando Pascual
19-8-2012
Se atribuye a Lao Tse esta frase: “Aumento de leyes, aumento de crímenes”.
Algo parecido dijo Platón: un estado no puede evitar los delitos si se dedica a promulgar leyes sobre
mil aspectos de la vida social sin trabajar antes, seriamente, en la educación de sus ciudadanos.
Porque si existe un profundo sentido moral, muchas leyes sobran: las personas pueden resolver sus
controversias desde la honradez, el respeto mutuo y el diálogo sincero.
Detrás de estas frases hay dos ideas de fondo. La primera: que el hombre puede ser bueno, pero
necesita ayuda para llegar a serlo. La segunda: que no basta con promulgar nuevas leyes para
cambiar los corazones ni para que funcione la vida social.
Hace falta, por lo tanto, una acción más profunda para que el mundo sea mejor, una acción que no
puede limitarse a dar normas y a amenazar con castigos más o menos graves a los infractores y
delincuentes.
El problema está en establecer o delimitar hasta dónde puede llegar la acción educativa, y en qué
presupuestos deba basarse.
Si miramos a los presupuestos, descubrimos cómo numerosas culturas del pasado y del presente han
aceptado (y aceptan) una visión ético-religiosa común que ofrece bases concretas para la vida
comunitaria.
Estas culturas reconocen que hay un bien y un mal, establecen normas morales reconocidas como
válidas para todos, exigen a los hijos (y a los adultos) vivir según esas normas y, si alguien las
viola, pueden castigarlos de distintos modos. A veces basta el “castigo” de una reprensión. En otros
casos se imponen penas más disuasivas o incluso más graves para aislar a algunos delincuentes.
Sin embargo, muchos pueblos modernos no tienen un punto de referencia común a la hora de
determinar lo que sea bueno o malo. Se encuentran, según observan algunos analistas, en una
situación pluralística, en la que conviven visiones religiosas y éticas distintas, a veces contrapuestas
entre sí.
Es muy distinto, por ejemplo, el modo de tratar a la mujer o a los adolescentes en una familia de
cierta tradición islámica y en otra familia de tipo liberal, aunque las dos vivan en la misma ciudad
de Europa. Igualmente, ideas políticas y sociales se contraponen continuamente en la vida pública.
Por eso, no faltan momentos de discusiones apasionadas sobre temas de tanta importancia como el
aborto, el divorcio, la contaminación ambiental, el sistema de contratos laborales, etc.
¿Es posible construir una normativa común y justa desde ideas condivididas por todos, a partir de
principios duraderos, capaces de sustentar en pie una civilización universal? La respuesta no es
fácil, pero las dificultades no deberían impedir el necesario esfuerzo para emprender la búsqueda.
Hay una consideración que debería convertirse en punto de partida para el resto del camino:
descubrir que una vida social sana se construye desde el respeto de la vida y de la libertad de cada
ser humano, independientemente de otros aspectos marginales.
Dicho de otra manera: la raza, las características físicas, el tamaño, la edad, la religión, el nivel
cultural o la profesión que uno desempeñe no deben ser motivos para negar el respeto debido a la
vida y a la libertad de cada ser humano.
Esta idea debería ser central en todo sistema educativo, y debería quedar reflejada en las costumbres
y leyes (pocas, según nos sugiere el texto atribuido a Lao Tse) de cualquier pueblo justo y sano.