O RACIÓN ANTE LA IMAGEN DE C RISTO , VENERADA EN B UENAFUENTE
En el XLIII aniversario de mi ordenación sacerdotal
Cristo de la Salud, que me esperabas atento,
desde siglos. Ante tu imagen, percibo que nada se te
oculta, aunque pareces muerto.
Tu oído derecho está despierto, como
esperando el susurro de mi súplica o mi grito de
auxilio, como el guardián atento que vigila día y
noche. “No duerme ni reposa el guardián de Israel”.
Tu semblante sereno, me deja contemplarte sin
miedo, como quien vela al amigo, mientras duerme,
según pide la amada en el cantar de los amores, que
se respete el sueño del amado, “hasta que él quiera”.
Intuyo que deseas pronunciar tu aliento,
dejarme como herencia tu última palabra, el don
supremo, que recree mi ánimo y avive mi esperanza.
Percibo, ante tu rostro, con labios entreabiertos, la
entrega generosa del Amigo del alma. Derrama,
Señor, sobre mí tu Espíritu.
Voz callada, que sin ruido penetra el corazón y
lo enamora. Prueba del silencio más elocuente, el de quienes se dicen todo con tan solo saberse en la
mirada. “Habla, Señor, que tu siervo aguarda”.
Por tu frente pasa mi pregunta inquieta y la detienes, convertida en hallazgo de sentido, porque se
gusta la comunión de pensamientos. Cíñeme a tu deseo.
Contemplo, y me estremece, cómo inclinas tu cabeza, para hacer posible nuestro encuentro.
¡Gracias por el gesto compasivo de mirarme! Compruebo ante ti, que es distinto tu rostro al verso del
poema. En él se recomienda sea ella, la amada, quien incline el oído y escuche cómo el rey está
prendado de su belleza. Aquí, eres Tú quien, sin mérito de mi parte, te unes a mi carne tan herida y la
desposas, enamorado de esta pobreza humana. “El Verbo en ti clavado, muriendo nos rescató”.
Tus brazos extendidos abarcan sin reparo al universo. Amas a todo lo que vive, y bendices con
tus manos abiertas a la creación entera. No guardas ni retienes el don precioso de la herencia filial. No
te encoje el dolor, ni te reprime la entrega. ¡Qué bien se entiende el salmo y al profeta: “Abres Tú la
mano y nos sacias de favores”! Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí”.
Mas es tu pecho herido, tu costado abierto, fuente, manantial, puerta por donde me adentro a la
morada más íntima, a la bodega, regazo donde tú mismo te dejas consolar, al tiempo que desvelas la
llamada a la amistad del seguimiento. Pocas veces contemplo como ahora, el derroche de amor por
quien te hiere. Tu llaga es testigo para el que huye, te niega, o es escéptico. Es la contraseña luminosa
para volver a casa, y encontrar el camino, tras las huellas de tus pasos.
Cristo que me esperas y me precedes, que me aquietas y me animas, transforma Tú mi vida en tu
ofrenda, que sea luz mi noche, y hallazgo mi pregunta, ante el resplandor de tu mirada secreta. Cruz de
guía, fuente en el camino, bordón en la fatiga, descanso y tregua, fúndeme en tus brazos. Amén.