LA VID- álbum siete especies
Padre Pedrojosé Ynaraja
Para quien no habita en la cuenca mediterránea, le puede extrañar que Dios
prometa a Israel una tierra donde haya vino. Los que vivimos en ella, lo
entendemos muy bien. Beber vino es tan habitual como comer pan. Personalmente,
desciendo por parte de madre de tierras riojanas, de afamados tintos y yo mismo
nací y vengo de los ásperos terrenos de la denominación de Rueda, donde se
elaboran los mejores blancos. Y a nadie de mi familia vi borracho y nunca a mí el
vino se me subió a la cabeza. Un médico de salud pública me dijo los centílitros que
de esta bebida son buenos para la salud. Soy fiel a lo señalado y fiel a costumbres
de esta tierra. Como otros pueden beber moderadamente cerveza o sake.
En el lenguaje bíblico, una señal de prosperidad que le ofrece el Señor a su pueblo,
es poseer casa con su parra y su higuera. Me sentí muy satisfecho cuando al llegar
a lo que supongo es mi último destino ministerial, comprobé que en la fachada, al
lado de la puerta, había una parra. Ancla sus raíces al lado del sótano y eleva sus
nudosos troncos más de 5 metros, para llegar al nivel de la entrada. Me da sombra
en verano y racimos de uva en otoño. Es muy vieja, probablemente centenaria.
Hace unos días recogimos unos cuantos kilos de uva que he comido, repartido y
compartido. Como haría la Sagrada Familia en Nazaret. Fue una operación rápida,
temía que, como en años anteriores, los mirlos se las comieran en pocas horas. Hoy
he hecho el rebusco y he comprobado que la uva era más dulce. He decidido
elaborar artesanalmente un poco de vino: no más de 4 litros. Mientras lo hacía,
repetía para mis adentros, parodiando el salmo: racimos y uvas, bendecid al Señor.
Me corregía de inmediato: por estos racimos, te bendigo Señor, e imaginaba el
gozo de levantar en la misa el caliz y decir: “bendito seas Seor, Dios del universo,
por este vino, fruto de la tierra y de mi trabajo...”
Añado,para que el lector no avezado comprenda lo empapada que está nuestra
cultura de esta bebida, que el mismo San Benito, Padre de Europa, mediterráneo él
y que con su regla inspir a casi todo el monacato occidental, dice: “Teniendo,
pues, en cuenta la flaqueza de los débiles, creemos que es suficiente para cada uno
una hémina de vino al día. Pero aquellos a quienes Dios les da la virtud de
abstenerse, sepan que han de tener un premio particular”. En un monasterio se
bebe un vaso de vino en cada comida, tomar café, en cambio, es propio de los
festivos (esto último, en la práctica, no es del todo exacto)