Olivo
Padre Pedrojosé Ynaraja
La granada es la única de las siete especies, que luce flores de vivo color, las otras
son tan discretas, que el profano diría que ni las tienen, pues, no destacan ni por
exuberantes formas ni grácil color. Ahora, el olivo, el patriarca de los árboles de
Tierra Santa . No es altivo como la encina, ni exótico como el tamarindo, ni
vivaracho como el almendro, pero su generosidad es perenne. Viejo y arrugado,
como los ejemplares de Getsemaní, continua, no obstante, ofreciendo sus
aceitunas a quien quiera recogerlas. Ya que he mencionado este olivar, que el
peregrino actual contempla con veneración, adelantaré algún detalle, pese a que no
encaje en el contexto del pueblo que camina hacia la Tierra Prometida. Las
aceitunas de este huerto son recogidas cariñosa y meticulosamente, lo he
presenciado. Con la semilla o hueso, se hacen rosarios que se regalan a piadosos
amigos. O botellitas con aceite, que se ofrecen igualmente. Que yo sepa, ambos
productos no se venden. Los que se puedan encontrar en comercios, se obtendrán
de otros árboles, de la misma montaña, sin duda, pero no del recinto santo,
custodiado por los franciscanos. Y, a propósito de estos, copio una noticia, llegada
hace pocos días.
“Estos árboles tienen más de 900 años. Un estudio científico ha concluido que el
tronco y las copas de los olivos de Getsemaní, tienen esta edad. Su ADN da a
entender que son todos “hijos” de un árbol mucho más antiguo. Estos datos han
sido obtenidos a través de los resultados de una investigación de tres años
realizada con muestras de estos ejemplares”. Tenía noticia por Fra. Rafael Dorado
de que habían recogido fragmentos del interior de los añejos troncos y que los
resultados no llegaban. Su opinión era que tal vez los resultados demostraran que
no eran antiguos y frustraran ilusiones. No puedo ofrecer más detalles, trataré de
darlos si lo consigo. Ya sé sabía que en el asedio y posterior demolición de
Jerusalén, años 70-73, fueron destruidos no solo los muros defensivos, sino la
misma vegetación del interior de la ciudad y la de su entorno. Lo cuenta el
historiador Flavio Josefo, testigo del evento en el que intervino como mediador, sin
éxito, entre ambos contendientes. Toda arboleda es refugio y escondite del que
quiere ocultarse, si se desea suprimirlo, es preciso talarlos o exterminarlos como
sea. Recuérdese el terrible incendiario y defoliante Napalm, usado en la guerra de
Vietnam. En este caso, parece que fueron las llamas que asolaron la ciudad, las que
eliminaron toda vida del entorno, a raíz de que un soldado romano, lanzara una
antorcha al Santuario y el fuego se propagara de inmediato.
Otro olivo, incógnito este, pero emblemático como el que más, fue el que
proporcionó la ramita que introdujo en el Arca la paloma que soltó Noé y que se ha
convertido en símbolo universal de paz