Bienes e idolatrías
P. Fernando Pascual
17-11-2012
La comida es buena. Idolatrar la comida es malo. El deporte el bueno. Idolatrar el deporte es malo.
La lectura es buena. Idolatrar la lectura es malo.
La enumeración podría alargarse casi sin límites. Dios ha puesto en las manos del hombre miles y
miles de posibilidades en el uso de los bienes. Recorrerlas todas es imposible. Seleccionar las
mejores y dejar de lado las peores es un deber. Poner en marcha las escogidas de modo adecuado es
un reto y una aventura.
Por eso un cristiano no puede exaltar ninguna actividad humana a ciegas. Al valorar el cine o el
fútbol, la informática o la industria, los progresos científicos y la arquitectura, sabe que en cada
ámbito hay personas que actúan correctamente y personas que sucumben a bajas pasiones o a
intereses egoístas.
Por eso, hasta los bienes más hermosos, como la vida familiar, pueden convertirse en algo malo:
cuando uno pisotea sus deberes sociales con el fin de enriquecer más a los suyos.
Es misteriosa y “tremenda” esa indeterminación humana que permite elevarse a Dios incluso en
medio de algo tan complejo como una enfermedad, o abajarse casi hasta el infierno desde un mal
uso de la belleza y la salud que uno posee de joven o en la edad adulta.
Los bienes son bienes, nadie puede negarlo. Su uso correcto, sin embargo, depende de cada uno, de
su conciencia bien informada, de su voluntad sana, de su apertura a la gracia, de su compromiso
sincero por vivir según lo que Dios pide en este momento.
Si suplicamos a Dios que nos conceda un corazón limpio y generoso evitaremos idolatrías que nos
esclavizan porque implican un mal uso de los bienes recibidos. Entonces alcanzaremos esa actitud
noble y cristiana que sabe subordinar cada cosa desde la respuesta a una pregunta sencilla y
comprometedora: este bien concreto, este modo de actuar, ¿me llevan a amar más a Dios y a mis
hermanos?