Regálale a Jesús el pesebre de tu corazón
Dicen las escrituras de que de la abundancia del corazón, habla la boca.
En esta época de Navidad, podemos ver fácilmente de que tenemos lleno el
corazón, simplemente con respondernos la pregunta de en que gastamos nuestro
tiempo y nuestro dinero?. Ahora, lo importante no es simplemente respondernos la
pregunta, eso es solo el comienzo. Lo importante es : ¿qué vamos a hacer después
que respondamos la pregunta?, ¿nos quedaremos igual?
Las luces, los regalos, el chocolate caliente, el turrón y los dulces nos recuerdan la
alegría más grande que ha recibido el mundo: El nacimiento de Jesús. El hijo de
Dios. Cuando reflexiono sobre el nacimiento del redentor, me gusta pensar:
¿cómo era el establo donde nació?, ¿quiénes lo recibieron?, en definitiva, ¿dónde
eligió nacer mi rey y Señor?...y las respuestas son tan sencillas que me hacen
pensar en mi actuar y proceder.
Nació en un lugar tranquilo, sencillo, sin bullicio ni ostentoso. Entre hermanos
sencillos, gente alegre y trabajadora. Nació junto a la naturaleza, con el hermano
burro y las hermanas ovejas (como diría San Francisco). Y viendo todo esto pienso:
Esta Navidad, quiero que Jesús nazca en mi corazón de nuevo, pero para eso,
necesito, igual que los pastores, darle un corazón sencillo, humilde y alegre.
Necesito también callar un poco todo el bullicio del mundo por unos días. Todo ese
ruido que la tele, la radio, la prensa, las vallas, el internet constantemente sacan
al aire y me hablan de todo lo que no es importante. Te crean necesidades, y que
conste, estoy hablando con conocimiento de causa porque esa es mi profesión.
Tenemos una gran oportunidad esta Navidad. Podemos hacerla inolvidable,
podemos celebrarla cristianamente, darle el sentido que tiene y hacer que muchos,
a través de nuestro proceder, se encuentren con Jesús para que de esta manera, El
renazca en cada uno de nuestros corazones.
La Navidad es un regalo, por lo tanto, es gratis. No cuesta nada
Propongámonos hacer algunas cosas pequeñas para Jesús, chiquitas, siempre creo
que las grandes las hace Dios. A nosotros, nos corresponden las más sencillas, aquí
te dejo algunas ideas, como por ejemplo: Estar alegres y escuchar a los demás,
visitar a algún familiar enfermo o que este viejito, hacerle una llamada a un(a)
amigo(a), llevar un dulcito al trabajo, darle un beso a tu esposo(a), abrazar a tus
hijos y leerles algo sobre el nacimiento de Jesús, hacer la corona de adviento en tu
hogar e ir encendiéndola cada domingo hasta llegar a Nochebuena, preparar una
comida bonita y llevarla a algún vecino...son tantas las cosas que puedes hacer y a
medida que las haces, las ofreces a Jesús, así tu corazón se va preparando y se va
limpiando.
Les comparto una parte de esta homilía, que tocó mi corazón:
En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo vino a la tierra. Por eso,
de allí se difunde una luz para todos los tiempos; por eso, de allí brota la alegría y
nace el canto. Al final de nuestra meditación navideña quisiera citar una palabra
extraordinaria de san Agustín. Interpretando la invocación de la oración del Señor:
“Padre nuestro que estás en los cielos”, él se pregunta: ¿qué es esto del cielo? Y
¿dónde está el cielo? Sigue una respuesta sorprendente: Que estás en los cielos
significa: en los santos y en los justos. «En verdad, Dios no se encierra en lugar
alguno. Los cielos son ciertamente los cuerpos más excelentes del mundo, pero, no
obstante, son cuerpos, y no pueden ellos existir sino en algún espacio. Por otra
parte, no está escrito que Dios está cerca de los hombres elevados, o sea de
aquellos que habitan en los montes, sino que fue escrito en el Salmo: “El Se￱or
está cerca de los que tienen el coraz￳n atribulado” (Sal 34 [33], 19), y la
tribulación propiamente pertenece a la humildad. Mas así como el pecador fue
llamado “tierra”, así, por el contrario, el justo puede llamarse “cielo”» (Serm. in
monte II 5,17). El cielo no pertenece a la geografía del espacio, sino a la geografía
del corazón. Y el corazón de Dios, en la Noche santa, ha descendido hasta un
establo: la humildad de Dios es el cielo. Y si salimos al encuentro de esta humildad,
entonces tocamos el cielo. Entonces, se renueva también la tierra. Con la humildad
de los pastores, pongámonos en camino, en esta Noche santa, hacia el Niño en el
establo. Toquemos la humildad de Dios, el corazón de Dios. Entonces su alegría nos
alcanzará y hará más luminoso el mundo. Amén.
(Homilía del Santo Padre Benedicto XVI, Solemnidad de la Natividad del Señor,
2007)
Les deseo a todos una feliz Navidad.
Nathalie Romero de Grau