¿Hay partes en mi alma?
P. Fernando Pascual
8-12-2012
Sócrates estaba convencido: tenemos partes diferentes en nuestras almas. Al menos, así es como lo
presenta Platón en uno de sus diálogos más famosos, la “República”. ¿Cómo se llega a esta idea?
El argumento parece sencillo. Partimos de una experiencia: realizamos actividades diferentes,
sentimos en nuestro interior deseos a veces contrapuestos.
Deseo comer, quiero beber. De repente, o con una reflexión más o menos elaborada, renuncio a un
vaso de agua fría. Algo en mi interior protesta: ¡tengo sed! Pero otra voz, inflexible, repite: ¡ahora
no!
¿Qué ha ocurrido? Para Sócrates, la sed, como el hambre y otros deseos, arrancan de una dimensión
o facultad de mi alma que se guía, fundamentalmente, según la ley del placer y del dolor: voy hacia
lo que pienso me va a agradar, y huyo de aquello que sospecho puede causarme un dolor.
Pero incluso con un deseo muy fuerte hacia el placer, en ocasiones decimos “no” a aquello que
tanto nos atrae. ¿De dónde procede una negativa tan extraña? No del mismo deseo, que solamente
busca satisfacerse, sino de alguna otra “parte” de mi alma.
De esta manera empezamos a entrever la existencia de una dimensión o facultad capaz de controlar
los deseos según una perspectiva diferente: la del bien o el mal, la de la verdad o la mentira, la de lo
justo o lo injusto, la de lo bello o lo feo. Tocamos así la dimensión “racional”, aquella que permite
dirigir nuestros actos desde principios, ideas, valores.
Además, hay momentos en los que actuamos contra cualquier deseo y contra cualquier indicación
racional, o al menos con una fuerza especial que no procede ni de los apetitos ni de la fría razón. Es
lo que ocurre en un arrebato de ira: empezamos a dar golpes, a veces contra un simple objeto de
madera, como señal de una rabia incontenida.
Sócrates piensa, desde este tipo de reflexiones, que en nuestra alma existen tres dimensiones o
facultades diferentes. Una fundamenta y sostiene nuestros deseos y repulsiones a un nivel sensible.
Otra explica la impulsibidad, esa energía que desemboca en el valor o que explota en rabias incluso
dañinas. Una tercera permite pensar desde principios.
En este contexto, surge la pregunta: ¿qué predomina en mi alma? ¿Desde qué facultad oriento mis
decisiones? Algunos, por desgracia, no consiguen una suficiente armonía interior. Se dejan arrastrar
por las pasiones, hasta el punto de quedar esclavizados al alcohol, al sexo, a la comida, a mil formas
de pereza. O viven bajo una irascibilidad incontenible, que provoca conflictos con todos y por todo.
El modo correcto de vivir se logra, según las ideas reflejadas en la “República” (y en otros textos
platónicos) desde la armonía que se produce cuando la parte racional domina y dirige los apetitos y
deseos, y encauza y usa adecuadamente la parte irascible para la conquista del bien.
Más allá de los detalles, Platón refleja con esta teoría un fenómeno que tocamos frecuentemente en
la vida cotidiana: la existencia de deseos y de tendencias que no siempre se armonizan entre sí, y
que exigen una cierta disciplina y orden.
La pregunta, ante esta situación, es la misma que planteaban los antiguos: ¿quién debe mandar en
mi alma? Seguir las pasiones y los apetitos crea desorden y provoca daños a veces muy graves en la
propia vida y en la vida de quienes están cerca (a veces también lejos) de nosotros. Dejarse arrastrar
por la ira y la sed de venganza ha llevado y lleva a conflictos y guerras que destruyen y que
provocan injusticias atroces.
En cambio, vivir según la racionalidad, según principios buenos y rectos, produce una existencia
ordenada y armónica, capaz de respetar a los demás y a uno mismo, porque cada parte del alma
realiza bien su propia función y trabaja por alcanzar objetivos correctos, según lo que es realmente
bueno en esta vida y en la vida que se inicia tras la muerte.