¿Gobernar para ser aplaudido?
P. Fernando Pascual
3-11-2012
El aplauso se ha convertido en un ingrediente casi imprescindible de muchas situaciones humanas.
Hay aplausos en las conferencias y en los concursos, en las aulas y en los cines, en las familias y en
los parlamentos, en los debates y en las fiestas.
El gobernante presta una atención continua a los aplausos. Busca con sus palabras y con sus
decisiones desencadenar ese movimiento de las manos y esos sonidos que tanto halagan a quienes
los reciben y que provocan cierta sensación de triunfo.
Los aplausos, sin embargo, tienen un valor muy limitado. No son suficientes para descubrir si una
ley ayudará o arruinará a un país. No deciden la calidad de un producto presentado en el mercado.
No garantizan que lo afirmado por un orador brillante sea o no sea verdadero.
Por eso un auténtico gobernante, es decir, un hombre o una mujer que asume seriamente la
responsabilidad de velar por el bien de una ciudad, una región o un Estado, no puede gobernar
según los aplausos (o los silbidos) que llegue a recibir.
Desde luego, un gobernante necesita apoyo y adhesión de los gobernados. Lanzarse a opciones
difíciles o arriesgadas en contra del sentir mayoritario de la gente resulta sumamente problemático
y, en ocasiones, lleva al fracaso. Pero también fracasa quien se autolimita a conseguir consensos y
aplausos fáciles a través de decisiones que a la larga provocarán enormes daños en la vida social.
Gobernar es una de las tareas humanas más difíciles. Por eso, cuando alguien se lanza a la política,
necesita tener un corazón disponible a virtudes claves como la prudencia y la justicia, además de
una gran honradez para no usar el cargo público como camino para satisfacer intereses turbios.
En ocasiones, los aplausos que reciba un buen gobernante avalarán decisiones adecuadas. En otras
ocasiones, y no son pocas, tendrá que poner en marcha otras decisiones también buenas pero
impopulares. Sólo con el pasar del tiempo se descubrirá que la falta de aplausos en el pasado fue
necesaria, porque permitió a un grupo humano avanzar un poco hacia una situación mejor, que es lo
que más se espera conseguir desde el trabajo de quienes ocupan puestos de gobierno en nuestras
complejas sociedades modernas.