RELATO NAVIDEÑO - 2012-
Padre Pedrojosé Ynaraja
VOZ DE UN ÁNGEL
-Existo en la Eternidad. En esta situación, no hay pasado ni futuro, todo es actual. Mi Señor
Dios ha querido que alguien en esta situación, libre del espacio y del tiempo, se presentara a
vosotros. Tiene Él planes de Amor y misterio, que no son enigmas. Me ha llamado y me ha
dicho: aquí tienes un guión escrito. Revístete de hombre histórico, léeselo. Ellos lo conocen a
su manera, trata tú de explicarles nociones y consecuencias, de acuerdo con lo que en la
actualidad estás sintiendo. La tarea es difícil, te ayudaré. Pero es desde tu finitud que podrás
entrar en contacto con su realidad limitada en la historia.
Tu realidad es en la Eternidad. Hijo, que fue llamado Jesús, ya la vivió, tal vez ellos lo ignoran,
lo han olvidado o no lo quieran conocer. Espíritu Santo, que recibe las oraciones de los
contemplativos, las jaculatorias y oraciones de las gentes sencillas, te alentará. Padre, que me
fijo en los ardides de los misioneros y en la generosidad de los altruistas que sirven en los
voluntariados. Padre, Hijo y Paráclito, me tendrás siempre al lado. No tengas miedo. Diles lo
que aquí vives. Anímalos. Que lo que comentarás, deseo que les devuelva la ingenuidad, la
inocencia, la austeridad y la humildad. La intrepidez, la coherencia y la honradez. La
humanidad se ha desnudado de sus galas y se ha vestido una coraza de egoísmo,
despreocupación y entrega a valores mediocres. Que la historia de Hijo, y tus observaciones,
les sirvan para mejorarse y ser felices.
Tengo el guión del que os hablaba en mis manos, os lo leo en voz alta. Cambiaré el tono de mi
voz cuando se trate de observaciones que pretendan actualizar las enseñanzas de la historia,
eso es profecía, eso es el encargo recibido del Señor Dios, vengo a cumplir su deseo.
Tal vez creáis que se trata de una aparición. Estar en la Eternidad y pasar a la realidad
dimensional, parecería someterme a un encierro. Tratándose de un deseo del Señor mi Dios,
es encantadora misión.
1- NOCHE BUENA
-Si quieres puedo cuidarme del borrico… dijo el chaval tímidamente
-¿Quién eres? ¿De dónde has salido? Le dijo Ella
-Es que mi madre me ha dicho que no te moleste, ni a tu Hijo tampoco… pero del burro no me
ha dicho nada…
-Pero ¿Quién eres tú? ¿De dónde has salido?, volvió a repetirle.
-Es que si te contesto y hablo, mi madre se va a enfadar y me re￱irá… dice que cuando se
separó de ti, estabas muy fatigada…
-Sí, la verdad es que estoy rendida, pero no importa, contéstame.
-Mi madre es aquella mujer que vino porque tu marido la fue a buscar. Ibas a tener un hijo y él
no sabía que se tenía que hacer… Pero finalmente no la necesitaste. Bueno, un poco sí.
Estuvo lavando al Niño y dijo también que te había ayudado a vestirlo. También vino con ella
otra comadrona… que te importun￳, pero tú no te enfadaste con ella…
-Bueno. ¿Cómo te llamas? Dímelo, no te preocupes, que si viene tu mamá ya le diré que soy
yo quien ha querido hablar contigo.
Pues sí, tenía razón. El viaje me dejó molida. Temía el momento del nacimiento, lo deseaba
también. La misma ilusión con que lo esperaba, no alejaba mi inquietud. Era un manojo de
nervios, pero, te he de ser sincera, dar a luz, fue mucho más fácil de lo que pensaba.
-¿Por eso no necesitaste la ayuda de mi madre?
-Todavía no me has dicho tu nombre, le contestó Ella evasiva. Si no me lo dices no sabré como
llamarte, si necesito tu ayuda.
-Me llamo Mateo. ¿Sabes? Tampoco nosotros somos de aquí, pero tenemos mucha familia y
llevamos muchos días esperando que nos toque el turno. Yo me aburro. ¿No quieres que
saque el burro a pasear? Él no ha tenido un hijo y ya estará harto del encierro. Lo puedo llevar
a casa de mi tío, él sí que es de aquí, vive muy cerca y le dará cebada...
-Bueno, pero ﾿te puedes quedar un rato hasta que venga José?… a lo mejor me haces falta,
tengo un poco de miedo a quedarme sola…
-﾿De verdad que no te molesto…?
-¡Qué va! me gusta tu compañía ¿De dónde eres? ¿Cuántos años tienes?
-De muy lejos, allá por el norte. Cuando sea mayor quiero aprender a escribir. Mira, este que
entra debe de ser tu marido, así que me voy.
-Espera un momento. José, fíjate en este chiquillo, me está haciendo compañía y se va a
cuidar de nuestro asno.
-¿Y de dónde ha salido este renacuajo?
-No te enfades conmigo, es que no sabía qué hacer, me aburría y mi madre, la que tú fuiste a
buscar anoche, me ha contado que tú viniste a casa pidiendo ayuda.
-¿Así tú eres hijo de …
-Salomé, la que vino con Zelomí y lavaron al Niño, porque a ti te daba un nosequé hacerlo y
creías que le podías hacer daño. Pero ya me voy, que mi madre me reñirá si sabe que he
estado tanto rato aquí. Que la paz del Señor os acompañe.
-La paz también contigo, le dijo José.
-Espera un momento, dijo María, dame un beso.
(Enrojeció el chiquillo, pero se acercó feliz a recibirlo)
-¿Y me das permiso para que le dé también un beso a tu Hijo y luego me lleve el burro a casa?
-Sí, sí, le dijo María sonriendo, pese a que ya no se aguantaba.
VOZ DEL ÁNGEL
- Navidad es sencillez, cuajada de esfuerzo. Sin boato, sin alborotos. Cada uno de vosotros
debe situarse en el lugar del personajillo Mateo y preguntarse esta noche: ¿Qué hubiera hecho
yo en su lugar? ¿Qué me toca hacer ahora a mí?
Lo de las comadronas es una tradición de la población de Belén. Cuentan que marchó a buscar
a una comadrona y volvió con dos. Pero no hizo falta. Siempre aparecen en los iconos. Quien
los contempla, aprende que Hijo una criaturita completamente desnuda, fue un auténtico
hombre, que necesitó ayudas y cuidados desde el primer día, que, como otro cualquiera, se
ensuciaba y lloraba. Cuando se hizo mayor, agradecido y muy consciente de su misión, enseñó
a vivir, haciendo el bien, aceptando la muerte…
2.- A MEDIA MAÑANA DEL DÍA SIGUIENTE
- ¿Se puede pasar? ¿Molesto?
- Quiá, Mateo, pasa, pasa. Veras lo que nos han traído. Te estábamos esperando, nos tienes
que ayudar ¿querrás hacerlo?
- ¿Qué vosotros me necesitáis a mí?, dijo contento y avergonzado a la vez
-A ti o a cualquiera que conozca a gentes del lugar ¿No me dijiste que tú no eras de aquí?
- Sí, es cierto, pero no es necesario que busques a otro. Mi familia vivía aquí hace siglos… ﾿En
qué os puedo ayudar?
- Vamos afuera, que María necesita descansar y a ti, que te has hecho nuestro amigo, no
podemos ocultarte lo que esta noche nos ha pasado, dijo José.
- ¿Algo malo? ¿No estáis bien? ¿Necesitáis el burro?
-Que no, no te asustes, hijo. Te he dicho que salgamos fuera. María no ha dormido en toda la
noche… eso es lo único que me duele, pero ᄀha sido tan feliz…!
-¿Por qué? ¿Qué os ha ocurrido?
-Si supieras el jaleo que han armado… eran pastores. Han llamado tímidamente, no se atrevían
ni siquiera a entrar. Miraban por las paredes y hablaban entre ellos en voz baja. Que sí, que sí,
que no puede ser otro, repetían.
-Por fin, uno de ellos nos ha contado que estaban durmiendo al raso con sus rebaños, cuando
han tenido una aparición. Los pastores se excusaban de no entender de estas cosas, pero ellos
estaban seguros de que eran ángeles. ¿Cómo les hablaban?, les pregunté intrigado. No
supieron explicármelo, ni siquiera ellos se acordaban. Lo que sí estaban seguros es de que les
habían dicho que había nacido un Niño muy cerca de allí y que se trataba del Mesías
anunciado desde antiguo. Que Dios les había encargado a ellos que lo anunciaran. Que sólo
ellos lo sabían, por ahora.
Estaban muy alegres. Sintieron en su corazón, más que en sus oídos, que les comunicaban
una gran noticia. Para que se pusieran contentos, les aconsejaron que vinieran a vernos, y así
estarían seguros del prodigio que les estaban contando. Les advirtieron que aquella Criatura
que les anunciaban, la encontrarían durmiendo en un pesebre era el único detalle que les
dieron, la única señal recibida.
¡Qué contentos estaban los ángeles! nos decían los pastores que se les pegó su alegría. Se
notaba que estar junto a Dios, hace feliz a cualquiera. Sin decírnoslo claramente, su himno,
pues, de repente se pusieron a cantar, daba gloria al Señor. Comprendían que vendría la paz a
los escogidos, y entendían que ellos lo eran, pero no acababan de creérselo.
La gente margina a los beduinos. Es un buen oficio, nuestro padre Abraham lo era y también su
hijo y sus nietos y biznietos, pero como los pastores de ahora no van a la sinagoga los
sábados, ni se acercan casi nunca por el Templo, nadie piensa en ellos, no les tiene simpatía.
El único contacto con ellos es cuando van al mercado a comprar alguna res para el sacrificio o
para la Cena Pascual. No les gusta su trato, son gente muy especial, la soledad y el que su
única compañía sea animales que pacen y perros que ayudan y protegen al ganado, les da una
apariencia de insociables. Te aseguro que los que han venido a casa eran muy simpáticos.
Nunca hubieran imaginado que el Señor se acordara de ellos y que, además, les
encomendasen la tarea de anunciarlo a los vecinos de Belén.
Se excusaron de no poder ofrecernos buenos regalos, como les hubiera gustado. Ellos se
habían adelantado corriendo, para ver si sabrían encontrarnos. En su zurrón, traían cuajada y
pan recién hecho en el rescoldo de su hoguera, pero sus compañeros, traerían algo más.
Hablaban apresuradamente, como gente que no ha aprendido a tratar cada día con sus
semejantes. Cuando se calmaron, se quedaron muy quietos, acurrucados y en silencio. Algo
estaban pensando, pero no se atrevían a decírnoslo. Se pusieron a llorar emocionados. Por fin
uno se me ha acercado y me ha dicho al oído: ¿podríamos ver al Niño?
-Claro que sí, les he dicho. Miraban y miraban el pesebre donde dormía plácidamente el Niño.
Se miraban uno al otro.
Han llegado los demás. Traían leche, trigo, miel, frutos secos y hasta algunos huevos. Me ha
costado mucho conseguir que dejaran descansar a mi mujer, ¡estaban tan ilusionados! Se les
veía radiantes de felicidad.
Hemos pasado a la estancia de al lado, aquí mismo, donde te estoy hablando. No sabían qué
decir. Pronto ha empezado a amanecer y con pena me han dicho que debían marchar. Les ha
costado mucho dejarnos. Sé que al salir, algunos se han quedado por el pueblo, han llamado a
las casas y les han contado todo lo que habían visto y oído. La gente creía que estaban locos.
Ha sido entonces cuando yo he pensado que tú podrías ayudarnos. Seguramente conocerás al
panadero para que nos amase y meta en el horno la harina que nos han dejado los pastores.
Así mañana comeremos pan tierno. También necesitaríamos algo para cocinar. Mateo, cuento
contigo, por favor, nos tienes que ayudar.
-Que sí, que sí. Que os ayudaré, pero luego, cuando se despierte tu mujer ¿me dejarás que le
dé un beso al Niño?
Sin esperar respuesta añadió: ahora mismo paso por casa, tomo un ánfora y os traigo agua. Y
platos. ¿A ti te gusta el vino?
Mateo se fue brincando. José pudo dormir un poco. A María le gustó tomar un vaso de leche y
unos dátiles que habían dejado los pastores.
Estaba nerviosa y yo también. Más tarde se ha presentado Salomé y las he dejado a las dos
solas. Enseñar a dar de mamar y a mecer al Niño, no es cosa de hombres.
José se dio una vuelta por la población para conocerla y ver si encontraba algún trabajo, la
matrona se ha quedaba mucho rato con Ella. Le ha cogido cariño, se veía a la legua. Estaba en
buenas manos, el marido se fue tranquilo.
Mateo al atardecer trajo todo lo que necesitaban y algo más. Dijo que era preferible que el
burro estuviera en la cuadra de su tío, que ya le había dicho que lo cuidaría bien. Ellos ahora
no lo necesitaban y sería más un estorbo que otra cosa, pues, la estancia en la que vivían era
pequeña.
VOZ DEL ÁNGEL
Habréis observado que en aquel menudo grupito todos se querían mucho. De nada conocía la
Familia a las comadronas. Los pastores resultaban totalmente extraños a cualquier hombre de
ciudad. No fue necesario presentarles. En el guión que he recibido de mi Señor Dios, dice que
debéis aprender de todos ellos. Los regalos no son compromisos sociales. No puede haber
amistad, compañerismo ni vida familiar feliz, si no hay generosidad, ayuda en las dificultades,
alegres y espontáneos obsequios. Conservar la sensibilidad no es infantilismo. Tener un
corazón acogedor no es un lujo de gente sin ocupación.
3.- FIELES AL SEÑOR
Mateo, atento y servicial, lo preparó todo. Al cabo de ocho días era preciso circuncidar al niño,
él ya lo sabía y reservadamente, por ser su amigo, ya le habían dicho que nombre le iban a dar.
José, el hombre bueno, le contó que había sido una confidencia divina. Había escuchado:
cuando nazca, tú y tu mujer le llamaréis Jesús, es decir el Salvador, porque está va a ser su
misión en este mundo. La circuncisión era rito de incorporación a la descendencia bendita de
Abraham y era fiesta. Muy íntima en este caso. Muy emotiva también. Acudieron, ¡cómo no!
Salomé y Zelomi. Esta última se quedaba en un rincón avergonzada. Las dudas de la noche de
aquel día, le habían causado un gran impacto y no se había atrevido a volver por la morada.
María lo sabía, pues Salomé la tenía al corriente de sus preocupaciones y atenciones. De ella
provenía con frecuencia, la tierna carne de cordero, cariñosamente asada, el rosado jugo de
granada y el trigo tostado que la Familia recibía. Ella, la desconfiada, se sentía ahora nueva
Rut, que proveía a la descendencia de David, del mismo alimento que le había proporcionado a
su suegra Noemí.
María la llamó y le puso en sus brazos a la criatura. Lloraba de emoción. La ceremonia fue
breve. La fiesta se alargó poco.
Unos días después le recordaron a Mateo que necesitaban el borrico. La Ley decía que debían
llevar al Niño al Templo y ofrecer lo que estaba establecido. Lo trajo enseguida. Aquella noche
la familia durmió acompañada. Además del jumento, guardaban en una jaula el par de tórtolas
que el chiquillo había logrado cazar y orgulloso ofrecido. Quiso acompañarles, pero le
recordaron que era un rito estrictamente familiar.
Se despidieron, les pidió si podía volver al día siguiente para que le contaran como les había
ido por Jerusalén.
.- Claro que sí. Para ti nuestra puerta siempre está abierta. Además tienes que encargarte del
jumento. José ya va encontrando trabajo. Remiendos caseros y arreglos de puertas de
cercados y techos de cabañas, hasta una entrada de la sinagoga la ha tenido que cambiar.
VOZ DEL ÁNGEL
Los primeros que supieron que el Mesías había nacido fueron pastores, gente marginada, no
bien vista y que nadie tenía en cuenta para nada. La primera que sabría, muchos años
después, que había resucitado el Señor, sería María, la de Mígdala, mujer de malos
antecedentes, que no pertenecía a la alta sociedad. Ahora bien, tanto unos como la otra, eran
gente intrépida y que amaba apasionadamente, aunque los primeros, los beduinos, no
hablaban de amor. Simplemente, se supieron predilectos y respondieron con delicadeza. El
regalo espontaneo y libre de compromisos establecidos, es una demostración palpable de que
existe amor y, lo dice el refrán: amor con amor se paga. Aprended a tener correcta escala de
valores y proponeos hoy vivir de acuerdo con ella, pese a que ello suponga romper con las
costumbres que os rodean, que vienen de antiguo, que os puedan hacer quedar bien
socialmente, pero no son lo que el Señor mi Dios, desea para los hombres. El regalo más que
provecho, es símbolo, es identificación personal.
Por si no entendéis el significado que Padre Eterno escogió para Hijo Unigénito, os lo diré con
una palabra que utilizáis vosotros: El oficio que ejercería era el de socorrista, vigilante,
recepcionista o médico de urgencias de hospital de beneficencia, para salvar al gran mundo
decadente entonces y que persiste todavía hoy en sus dolencias, fruto del orgullo, de su
mediocridad, envidia, egoísmo y ambición.
4.- CONFIDENCIAS
Mateo no durmió aquella noche. Daba vueltas y más vueltas sobre la estera, esperando que se
hiciera de día para salir corriendo a casa de María y José. Pero le daba miedo despertarlos.
Salió y volvió a entrar. Volvió a salir, se acercó con miedo e ilusión. Por una rendija se veía luz.
Llamó con los nudillos suavemente.
Abrió María y le abrazó. No esperaba este recibimiento. Tal vez ella tampoco lo tenía previsto.
Todos necesitamos tener algún confidente, por mucho que en nuestra familia haya paz y
cariño. Ella, hija de Joaquín y Ana, buenazos los dos, había viajado hasta Ain-Karen para poder
hablar confidencialmente con Isabel. Ahora, Mateo, este chiquillo espontaneo y servicial, suplía
a la tía, madre de Juan.
-¿Llegaron vivas las tórtolas? ¿A quién se las entregaste?
-Cálmate, Mateo, sí, muy vivas estaban los animalitos cuando se los entregué al levita de turno.
Cumplimos todo lo establecido y luego, inesperadamente, vino un viejecito, se fijó
detenidamente en mí, también en el Niño y en José y se puso a llorar. Kadish, Kadish, repetía
una y otra vez. Quería hablarme y no podía, balbuceaba. Pensé que tal vez chocheaba. Le
pedí a José que cogiera al Niño un rato y me acerqué a consolarlo. Le pregunte qué le pasaba.
Se postró emocionado. Decía y repetía: ya me puedo morir tranquilo y feliz. Le he visto, le he
visto, ¡valía la pena esperar tantos años! Es el Mesías, es el Mesías. Soy más afortunado que
el gran Elías y los profetas, que no pudieron verlo. Bendito eres Señor, Baruch Atah Adonai.
-La gente nos miraba, y a mí me daba vergüenza, pero él seguía repitiendo Baruch. Atah
Adonai. Finalmente se ha calmado y me ha dicho que era muy viejo, ni siquiera sabía los años
que tenía. Que hace mucho, poco después de quedarse viudo y sin hijos, quejándose de su
mala suerte, el Señor le dijo: Simeón, no te aflijas, vas a vivir muchos años y no te morirás sin
ver al Esperado, aquel del que tanto han hablado y prometido los profetas. Aquel que cambiará
el mundo, aquel que traerá la salvación. Serás de los primeros que se enteren.
Comprendí entonces su emoción. José se abrazó al viejecito. Le dejé que descansara el Niño
en sus brazos. Lo tomó con cariño y se puso en cuclillas, decía que tenía miedo de que se le
cayese y se hiciera daño. Luego, en voz baja me ha dicho: eres la mujer más afortunada, la
escogida del Señor. Pero llegará un día que este chiquillo, cuando será un hombrón, te hará
sufrir. No él, no, él será siempre un buenazo. Los que te aflijan serán enemigos suyos. Sentirás
una angustia como si se te clavara un puñal en el corazón. Estate preparada, lo podrás
superar, Dios nunca te abandonará. Baruch Atah Adonai, volvió a repetir cien veces.
No acababa de calmarme de todo lo que te he explicado, cuando se ha acercado una abuelita,
le ha dado un besucón al niño que de poco se lo traga y ha empezado a gritar a la gente y
decirles que se fijaran bien, que un niño como este no había nacido, ni iba a volver a nacer,
nunca más. Nadie le hacía caso, pero a ella eso no le importaba.
Nadie, sólo nosotros dos, y ahora tú, lo sabe. Estoy casi tan emocionada como el día aquel que
me visito Gabriel. Ahora me doy cuenta de que de esto tú no sabes nada. Ya te lo explicaré
otro día.
-Por lo que me dices, no debes haber dormido mucho…
-Casi nada, como puedes suponer…
-Dame el borrico y os dejo solos, también a mí me habéis emocionado. Baruch Atah Adonai,
Baruch Atah Adonai…, iba repitiendo también él, mientras se alejaba
VOZ DEL ÁNGEL
La gente dice: los viejos son como criaturas y se ríen de ellos, sintiendo cierta compasión. Yo
os digo: tal vez muchos de ellos sean como enamorados y si os fijáis, tal vez podáis aprender a
amar y a descubrir lo que el mundo no os enseña, que con frecuencia son cosas efímeras.
5.- VISITANTES
Transcurrían los días lentamente. Pasaron los trámites del empadronamiento, pero José se
había enfrascado en las reformas de una casa y no podía dejar la tarea a medias. Y lo curioso
del caso es que, sin llegar a acabar la obra, ya estaba comprometido en otra. La verdad es que
ya nos sentíamos vecinos de Belén. La casita era pequeña, pero nosotros no necesitábamos
un palacio. Mateo continuaba viniendo por casa y ayudándonos. Cuando yo le decía: ven hijo
mío, él se sentía muy satisfecho.
Nos contaba que ni era pastor, aunque admiraba el oficio, ni agricultor, pero ayudaba a su
padre en las labores agrícolas. Le tocaba traerle el grano a su madre y mover de un sitio a otro
el molino de mano que diestramente utilizaba ella. Algo semejante ocurría con el telar vertical.
Si su madre cruzaba acertadamente la lanzadera y ajustaba las pasadas, a él le tocaba vigilar
las piedras que mantenían la tensión de los hilos de la urdimbre. Se había responsabilizado del
mantenimiento del borrico de José que, de cuando en cuando, necesitaba para acarrear
herramientas o provisiones. No iba por la casa a diario, pero mantenía estrecho contacto con
sus amigos. No se aburría nunca, era generoso con nosotros tres y con la otra gente.
Los encontró eufóricos una mañana. Le abrazaron en cuanto le vieron llegar. No salía Mateo de
su asombro. Notó que el mobiliario estaba cambiado. Más que diferente, estaba repleto de
bultos. Sus ojazos miraban y miraban lo que en la habitación veían y lo contentos que estaban
sus amigos. Por mucho que le quisieran, él les tenía mucho respeto y no se atrevía a
interrumpirles nunca. Por fin se le contaron.
-¡Qué lástima que no estuvieras ayer! Tratamos de encontrarte, pero no lo logramos y ellos
tenían prisa tanta prisa...
-¿Pero quiénes eran ellos?
-Pues si quieres que te sea sincera, no lo sé de cierto. Gente sabía, seguro. Poderosos,
probablemente también. Extranjeros, se les veía a la legua que lo eran. Llegaron juntos pero no
sé si venían del mismo lugar. ¿Eran amigos entre ellos y de antiguo? Lo ignoro por completo.
Lo que era evidente es que les traía a nuestra casa unos designios del Señor. Ellos decían que
era una estrella.
Les costó un poco encontrarnos. Consultaron a los sabios por indicación del rey. Que pudieran
hablar con él, es lo que me hace suponer que eran gente importante. Lo que les interesaba a
todos ellos era mi Niño. Cuando lo vieron, se quedaron mudos, el silencio se cortaba en la
habitación de tan absoluto que era. Vi que alguno lloraba emocionado. Ni José, ni yo, nos
atrevíamos a interrumpirlos. Se notó la fragancia de un suave perfume. Se inclinaron mucho y
me pareció que rezaban en su lengua. Finalmente se levantaron. Abrazaron a José, que no
salía de su asombro. Con sus gestos me decían que querían saludarme y no se atrevían. Yo
tampoco sabía qué hacer. Creo que fue inspiración del Altísimo el que me acercara y les diera
un beso a cada uno. Recordaba el Cantar de los Cantares, ellos sin duda, eran amados de mi
Señor. Obre, pues, como había leído en el Libro. Temblaban de emoción, si te he de ser
sincera, también yo.
Les dije que podían tomar en sus brazos al Niño y entonces su júbilo llegó al máximo. Eran sólo
hombres, pero no me sentía, yo mujer, una extraña entre ellos. También lloré y conmigo José.
Nos contaron cómo pudieron, que habían visto una estrella. José y yo nos mirábamos
extrañados, ninguno de los dos nos habíamos dado cuenta de que en el cielo había aparecido
algo, que antes no se viera. Debido a sus estudios, sabían que un día vendría un rey muy
especial, al que debían ofrecerle pleitesía. A eso venían. Aquel astro único, estaban seguros,
era el signo, el anuncio, el indicador del lugar donde había aparecido. Pero un día se
asustaron, sintieron un gran temor. Se desilusionaron una noche que no distinguían el lucero.
Les costó decidirse a preguntar. Tenían la sensación de que lo que ellos sabían, eran
confidencias de lo Alto, que no podían divulgar a un cualquiera. Por fin se decidieron a
preguntar. Algo supieron informarles. Los que les explicaron lo que ellos sabían por sus libros y
quien tenía autoridad sobre ellos. Se notaba que no les hizo gracia sus pesquisas. Por mucho
que les pidieron que a la vuelta, si sus indagaciones habían tenido éxito, pasaran a contárselo,
porque a ellos también les interesaba lo que les había traído a tierras de Judá, pero tenían la
sensación de que no eran gente sincera.
Por el camino, muy cerca ya de aquí, sintieron como si nubarrones plomizos los envolvieran y
aislaran del entorno. Alguien les dijo: cuando consigáis vuestro propósito, cuando encontréis al
Rey que buscáis, volveos enseguida a vuestros países, sin deteneros, ni contar nada a nadie.
¡Qué bien se está aquí, repetían muchas veces! Les costaba dejar de mirar a la Criatura. Medio
avergonzados nos rogaron que aceptásemos unos pequeños regalos. Que viésemos su buena
voluntad. Que rogásemos a Dios por ellos. Que cuando el Niño fuera mayor, le hablásemos
bien de ellos y le dijesen que nunca se olvidarían de la visita.
Traían unos cofres, de ellos sacaron esto que ahora estás viendo: oro, incienso y mirra. Mateo,
tienes que ayudarnos, no sabemos cómo debemos emplearlo. Nunca en Nazaret habíamos
tenido estos regalos. Ni el día de nuestra boda recibimos algo semejante…
El chico les dijo que le dejaran ver al Niño. Le pareció cambiado. Le dio un beso y la criatura le
sonrió. Lloró de emoción. Se le acercó María y le abrazó. Todo esto era demasiado para él.
Sabía que no estaba bien lo que iba a hacer, pero lo hizo. No podía resistir su emoción y le
daba vergüenza que le vieran llorar. Huyó corriendo. José y María lo entendieron, se miraron
uno al otro y sonrieron.
Por la tarde volvió mohíno a pedir perdón y a ofrecerse como siempre. Les traía cuajada y
carne asada y, en un cuerno, aceite del olivar de su tío. Se lo agradecieron mucho y le
consolaron. Marcharse de aquel modo era propio de su edad, no debía inquietarse.
María le dijo que cuando se había ido a visitar a Isabel, también lo había hecho un poco para
huir del lugar asombroso donde Gabriel le había comunicado los designios del Señor y que
temblaba al recordarlo, no de miedo, sino de vergüenza por los elogios que había escuchado y
que venían del Altísimo.
Mateo se calmó. Les prometió encontrar la manera de guardar todo aquello. Y lo logró.
Pasaron los días, no muchos. Una mañana se presentó José en casa de Mateo, venía
nervioso, pero no atolondrado. Le dijo que quería hablarle confidencialmente, en un lugar
donde nadie pudiera oírles. Le comunicó que había recibido un encargo del Señor, diciéndole
que debían marcharse de inmediato de Belén. Venía a comunicárselo porque era el único
amigo que tenían en la ciudad y porque necesitaba el borrico que él les había estado
custodiando. A Mateo la seriedad con que le hablaba le impresionó, sentía un cierto orgullo al
ver que se le confiaba un encargo de Dios, lamentaba que se fueran ¡habían significado tanto
en su vida!, ¡le querían tanto!, ¡los quería tanto!
Ellos le habían descubierto que Dios es misterio, que el hombre en su vida topa con el misterio,
que es preciso aceptarlo e imposible pretender entenderlo. En aquella familia había descubierto
un no-se-qué, que en ningún otro sitio encontraba…pero precisamente porque había
descubierto todo esto, debía aceptar que tuvieran que marcharse y se dispuso a facilitarles la
tarea.
Marcho con José, acompañándolo, a despedirse de María y del Niño, que ya había aprendido a
conocerle. Lloró. Lloró más cuando en secreto le dijeron que se tenían que ir a Egipto, ¡a esa
tierra de desterrados y fugitivos precisamente! ¡Qué despedida tan triste para los cuatro! Hasta
parecía que el Niño se diera cuenta y se puso a llorar.
6.- EL MISTERIO DE LOS SANTOS INOCENTES
Al cabo de unos días, llegaron los soldados y recorrieron el pueblo. Buscaban niños, cualquier
niño pequeño que pudiera haber en Belén. Querían encontrarlos. Su búsqueda era malvada,
trágica. A todos los que cogían, los mataban de inmediato.
Si la muerte de cualquier niño es un misterio, matarlo es todavía más. Se pregunta uno de
inmediato quien es el culpable. En el segundo caso, cuando se trata de un asesinato, uno
piensa qué clase de persona es aquella que lo ha perpetrado o ha dado orden de hacerlo.
Tanta malignidad nadie la entiende.
Supieron pronto los vecinos que quien lo había decretado era Herodes. Nadie se extrañó, su
maldad era proverbial y muy conocida de todos. Pero, ¿por qué a los niños de Belén? Lloraron
las madres, lloraron los padres y los abuelos. Nadie era capaz de consolarles.
Nacerían más tarde otros niños en la población y esos sí pudieron vivir. A las víctimas de
Herodes, cuando se supieron muchas cosas que entonces nadie sabía, se les llamó santos, se
dijo que eran los santos inocentes. Su historia ha consolado más tarde a muchas madres que,
sin saber por qué, han visto morir a sus hijos.
Cuando en la Eternidad se encontraran con el Señor resucitado, como cuando el patriarca que
en la corte del faraón de Egipto acogió a sus once hermanos, también Jesús les diría: venid
conmigo, soy vuestro hermano. No os podéis acordar de mí porque erais demasiado pequeños.
Moristeis víctimas de un poder injusto y malvado. Yo también fui ajusticiado. Ahora, aquí que
no existe memoria, todo nos es actual, estaréis conmigo, vuestra inocente infancia alegra el
Cielo…
VOZ DEL ÁNGEL
Es normal que os preguntéis ¿ha existido Mateo? Vengo a deciros de parte de Dios, mi Señor,
que sí. Que existieron y existen en vuestra historia y geografía muchos mateos. Lo dijo el
Maestro: hay que hacerse niños. Pero los hombres dicen: queremos ser ricos, queremos
disfrutar, queremos ser libres… Hay también muchos josés, muchas mujeres buenas y
serviciales, muchas salomés y zelomís desconocidas, que se ignora su nombre, pero su
bondad perdura. También muchos herodes. Hay también santos inocentes. Desconocido el
porqué de su iniciada y no progresada vida o provocada malvadamente su muerte. En el Cielo
Eterno somos muchos y mucha la felicidad de la que gozamos. Es el encargo que os traigo:
Dios, mi Señor, quiere que vengáis muchos, que seáis felices junto a Él. Me retiro de vosotros,
continúo existiendo libre del espacio-tiempo. Deseo, también lo desea mi Señor Dios, que
sepáis estos días y siempre ser adoradores de su Niño, servidores de su existencia histórica en
el Pobre, discípulos aventajados de su Palabra, aceptando que os empape todo vuestro ser:
cuerpo, alma y espíritu, el Espíritu Divino. Viviendo con este estilo, vuestra Navidad, la de este
año y la de siempre, os llenará de gozo.