¿Y ELLAS, QUÉ? ENAMORAMIENTO DESDE SU REALIDAD
Padre Pedrojosé Ynaraja
¿Y ellas, qué? Enanoramiento desde su realidad.
Me he estado refiriendo a la vocación sacerdotal y no sé porqué he derivado a unas
situaciones mías peculiares. No creo que el celibato, por más que se hable de ello,
resulte ser la dificultad fundamental para el que ha escogido el presbiterado en la
Iglesia latina. Ahora por honradez, debo acabar el tema, lo miraré desde otro
ángulo, el femenino. ¿Cómo puede reaccionar la mujer, cuando no es
correspondida? Infinitas serán las actitudes, me referiré a algunas.
Me lo confió ella, era una jovencita atractiva, enamorada de un chico dotado de
grandes valores. Su vivencia era emocional, apasionada, sin ninguna experiencia
entre ambos a nivel físico. En una palabra: una parejita de novela. Acabando el
bachillerato, él le dijo que pensaba entrar en el seminario. La reacción de ella, y de
aquí que me lo explicase, fue creerse traicionada por Dios. Él arrebataba aquel a
quien ella más quería. Era su rival, sin que por ello perdiera la Fe. El sufrimiento,
las neurosis, eran intensas. Traté de que mi amistad supliera sus carencias. Los he
perdido de vista, sé que el chico abandonó sus estudios. La lesión que este hecho
supuso en el corazón de ella, me sirvió para ser precavido.
En el extremo opuesto, en este caso quien me lo explico fue él, el amor estaba más
consolidado, también la edad mayor. Dejaba una profesión segura y digna, porque
se sentía llamado por Dios a una vida de consagración total. Me confió que la
reacción de la chica fue preguntarse si también a ella Dios la llamaba. Fue una
etapa de interiorización y búsqueda de la fidelidad que la ocupó un año. Pensó que
el Señor la llamaba al matrimonio. Pasó un tiempo y se volvieron a encontrar, todo
eran buenos recuerdos, que derivaron a una sincera amistad. Le pidió que bautizara
a su primer hijo y muy complacido él accedió.
Ahora una experiencia personal. Ni ella ni yo éramos chiquillos. Reconocía que su
novio, solapadamente, la había abandonado. Su corazón sangraba. Había sufrido
antes maltratos físicos por parte de su padre. Se sabía atractiva, había ganado
algún concurso de belleza. La confidencia a mí aliviaba su interioridad,
simultáneamente germinaba un atractivo. Al final de una larga conversación, quiso
que me fuera a la cama con ella. Sabía yo que herir su sensibilidad era peligroso.
Logré que me comprendiera, sin enfadarse. Al día siguiente al salir de la iglesia, me
dijo feliz: hoy he ido a misa, hacía muchos años que no asistía. Al cabo de unas
horas yo le decía: ¿te das cuenta de que si te hubiera hecho caso, ahora no me
sonreirías ni serías mi amiga?.
A las jóvenes, como a hermanas, con toda pureza Este consejo de Pablo a Timoteo
ha sido siempre mi lema (I Ti 5,2). Claro que a mí se me concedió la gracia de
tener hermanas mayores, cosa de la que no todos gozan.