Sobre “increencias” y “creencias”
P. Fernando Pascual
26-1-2013
No creemos en muchas cosas. No creemos, por ejemplo, que este político dice la verdad cuando
promete que no aumentará los impuestos. No creemos en aquel banquero cuando afirma trabajar por
el bien de los inversores y no por intereses privados de especuladores sin escrúpulos. No creemos
en ese agitador social que dice defender la justicia cuando ataca a otras personas sin conocer ni
siquiera cómo se llaman ni qué han hecho.
Las situaciones de “increencia”, o “no creencia”, son muy abundantes. Valen para personas y para
ideas. Se aplican a teorías filosóficas o a propuestas científicas. Llegan a lo lejano o a lo cercano:
¿cómo creer a aquel familiar que cien veces ha prometido que dejará de emborracharse para luego
pisotear su promesa con un cinismo que hiela el alma?
La increencia también afecta al mundo de las religiones. En primer lugar, porque uno no puede
creer en todas las religiones al mismo tiempo para no caer en contradicciones absurdas: en un
corazón no cabe decir sí a un Dios Uno y Trino (como en el cristianismo) y al mismo tiempo a un
Dios sin Trinidad (como en el Islam).
En segundo lugar, porque hay personas que no creen en ninguna religión: consideran que el mejor
camino para existir y actuar honestamente consiste en seguir la propia conciencia y en usar de modo
adecuado esa capacidad de pensar que caracterizaría a la especie humana.
Nadie, sin embargo, puede vivir en una increencia absoluta: cada ser humano camina desde la
aceptación de algunas convicciones que no son evidentes pero que pueden ser acogidas desde esa
capacidad de creer, a un nivel meramente humano, que tenemos todos.
Por eso creemos en la bondad del vendedor que nos ofrece un alimento sano. O en la
profesionalidad de un médico que analiza nuestra situación. O en la sinceridad de un periodista que
ha verificado los datos antes de preparar una nota informativa.
Sí: cada ser humano vive con cientos de creencias naturales. Como también muchos (no todos, pero
seguramente la mayoría) cree en la existencia de un Dios que se interesa por los seres humanos, que
explica la posibilidad de una justicia para las víctimas, que da esperanza a lo que existe más allá de
la muerte, que ha llegado a visitar el mundo con el nombre más maravilloso que entusiasma a
millones de cristianos: Jesucristo.