¿Y LOS DIÁCONOS?
Padre Pedrojosé Ynaraja
En mis tiempos, ¡tiempos aquellos que no volverán!, una pregunta de rigor hecha por quien
ejercía autoridad, era la siguiente: ¿para qué deseas ordenarte de diácono? Y la respuesta, si
deseaba que continuase el interrogatorio, debía ser: para después ordenarme de presbítero.
(Lo curioso del caso es que al pretender acceder a este último, nunca se nos exigía contestar:
deseo ser sacerdote para después ser obispo. ¡olvidemos la expresiva ironía! . En clase de
liturgia estudiábamos en qué consistía el ejercicio de este sacramento, puro paso corto en la
carrera eclesiástica. Muy poca cosa suponía recibir el diaconado. Confieso que hasta se me
riñó por haber ejercido esta función en una misa solemne en sufragio de un sacerdote hoy
venerado y elogiado. ¡tiempos pasados!
A continuación, va una boutade. El Concilio Vaticano I definió como dogma de Fe, la
infalibilidad del Papa. Nuestro profesor de teología dogmática nos decía: por tanto, ya no es
necesario ningún Concilio Ecuménico (sic). A partir de entonces, empezó a crecer el prestigio
de muchos obispos y hasta ciertas rivalidades entre ellos. Tuvieron algunos especial
protagonismo. Llegó el inesperado y sorprendente Vaticano II y recordó y urgió, entre otras
cosas, la Colegialidad Episcopal. Desde entonces, y crece con ímpetu, figuraron como
definidores de tendencias, equilibradas o excéntricas, los presbíteros. También esta
sorprendente asamblea, reinstauró el diaconado permanente, aunque muchos no lo tengan en
cuenta. Tal vez se precise un Vaticano III.
No hay que olvidar que, si bien el “primer santo” fue un laico-delincuente (el buen ladrón), el
segundo en el tiempo, fue un diácono mártir San esteban. Tampoco se puede ignorar que la
institución del diaconado masculino, fue de época apostólica. El libro de los Hechos de los
Apóstoles nos narra con detalle cómo se efectuó. Tampoco deberíamos desconocer el
enigmático nombre de diaconisa, citado en Ro, 16,1 y sacar posibles consecuencias. La
historia eclesiástica, va nombrando, especialmente entre los datos biográficos de ciertos
obispos de Roma, los diáconos que ordenaron, en algunos casos, en mayor número que los
presbíteros.
Cambio de tercio. Si uno pregunta, o recibe la consulta, respecto a qué es un diácono, la vox
populi, dice: es una especie de sacerdote que está casado, que puede bautizar, dar la
comunión, celebrar bodas y presidir entierros, pero no confesar ni decir misa. ¡ingenua
ignorancia!
En la práctica eclesial uno los ve en celebraciones, especialmente presididas por un obispo,
ejerciendo funciones litúrgicas de ayudante personal o de “jefe de protocolo”. Y he de confesar,
que, es mi opinión personal, lo hacen bien y si uno está concelebrando, se siente más seguro
en el cumplimiento de las rúbricas.
Tal vez paradoja. En su origen, dicen los Apóstoles: No parece bien que nosotros
abandonemos la Palabra de Dios… Buscad a siete hombres…llenos de Espíritu y de sabiduría,
y los pondremos al frente de este cargo (se refiere a la atención de los desamparados)
Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra (He, 6,1). Pero en muchas
celebraciones, observamos que quien proclama el evangelio es un diácono. Uno se pregunta
¿no hay pobres, por ahí para que los vaya a atender y deje para nosotros la oración y el
ministerio de l a Palabra?.