PAPA BENEDICTO XVI
Padre Pedrojosé Ynaraja
¡Se ha escrito tanto estos días sobre su renuncia! Pretender decir algo original es imposible.
Tampoco, a estas horas, vae la pena. Pero lectores amigos me han dicho: ¿escribirás algo
sobre Él? Ni puedo defraudarles, ni quisiera que un posible silencio mío, se interpretara como
devaluación de su gesto.
Retrocedo a uno de los primeros recuerdos de mi infancia. Interrumpió su trabajo profesional mi
padre y entrando en casa, dijo: Carmen, ya tenemos Papa. Mi madre: ¿Quién es? Contestó él:
su secretario. Siempre pasa igual, dijo ella. Se trataba de PioXII, el “pastor angelicus”, el que se
atrevió a salir del Vaticano y adentrarse en Roma, pretendiendo con ello dar consuelo y evitar
mayores males a la población, entre otras proezas. Era un gran intelectual. El protocolo le
exigía, por aquel entonces, una soledad que hoy nos cuesta entender. Comía, es simple
anécdota, acompañado de dos pajaritos. Tuvo gestos que eran atrevidos para aquellos
tiempos. Pero vivía distanciado. Llegó Juan XXIII, sorprendió al principio y decepcionó también.
Su figura carecía de atractivo. Sus primeras iniciativas sorprendieron. Un Concilio y un Sínodo
romano. Del segundo nadie se acuerda, afortunadamente, fue total fracaso. Empezó a
deslumbrar luego. Todavía hoy le admiramos. Pablo VI, decía él mismo que no era fotogénico.
Tuvo la osadía de ir a la ONU y a Tierra Santa. Juan Pablo II no tuvimos tiempo de apreciarlo.
Juan Pablo II, un terremoto. Benedicto XVI, recibido con suspicacia.
Siempre he recordado la frase de mi padre: TENEMOS Papa. Algo apreciable, importante para
nuestra Fe y piedad, algo que concernía a nuestra familia, sí.
He dicho y repetido muchas veces que no me interesa ver al Papa. Fui a Valencia y múltiples
pantallas me lo impedían. Un sábado a las 17 me fui a Madrid y el domingo a las 11 ya estaba
celebrado misa en casa. En la Basílica de la Sagrada Familia que él inauguro y yo concelebré,
solo vi su mitra. En Madrid, durante las JMJ a las que asistí con credenciales de sacerdote y
prensa, lo vi de muy de lejos. De nada de lo contado me arrepiento. En plan chusco siempre he
dicho: no me interesa ver al Papa, me gusta más Claudia Schiffer.
Parecerá que lo dicho hasta aquí es incoherente, me explicaré. Desde Pio XII hasta el presente
he admirado al sucesor de Pedro, que preside la Iglesia, Esposa Amada del Señor. Pese a lo
que muchos dicen, parece que no puede atribuírsele el calificativo de Vicario de Cristo. Ya he
dicho que no tengo interés en verle. Lo que deseo es ESCUCHARLE Y REZAR CON ÉL. Para
lograrlo viajo y asisto. Santa Teresa de Lisieux, en una carta que dirige a una familiar suya, le
dice ¡qué bien! Cuando dentro de poco estés en el Carmelo, nuestra oración multiplicará su
valor. Es un criterio evangélico: cuando dos o más os reunís…También rezo cada noche, junto
al sagrario por Joseph Ratzinger. Por el hombre que “está dentro” y que debe cumplir en la
Iglesia una gran responsabilidad a la que ha sido llamado. Muchas veces pienso, me expreso
en metáfora, que nadie se lo tome al pie de la letra, si ahora hablara con él tendría que tratarle
de “santidad” y de usted, tendría el tiempo cronometrado… pero llegará un día en que nos
encontremos en la Eternidad, santos entre los santos, y yo le recordaré en cuantas ocasiones
hemos estado cerca, hemos rezado vísperas juntos o hemos concelebrado. Aquel día le diré
que lamenté que en su preciosa encíclica consagrada al amor, no dedicara unos párrafos al de
amistad. Le confiaré que en el encuentro de Ratisbona, le vi hablar entusiasmado con una
señora que debía ser una antigua compañera de docencia y sentí envidia de su amistad. Me
fijé también en el respeto con que escuchaba a la coral universitaria que cantaba un góspel,
pero la cara de satisfacción que puso cuando le dedicaron una polifonía clásica. Le contaré que
me interesaban tanto estos gestos, que aquel día, y en otras ocasiones, estaba conectado por
dos satélites y por internet. Lo que dijo, esperé a leerlo con detenimiento más tarde. Estoy
seguro de que allí, recuérdese que es metáfora, conmigo, hablará con la misma satisfacción
que con tantos jóvenes como le he visto hacerlo en la tierra. Sin tratamientos, sin control de
tiempo. Santos en la Eternidad, junto a Dios. Para que esto sea posible, continúo rezando, pido
que no le falte coraje. Estoy harto de tanto comentario intrigante. Pronto, relatos vaticanos de
este tema, me los encontraré hasta en la sopa.
Creo que, sin decirlo explícitamente, se habrá entendido que mi amor y admiración por Él son
muy grandes.