ODRES Y DIACONADO
Padre Pedrojosé Ynaraja
Ambas cosas no pegan ni con cola, se me dirá, y con razón. Referirme a la primera
me permitirá simbólicamente hablar de la segunda. Y el lenguaje simbólico es
genuinamente humano.
Desollado el animal por el pastor, no tiraba la piel, le resultaba útil para vestirse y
trasportar líquidos, especialmente vino. El cuero embadurnado con asfalto era
impermeable. Anudado lo que había recubierto las 4 patas, era un cuenco,
resistente a caminatas. Más tarde, se logró sacar la badana casi entera y recubrirla
de pez, era ya hermético. Desconocía el hombre primitivo buenas formas de curtido
y la piel se agujereaba al más leve pinchazo o se volvía quebradiza y se rasgaba.
En mi juventud, existía el oficio de botero en cualquier población, hoy ha
desaparecido. Pero la elaboración del vino continua, el proceso es el mismo, la
diferencia está en que se almacena en cilindros inoxidables, se envejece, si
conviene, en barricas de roble y le llega al consumidor embotellado. Nadie piensa
ya en mejorar la calidad de los odres.
Pienso, y cambio de tercio, en el diácono Esteban, protomártir en la incipiente
comunidad de Jerusalén. En Lorenzo, administrador y ejecutivo de la de Roma
imperial. En Benito de Nursia, padre de Europa, que supo captar y mejorar lo mejor
de los del desierto y, puesto por escrito, sirvió de orientación al monacato
occidental. En Francisco de Asís que rompió murallas, se acercó al pueblo y le
contagió sus intuiciones de pobreza, piedad y alegría. No multiplicaré ejemplos.
Modernamente, el diaconado era un simple peldaño transitorio en la vida de de
cualquier seminarista. Una pena.
El Vaticano II lo reinstauró. Quiso vislumbrar nuevas vocaciones, pero ha faltado
intuición y, generalmente, el diácono ejerce de presbítero disminuido. La puerta
está abierta, es de esperar santos geniales que la traspasen y anuncien nuevas
formas, no meras reformas.
Ponía ejemplos la semana pasada. Vuelvo de nuevo. Urgen diáconos para
administrar los bienes de la Iglesia. Se encarga labores de este género a seglares
competentes, pero carentes de visión eclesial. Se conservan patrimonios, piedras
arqueológicas y bellezas museísticas. La gente valora el precio de estas
propiedades y piensa que una iglesia de tal género ni es creíble, ni le interesa.
Heredarán generaciones posteriores, techos, paredes y utensilios. Todos pagarán
para verlas, pero la piedad y la vida sacramental habrán enmudecido.
La dirección de un hospital cristiano debería encomendarse a un diácono, la de una
publicación cristiana, también. Por supuesto la responsabilidad de Caritas y Manos
Unidas y tantas otras ONG, lo mismo. No multiplico ejemplos. La Gracia
sacramental y la Caridad, el equilibrio sentimental, propio de una vida familiar y los
estudios académicos que le den competencia, serán los medios que permitirán que
el diácono cumpla su ministerio. Los presbíteros y los religiosos, evangelizarán,
darán testimonio profético y los primeros presidirán la liturgia sacramental,
Eucaristía, Penitencia, Imposición de manos y Unciones. Excelente tarea le espera a
la Iglesia que pronto presidirá el nuevo Papa.