¿Por qué nos gusta tener razón?
P. Fernando Pascual
9-3-2013
Tener razón significa que estábamos en la verdad. O, al menos, que estábamos más o menos cerca
de la verdad.
¿Por qué nos gusta tener razón? Porque uno descubre que tenía ideas claras, que había analizado
bien el problema, que había superado un prejuicio, que no se dejó engañar por informaciones
inexactas, que pudo decidir según lo mejor y más verdadero.
¿Va a llover esta tarde? La duda surge. Unos dicen que sí, otros que no. Tomo el paraguas. Tenía
razón: el paraguas fue mi ayuda en medio de un chaparrón torrencial.
En cambio, no tener razón causa desasosiego. Creímos a un amigo, y nos engañaba. Aceptamos
como válida una noticia, y resultó un engaño periodístico. Supusimos que era mejor este zapato que
el otro, y a los dos días ya teníamos una herida en los pies y una grieta en la piel del zapato.
No tener razón lleva a choques más o menos serios con la vida. Porque al final la verdad se impone.
Por más que pensemos que esa enfermedad no ha entrado en mi cuerpo, si estoy enfermo tarde o
temprano tendré que pagar las consecuencias.
Por eso queremos tener razón: para estar en la verdad. Lo cual significa una ganancia en mi mente,
en mi corazón, en mis acciones, en mi trato con los demás.
Hay veces, sin embargo, que nos gustaría equivocarnos. ¿No nos ha pasado que creímos un chisme
de un amigo y luego comprobamos que era falso? En esos casos, no tener la razón alivia: superamos
un prejuicio. Aunque, a decir verdad, sentimos cierta pena precisamente porque, al haber creído que
era verdadero lo falso, pusimos en peligro una amistad quizá fraguada durante años de trabajo y
colaboración.
Por eso, en el fondo, siempre deseamos tener razón, también cuando la sospecha de que aquel banco
iba a quebrar nos ayudó a no invertir en el mismo los pocos ahorros de los últimos meses de trabajo.
En definitiva, nos gusta tener razón al pensar y al actuar. Sólo en la verdad conseguimos una vida
plenamente humana. Sólo en ella, como enseñaba Cristo, somos realmente libres (cf. Jn 8,32). Sólo
en ella conseguimos invertir nuestras energías interiores en metas buenas y avanzamos hacia el
encuentro con un Dios que es Camino, Verdad y Vida.