JESÚS DE LA AGONÍA
¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Jesús respondió:”Id y
contad a Juan lo que habéis visto y oído… y feliz el que no se escandalice
de mí” (Mt 11,2-6)
Esta Semana, llamada Santa, se inicia con el Domingo de Ramos, en que se
celebran dos aspectos fundamentales del misterio pascual: La vida o el triunfo, con
la procesión de las palmas y ramos en honor de Cristo Rey; y la muerte o el
fracaso, con la lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos -la
de Juan se lee el viernes-. Desde el siglo V se celebraba en Jerusalén, con una
procesión, la entrada de Jesús en la ciudad santa, el denominado «Domingo de
Ramos», poco antes de ser crucificado.
La Semana Santa también se compone, aquí, en España, de representaciones
y procesiones en conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo,
fruto de la tradición religiosa y de la piedad popular, sencilla y honda; y, así, con
Machado y Serrat canta: ¿ Quién me presta una escalera, para subir al madero, a
quitar los clavos a Jesús el Nazareno ? Y, en Andalucía, por sus calles y plazas,
llenas de algarabía y fervor, se ven pasar solemnes en sus tronos los Cristos y
majestuosas las Vírgenes, venciendo el cansancio y la fatiga del peso y la caminata.
Mientras por las esquinas y desde los balcones van saltando al aire primaveral las
saetas en encendidas gargantas de hombres o mujeres que lloran el dolor de la
Madre por el Hijo Crucificado, voces limpias, sin palmas, sin guitarra, que trasmiten
una emoción tan honda como el arrepentimiento y el llanto: “ No eres tú mi cantar,
pero me llegas muy adentro, cantar de la tierra mía que echa flores al Jesús de la
agonía ”. En esos cantos populares, sube al cielo el incienso de la fe de nuestros
mayores, reflejo de la pena interior que siente la gente al rememorar la Infinita
Pasión de Cristo, misterio esencial del nacer, amar y morir del creyente. Es el
sufrimiento sin límites del Hijo del Hombre o la pena de cauce oculto y madrugada
remota, según otro poeta.
El evangelista Juan dice: “ Existía la luz verdadera, que ilumina a todo
hombre ”. “ Yo soy la luz del mundo; el que me siga, no andará en tinieblas, sino que
tendrá la luz de la vida ” (Jn 1,9; 8,12). Jesucristo que impartió la misericordia, que
mandó el amor y murió dando el perdón, nos invita que hagamos lo que hemos
visto y oído; mirad cómo he amado y lo que yo he hecho; no he hecho una
revolución cruenta, no he traído al mundo la agresión y las armas; he cambiado el
mundo con la fuerza del amor al prójimo, el gran camino de luz a lo largo de los
milenios"; es la luz que debe animar la relación entre todos los pueblos de la tierra,
la convivencia universal en un mundo sin fronteras; pues "lo que cambia al mundo
no es la revolución violenta, ni las grandes promesas, sino la silenciosa luz de la
verdad", proveniente del Dios cercano que nos da la certeza de que no caemos en
el olvido, como si el hombre fuera un producto de la casualidad.
A este Dios, dijo el Papa, debemos acercarnos, para convertirnos en "una de
las luces más pequeñas" que él enciende en la historia y así traer, en la vigilia
activa de la espera, luz al mundo. La luz que ha venido para iluminar a todo
hombre. “ Yo soy el camino la verdad y la vida ”, sigue diciendo Jesús en nuestras
calles a través del Cristo de los Gitanos, el Señor del Gran Poder, el del Silencio o el
Cautivo. No ha sido la laicidad, sino la tradición que ha convertido hace siglos la
religión católica en fundamento de nuestra vida, como lo expresan con emoción los
costaleros que llevan a hombros al Cachorro, a la Macarena o a la Virgen de las
Angustias.
Camilo. Mudarra