CARISMA, VOCACIÓN Y ESTADO
Padre Pedrojosé Ynaraja
Tal vez debería modificar el orden. Carisma es un “don para”. El gran don que
recibe el bautizado es el Espíritu Santo. Un don que se posesionará, si se le deja,
de la totalidad de la persona, que será esencial, si quiere permanecer en el seno de
la Iglesia, que le constituirá y estructurará santo. Imprescindible y común don para
todos, lo de carisma vendrá después.
Si la exigencia de la santidad es común, cada persona recibe una llamada a él
dirigida. Percibe indicios que van siendo, a medida que avanza, más precisos. En
este terreno sí que existen diferencias. El hombre es, o debe ser, nómada, beduino
de eternidad. Pero, a medida que su vida transcurre, va descubriendo nuevos
paisajes, nuevos atractivos. Hasta en el desierto arenoso, es capaz de abrir
caminos y contemplar distintos panoramas. A esta dinámica llamamos vocación o,
mejor, fidelidad a la propia vocación. Que debe respetar la que prosiguen otros, tan
dignas y excelentes como la suya, si es que responden a la voz de Dios.
El devenir humano debe suponer crecimiento. Por viejo que uno pueda ser, Dios le
será cada vez más atractivo. Eso es ser santo. Y no debe conformarse nadie con
menos. Le decían a uno: ¿quieres ser bueno? Y contestaba: claro que sí. ¿Quieres
ser santo? Hombre, tanto como eso, no. La respuesta, pese a ser antigua, sigue
siendo actual. Lamentablemente, se escoge, sin decírselo explícitamente, la
mediocridad. Con ello se mueve cómodamente por el consumismo y a nadie
incomoda.
Si uno no sabe hacia dónde debe ir, ni se provee de brújula, altímetro o navegador
por GPS, no podrá recorrer grandes distancias acertadamente. Sin la mirada puesta
en Jesús, sin el respiro acompasado de la oración, sin saciar su sed y hambre con el
Maná Celestial, raramente avanzará.
Llegado un momento de su historia, el humano escoge. Toda opción supone una
renuncia. En algunas cosas, más que escoger, se encuentra, se aficiona, goza. Pero
es preciso que se examine y valore, para no convertirse en esclavo de ellas. Estoy
pensando en las aficiones. El ser humano es el animal capaz de entusiasmarse. Tal
vez la más común sea coleccionar, pero no la única. El hombre sin organizar sus
entretenimientos, es presa de vagos pasatiempos, el más común la Televisión, que
complementa navegando sin sentido por Internet.
Un día se encuentra situado en un estado civil determinado. Si ha llegado a él falto
de vocación y carente de aficiones, rendirá poco. Que se suponga que un, monje,
monja, fraile, religiosa o presbítero, ha llegado a serlo respondiendo a una
vocación, es evidente, pero no siempre ocurre así. Que uno se encuentre ya
casado, sin ella, es situación bastante común, peliaguda y peligrosa. (continuaré)