La historia de las letras
Un cuento para aprender
Pbro. José Martínez Colín
Un lector me envío un bonito y original cuento que, aunque no
dice el nombre del autor, tiene una valiosa moraleja. A continuación lo
transcribo con leves variaciones.
Hace ya mucho tiempo, muchos miles de años, que las líneas
lograron organizarse y formar letras. Al principio fue muy difícil para
ellas. Se requirió que renunciaran a su individualidad, para depender
unas de otras. Lo aceptaron y terminaron por alegrarse gracias a la
posibilidad nueva que adquirieron.
Originalmente surgió la A, luego la E y la I, y las otras dos
vocales; y unas a otras se oyeron con placer; aunque, a decir verdad,
con cierta envidia, al compararse unas con otras. Así también brotó la
B, la C y la D, y con ellas sus hermanas consonantes, hasta alcanzar la
Z. Se sentían un poco inferiores, porque su sonido no era como el de
las vocales; pero al fin aprendieron a depender de éstas, y así también
empezaron a sonar.
Hubo una hermanita muda, con frecuencia olvidada, la “h”, que
no era ni vocal ni consonante; y llegó también la Y, extranjera hasta en
su nombre, y orgullosa de llenar las dos funciones.
Total: El abecedario estaba listo, e incluía rarezas como la X, de
múltiples sonidos; la extraña K, que apenas si se usa; la W, extranjera
también; la Ñ, de dos trazos; la CH y la LL, que siempre ocupan doble
espacio, y la R, con dos sonidos y dos looks: R y RR.
Nada tenían que hacer aquellas letras, y parecían felices en su
ocio: Pero no por siempre… Dos de ellas discurrieron unirse, y
llamaron a sus dos gemelas y, así, por primera vez se pudo leer MAMÁ.
A unas no les pareció bien perder su independencia, al tener que
aceptarse y adaptarse unas a otras. Pero se convencieron que valía la
pena, para llegar a ser algo más que un sonido: un concepto.
Aprendieron, pues, a tolerarse, y así hubo PAPÁ, AGUA, PAN y
luego hubo también VINO; con lo que se inició el Reino de la Palabra y
la Alegría.
Aun la H misma, la muda, fue aceptada; pues sin ella no podía
escribirse HIJO, ni HERMANO. Y habiendo PAPÁ, MAMÁ, HIJOS y
HERMANOS, empezó el Reino del Amor.
Muy difícil fue el proceso de la U, que por sí misma ya sonaba
sola. Andaba en la NUBE y en la LUNA, y se le invitó a una renuncia
nueva: volverse muda con tal de que pudiera haber JUGUETES y
GUITARRAS, para goce de niños y de enamorados. Además, se le pidió
que aceptara dos puntitos cursis para que llegara la CIGÜEÑA... Y
todavía hay quien le reprocha que por ella llegaran la GUERRA y la
VERGÜENZA.
Con el tiempo, las letras aceptaron incluso un código ortográfico,
que aunque las limitaba les daba belleza y orden.
Cayeron en manos de seres superiores, que usaron de ellas en
sus libros, y aun se esmeraron para embellecerlas y adornarlas. Así
quedaron a veces sublimadas y otras no tanto: integraron la Biblia y el
Quijote, Edipo Rey, varias Constituciones y en la Prensa diaria de todos
los países.
Por ser útiles, murieron a sí mismas. Y hoy atraviesan el mundo
haciendo posible la aldea global. ¡Benditas letras, que supieron
aprender a tolerarse y a convivir unas con otras! Sólo así se volvieron
inmortales.
¿Podremos algún día los seres humanos llegar a renunciar a
nosotros mismos para amar a los demás?
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