COMIENZO AGRADECIDO
Posado en una pequeña rama de un árbol lo encontraron las primeras horas
del día.
Lentamente comenzó a retirar su cabeza de debajo de una de sus alas.
Así se fur rompiendo aquella pequeña bolita de plumas.
Nadie, a cierta distancia, podría decir que aquel amasijo de plumas era un
pequeño gorrión pasando una noche más.
Sus plumas erizadas le hacían parecer una pequeña bolita gris de algo
extraño con nada parecido a un ave.
Con todo el día por delante se comenzó a acicalar para vivir con dignidad
una jornada más de libertad, búsquedas, sol y vuelos.
Las hojas que le rodeaban transpiraban la humedad que la noche había
dejado depositas sobre ellas.
Con rápidos movimientos de su pico fue alisando y ubicando una a una de
sus erizadas plumas.
Poco a poco fue adquiriendo su forma de gorrión.
Era, ahora, un pequeño gorrión posado sobre una rama.
Terminó de acomodar sus plumas y se sacudió una vez, dos veces, tres
veces.
Él se agitaba con vehemencia pero lo suyo era tal sutil que la fina rama ni
se movió.
Cuando concluyó de sacudirse levantó su cabeza en dirección al saliente sol.
Primero fueron unos chilliditos.
Quizás necesite, también, acomodar las cuerdas de su garganta.
Al comienzo, entre un chillido y otro, había un lapso de silencioso tiempo
que se fue acortando con la reiteración de aquellos chillidos.
Sabe lo que le espera.
Un largo tiempo a la intemperie. Un largo tiempo a la inseguridad y los
riesgos.
Con el sol dando de lleno en las cornisas.
Con los techos calientes de puro sol.
Con la constante posibilidad de vientos perturbadores.
Sabe lo que le espera.
Un largo tiempo de búsquedas. Un largo tiempo a la novedad de lo que ha
de poder encontrar.
No tiene comida almacenada.
No sabe de agua fácilmente disponible.
Todo, para él, debe ser búsquedas constantes.
Búsquedas con incertidumbres.
Búsquedas colmadas de riesgos.
Sabe lo que le espera puesto que ello es parte de su jornada.
Pero aún no ha comenzado su jornada y aquellos iniciales chillidos se han
convertido en canto.
Un canto prolongado y por demás particular.
Canta saludando al nuevo día.
Canta agasajando al sol.
Canta porque, una vez más, está maravillosamente vivo.
Canta sin ignorar la intemperie en la que vive y las búsquedas que le
esperan un poco más allá de las ramas y las hojas húmedas.
Canta y su canto adquiere más y más vértigo y fuerza.
Canta y su canto es gratitud y gratuidad.
Canta y su canto es su forma necesaria de comenzar el día.
Canta y su canto es invitación a otros cantos.
Canta y, parecería, por sobre los techos de algunas casas y las hojas de los
árboles, el sol se asoma presuroso de luz y calor para escuchar aquel canto.
Parecería como que el sol, a toda prisa, adquiere más y más luz para
escuchar aquel canto.
El sol le da de lleno y él, ensimismado en su canto, entreabre sus alas para
cantar con más potencia.
Repentinamente se calla.
Abre sus alas y se agita nuevamente para dejar al sol entrar en sus plumas.
El sol se hace comunión con él.
Emprende vuelo.
Sale, lleno de sol, en busca de la intemperie, la libertad y sus búsquedas.
Padre Martín Ponce de León SDB