Sobre la metodología educativa
P. Fernando Pascual
27-4-2013
A la hora de pensar un sistema educativo, un tema importante se refiere a los métodos, con los que
se busca responder a la pregunta: ¿cómo enseñar?
La pregunta por el método, sin embargo, surge tras otras preguntas que la preceden: ¿quién enseña?
¿A quién? ¿Sobre qué?
En otras palabras, cualquier reflexión sobre la metodología surge a partir de una serie de temas más
importantes, pues se refieren al núcleo de cualquier enseñanza: alguien desea enseñar algo a otro ser
humano.
Sin detenernos en esas preguntas, volvemos la mirada al método: ¿cómo enseñar?
La pluralidad de sistemas educativos evidencia que son diferentes y variadas las propuestas
ofrecidas para elaborar buenos (al menos en principio) métodos educativos.
Algunos, por ejemplo, proponen un método más “clásico”: conferencias y clases en las que se dirige
de cerca el trabajo de los estudiantes. Otros prefieren métodos más dinámicos, con menor atención
hacia los contenidos y mayor hacia las competencias y habilidades. Otros lanzan a los estudiantes a
la búsqueda personal de los diferentes argumentos, de forma que luego puedan discutir en común
las respuestas encontradas.
Si, además, traemos a colación los estudios sobre la psicología de la educación, sobre la pedagogía
y sobre la psicología evolutiva, con teorías no siempre concordes, tendremos ante nosotros un
cuadro sumamente complejo de teorías y de proyectos educativos.
Por eso, frente a la pluralidad de propuestas, hace falta ir a fondo: ¿qué significa educar? En el
fondo, se trata de guiar y conducir a un ser humano desde un estadio de ignorancia (o de un saber
insuficiente) hacia un estado de saber (o de un saber al menos más adecuado y maduro).
Esta definición, que encuentra sus raíces en el pensamiento de Sócrates y de Platón, conserva una
actualidad sorprendente. Hoy, como hace miles de años, los seres humanos son conscientes de la
diferencia que existe entre no tener y tener un saber, y de la ayuda que unos seres humanos pueden
ofrecer a otros en el camino hacia la adquisición del conocimiento.
Desde esa definición, y desde la mano del pensamiento platónico, es fácil reconocer que no todos
enseñan de la misma manera, que no todos aprenden con un mismo método, y que diferentes
disciplinas requieren diferentes modalidades de enseñanza. Es decir, el pluralismo de métodos es
irrenunciable desde un reconocimiento de las diferencias entre los actores que participan en la
educación y los diferentes contenidos que se quieren transmitir.
¿Cómo distinguir qué método sea más adecuado? Aquí radica uno de los grandes retos para todo
educador, tanto en el pasado como en el presente. En forma de bosquejo, se podría señalar que un
método será bueno si está atento a los siguientes aspectos.
En primer lugar, a las personas que intervienen. Un método educativo debe adaptarse tanto al
“maestro” como al “discípulo” de la mejor manera posible para ambos.
En segundo lugar, el método debe respetar la naturaleza del argumento que se quiere enseñar. En
palabras que arrancan desde una reflexión de Aristóteles, no es correcto enseñar matemáticas de
modo retórico, como tampoco se debe enseñar ética como si fuese geometría.
En tercer lugar, el método tiene que calibrar la situación concreta en la que se desarrolla cada
evento educativo. Esa situación puede variar enormemente incluso cuando los agentes que
participan en una escuela son los mismos. Basta a veces un cambio en la presión atmosférica para
que se haga necesario una adaptación metodológica en el aula...
En cuarto lugar, el método no puede dejar de lado las expectativas que los padres de familia y la
misma sociedad tienen respecto de los resultados educativos. Desde luego, no todas las expectativas
son correctas ni realistas, pero no podemos dejarlas de lado.
En quinto lugar, es necesario tener presente la mayor o menor facilidad con la que los alumnos (en
grupo y de forma personalizada) pueden acceder a informaciones sobre los diferentes temas
propuestos para ser enseñados. Esa facilidad ha visto un aumento significativo allí donde el acceso a
Internet y a otras realidades informáticas ofrece un mundo casi inabarcable de informaciones de
todo tipo (buenas, regulares y malas).
Aunque sea en forma de bosquejo, una reflexión sobre el método no puede dejar de lado estos
aspectos. Desde una adecuada profundización sobre los mismos será posible no sólo mejorar la
dinámica de la enseñanza, sino conseguir los resultados esperados: un mejor aprendizaje de saberes
que, si han sido bien escogidos, tendrán un valor importante en el desarrollo personal de cada uno
de los alumnos.