MADRE
¡Quién pudiese tener cierta capacidad!.
¡Quién pudiese saber volcar en unas líneas los sentimientos!.
¡Quién pudiese saber decir sin la necesidad de decirse!
Uno sabe que es una cuestión puramente comercial pero........ resulta casi
imposible sustraerse a tal hecho.
Mírese por donde se le mire mañana es el día de la madre y todo lo demás
se diluye ante tal realidad.
Ante tal fecha un sinnúmero de sentimientos van y vienen en una
prolongada renovación de sensaciones.
Sensaciones donde se entremezclan realidades con todo eso que dice
alguna voz interior cuando se evoca a la madre.
La madre es casi un ser sin rostro y sin tiempo.
Como que no necesita de rostro o de tiempo para ser prolongada presencia.
Como que no necesita de rostro o de tiempo para ser continuada realidad.
Es un ser de todos los momentos y de todas las situaciones.
Es un alguien constantemente presente con mil detalles y un sin número de
colores.
Parecería como que siempre tiene un espacio para regalar una sencilla
palabra, un tierno mimo o una silenciosa presencia.
Siempre posee la capacidad para un algo más. Una entrega más, una
renuncia más, un sacrificio más.
Cuando uno dice de la madre dice de ternuras, de silenciosas entregas y de
tareas sin pausas.
Es la lámina que aparece hecha en la mañana. Es el mapa que se llena de
colores durante las horas silenciosas de la noche. Es la ropa que se
encuentra reparada de la noche a la mañana.
Decir de la madre es comenzar a entonar un canto a la vida que ella, desde
su vientre fecundo, hizo rostro, voz y sonrisas.
Por entre el arco iris de la vida van surgiendo mariposas de brillantes
colores que hacen de su vida una prolongación hecha vida creciente. Por
ello es que lo suyo es una realidad sin tiempo.
Es la más directa colaboradora de Dios en cuanto a prolongadora de la vida.
Es la más directa colaboradora de Dios en esa ardua tarea de ser
constructora de personas.
Sin duda es de las primeras voces que uno aprende a reconocer, es el
primer aroma que uno identifica, es el primer cobijo en el que uno se
refugia y crece.
Sus manos, su voz, su calor, partes de su ser que se regala
permanentemente para hacer manifestación viva de su maternidad.
Es un plato de comida para complacer un gusto, es un adorno para dar un
toque de belleza a un espacio, es una planta que se cuida o una tarea que
se realiza.
Son las horas del trabajo cotidiano, son las horas dedicadas a las tareas
propias de su casa, son las horas para ayudar en los diversos deberes de
sus hijos. Son las horas de un día que parecería tuviese muchas más horas
que las naturales de una jornada normal.
Frente a todo eso uno no puede menos que abrir los ojos muy grandes para
permitir que todos los recuerdos se adentren por ellos para, así, esbozar un
gracias pleno de vivencias y realidades.
Intentar esbozar es, tan sólo, una forma de decir puesto que nunca serán
justas las palabras como para manifestar todo eso que uno desea, aunque
más no sea una vez, saber decir.
Sin duda que ningún presente se hace suficientemente adecuado como para
manifestar todo lo que ella se merece.
No existen palabras adecuadas como para poder expresar todo ese más
puro sentimiento de gratitud que la madre despierta.
Lo suyo es, sin duda, una extraña mezcla de lo humano, por ello limitado, y
lo mágico, por ello sorprendente.
Frente a su realidad las palabras se empobrecen.
Todo parece demasiado pequeño, pobre y anodino ante lo que uno
descubre quisiera poder expresar.
Por ello es que, como decía al comienzo, necesario se hace una capacidad
que no poseo o una riqueza de palabras que no está en mí.
Por ello, simplemente, mañana: FELIZ DÍA MAMÁ.
Padre Martín Ponce de León SDB