¡Yo sólo creo en Dios! Es lo que muchos dicen por allí “ ufanadamente ”. Y, acaso, ¿sabrán lo
que quieren decir con ello? ¿Lo cierto? ¿No sé si creerlo? Y, ¿cómo podría serlo de otra manera
si no encuentro en la Sagrada Escritura explicación cabal de ellas? ¡Y yo soy incapaz de
inventármelas!
¡Dios no sólo es Dios! También es el que ES. ¿Y cómo llamar a eso? La pronunciación es: «Y».
En la antigüedad se utilizaban solo las consonantes, de modo que esta palabra se conocía como:
«Yhwh». Cuando más tarde se utilizaron los sonidos vocálicos, con la ayuda de la palabra hebrea
«‘ãdonay», correspondiente a señor, se pronunciaba como: «Yahvéh».
Que en la mayoría de los manuscritos hebreos esté la palabra «Jehová» no quiere decir que sea la
traducción correcta transmitida a nosotros por la tradición (*).
¿Y qué es Dios? Lo que dijimos antes: es el que ES. Es decir, un ser INEFABLE. No se trata de
un término metafísico que por la razón que fuese quiera siquiera insinuarnos que de lo que se
trata es que Dios (o «Yo soy» el que soy) es el fundamento del ser. Si así fuera, tendríamos que
resolver algunos problemas ontológicos. El primero de ello sería la primera teoría ontológica, la
de Heráclito, que dice que “cambio” es más básico que “el ser o que las cosas”.
Dios ni se cambia, ni lo cambian. A Teresa de Jesús le gustaban estas palabras. Dichas de otra
manera. ¡Dichas santamente! Por supuesto.
Siendo así, la única razón de ser de esta y otras teorías es que ese dizque fundamento del ser, o
sea Dios, sea una cosa o un sistema cambiante. Pero como bien nos dijera, ese sabio Papa
emérito que tenemos, al explicarnos El Credo, en este Año de la Fe: “Al decir: ¡Yo Creo!, es mi
vida la que debe cambiar y convertirse”. ¡Pero no al gusto de cada quien!
Fíjense nada más en los que dicen que Dios no es una Religión . La religión cristiana fue en sus
inicios una secta de hombres y mujeres que seguían a Jesucristo. Eran sus apóstoles y luego sus
discípulos. Y los primeros cristianos. Que luego formaron sus iglesias y que eran sus lugares de
reunión. Allí aprendieron como Dios quería ser amado. Entre otras cosas. Es esa Religión, que
muchos quieren negar a sabiendas, el vínculo más propio entre Dios y sus creyentes o fieles. Y
se hizo universal.
Está muy claro además que eso era lo que Dios quiso establecer o instituir. Su propia Iglesia.
Porque solía decir que en medio de dos o más que se reunieran en su nombre, El estaría allí.
Todo eso lo sabemos por medio de las escrituras, que algunas veces queremos acomodar a
nuestra conveniencia. Lo cierto es que está muy claro que Dios es el mismo: ayer, hoy y siempre
(Heb 13, 8). Y Decir “Creo en Dios” significa fundamentar en Él nuestra vida. Tal como El lo
quiso.
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Vea sección de.
Benedicto XVI, quien creía en la magnificencia, nos enseño que: Creer en Dios nos hace, por lo
tanto, portadores de valores que a menudo no coinciden con la moda y la opinión del
momento. El cristiano no debe tener miedo de ir “contra la corriente” para vivir su fe,
resistiendo a la tentación de “uniformarse”. En muchas sociedades, Dios se ha convertido en
el “gran ausente” y en su lugar hay muchos ídolos, diversos ídolos y especialmente la posesión
del “yo” autónomo. Y también los significativos y positivos progresos de la ciencia y de la
tecnología han introducido en el hombre una ilusión de omnipotencia y de autosuficiencia, y
un creciente egoísmo ha creado no pocos desequilibrios al interior de las relaciones
interpersonales y de los comportamientos sociales.
Y todo ello no hace sino alejarnos del verdadero origen primero de todas las cosas. Su razón de
ser. Y nos presenta una representación inadecuada de Dios hecha por mucho de sus hijos,
hombres y mujeres. Volvemos, AUNQUE PARECE UNA IRONÍA , al pensamiento presocrático
que tenía en el ser humano la medida de todas las cosas. Tanto de las que son como las que no
son. Yo encuentro que lo único sabio que hay en los hombres que no creen en Dios es que no se
creen ni ellos mismos.
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Veritas Prima es una bitácora laical. Pero también es un heraldo ( un mensajero ) católico,
apostólico y romano. Eso quiere decir justamente lo que hemos dicho arriba. Solo que ese “¡Yo
Creo!” incluye a su Iglesia y a su Magisterio Santo. Después de todo, eso es lo que somos. Y
como dijera nuestra pequeña y grande flor, Teresita del Niño Jesús , lo que vale es: el amor y la
obediencia. Hasta el propio Cristo fue obediente hasta su muerte en Cruz. ¿Saben ustedes cuáles
son las causas de la desobediencia?
El hombre o mujer que contradice a su Iglesia es porque no tiene una opinión propia de sus
enseñanzas. Y no la tiene porque no ha tenido gusto por saber más de ella. Hace poco me agradó
mucho leer unas explicaciones muy interesantes sobre la doctrina ortodoxa griega comentadas
por el buen amigo Saky Kosmas, en Facebook. “Nada alimenta y fortifica el alma como la
esperanza”, decía san Juan Crisóstomo. Mucha gente –lamentablemente- entiende poco de ello.
Seamos obedientes a nuestros pastores, aprendamos de ellos. Nuestra Iglesia también quiere
un país más digno para sus hijos, pero no pertenece a ningún partido político. Ni pertenecerá.
Nosotros sí. (Bueno, no en mi caso). Y debemos querer eso que Ella quiere: ¡que seamos
hombres y mujeres dignas y respetadas! Y eso se consigue si empezamos por entender bien, y de
una buena vez por todas, que somos creaturas de Dios. ¡Y que todo fue hecho para nuestro bien!
Entonces, si queremos un país de gente de bien, tenemos que empezar por escoger a los
honrados. Como bien dice Mireya Lasso , en una de sus columnas: “Nos incumbe estudiar
cuidadosamente y escoger bien a nuestros candidatos” . Algo así también escribe la hermana
Geraldine Emiliani : “Hay que ser serios cuando de elección popular se trate. Es la vida de
una nación. Después no nos quejemos”.
Seguirá...