Cuatro perspectivas para la bioética
P. Fernando Pascual
4-5-2013
En toda decisión humana, y especialmente en las que se refieren a la vida y a la muerte de las
personas, podemos encontrar muchas perspectivas y aspectos a tener en cuenta. Queremos fijarnos
ahora en cuatro perspectivas que tienen una gran relevancia en el mundo de la bioética.
La primera perspectiva nos pone ante la manera de conocer e interpretar la realidad. Nuestras
decisiones nacen desde lo que pensamos. Algunos, por ejemplo, creen que el embrión humano es un
puñado de células sin ninguna dignidad. Otros piensan que desde la concepción estamos ante una
persona con alma espiritual y un valor incalculable. Hay quienes, como Peter Singer, creen que el
valor de cada vida humana cambia según las cualidades que se tengan o se pierdan.
En el mundo de la medicina, esta perspectiva nos abre al complejo tema del diagnóstico: ¿cómo
estar seguros a la hora de conocer qué tipo de enfermedad afecta a este enfermo? No siempre la
respuesta resulta fácil, lo cual crea serios problemas en muchas situaciones.
Desde luego, el modo de pensar e interpretar los datos que aparecen ante nosotros depende en no
poca medida de la cultura recibida, de experiencias y reflexiones personales, de intereses y de otros
factores más o menos complejos. Lo importante es reconocer que antes de defender (o rechazar) a
un hijo no nacido los partidarios de cada posición razonan desde ideas que tienen un papel clave en
todo el proceso decisional.
La segunda perspectiva nos abre al horizonte de las posibilidades: ¿cómo se puede actuar en esta
situación? ¿Qué se puede hacer en este caso? Se trata de conocer lo que es posible desde varios
puntos de vista: técnico, legal, ético.
Un médico recibe a un enfermo. Si llega a alcanzar un buen conocimiento de la enfermedad (según
la primera perspectiva), le resultará más fácil tener ante sí las posibles estrategias con las que buscar
la deseada curación. Algunas serán más sencillas, otras más complejas. Algunas implicarán un alto
costo, otras serán más económicas. Quizá alguna posibilidad terapéutica no esté todavía aprobada
por la comunidad científica o por las autoridades públicas, lo cual lleva a una actitud de prudencia:
un médico puede ser llevado a los tribunales si usa medicinas que están prohibidas (o no
autorizadas) en un determinado país.
Desde las dos perspectivas anteriores, entramos a la tercera: la decisión. Reconocido el valor
(algunos, por desgracia, no llegar a reconocer tal valor) de un ser humano, los médicos, los
familiares, y en algunos casos los mismos pacientes, optan por alguna de las posibilidades
consideradas como mejores para esta determinada situación.
Toda decisión supone, por lo tanto, una serie de valores y datos asumidos (primera perspectiva) y
una mayor o menor comprensión de las posibilidades técnicas y legales (segunda perspectiva).
Existen, como la experiencia nos recuerda, situaciones de conflicto, en las que algunas decisiones
pueden ir contra las leyes o las normas deontológicas, como por ejemplo cuando un enfermo
rechaza una transfusión de sangre por motivos religiosos, o cuando unos adultos piden que a uno de
sus hijos pequeños le sea extirpado un riñón para curar a otro hijo.
Entramos, por fin, a la última perspectiva: los resultados. Tras tomar una decisión y ponerla en
práctica, ¿qué beneficios o qué daños se producen en el enfermo? ¿Qué ocurre a los familiares y
médicos implicados? Puede acontecer, por ejemplo, que una operación quirúrgica sea impecable
desde el punto de vista técnico pero provoque costos tan elevados que la familia quede arruinada. O
que una pareja solicite y obtenga el aborto de un feto considerado enfermo y tras la intervención se
descubra que era perfectamente sano.
Los resultados influyen enormemente a la hora de repensar las ideas generales que orientan la
propia vida (perspectiva primera) y de revisar lo que parece técnicamente eficaz pero no lo es
(perspectiva segunda). Igualmente, los resultados refuerzan el propio punto de vista, si son vistos
como satisfactorios, o lo ponen en crisis, si uno descubre más daños que beneficios tras haber
aceptado una determinada terapia.
Tener presentes estas perspectivas ayuda a afrontar numerosos problemas sanitarios y otras
cuestiones que son estudiadas en la bioética. Desde luego, no basta con reconocer en qué ámbito
nos movemos: hay que saber sopesar seriamente si los conocimientos y valoraciones que uno asume
son correctos o no.
Por eso, a la hora de afrontar temas tan complejos como los que se refieren a la vida y a la salud de
los seres humanos, hace falta una seria reflexión sobre los fundamentos antropológicos y éticos que
puedan conducir a una buena bioética y a decisiones correctas desde el punto de vista humano,
médico y jurídico.