Historia de un anillo
El Espíritu Santo, orfebre de la santidad
José Martínez Colín
1) Para saber
Con ocasión de la fiesta de Pentecostés, el Papa Francisco nos ha
recordado que el Espíritu Santo es la fuente inagotable de la vida de
Dios en nosotros.
El hombre es como un viajero que, atravesando los desiertos de
la vida, tiene sed de un agua viva y fresca, capaz de saciar su deseo
profundo de luz, de amor, de vida plena y bella, de belleza y de paz.
Jesús nos dona esta agua viva: es el Espíritu Santo. Por ello se le
considera el artífice de nuestra santidad.
2) Para pensar
Al considerar nuestra flaqueza y nuestros defectos, podría
aparecer el desánimo y la desesperanza. Sin embargo, es el Espíritu
Santo quien con su ayuda y su gracia nos va transformando. Un
cuento nos puede ayudar a comprenderlo.
Se cuenta que hace mucho tiempo, había un rey que poseía un
anillo con un diamante muy valioso, uno de los más grandes y
perfectos del mundo. Lo había heredado de sus antepasados. Pero un
día su hija se lo pidió para verlo a la luz del sol. El rey se lo prestó con
cierto recelo, pues nunca se desprendía de él. La princesa niña subió a
lo alto de una torre y ahí se lo puso, pero al quedarle grande se le
deslizó y cayó desde una gran altura hasta el foso lleno de piedras
duras. Inmediatamente pidió a sus sirvientes que lo buscaran. Por fin,
se encontró, pero con la desgracia de que el diamante tenía un
arañazo. Lo llevaron al mejor de los joyeros para que lo corrigiera,
pero era imposible. Si lo cortaban reduciría considerablemente su peso
y su valor.
Cuando parecía que no tenía remedio, su doncella ofreció llevarlo
con su padre que era un orfebre muy hábil. La princesa confió y se lo
encargó. Después de algunos días, el orfebre volvió y se lo mostró al
Rey, quien quedó gratamente sorprendido al descubrir tallada una
bella rosa. El arañazo anterior se había vuelto el tallo de una bella flor.
Ahora incluso valía más el diamante al tener grabada una hermosa
imagen. El rey se lo agradeció a su hija y entusiasmado preguntó de
quien había aprendido tal arte. El orfebre respondió: “Es el Espíritu
Santo, el orfebre de la vida. Siempre está con nosotros,
transformando, por su misericordia y poder, nuestros feos arañazos en
algo bello”.
3) Para vivir
Es verdad que el Espíritu Santo, con su gracia, especialmente en
los Sacramentos, nos va transformando. Por eso, al recibir la Eucaristía
o al confesarnos, hemos de hacerlo con afán de recomenzar nuestra
lucha. Basta nuestra verdadera contrición, para que Él transforme esos
feos arañazos en bellas flores.
Jesús ha venido a darnos esta "agua viva" que es el Espíritu
Santo, para que nuestra vida sea guiada, animada y nutrida por Dios.
El cristiano ha de ser una persona que piensa y actúa según el
Espíritu Santo. El Papa nos pregunta: ¿Actuamos según Dios? o ¿nos
dejamos guiar por tantas otras cosas que no son precisamente Dios?
Cada uno de nosotros debe responder a esto en su corazón.
San Josemaría Escrivá nos recuerda y anima a vivir con esta
actitud: “Rectificar. –Cada día un poco. –Esta es tu labor constante si
de veras quieres hacerte santo.” (Camino n. 290).
Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, dejemos que nos hable al
corazón, que nos diga que Dios es amor, que Él es Padre y nos ama
como verdadero papá.
articulosdog@gmail.com